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Costa Rica. La confusa independencia (1821-1838) y la etapa patriarcal (1838-1871).

 

 

Este texto forma parte de la tesis doctoral

El cambio estructural del sistema socioeconómico
costarricense desde una perspectiva
compleja y evolutiva (1980-1998)

de Antonio Luis Hidalgo Capitán
a cuyo texto completo se puede acceder
desde este enlace

 

 

            Las escasas relaciones que Costa Rica mantenía con la Corona española propiciaron que ni siquiera se independizara, sino que fuese independizada el 15 de septiembre de 1821 en el Acta de Independencia del Reino de Guatemala. Se trató de una independencia pacífica y confusa contra el Gobierno Liberal de Riego que condujo a un proceso de declaraciones de independencia total, en 1821, de anexión al Imperio Mexicano de Iturbide, en 1822, y de integración en la República Federal de Centroamérica, en 1824. Dicho proceso concluyó en 1838, bajo el Gobierno de Braulio Carrillo, con el decreto de declaración de Costa Rica como estado libre, soberano e independiente con capital en San José.

            La presencia del Estado colonial era muy exigua, por lo que la independencia apenas alteró el funcionamiento del sistema socioeconómico; pero lo que sí tuvo importantes repercusiones fue el éxito del café como producto de exportación, coincidente con el momento político citado.

            La economía de la recién independizada Costa Rica estuvo marcada en sus primeros años por la herencia colonial; sin embargo, entre 1832 y 1843 se produjo la expansión de la producción cafetalera a lo largo del Valle Central. El café, que en la etapa colonial constituía una curiosidad botánica de los jardines, se convirtió en el primer monocultivo de exportación y generó un importante desarrollo económico y social en el país. Todo empezó con el reparto de terrenos baldíos por parte del Ayuntamiento de San José en 1821 y continuó con la declaración de propiedad privada de las tierras baldías que durante cinco años hubiesen estado dedicadas al cultivo del café; en 1832 se produjo la primera exportación de café hacia Europa vía Chile; en 1840 Braulio Carrillo destina nuevos terrenos a la producción de café; después de 1843 las exportaciones se realizaron ya directamente a Europa (Facio, 1990 [1942], pp. 51-53).

            La producción de café no adquirió la forma de grandes explotaciones debido a la existencia de las chacras y a la dispersión de la propiedad. Los pequeños propietarios se resistieron a abandonar sus tierras para convertirse en trabajadores asalariados, por lo que la producción estuvo distribuida en un sinfín de minifundios. Sin embargo, la exportación del café no la realizaban esos pequeños productores, sino los medianos y grandes propietarios que controlaban el beneficio del café (denominación que recibía la transformación del grano y que requería de alguna inversión de capital) y los canales de exportación (que también requerían de una cierta capacidad financiera). Mientras los cafetales eran propiedad de nacionales, la intermediación internacional del café estaba tanto en manos nacionales como extranjeras (Rovira, 1982, pp. 15-23).

            Los niveles de rentabilidad y productividad eran relativamente altos al producirse un uso extensivo de la tierra de calidad superior localizada en Valle Central; no existía, por tanto, una infrautilización del factor trabajo, ya que la abundancia de tierras permitía la ocupación de cualquier excedente de mano de obra; además, la producción cafetalera coexistía con una producción de autoabastecimiento, sobre todo en una primera etapa.

            Junto con la exportación de café, se desarrollaron otras dos florecientes actividades económicas, la comercial-importadora y la financiera. De Europa comenzaron a importarse, como contrapartida al café, un importante número de mercaderías (principalmente productos textiles) que acabaron con el pequeño artesano nacional y al mismo tiempo generaron importantes beneficios a los comerciantes importadores. La necesidad de financiar las operaciones comerciales con Europa propició el surgimiento de una serie de bancos a partir de 1863, como el Banco Anglo-Costarricense (Rovira, 1982, pp. 15-23). La apropiación del excedente generado por la actividad cafetalera la realizan los importadores de terceros países, los propietarios de los pequeños cafetales, el Estado y, sobre todo, la burguesía cafetalera (que controlaba el beneficio del café y los canales de exportación), la burguesía financiera (que anticipaba los recursos para la producción) y la burguesía mercantil-importadora (que suministraba los bienes de consumo que la economía demandaba).

            El Estado desempeñó un papel secundario en esta etapa, ya que al tratarse de un Estado patriarcal trataba de garantizar las condiciones necesarias para que la burguesía, a la que representaba, obtuviera sus beneficios. Entre sus acciones destacaron el desarrollo de una infraestructura vial que conectaba el Valle Central con las zonas portuarias del Caribe (Limón) y del Pacífico (Puntarenas) y la concreción de los primeros esfuerzos en la construcción del ferrocarril, que se concluiría bajo la etapa liberal.

            El nivel de vida de la población se mantenía en niveles aceptables debido a que la tierra se encontraba suficientemente repartida y los salarios reales eran elevados, por lo que la distribución del ingreso era bastante equilibrada.

            La estructura social está conformada por una élite burguesa (agro-exportadora, comercial-importadora y financiera), una clase media de pequeños propietarios agrícolas vinculados al café, comerciantes y artesanos, y una pequeña clase trabajadora tanto rural como urbana.

            Esta élite política protagonizó durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo una serie de luchas internas, golpes de estado y manipulaciones del Gobierno, con el objeto de impedir cualquier modificación del Estado patriarcal que se mantuvo hasta el golpe de estado de Tomás Guardia en 1870 (Rovira, 1982, pp. 15-23). Desde 1838 a 1870 se sucedieron en Costa Rica seis documentos constitucionales (1841, 1844, 1847, 1848, 1859, 1869) que en esencia recogían los elementos políticos e ideológicos del Estado patriarcal, que ya se reflejaban en el Pacto de Concordia de 1821.