RODOLFO WALSH Y FRANCISCO URONDO, EL OFICIO DE ESCRIBIR

Fabiana Grasselli

Lenguaje y sociedad

Desde las perspectivas teóricas desarrolladas se asume que las trayectorias, las prácticas y las producciones de los intelectuales y artistas se entienden en el marco de los procesos económicos, sociales, políticos y culturales de una sociedad. Esto, como ya ha sido explicado en los apartados anteriores, no implica pensar el arte, la producción académica o la literatura como productos de una determinación social por la cual las obras emanan de las clases a través de sus voceros, los artistas y los intelectuales (Altamirano y Sarlo, 1993:33). Más bien de lo que se trata es de la adopción de un punto de vista sobre las relaciones entre producciones culturales y sociedad que ponga en juego el carácter social de las prácticas de la cultura. Dicho carácter social, por una parte, está ligado al hecho de que son prácticas y producciones cuyos materiales son de índole social, como el lenguaje, los discursos, la industria cultural, las experiencias de un momento histórico, los contenidos ideológicos, etc. Por otra parte, ese carácter social se relaciona con el hecho de que los escritores, artistas e intelectuales, se ubican en un campo intelectual atravesado por los procesos generales de la sociedad, que toman en él formas específicas.
Dentro de este encuadre, las conceptualizaciones de Bajtín-Voloshinov acerca del lenguaje y del discurso literario iluminan aspectos que permiten pensar el carácter social de las producciones culturales, y especialmente, de las producciones literarias (Voloshinov, 1976; Bajtín, 1990). Para Bajtín la literatura es una relación social en la que intervienen el lenguaje (como material) y los discursos ideológicos (como contenido). Los escritores, por ser sujetos sociales, orientan sus enunciados según evaluaciones sociales en ese medio ideológico que rodea a los hombres y mujeres, y que está compuesto por los discursos que circulan en una sociedad determinada. El lenguaje, como medio de producción literaria, por su carácter social orienta el texto, porque el escritor trabaja en este medio social que es la lengua misma.
El fundamento bajtiniano de estas explicaciones radica en la constatación de que las palabras de una lengua, por ser signos, forman parte de ese medio ideológico, como ocurre con la imagen artística, el símbolo religioso, la fórmula científica. Los signos, dado que están acuñados socialmente en el marco de la lucha de clases, funcionan como una arena de combate, ya que en ellos conviven en conflicto valoraciones hegemónicas y subalternas sobre lo real que constituyen el medio ideológico o esfera ideológica. Esto es así debido a que la especificidad de los signos consiste precisamente en su ubicación entre individuos organizados en un proceso de interacción social, para los cuales constituye el medio de comunicación. Por ello, para Bajtín, los signos sólo pueden aparecer en un territorio interindividual. Es esencial que los individuos estén organizados socialmente, que compongan un grupo social para que tome forma entre ellos el medio de los signos (Voloshinov, 1976: 31). Así, el significado de una palabra no reside en la palabra como tal, ni en el hablante o el oyente. El significado es el efecto de la interacción entre el hablante y el oyente, quienes orientan sus enunciados en función de diversas valoraciones ideológicas.
Por tanto, la ubicación de la palabra en el territorio interindividual es lo que permite pensar a la literatura como una práctica social. Al respecto Bajtín sostiene que el estatuto social del discurso literario es lo que da el carácter dialogal a sus enunciados. Cada enunciado se lanza a la cadena de enunciados anticipándose a su destino, preparándose a favor de algunos y contra otros. Así, los enunciados van a ser comprendidos, una vez pronunciados, en función de los otros discursos sobre el mismo objeto con los cuales inevitablemente entran en diálogo. Esto hace que el enunciado se construya de entrada para ser respondido, teniendo en cuenta las posibles réplicas que puede encontrar el oyente, sus aceptaciones o rechazos. El diálogo de los enunciados nace entonces del diálogo social de los lenguajes.
            Sin embargo, Bajtín-Voloshinov señalan que aunque el dialogismo es inherente a todo lenguaje social, y por tanto a todos los productos culturales, a saber, la literatura, el arte, la filosofía misma, las clases dominantes se esfuerzan por impartir al signo ideológico un carácter supraclasista, es decir, se empeñan en extinguir u ocultar la lucha entre los juicios sociales de valor que aparecen en estos productos, procurando otorgarles un carácter uniacentual, unívoco. Por esto, en los momentos de crisis sociales o cambios revolucionarios, cuando el combate social se encuentra en un punto álgido, los sentidos silenciados salen a la superficie con valoraciones opuestas a los acentos hegemónicos, en combate por apropiarse del signo (Voloshinov, 1976: 36; Bajtín, 1990: 105).
            De este modo, la literatura deja de presentarse como espacio neutral. Mucho más abiertamente que en los períodos en los cuales las clases dominantes han logrado establecer su dominio ocultando el conflicto que los llevó a esa posición, en los períodos de crisis, es posible percibir con mayor claridad el diálogo confrontativo que se juega en la arena discursiva y por lo tanto, visibilizar su relación con los conflictos sociales y políticos que se desarrollan en la sociedad. Las prácticas literarias de los sesentas y setentas forman parte de ese tipo de literatura, nacida en el seno de un tiempo de crisis, en un contexto de profunda conflictividad social y fuertes debates estético-políticos.
Así, las fronteras entre el discurso literario y otros discursos sociales, en estas décadas, se volvieron más permeables, dinámicas y complejas. En un momento de inusitada politización del campo intelectual en el que la esfera cultural fue concebida como un terreno importante de la lucha de clases, las producciones literarias, la crítica y las discusiones estéticas fueron visibilizadas como una arena de combate, en la cual estaba excluida cualquier posibilidad de pensar el uso del lenguaje como una práctica neutral.
De allí la fertilidad que ofrecen las herramientas conceptuales y metodológicas ofrecidas por Williams, Bourdieu, Gramsci, Bajtin – Voloshinov que posibilitan reflexionar sobre las relaciones entre cultura/ literatura/ sociedad, de la misma manera que lo hicieran muchos escritores-intelectuales en el bloque temporal sesenta/setenta, como fueron Walsh y Urondo.

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