Tesis doctorales de Ciencias Sociales


PERIODISMO AMBIENTAL Y ECOLOGISMO, TRATAMIENTO INFORMATIVO DEL VERTIDO DE AZNALCOLLAR EN EL PAÍS, EDICIÓN DE ANDALUCIA 1998-1999

Rogelio Fernández Reyes



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3.1.3.- Etapas del movimiento ecologista andaluz

Como ya hemos apuntado, aún no hay ninguna aproximación a la historia del movimiento ecologista andaluz. Tras la investigación, proponemos tres etapas en las que se podría dividir dicha historia:

a) La primera fase se puede designar más de conservacionismo que de ecologismo. Los protagonistas son naturalistas, ornitólogos e interesados del mundo de la investigación. Es la etapa que algunos denominan “de los pajaralitólogos”, quienes se interesan por lo que es el medio natural. Provienen, fundamentalmente, del mundo de la ciencia. Este grupo estaría representado por José Antonio Valverde, el profesor Bernis y otros quienes descubrieron y pusieron en valor espacios naturales y especies animales que estaban en una situación difícil.

Esta etapa abarcaría los precedentes conservacionistas hasta la transición democrática española. No es un movimiento ecologista como hoy conocemos, sino más bien naturalistas que empiezan a reclamar deteminados espacios y especies.

La reserva biológica de Doñana supuso el primer gran hito en la corta historia del ecologismo andaluz aunque su repercusión no sólo quedó en el marco autonómico, también tuvo eco en ámbito nacional, europeo e internacional. De hecho, fue el germen de la creación del Fondo Mundial para la Naturaleza como ya hemos adelantado.

José Antonio Valverde , instigador de la creación de la reserva biológica de Doñana, diferencia un antes y un después de tres pilares:

“El profesor Bernis, llevando la Sociedad Española de Ornitología en Madrid, reuniendo cada vez un mayor número de ornitólogos y trabajando desde su cátedra de Madrid; Félix Rodríguez de la Fuente, creando una gran afición a la cetrería y luego a los lobos; y yo, escribiendo en Abc desde Almería, dirigiendo campañas de anillamiento y luego desde Doñana”

De esta época, el profesor Valverde atestigua que

“no existía ni facultad ni nada de Ciencias Naturales. Tan sólo en colegios o institutos de segunda enseñanza podría haber un catedrático. Y no tenían que ver con la protección de la naturaleza, alguno quizás algo. En España sólo se impartía en dos Universidades. Me enteré de la existencia de un señor (se refiere a Francisco Bernis) que había publicado obras de ornitología por lo que le escribí, y nos carteamos bastante tiempo. Le consultaba mis pegas y le mandaba los bichos preparados en piel. Era difícil entonces clasificar los bichos. Era él el único que conocía los nombres junto conmigo, y a los dos nos costaba horrores y nos equivocábamos. El panorama científico español en aquel momento no podía ser más pobre. Cogíamos las claves de los pocos libros que existían”.

“Más tarde -prosigue- José María Alvareda me ofreció hacer una nueva facultad de Ciencias Biológicas en Sevilla. El tenía mucho interés ya que el país al que seguía España (es posible que se refiera al ámbito europeo) contaba con 14 veces más facultades que España o algo así... Van naciendo más facultades en parte como resultado de la concienciación ambiental de Bernis”.

La relevancia de Valverde se debe a las campañas de anillamiento y, posteriormente, por su lucha a favor de la reserva biológica de Doñana.

Saturnino Moreno , presidente de la Silvema (Asociación Malagueña para la Protección de la Vida Silvestre), afirma que esta primera etapa se caracteriza por una gran dispersión y se depende de iniciativas que surgen en Madrid, de la Sociedad Española de Ornitología (1.954) o ADENA (1.968).

Por entonces, en 1971, la Administración creó el ICONA (Instituto para la Conservación de la Naturaleza) como organismo autónomo dependiente del Ministerio de Agricultura. Según defendía Moreno “con el objeto de legimitarse ambientalmente en la Conferencia de Estocolmo de 1972”. Dicho organismo era el competente, en la gestión de numerosos espacios a través de la ley de Montes, de la actividad cinegética. Se elaboró la primera relación de especies protegidas, tema básico para las entidades conservacionistas, de modo que la necesidad de un diálogo impulsó a la creación de líneas de relación entre la administración y los conservacionistas a través de las que

“pronto se advirtieron las enormes diferencias entre los criterios anclados en la vieja administración incuestionada y con nula conexión social y el interés de las entidades sociales por romper esta dinámica inadmisible cara a una defensa ambiental en consonancia con la gravedad de las acciones que se empezaban a conocer: talas, desecaciones, autorizaciones para colocación de cebos envenenados, incendios forestales, urbanizaciones,canteras, repoblaciones inadecuadas, etc. Estos eran los debates permanentes en las reuniones que se promovían a nivel nacional”.(Saturnino Moreno )

b) La segunda fase coincide con el periodo de transición política hasta el segundo lustro de los años ochenta. Empiezan a surgir grupos que están sensibilizados con la conservación y defensa de la naturaleza pero no son ya puramente naturalistas. Se vinculan a la llegada de la democracia y proponen una visión crítica acerca de las agresiones ambientales que la propia administración no atajaba. Los elementos aglutinadores de la acción ecologista son los problemas que afectan a espacios como Doñana, Sierra Nevada, Cazorla, Odiel, o La Janda; o problemas aparecidos con el desarrollo industrial y urbanístico de los años 60 en determinadas poblaciones y áreas.

Se crearon grupos como Agaden en Cádiz, Andalus en Sevilla, Gem en Almería, comunidades de afectados que se constituían ante un problema... Se celebra por primera vez el 5 de junio (Día mundial del Medio Ambiente) con manifestaciones en las capitales de provincia. En 1.978 se crea la CODA (Coordinadora para la defensa de aves, hoy Coordinadora para la defensa ambiental) como federación de asociaciones cuyo momento de mayor expansión fue la década de los ochenta.

En 1978 la desecación por el IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario) de una importante superficie de las Marismas del Guadalquivir desató un importante movimiento de protesta, que se unió a las roturaciones en áreas de bosque y matorral mediterráneo de Andalucía que autorizó el ICONA para plantaciones de eucaliptos y pinos por las industrias madereras y papeleras.

Por entonces las entidades ecologistas se centraron en iniciativas para la protección de espacios naturales como el Parque Nacional de Doñana donde confluyeron numerosas voces tanto del ámbito universitario, investigadores, conservacionistas.

El ecologismo urbano también caracteriza esa época de los 80 ante la voracidad de las urbanizaciones, la profusión de carreteras, la apertura de canteras, la producción de basuras, la contaminación amosférica y de las aguas, a lo que se unían desastres ambientales como accidentes por vertidos de hidrocarburos (Bahía de Algeciras) y sustancias químicas al mar (dióxido de titanio en Huelva), el accidente en los Alfaques, la rotura de la presa de Tous (ambas en el Levante español), el cementerio de residuos radioactivos de Hornachuelos (Córdoba),...

Por otro lado se destapan los graves atentados a la fauna silvestre por la colocación de cebos envenenados autorizados por la administración. En Andalucía, hasta 1983, el ICONA permitía y facilitaba venenos contra las “alimañas”.

“Los demás organismos –defiende Moreno - como Obras Públicas, las administraciones competentes en la minería, las Confederaciones Hidrográficas, Ayuntamientos permanecían ajenos a sus obligaciones en relación con el medio ambiente. La actitud del movimiento ecologista tuvo la virtud de proponer alternativas a una buena parte de los desatinos. Se sumaron a estas inquietudes un importante y activo número de especialistas y profesionales que dieron y dan base sólida a las referidas propuestas, que van desde la ciudad sostenible, a la conservación y gestión de los espacios naturales, las especies silvestres, las aguas, las costas, los problemas derivados de la desforestación y la desertificación, así como otros que tienen implicaciones en la economía, ordenación territorial, consumo, calidad ambiental referida a las obras públicas y privadas, etc”.

A partir de los 80, las luchas de Doñana y Nerva serán dos polos significativos de la lucha ecologista en Andalucía: espacios naturales y desechos industriales. Según apuntaba Francisco Casero , Nerva “ha sido un referente a nivel internacional de una respuesta social ante un problema medioambiental por su constancia en la respuesta diaria (en el día de la entrevista había contabilizados, según el entrevistado, más de 800)”. Otros acontecimientos importantes fueron Tarifa, Pegalajar o Los Pedroches como puntos en los que se han movilizado miles de ciudadanos, donde según explica Juan Clavero ha quedado patente que “las asociaciones ecologistas tienen hoy mayor capacidad de convocatoria que algunos partidos políticos y organizaciones sindicales”. También hubo movilizaciones contra la repoblación de eucaliptos o ante la implantación de los vertederos de Gerena (Sevilla), Gibraleón (Huelva) o Miramundo Cádiz), la Declaración de los Parques Naturales, la lucha contra Costa Doñana y Hohenlohen, Sierra Nevada, las infraestructuras de las carreteras o la erosión; los incendios forestales tuvieron un gran choque en la sociedad a finales del 89 y principios del 90; la sequía planteó el uso y gestión del agua...

Por otro lado, con el traspaso de competencias a la comunidad autónoma se crea la Dirección General de Medio Ambiente, dependiente de la Consejería de Ordenación del Territorio. Al frente estaba Tomás Azcárate, quien, en 1984, inicia un diálogo fluido con las organizaciones ecologistas de la época.

“Las reuniones periódicas –nos contó Saturnino Moreno - se configuraron como un foro muy destacado. Entre otros asuntos se contribuyó a potenciar la creación de la Agencia de Medio Ambiente de Andalucía (1984). Más tarde, este contacto se centró en los órganos consultivos ambientales, creándose la CAMA (Comisión Andaluza de Medio Ambiente), que posteriormente pasaría a denominarse COAMA y donde se debatirían leyes como el Inventario de Espacios Naturales Protegidos de Andalucía, o los primeros borradores de la Ley de Protección Animal. Luego llegarían las Juntas Rectoras de los Espacio Naturales Protegidos, los Consejos Andaluces de Medio Ambiente, Forestal y de Caza, así como los provinciales. El proceso ha conducido a una relación administrativa y de alejamiento evidente de los agentes sociales.

Sin embargo, nuestro empeño va encaminado a conseguir que las administraciones ambientales se ocupen seriamente de sus obligaciones y competencias, de manera que no sigan siendo un elemento distorsionador y legitimador de numerosos desmanes ecológicos por acción u omisión, forzándonos a seguirle los pasos con una gran inversión de tiempo y esfuerzos de los que precisamente no estamos sobrados. Esto nos permitiría dedicarnos a temas más creativos y dinamizadores de la conciencia ambiental”.

De la relación con las instituciones oficiales, varios protagonistas coinciden en que ha habido dos fases: una primera en la que predominó el diálogo y una segunda en la que prevalece la confrontación. Según recuerda Juan Clavero al principio hubo un apoyo importante a la labor de las asociaciones ecologistas por parte de la Agencia de Medio Ambiente,

“pero desde hace unos años, la Consejería de Medio Ambiente intenta, por múltiples formas, aislar a las asociaciones ecologistas y boicotear sus actividades. Se han reducido drásticamente las subvenciones a las asociaciones más combativas e independientes. Hay un intento de controlar al movimiennto ecologista, e incluso de formar asociaciones desde los partidos políticos (sobre todo el PSOE, pero también el PP) y desde las instituciones que controlan”.

José María Montero también diferencia un primer momento de cierta sintonía entre el movimiento ecologista y la administración autónoma en el momento de la creación de la Agencia de Medio Ambiente, en el año 84, al colocarse la administración andaluza como pionera en gestión de medio ambiente.

“Ahora estamos en un momento de mayor desacuerdo. Hay una cierta fractura entre ambos, fundamentalmente porque se ha entrado en el debate de cuestiones muchos más complejas que la gestión de espacios naturales como es el medio ambiente urbano y medio ambiente industrial donde las cuestiones en juego son mucho más complejas, donde está en juego un modelo de desarrollo determinado, la competitividad de las empresas, inversiones que son brutales en comparación con las que se pueden hacer en el medio natural... Por ejemplo, un plan de descontaminación de un área industrial tiene unos gastos tremendos. En Andalucía hay más de 600 suelos contaminados. De ellos se va a actuar tan sólo en 10 y de esos 10 se va a empezar por 2. Y uno de ellos solamente, el del Acebuchal, en Alcalá de Guadaira, de 42 hectáreas, exige una inversión de 2.000 millones de pts. Eso da idea de la complejidad del problema, los factores que intervienen, y por ello quizás se ha creado la fractura entre la administración y el movimiento ecologista”.

Para Fernando Molina , Jefe del Servicio de Conservación de la Naturaleza, de la consejería de Medio Ambiente, siempre ha habido diferencias de criterio entre las instituciones y los grupos ecologistas: “y curiosamente, el enfrentamiento ha sido más notable con la administración ambiental que con las otras administraciones, incluso aunque sean más nocivas contra el medio ambiente”.

En la década de los 80 existía una mesa de coordinación entre la Agencia de Medio Ambiente y los Grupos Ecologistas, en donde había una representación de cada una de las provincias. Estas reuniones provocan que se crearan las Federaciones Provinciales de Asociaciones Ecologistas, movimiento que posteriormente finalizó con la creación de la CEPA y de la FAAN.

Andalucía fue la primera comunidad autónoma que aplicó la Unidad de Gestión, un organismo para aglutinar todas las competencias que estaban dispersas por las distintas administraciones o distintos apartados de administraciones. Según evalúa Montero ,

“influyó mucho en el movimiento ecologista porque creó una línea de comunicación entre dicho movimiento y la administración, de la que se alimentaban mutuamente”.

Por otro lado, en los años ochenta sigue apareciendo otro nutrido grupo de entidades como Silvema en Málaga, Taller de Ecología en Linares (Jaen), Amigos de la Malvasía en Córdoba, Colectivo del Valle en Sevilla, Federación ecologista-pacifista en Cádiz, Coordinadora Ecologista de Huelva, Artemisa en Granada, Coordinadora anti-Cabril en Córdoba, que respondían básicamente a las inquietudes ambientales provinciales. Algunas también participaron en la campaña por el referendum de la OTAN.

Sobre esta etapa Juan Clavero, ex presidente de la Cepa (Coordinadora Ecologista y Pacifista de Andalucía) recuerda la distancia existente entre los grupos ecologistas y el mundo rural. Según el catedrático, en Andalucía las asociaciones ecologistas centraron su atención de forma preferente en la defensa de los espacios naturales y de las especies protegidas. Esto es, se desarrolló un ecologismo naturalista, que si bien tenía ciertas simpatías en áreas urbanas, no se entendía en los sectores rurales, que veían en estas propuestas de protección -realizadas siempre a sus espaldas- un obstáculo para su necesario desarrollo:

“Los ecologistas tenían sus mejores apoyos y simpatías donde no actuaban en el ámbito urbano- mientras que en las zonas rurales gozaban de una cierta fama de señoritos de ciudad que vienen a decirnos ahora lo que tenemos que hacer.

Las campañas en defensa de Doñana, a favor de la declaración de espacios naturales protegidos, en defensa de especies en peligro de extinción -la malvasía, el buitre negro, los pinsapares, etc.- culminaron con importantes éxitos pero, salvo contadas excepciones, se desarrollaron al margen de las poblaciones afectadas, utilizándose más la presión a los medios de comunicación, la influencia en ciertos sectores de la Administración y -más recientemente- la apelación a la intervención de los organismos de la Unión Europea, que la concienciación de los sectores sociales que estaban directamente implicados en estos problemas ambientales y de los que, en definitiva, dependía su resolución.

Dicho de otra forma, las asociaciones ecologistas, que en teoría se proponían el cambio de las mentalidades de la sociedad que hiciera posible un mundo más respetuoso con nuestros recursos naturales, renunciaron en la práctica a este objetivo básico, convirtiendo las campañas, de medio para conseguir estos objetivos, en un fin de por sí justificado. De hecho, las asociaciones ecologistas no pretendían en un primer momento concienciar o movilizar a la población, que a veces consideraban hostil a sus planteamientos reivindicativos, sino que se utilizaron básicamente razonamientos técnicos-científicos y, en ocasiones, propuestas tremendistas como método de presión ante la administración o los grandes agentes económicos.

La actitud popular ante el nuevo movimiento en defensa del medio ambiente ha sido de cierta simpatía -no se olvide la proliferación de noticias y programas divulgativos sobre la naturaleza en todo tipo de medios de comunicación que han influido decisivamente en miles de ciudadanos-, aunque sus propuestas eran percibidas con la distancia y la pasividad de algo justo pero alejado de sus problemas reales. Para los ciudadanos, la defensa del buitre negro o Doñana puede ser algo tan necesario como defender el Amazonas o el tigre de Bengala”.

c) La tercera fase se caracteriza por la federación regional de las asociaciones, para acabar con la adopción, a nivel nacional, de una denominación común: Ecologistas en Acción. Con ello aumentan las posibilidades de intervención y dejan de ser agrupaciones atomizadas. Esta etapa abarcaría desde el segundo lustros de los ochenta hasta el presente. El movimiento ecologista se consolida, extiende e incorpora no sólo elementos de defensa del medio natural, sino también otra serie de cuestiones: de medio ambiente urbano, en el que se empieza a trabajar con los temas de residuos, contaminación, energía, tráfico, urbanismo; cuestiones industriales; de educación ambiental; cuestiones agropecuarias como la erosión, fitosanitarios, fertilización, manipulación genética, especies autóctonas; o incluso asuntos relacionados con la paz y la solidaridad como campañas a favor de la objeción de conciencia, en contra del armamentismo, campañas de solidaridad con el tercer mundo, con las comunidades indígenas, en la defensa de los bosques tropicales, etc.

El movimiento se hace más complejo incorporando más matices, más elementos, aglutinando a movimientos dispersos. Si antes había más fragmentación, multitud de crepúsculos ecologistas, naturalistas, ambientalistas, ahora se agrupan en entes más grandes.

Por otro lado, en esta última fase cambia también la estrategia del movimiento ecologista. Deja de ser fundamentalmente catastrofista, en el sentido de insistir mucho en los problemas y en su gravedad, y empieza a plantear soluciones y alternativas.

Un cambio sustancial en esta nueva etapa en los objetivos y prácticas del movimiento ecologista es el paso de un asociacionismo elitista a un ecologismo social. Según Clavero:

“conscientes de que es imposible la resolución de los problemas ambientales sin el concurso de las poblaciones afectadas, se consolida una corriente que se define como “ecologismo social”, que se propone realizar análisis globales de los problemas ambientales, proyectos de resolución a corto, pero también a largo plazo, e implicar a la mayor parte de los ciudadanos en la resolución de sus propios problemas ambientales. Las campañas cambian de objetivos, duración y metodología. No se trata ya solo de impedir que talen un bosque, sino de diseñar una política forestal en Andalucía que genere las condiciones socioeconómicas que favorezca la conservación de las masas forestales; no se busca solo difundir los valores de nuestros espacios protegidos, sino concretar planes de actuaciones que consigan modelos de desarrollo sustentables en los espacios naturales andaluces; no basta con realizar llamamientos a los ciudadanos para que no malgasten el agua, hay que elaborar planes de gestión del ciclo del agua con programas que mejoren la eficiencia de este recurso cada vez más escaso. El movimiento ecologista evoluciona desde una concepción bastante elitista -con tintes de despotismo ilustrado-, a un concepto más social donde la relación con los movimientos sociales alcanzan una gran importancia”.

Tras reuniones de varios grupos ecologistas andaluces en el Torcal de Antequera se creó el esbozo de coordinación, en 1.983, de la Coordinadora Ecologista Andaluza, que no llegó a tener forma jurídica al plantearse más tarde dos estrategias diferentes: la Federación Andaluza de Asociaciones para la Defensa de la Naturaleza (FAADN) en 1.986 y, poco más tarde, en 1989, la Confederación Ecologista-Pacifista Andaluza (CEPA).

Entre ambas entidades había acuerdos concretos como el relativo a la elección de miembros para la representación ecologista en los órganos consultivos en materia ambiental y espacios naturales protegidos de Andalucía, así como para determinadas acciones conjuntas como la Coordinadora Salvemos Doñana.

En esta etapa los grupos andaluces coexisten con otras organizaciones que, asentadas en Andalucía, dependen de una estructura a nivel de España. Son el caso de Aedenat, Coda o Greenpeace.

Paco Casero, activista ecologista, defiende que hay un referente, un antes y un después de 1986 por la propuesta-proyecto del Pacto Andaluz por la Naturaleza:

“Anteriormente el movimiento era disperso y localizado en el ámbito andaluz, basado en el protagonismo de personas concretas o actuaciones puntuales. La propuesta-proyecto, permitió que diversas organizaciones empezaran a trabajar en una visión más globalizada en uno de los problemas medioambientales más importante: el tema forestal. Ese proyecto significó toda una estrategia de participación que, a través de pronunciamientos de 80 colectivos con su respaldo, motivó que en el 88, el gobierno andaluz asumiese la necesidad de dar respuesta a esa propuesta y empezara a elaborar el Plan Forestal Andaluz, que, con un amplio debate, fue aprobado por unanimidad en 1989 por el Parlamento de la Junta de Andalucía. Eso hizo que las asociaciones se comunicaran y surgiera la CEPA”.

Entre otros acontecimientos destacables están: la declaración de espacios naturales protegidos (1989); la aparición de Los Verdes como alternativa política (1990); la constitución de la Consejería de Cultura y Medio Ambiente, a la que se adscribe la Agencia de Medio Ambiente (1990); y, como acontecimiento que atrajo la atención de todos los agentes sociales implicados en el medio ambiente, el 25 de abril de 1998 se produjo el accidente minero de Aznalcóllar, de repercusión mediática internacional.

Sobre el futuro del movimiento ecologista andaluz varios agentes entrevistados coinciden en que se consolidará la estrategia de ir aglutinándose. Y tal como está ocurriendo en otros sitios, seguirá profundizando en la denuncia de problemas y en el planteamiento de alternativas. También, sin dejar el carácter voluntario, se apuesta por la profesionalización y por una operatividad que cuente con una dotación básica de sistemas informáticos y de telecomunicaciones.

Sobre la procedencia de los recursos económicos hay dos corrientes: quienes opinan que el Estado debe establecer mecanismos para ayudar a financiar actividades (Saturnino Moreno, de Silvema); y quienes apuestan por la presencia social como militancia para conseguir una estabilidad organizativa y una independencia económica de las administraciones (Paco Casero, del Comité Andaluz de Agricultura Ecológica o Juan Romero, del grupo ecologista onubense). En este marco, los distintos grupos ecologistas andaluces tienen planificada de manera distinta la reivindicación constante y radical o la colaboración con las administraciones y la alternativa política.

Lo que subraya el entorno ecologista es la importancia que tema medioambiental tiene y tendrá en el futuro:

“Tal como afirman un buen número de colegas, no sólo es un tema de nuestro tiempo sino que ES EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO . Sin duda, la cuestión mediambiental se ha convertido ya hoy en uno de los factores claves que afectan al futuro de las empresas, con potencial para causar profundos impactos sobre la economía global. En consecuencia, hay que prepararse para el futuro, ya que el tema genérico de la defensa del medio ambiente seguirá siendo el factor más importante en la construcción de la sociedad y la economía mundiales, y en ello, las entidades ecologistas tienen un importante papel que desempeñar ”.


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