Tesis doctorales de Economía


EL RIESGO DE DESASTRES: UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA

Carmen Delia Almaguer Riverón



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CAPÍTULO I CONSIDERACIONES TEORICAS NECESARIAS PARA LA COMPRENSIÓN HOLÍSTICA DEL RIESGO DE DESASTRES DESDE LA RELACIÓN NATURALEZA - CULTURA - DESARROLLO

El Capítulo parte del análisis de la problemática del riesgo en la Modernidad, mostrando la visión del riesgo de desastre desde las ciencias naturales, técnicas y sociales, para posteriormente reflexionar sobre el desastre en el contexto de la relación naturaleza – cultura – desarrollo, al considerar el desastre como fenómeno social y problema ambiental que ocurre en la confluencia de la dinámica del desarrollo de la naturaleza y la sociedad, expresando en cada momento histórico el grado de desarrollo de la sociedad y su cultura frente a la naturaleza misma.

1. 1 Modernidad y Riesgo.

Las consideraciones sobre la modernidad difieren según diversos autores. En opinión de Fuentes (2000), por modernidad no debe entenderse sólo una época histórica sino más bien posturas, pronósticos, fundamentos, aspiraciones donde se plasman metas, no de formas armoniosas, única y exclusivamente, sino también conflictivas y contradictorias. La modernidad afirma Fuentes (2000:270) “… no ha estado exenta de autocrítica y crítica por parte de la misma racionalidad moderna: Marx, Weber, la Escuela de Francfort” así lo demuestran .

Para Guadarrama (1994:96), “…la modernidad debe ser entendida como la etapa de la historia en que la civilización alcanza un grado de madurez tal que rinde culto a la autonomía de la razón y se cree fervientemente en su poder, propiciando así una confianza desmedida en la ciencia y en la capacidad humana por conocer el mundo y dominar todas sus fuerzas más recónditas, (…). De esta creencia se deriva otra aún más nefasta: considerar que el desarrollo de la técnica por sí solo producirá la infinita satisfacción humana de sus crecientes necesidades”.

Durante la llamada Época Moderna la ciencia y la técnica son tenidas como expresiones cimeras del progreso civilizatorio. El desarrollo teórico, la experimentación y la industria generan una cultura antropocéntrica desde sus inicios mismos.

Es Renato Descartes quien contribuyó decisivamente a plasmar teóricamente los ideales de la modernidad. La búsqueda de los fundamentos del saber en el “Discurso del Método” establece a la razón como fundamento de coherencia para producir un cocimiento científico nuevo por su formulación y su justificación. (Delgado, 2007)

Descartes, define con claridad el nuevo ideal del conocimiento al servicio del hombre en aras de dominar a la naturaleza cuando afirma, “… pero tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales de la física y comenzado a ponerlas a prueba en varias dificultades particulares, notando entonces cuán lejos pueden llevarnos y cuán diferentes son de los principios que se han usado hasta ahora, creí que conservarlas ocultas era grandísimo pecado, que infringía la ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres, en cuanto ello esté en nuestro poder. Pues esas nociones me han enseñado que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos, que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlos del mismo modo, en todos los usos para que sean propios, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza…”

La separación entre naturaleza y cultura es resultado de la cosmovisión inherente a la sociedad industrial, cuyas bases científico – técnicas consolidadas en la modernidad tienen como importante pilar el pensamiento cartesiano. El racionalismo cartesiano se refleja en una visión de la cultura que trasciende el mundo biofísico obviando que la cultura no puede ser entendida sin considerar la base biológica sobre la cual se construye, y que por otra parte la transformación de la naturaleza por el hombre y los efectos derivados de esta ofrecen la medida de su capacidad adaptativa y de su desarrollo como ser social.

Los axiomas o postulados enarbolados por la modernidad parten del supuesto que el hombre al poseer a la naturaleza alcanza su felicidad en la misma medida en que logra someterla a sus intereses. La modernidad se caracteriza así por el irracional uso de los recursos naturales y concepciones igualmente irracionales del desarrollo, cuyo soporte material lo constituye el desarrollo tecnológico experimentado.

El advenimiento del modo de producción capitalista y el desarrollo de las fuerzas productivas que en su seno tienen lugar condicionan una etapa cualitativamente diferente en la relación naturaleza – cultura – desarrollo caracterizado por el incremento de los problemas ambientales y de los riesgos en general, es un hecho indiscutible apunta Alfonso (1999:178), “…que al utilizar intensivamente los recursos naturales con ayuda de medios técnicos colosales y cada vez más poderosos, la humanidad mejoró sus condiciones de vida, pero el hombre, al transformar la naturaleza violentó la interacción entre sociedad y naturaleza y creó el problema ecológico. (...) El agravamiento de este problema es el resultado de la lógica del industrialismo, entendido como conjunto de transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que acompañan al desarrollo industrial…”

Esta situación se torna cada vez más compleja y conduce en la década del 60 del pasado Siglo a la institucionalización de los estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad . Desde entonces, pocos temas han tenido un “boom” social tan relevante como el vinculado al riesgo, se trata de un concepto que abordado por el sociólogo alemán Ulrich Beck constituye un tema de especial importancia en el desarrollo del conocimiento especializado.

El riesgo y la alusión a él, se hace común en los análisis económicos, políticos, jurídicos y sociológicos, por lo que la categoría de “riesgo” se incorpora tanto a la actividad práctica como cognitiva desde las más diversas posturas “…las constataciones del riesgo son la figura en que la ética (y por tanto también la filosofía, la cultura, la política) resucita en los centros de la modernización, en la economía, en las ciencias naturales, en las disciplinas técnicas. Las constataciones del riesgo son una simbiosis aún desconocida, no desarrollada, entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, entre racionalidad cotidiana y racionalidad de los expertos, entre interés y hecho. Al mismo tiempo, no son ni sólo lo uno ni sólo lo otro. Son las dos cosas en una forma nueva. Ya no pueden ser aisladas por uno u otro especialista y ser desarrolladas y fijadas de acuerdo con los propios estándares de racionalidad. Presuponen una colaboración más allá de las trincheras de las disciplinas, de los grupos ciudadanos, de las empresas, de la administración y de la política, o (lo cual es más probable) se resquebrajan entre éstas en definiciones opuestas y luchas de definiciones.” (Beck, 1998:34-35)

La problematización del riesgo requiere de una reflexión sobre las condiciones histórico – sociales que hacen posible la entrada en escena de esta categoría. El concepto de riesgo forma parte de un tipo de sociedad caracterizada por el dominio “racional” del mundo, independientemente de que los riesgos existieran desde siempre y fueran percibidos como “inseguridad” e “incertidumbre” aún cuando no se disponían de medios lingüísticos o fórmulas matemático – estadísticas que los explicaran.

Se llega a afirmar incluso que las sociedades occidentales más desarrolladas son “sociedades del riesgo”, caracterizadas por la proliferación de riesgos, derivados tanto del progreso tecnológico como por aquellos que emergen de la complejidad de su organización social. De tal forma el concepto de riesgo resulta difícil de ser desestimado con independencia de que estos, de una u otra forma, estuvieran presentes en sociedades anteriores y su significado no fuera el que hoy se le atribuye, “… somos testigos (sujeto y objeto) de una fractura dentro de la modernidad, la cual se desprende de los contornos de la sociedad industrial clásica y acuña una nueva figura, a la que aquí llamamos “sociedad industrial del riesgo” (Beck, 1998:16)

Lo novedoso de la relación entre riesgo y modernidad pudiera estar en la reflexión en torno al tipo de desarrollo y por tanto de cultura que condujo a su empleo. El riesgo, fruto de la modernidad y de la racionalidad instrumental que la caracteriza, instala un presente seriamente amenazado y un futuro cuya incertidumbre se hace cada vez mayor.

En tal sentido Giddens (2000) considera que la idea de riesgo siempre ha estado relacionada con la modernidad aunque defiende la idea de que en el período actual este concepto asume una nueva y peculiar importancia y opina que la mejor manera de explicar lo que esta ocurriendo es hacer una distinción entre dos tipos de riesgo. A uno de ellos lo denomina riesgo externo mientras al otro, lo denomina riesgo manufacturado.

El riesgo externo según Giddens (2000) es el riesgo que se experimenta como proveniente del exterior, de las sujeciones de la tradición o de la naturaleza, mientras que el riesgo manufacturado, alude al creado por el propio impacto del conocimiento creciente sobre el mundo. El riesgo manufacturado se refiere a situaciones de las que se dispone de muy poca experiencia histórica en afrontarlas. La mayoría de los riesgos medioambientales, como los vinculados al calentamiento global, son para este autor, riesgos manufacturados.

La nueva significación y la relevancia del riesgo describen un estadio de la modernidad en el cual los desastres producidos con el crecimiento de la sociedad industrial se convierten en predominantes. De acuerdo con esta idea, los países desarrollados han evolucionado desde sociedades en las que el problema central es la distribución desigual de la riqueza socialmente producida, hasta el paradigma de la sociedad del riesgo, según (Beck, 1998).

La vieja sociedad industrial, cuyo eje principal era la distribución de ‘bienes’, ha sido o está siendo desplazada por una nueva sociedad estructurada, por así decirlo, alrededor de la gestión y distribución de ‘males’. El propio Beck (1998:40-41) considera que “…el tipo, el modelo y los medios del reparto de los riesgos se diferencian sistemáticamente de los del reparto de la riqueza. (…). La historia del reparto de los riesgos muestra que éstos siguen, al igual que las riquezas, el esquema de clases, pero al revés, las riquezas se acumulan arriba, los riesgos abajo. Por tanto, los riesgos parecen fortalecer y no suprimir la sociedad de clases.”

Un análisis político y social del riesgo y no sólo una visión de este desde la racionalidad técnica al poner en evidencia el complejo entramado de relaciones económicas, políticas, psicológicas, sociológicas y jurídicas en el que el riesgo tiene lugar es propuesto por Beck (1998:41) cuando afirma “… las posibilidades y las capacidades de enfrentarse a las situaciones de riesgo, de evitarlas, de compensarlas, parecen estar repartidas de manera desigual para capas de ingresos y de educación diversas: quien dispone del almohadón financiero necesario a largo plazo puede intentar evitar los riesgos mediante la elección del lugar de residencia y la configuración de la vivienda (o mediante una segunda vivienda, las vacaciones, etc.). Lo mismo vale para la alimentación, la educación y el correspondiente comportamiento en relación a la comida y a la información…”.

El concepto de "sociedad del riesgo" viene a sintetizar una doble y complementaria característica de la sociedad contemporánea, por una parte, la posibilidad, mayor cada día, de que se produzcan daños que afecten a una buena parte de la humanidad, se trata de daños que, bien como catástrofes repentinas o bien como catástrofes construidas en el tiempo, están asociadas a la universalización de la tecnología, y también a los modelos económicos y culturales que las desarrollan y que constituyen la causa fundamental del incremento de las ya marcadas diferencias de clases.

Si en el pasado muchas calamidades se atribuían a los dioses, a la naturaleza o simplemente al destino, en la actualidad prácticamente todos los grandes riesgos, descansan en principio en decisiones y, por tanto, son humanamente influenciables. Se comprende, así, que la noción de riesgo se encuentre entonces en el centro de las agendas políticas y académicas.

En realidad son muchos y muy graves los perjuicios que se derivan del modelo actual de gestión tecnocrática del riesgo, porque, si bien los beneficios económicos de un proceso productivo contaminante son inmediatos para su autor, sus consecuencias se pueden trasladar en el tiempo o en el espacio.

Aunque en la actualidad se suelan presentar diferenciados los riesgos ambientales y tecnológicos, como si se tratara de tipologías claramente separadas, en realidad todos los riesgos están muy relacionados entre sí, a veces inseparables e indistinguibles. El cambio climático es un riesgo ambiental y natural, pero en el que la participación del hombre y de la tecnología son protagonistas a través de la emisión a la atmósfera de gases invernadero, que resultan ser el detonante fundamental de todo el proceso.

Por este motivo, en el análisis contemporáneo de la percepción y gestión de los riesgos, la noción de que los riesgos ambientales y, obviamente, los tecnológicos son una construcción social, se ha convertido en una idea central en opinión de Beck (1998), y es que el dualismo naturaleza – cultura, propio de la ciencia moderna, ha sido sometido a una crítica sistemática y definitiva, siendo sustituido por un énfasis en el carácter híbrido, socio-natural, de los fenómenos ambientales.

El medio ambiente y los desastres son lugares de intersección y confrontación de definiciones e intereses sociales: la naturaleza y gravedad de las amenazas ambientales, las dinámicas que subyacen a ellas, la prioridad concedida a unos temas frente a otros, las medidas óptimas para mitigar o mejorar las condiciones que se definen como problemáticas, son realidades no sólo medibles y cuantificables sino también objeto y producto del debate social.

Así, se nos hace visible una de las paradojas definitorias de la modernidad, ¿por qué el progreso humano lejos de eliminar o al menos, reducir los riesgos que amenazan la vida, no para de ahondarlos y expandirlos?

A la indefensión de las víctimas, se añade la dificultad estructural y la insensibilidad que presentan las administraciones públicas, cuando se trata de formular políticas que reduzcan de forma efectiva los riesgos derivados del cambio tecnológico tanto por el modelo de desarrollo económico dominante, como porque los agentes responsables de las acciones generadoras de riesgos obtienen beneficios inmediatos, en tanto que sus consecuencias negativas se generan a largo plazo.

No hay que olvidar que el término riesgo implica no sólo la idea de peligro y destrucción, sino también las ideas de elección, cálculo y responsabilidad. La perspectiva del riesgo sobre un determinado tema tiene sentido sólo cuando ese tema deja de ser visto como fijo o inevitable y se contempla como sujeto a intervención humana.

Según Beck (1998:35) “… en las definiciones del riesgo, se rompe el monopolio de la racionalidad de las ciencias. (…) Ciertamente, muchos científicos se ponen a trabajar con todo el ímpetu de su racionalidad objetiva; su esfuerzo por la objetividad crece proporcionalmente con el contenido político de sus definiciones. Pero en el núcleo de su trabajo quedan remitidos a expectativas y valoraciones sociales y que por tanto les están dadas: ¿dónde y cómo hay que trazar los límites entre daños aún aceptables y ya no aceptables? …”

Llegado a este punto, se plantean cuestiones de gran importancia, que no excluyen a los políticos o tomadores de decisiones en un sentido amplio, ni a los técnicos, ni a los científicos sociales. Algunas cuestiones para la reflexión y la acción, pudieran enmarcarse en: ¿cuál es el objeto real y efectivo de la gestión social del riesgo?, ¿resulta factible eliminarlos mediante una aplicación rigurosa del "principio de precaución" a las actividades humanas generadoras de riesgo? y, finalmente y no por ello de menor importancia, ¿cómo se ha de contribuir en cada instante y con cada una de las acciones y omisiones, a generar o agravar riesgos que amenazan la vida en todas sus formas de existencia?

Tales interrogantes encuentran espacio en la literatura especializada desde principios de los años 80 del pasado siglo XX, donde frecuentemente se plantea la distinción entre estimación del riesgo y gestión de riesgo; o más globalmente, entre evaluación de riesgo y gestión de riesgo según López y Luján (2001). Es frecuente enmarcar la evaluación en el ámbito de la ciencia y la gestión en el ámbito de la política. En el primer caso se trata de valorar desde un punto de vista técnico la probabilidad de ocurrencia de una fatalidad y de su grado de severidad y en el otro, de tomar decisiones en cuanto a recursos y medidas administrativas para eliminar o reducir el peligro, en lo que sería entonces, un proceso de gestión.

Algunos trabajos e investigaciones sobre la problemática del riesgo ponen especial énfasis en el saber cuantitativo y de las relaciones mecánicas de causa y efecto, con lo que parecen olvidar el hecho de que tanto el “riesgo” (como el “peligro”), además de poder ser “medido” como resultado de una expresión matemática relevante, es también una vivencia social y una experiencia humana.

Sin embargo, en una perspectiva diferente de la ciencia, puede afirmarse que la ciencia de la evaluación del riesgo, se distancia de la imagen idealizada que de esta prevalece aún en buena parte de la literatura, tratándose de una ciencia mayormente regulada por objetivos y fines prácticos, más que por las aspiraciones de búsqueda de la verdad . Diversos son los términos que se han empleado para hacer referencia a este tipo de actividad: trans-ciencia, ciencia reguladora, ciencia post-normal .

El proceso de caracterización del riesgo en la ciencia reguladora, requiere de un diálogo efectivo entre expertos y ciudadanos si se tiene en cuenta que el riesgo es una compleja configuración social multidimensional y multifuncional. Algunos principios que definen como debería tener lugar la caracterización del riesgo aparecen recogidos en el informe Undestanding Risk: Informing Decisions in a Democratic Society de 1996 del Nacional Research Council.

Según el informe antes mencionado, caracterizar el riesgo requiere no sólo de una buena ciencia sino también de saber dirigir la misma hacia las cuestiones más pertinentes respecto a la decisión que eventualmente deba ser tomada, así como de una amplia comprensión de las pérdidas, daños y consecuencias para todos los agentes implicados considerando además cuestiones ecológicas, psicológicas, y éticas además de económicas, donde se señalen también los impactos para poblaciones específicas y no sólo para la población general sobre la base de un enfoque interdisciplinar.

A pesar de los esfuerzos realizados en la investigación del riesgo no puede afirmarse que exista una definición unitaria o una teoría coherente del mismo. En tal sentido y siguiendo aspectos relevantes referidos por Renn , es posible enumerar algunas aproximaciones a la concepción y evaluación de los riesgos desde la perspectiva de diferentes ciencias y disciplinas académicas, entre ellas:

• La aproximación actuarial (utilizando predicciones estadísticas)

• La aproximación epidemiológica y toxicológica (incluyendo la ecotoxicología)

• La aproximación técnica o ingenieril (incluyendo la evaluación probabilística del riesgo).

• La aproximación económica (incluyendo comparaciones de riesgo beneficio)

• La aproximación psicológica (incluyendo el análisis psicométrico)

• Las teorías sociales del riesgo

• La teoría cultural del riesgo (usando grupos de referencia) y

• La aproximación jurídica.

Las perspectivas antes mencionadas, sugieren la posibilidad del análisis del riesgo de desastres desde las ciencias naturales, técnicas y sociales, si se tiene en cuenta que los diferentes enfoques sobre el riesgo varían atendiendo a la elección de metodologías, la complejidad de las medidas que utilizan y las disciplinas de las que provienen.


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