Tesis doctorales de Economía


ESTRUCTURA ECONOMICA Y MIGRACION INTERNA EN AYARIT. UN ANALISIS MICROECONOMÉTRICO

Eduardo Meza Ramos
 


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CAPÍTULO III. MARCO TEÓRICO

3.1. El proceso migratorio en la globalización

El proceso de globalización, que involucra a todas las economías del mundo, con especificidades marcadas por la participación histórica particular en economías de mercado o economías nacionales cerradas, inciden en la estructura del empleo y las migraciones internas. En los últimos lustros ha resurgido el interés por analizar cómo convergen los espacios globales y locales y cómo ambos impactan la movilidad de la fuerza de trabajo y la distribución del ingreso.

La economía globalizada ha generado centralidades en las que se concentran las funciones de comando y dirección de los nuevos sectores líderes, generalmente los referidos a las finanzas, las telecomunicaciones y otros servicios avanzados, lo que hace que en un polo se ubiquen ciudades globales que no operan independientemente, sino como partes de una red que domina flujos mundiales de capitales, información y servicios conexos (Sassen, 1998). En el otro polo, naciones o grandes regiones con atraso significativo. La pertenencia al polo de las grandes regiones desarrolladas o al polo de las extensas regiones en vías de desarrollo, ha sido analizada desde diferentes enfoques y perspectivas. Entre otros, Myrdal (1979) analiza los mecanismos que podrían perpetuar o incrementar las desigualdades entre las regiones pobres y las regiones ricas.

Para Phe y Wakey (2000), las recientes transformaciones en el contexto de la globalización, exigen considerar nuevos planteamientos teóricos sobre los sistemas de ciudades y su transformación económica. En tanto que Porter (2002) señala que la prosperidad en la economía moderna está crecientemente enraizada en la capacidad macroeconómica de las áreas económicas.

Por otra parte, Sassen (1999) sostiene que en la actualidad el sistema económico global requiere de la implantación de una amplia gama de nuevas normas, tanto para los estados nacionales como para los organismos privados. La reestructuración económica en el contexto de la globalización, genera cambios en la economía urbana y en las pautas demográficas. Esta reestructuración obedece a la reconversión de la base productiva a partir de los años setentas y a la creciente terciarización de la economía, derivada esta del crecimiento de la participación de los servicios en relación a la industria manufacturera y al sector agropecuario.

El modo de integración al sistema global afectará la estructura económica, social, espacial y política de las regiones y a los procesos de urbanización a los cuales ellas están sujetas (Friedman, 1986). Por ello, en la medida en que ciertos componentes de los estados nacionales trabajan para la implantación y la gestión de la economía global, se crea un puente para que los ciudadanos ejerzan parte de su poder en la economía global, objetivo que debe ser central (el incorporar a la globalización a los actores locales). A partir de ese proceso de inclusión - exclusión, se da la transformación espacial, social y técnica en las regiones, se condiciona su base económica y se contribuye a diferenciarlas entre sí (Sassen-Koob, 1986).

La globalización lleva aparejada la polarización económica en tres escalas: a) ampliación de la brecha de riqueza y poder entre economías periféricas como un todo y un puñado de países ricos en el corazón del mundo capitalista; b) se ubica en el aspecto regional, en la semiperiferia, donde la brecha del ingreso entre el mundo periférico y el resto de las economías nacionales que articulan, se mantiene muy amplia, y; c) la polarización que ocurre entre las elites trasnacionales y los trabajadores no calificados, por la inmigración rural-urbana a gran escala y las tendencias estructurales en la evolución del trabajo hacia los servicios. (Friedman, 1986 y Lo y Marcotullio, 2000).

En la economía globalizada, se diluye el concepto de centro-satélite a nivel de las empresas y el diseño de los bienes a producir se hace en cualquiera de las unidades y se produce donde quiera que lo señale la economía de fabricación (Drucker, 1989). Esto significa la sustitución de una economía vertical por una horizontal a escala global. En el mundo globalizado están presentes además las siguientes tendencias principales: a) la creciente integración, casi compulsiva, de las economías nacionales a los mercados globales, pues es de éstos últimos de los que dependen el crecimiento y la estabilidad de aquellas; b) la sustitución incrementada de la economía del volumen por la economía del valor, debido a la generación de productos y servicios intensivos en conocimientos; c) el fin de la bipolaridad, mal llamada “competencia entre el capitalismo y el socialismo” y; d) la configuración de grandes zonas integradas de comercio que se otorgan concesiones entre sí destinadas a fortalecer su capacidad de exportación con vistas a la competencia con otras zonas (Villarreal, 1992 y Sonntag, 1991). Sin embargo, el mercado no se rige exclusivamente por intereses de rentabilidad al margen de los factores territoriales. Durante una expansión, el capital fluye del centro a la periferia; cuando la confianza se tambalea, tiende a volver a su origen (Soros, 1999). Por otra parte, los flujos de capitales sólo se atienen al criterio de obtener mayores beneficios sin discriminaciones geográficas entre países (Greider, 1997).

El reto del proceso globalizador, implica que las regiones se conviertan en un transformador del crecimiento económico convencional por un crecimiento con base económica propia que se propone la mejoría del nivel de vida de la comunidad local a través de al menos tres objetivos: a) uno económico, fundamentado en un sistema de producción interrelacionado empresarialmente, que utiliza con eficiencia los factores productivos y desarrolla niveles de productividad y competitividad para ser aceptado en el mercado; b) otro cultural, apoyado en la institucionalización de la sociedad como base del proceso de desarrollo, y ; c) el tercer objetivo, de carácter político, con el que se pretende que las iniciativas locales promuevan un entorno social favorable a la inversión, a la creación de empresas e incremento de la formación y conocimiento tecnológico (Sonntag, 1995).

En este contexto, (Ohmae, 2002) analiza la posible disolución de las escalas espaciales jerárquicas conformadas en torno del espacio nacional y su estructura estatal (estado-nación) y el posicionamiento de las regiones como nuevas unidades estratégicas en la configuración del escenario global. Dicho desarrollo, argumenta, con mayores matices y precauciones, ha ido acompañado y profundizado más recientemente con aportes provenientes de la sociología, la economía y la geografía económica, haciendo hincapié en la capacidad asumida por las regiones para que, a partir de la articulación de redes económicas e institucionales, combinar una escala adecuada que supera el localismo fragmentario con un funcionamiento flexible y altamente dinámico, que responde a la creciente inestabilidad y exigencia del proceso globalizador (Castells, 1998; Cooke, 1995; Morgan, 1997, y; Storper, 1995).

La globalización ha sido determinante de las transformaciones radicales experimentadas por las economías nacionales. La geografía del empleo y de las poblaciones ha sufrido una metamorfosis. La transición a una economía moderna no se realiza sin costos sociales. Estos últimos toman forma de disparidades regionales más o menos pasajeras y de movimientos de población (Polése, 1998b).

Mientras que en los países industrializados, la transformación campo-ciudad prácticamente ha concluido hoy en día, por el contrario, la mayoría de los países en desarrollo se encuentran en plena metamorfosis de su espacio económico. Hay quienes llaman a éste fenómeno terciarización, otros lo llaman “desindustrialización”. Pero, cualquiera que sea el nombre, se trata de caracterizar la decadencia (relativa o absoluta) del sector manufacturero, que tiene, en contrapartida, la ascensión del sector terciario. La terciarización de las estructuras de empleo caracteriza la economía nacional de todos los países avanzados (Polése, 1998a). Se trata de una tendencia pesada, tan irreversible como la transición de la agricultura a la industria. A esto se agrega una segunda tendencia, tan irreversible como la anterior: la disminución de los costos de comunicación. El costo de transporte y de la información ha bajado desde principios del siglo pasado. Ahora bien, conviene distinguir el sector terciario “tradicional”, formado sobre todo por comercios y servicios personales, del terciario más moderno.

Ante esta situación es necesario explorar modelos alternativos de desarrollo, que impulsen el desarrollo endógeno o desarrollo por la base, que reconozcan las iniciativas y los conocimientos de los habitantes y de las empresas de la región. Maillat (1992), sostiene que el medio puede definirse como un “activo intangible” para la empresa, en la medida en que los territorios les aportan el apoyo logístico indispensable para su desarrollo. Sostiene que el desarrollo endógeno o desarrollo por la base expresa el deseo de que el propio medio inicie un proceso de desarrollo, que desemboque en una economía próspera basada en las iniciativas y los conocimientos de los habitantes y de las empresas de la región.

De ahí que el hilo conductor empiece por aclarar los conceptos de: a) desarrollo económico, el cual se define también como un proceso colectivo, un proceso social, que no se limita a la suma de contribuciones particulares, donde la revaloración de las dinámicas colectivas es el principal desafío para las estrategias voluntaristas de desarrollo local; b) el modelo de desarrollo local, concepto al cual se le adjudican cualidades motrices, concibe el desarrollo como un ideal, que lleva implícito la posibilidad de un modelo alternativo de desarrollo, una solución de recambio para el desarrollo desigual, dependiente de fuerzas externas.


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