Tesis doctorales de Economía


LOS FACTORES DE LA ALTERNANCIA EN TLAXCALA. 1991-2001

Angélica Cazarín Martínez



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I.8 Democracia y desarrollo

La democracia entró a formar parte esencial de la agenda internacional del desarrollo a comienzos y mediados de la década de los ochenta. La consecución de gobiernos democráticos y transparentes pasó a formar parte esencial del desarrollo, no sólo como objetivo, sino también como medio a través del cual las sociedades deberían definir sus carencias, y por tanto, los principales problemas a los que hacer frente. El final de la Guerra Fría -y en consecuencia, de los intereses geoestratégicos que tan crucialmente habían determinado la política exterior y de ayuda al desarrollo de las grandes potencias durante el periodo-, y el resurgimiento de una conceptualización del desarrollo humano mucho más amplia, completa, y superando la hasta entonces predominante visión economicista, colocaron a la democratización en primera línea de la guerra contra el subdesarrollo.

Desde entonces, muchos han sido los esfuerzos, tanto humanos como financieros que, desde las principales instituciones financieras internacionales y agencias de desarrollo, se han destinado para apoyar a los países con procesos de democratización, y para persuadir a otros con sistemas autoritarios y dictatoriales a cambiar. A pesar de estos esfuerzos, los resultados obtenidos durante todo este tiempo han restado sensiblemente por debajo de las expectativas de los ciudadanos.

La democracia es el régimen en el que la mayoría de hoy puede convertirse en minoría mañana, sin embargo la democracia no reduce al ser humano a ser únicamente un ciudadano, sino que lo reconoce como individuo libre pero perteneciente también a otras colectividades económicas o culturales (Touraine: 2001).

La democracia es la combinación entre libertad privada y la integración social o entre el sujeto y la razón como afirma Touraine (2001), sin embargo, la democracia está tan amenazada en países desarrollados como en los no desarrollados, concretamente por el laissez-faire (dejar hacer-dejar pasar) que favorece el aumento de las desigualdades y la concentración del poder en manos de grupos restringidos. Por un lado las libertades individuales son las portadoras de la democracia pero también pueden hacerla presa de los intereses privados.

El caso latinoamericano es, quizás, el ejemplo más paradigmático, pues el avance democrático y el desarrollo económico y social de la región han viajado por senderos distintos durante las últimas tres décadas, incluso durante largos periodos parecen haberlo hecho en sentidos opuestos. Así pues, y a pesar de la bonanza económica generalizada durante el periodo, a mediados de la década de los 70 únicamente tres países de la región elegían a sus representantes mediante competitivos procesos electorales libres y justos.

A finales de esta década y a comienzos de la década de 1980, la región prosiguió su avance democrático, experimentando el inicio de una corriente democrática que afectó a la gran mayoría de países latinoamericanos. Sin embargo, y de manera simultánea, casi todas estas jóvenes democracias tuvieron que hacer frente a graves problemas de carácter económico derivados del elevado nivel de endeudamiento público acumulado y la repentina interrupción en los flujos de entrada de capital extranjero.

A pesar del afianzamiento de los procesos de democratización en la región, el tímido desempeño económico experimentado durante los años 90 y la persistente desigualdad no han evitado que en el año 2000, muchos latinoamericanos presenten condiciones de vida peores, con relación a las de 1980.

Si bien Larroulet (1987) indica que la mayoría de los países democráticos que alcanzaron el desarrollo poseen sistemas mayoritarios y que la sustentabilidad futura del crecimiento depende, entre otras cosas, de la manutención de instituciones que facilitan la gobernabilidad, esta a afirmación a la luz de la realidad es relativa.

Aceptar que existe una relación causal entre el sistema político y las posibilidades de desarrollo es en sí mismo es ya un hecho significativo, y señalar que se requiere de un sistema gobernable para garantizar una estrategia de desarrollo también es razonable. No obstante, es necesario cuestionar las diferencias entre crecimiento y desarrollo, el primero alude sólo a aspectos cuantitativos y el segundo incluye aspectos tanto cuantitativos como cualitativos.

El problema aquí es que mientras el crecimiento puede darse bajo cualquier régimen político (como lo demuestra China), el desarrollo requiere de condiciones sociales y políticas para concretarse. El índice de desarrollo humano, que mide no sólo crecimiento sino también acceso a salud y educación, entre otras variables, comprueba que los países con mayores niveles de desarrollo son en su gran mayoría democráticos.

En una democracia existen otras variables tan relevantes como el sistema electoral y que, en su conjunto, explican su estabilidad. La polarización política, el balance de poder entre Ejecutivo y Legislativo, el nivel de participación electoral, la cantidad de partidos y sectores sociales incluidos en el sistema, etc.

Según el informe de la democracia en América Latina del PNUD, en América latina han ocurrido en los últimos 20 años grandes transformaciones en donde en la región confluyen grandes diferencias, tales como la democracia electoral como sistema, la pobreza y profundas desigualdades en las condiciones de calidad de vida de los ciudadanos.

Todos los países democráticos cumplen el requisito de llevar a cabo elecciones libres y frecuentes, pero sin embargo, los índices de pobreza son cada vez más altos. En 2002 América Latina contaba con 218 millones de personas con ingresos por debajo de la línea de pobreza lo que representaba el 42.9% de la población total en la región, esto deriva en las profundas desigualdades que existen en las regiones. Dichas diferencias pueden apreciarse en el cuadro Nº 1 donde se hace una comparación de estas tres variables entre Europa, América Latina y EE.UU. dato tomado del último informe del PNUD.

Por lo anterior la democracia enfrenta el desafío de mantener su propia estabilidad coexistiendo con los retos de la pobreza y la desigualdad, y donde los riesgos se vuelven más complejos que los tradicionales golpes de Estado.

La realidad conlleva a enfrentar estos retos, no es posible ignorar la necesidad de encontrar la viabilidad económica de la democracia, es necesario construir las bases de una economía que permita atacar la pobreza y la desigualdad, donde los habitantes de Latinoamérica mejoren sus condiciones de vida.

La democracia como sistema de representación política o como un medio en América Latina parece no haber satisfecho las expectativas de los ciudadanos entorno a un mejor y mayor bienestar. Análogamente, la democracia como un fin, es decir, el avance en los derechos políticos y libertades civiles que hoy disfrutan los habitantes de la región, se ha visto totalmente anulado por la incapacidad de traducir estos avances en mayor bienestar económico y social.

Como resultado, y especialmente influenciado por etapas anteriores en las que el avance social se produjo durante gobiernos o regímenes no democráticos, el habitante medio de la región se encuentra desencantado con su situación y comienza a desconfiar en este sistema de representación político como el más adecuado para satisfacer sus necesidades. Incluso se cuestiona hoy la coexistencia de ambos aspectos: democracia y desarrollo.


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