TURyDES
Vol 3, Nº 7 (abril/abril 2010)

TURISMO Y DESARROLLO: LA CONSTRUCCIÓN DEL LUJO Y EL OCIO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Maximiliano E. Korstanje

 

Introducción

Para mediados del siglo XX, los diversos avances técnico-científicos en Europa y Estados Unidos, asociados con una reducción en el tiempo de trabajo, mayor comodidad y tiempo para el ocio como así también un aumento progresivo de los salarios, se han constituido en factores de peso para consolidar al turismo (o industria de los viajes) como una actividad masiva y comercial a nivel mundial. Por tanto dentro de la comunidad académica existe consenso en afirmar que el viaje y el desplazamiento son parte inherente al turismo como fenómeno orientado a lo lúdico y placentero (Santana-Talavera, 2006); la cantidad de turistas y viajeros en todo el mundo no sólo se ha incrementado en los últimas décadas sino que también continúa en asenso (Khatchikian, 2000) (Getino, 2002) (Schluter, 2003) (Wallingre, 2007) (Korstanje, 2007) (Urry, 2007). Al respecto, J. Urry afirma “anualmente se consignan más de 600 millones de arribos de pasajeros internacionales (compárese con los 25 millones de 1950); a toda hora 300.000 personas sobrevuelan los Estados Unidos (cantidad equivalente a la población de una importante ciudad); medio millón de nuevas habitaciones de hotel son construidas cada año en el mundo entero” (Urry, 2007: 17).

Según números del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, expresados en el cuadro número 1, en Argentina por el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini (Buenos Aires) se registraron en 2004 un saldo positivo 503.636 viajeros, en 2005 un saldo de 662.352 viajeros y en 2006 908.580 viajeros. Esto refleja que la cantidad de ingresos supera a la cantidad de egresos en materia de viajas en avión. Por otro lado, tanto las cifras generales de aquellos que ingresaron a la argentina como los que partieron subieron comparativamente de 2004 a 2006 en casi todas sus modalidades (vacacionistas, hombres de negocios y visitas a familiares o amigos). La excepción la marca la modalidad otros motivos que tiende inversamente a la baja de 2004 a 2006.

Aun cuando, el turismo se ha configurado en los últimos años como una actividad industrial pujante que mueve capital, redes de bienes o servicios entre los diferentes emisores y receptores. Lash y Urry sugieren que existe una reciente reflexibilidad de la estética que conlleva al vaciamiento de sentido de los lugares y espacios. Dentro de éste contexto, los centros industriales con mayor capacidad simbólica y tecnológica importan sus signos a toda la periferia (Lash y Urry, 1998). Constituido como campo fértil para el estudio económico de los impactos del turismo en las sociedades residentes, el desarrollo turístico parece un término que requiere de cierta discusión. A pesar de las diferentes políticas en materia financiera para que los municipios lleven a cabo campañas de concientización con respecto a los beneficios del turismo, se le suman problemas de diversa índole como una defectuosa redistribución de la riqueza, problemas de capacidad de carga y otros. El presente estudio intentará dilucidar como a lo largo de los siglos los conceptos de trabajo, virtud, deseo, ocio y lujo han convergido en la construcción de lo que hoy podemos entender por turismo y desarrollo. La idea que el bien material constituye parte de la felicidad de los hombres ha marcado la forma de concebir el consumo del ocio.

Los Antecedentes históricos del lujo y el ocio.

En uno de los trabajos teóricamente más sustentados de los últimos años sobre la formación del trabajo y lujo en la cultura medieval, el profesor F. Díez sugiere que “la primera figura objetiva del trabajo, ciertamente decisiva, es la del trabajo productivo. Podemos considerarla como una figura predominantemente analítica, esto es, en la que el tono del discurso viene dado por las consideraciones económicas teóricas. Asume las preocupaciones por el trabajo, bastante ambiguas del primer mercantilismo para situarlas a un nivel teórico más concreto y coherente valiéndose de una somera teoría de la producción como creación de bienes útiles con valor económico en los que se sustenta la riqueza de la nación.” (Díez, 2001:28). La posibilidad de satisfacer las necesidades se encuentran ligadas al valor de los bienes. A la vez, las ocupaciones pueden clasificarse como productivas e improductivas. El proceso civilizatorio, depura las ocupaciones improductivas y eficientiza las productivas. Este grupo de intelectuales, va a sostener la idea de persona acorde a su forma de producción. Así, considera por ejemplo Genovesi habla de “personas que producen inmediatamente” como fabricantes, obreros, y artesanos; de “personas que no producen inmediatamente” como intelectuales, educadores, militares; “personas no productivas o socialmente dañinos” como delincuentes.

La intervención gubernamental en regular las relaciones sociales de estas “clases” es imprescindible para acrecentar la riqueza de la nación por medio de la figura del superávit. Por el contrario, para los fisiócratas encuentran el principio de la riqueza como el saldo neto producto de los ingresos y erogaciones propias del aparto productivo. El concepto de producto neto no sólo es nuevo sino que sugiere un movimiento de abstracción desconocido hasta el momento. El trabajo comienza a tomar una consideración positiva y es a la vez estratégico para la riqueza colectiva inherente a la vida. Para los fisiócratas y los ilustrados, toda ostentación inútil (nobiliaria) es digna de rechazo. Hablaríamos en este caso de una clase de “universalización del trabajo ocupado”. El profesor Díez considera “la relación doctrinal entre pobreza y trabajo es profundizada por los autores ilustrados en dos aspectos principales. Por una parte, el problema de la pobreza nacional – problema relacionado con la conciencia de atraso y decadencia – se entiende como un efecto de los obstáculos que en los órdenes económico y social presenta la nación para la generación y universalización del trabajo. Hay condiciones estructurales que deberán ser modificadas para que la movilización extensiva e intensiva del trabajo pueda reducir drásticamente la pobreza…por otra parte, la pobreza nacional es conceptuada como la unitilidad de una parte significativa de los efectivos humanos de la nación, y de este deplorable fenómeno se entiende como realmente corregible desde las actuaciones ejecutivas de un gobierno reformista” (ibid: 63).

En efecto, en las ideas europeas del siglo XVIII con respecto al trabajo se consolidan bajo la figura de la producción y en consecuencia como una nueva doctrina moral (ética). Entonces, como no podía ser de otra forma la vagancia, la ociosidad y la inactividad laboral son seriamente penalizadas por las normas de la época; la pobreza como figura surgida de la lógica iluminista sugiere la presencia de una causalidad implícita de la inactividad; continúa nuestro autor “trabajar es una obligación, un deber de utilidad pública como revela claramente la criminalización del ocio de la pobreza falsa” (ibid: 68). Lo anteriormente expuesto da pie al autor para su segundo capítulo, orientado a analizar “la utilidad de la pobreza”. En este sentido, el mercantilismo tardío surgió como un sistema de salarios unido a las condiciones de subsistencia. Furniss y Hecksher sugirieron la tesis de la baja retribución del trabajo por la cual un trabajador era más útil a su sociedad si percibía bajos ingresos. Estos supuestos, además, se basan sobre dos premisas bien claras: la primera es que los costos de subsistencia fijan la norma por la cual deberían regularse los salarios; en segundo lugar, la tasa salarial es considerada como generador de valor de las mercancías. Entonces, Fernando Díez nos advierte “la tesis de la utilidad de la pobreza entendía al hombre trabajador subordinado a la consecución de la prosperidad nacional, siempre necesitado de trabajar para satisfacer sus necesidades perentorias y feliz de su simpleza e ignorancia” (ibid: 99). En analogía, Mandeville va a focalizar su postura en el análisis del lujo y el consumo. Para éste último, los vicios privados exigen una inmediata intervención estatal para regularlos. En este punto cada individuo posee un “amor de sí” el cual no es otro que el instinto de conservación por el cual nos alimentamos, abrigamos y buscamos protección; pero también tenemos un “amor propio” que nos lleva a la ambición, la estima de ser, el orgullo, el deseo de aprobación y el egoísmo. En esta línea de pensamiento, el ocio es un elemento ajeno y disgregador a la clase manual trabajadora; por el contrario, coexisten la defensa del lujo y junto a éste el hiperconsumo de ciertas clases dotadas de “amor propio” y por otro lado, la defensa de la pobreza y el subconsumo para las clases productivas. Tantos los postulados del mercantilismo como de la ilustración fueron la base necesaria para construcción de un nuevo ideal de trabajo motivo del cual el autor se ocupa en el capítulo próximo. ¿Qué vínculos deberían tener pues el lujo y el trabajo?. El mercantilismo sostiene que el lujo es un requisito indispensable para estructurar el aparato productivo y perfeccionar las mercancías. El lujo asume así un carácter desproblematizado excepto cuando éste se extiende en forma generalizado a otras capas de la población; cabe aclarar que hablamos aquí de un “consumo del lujo sectorializado”. En este sentido, también los fisiócratas aceptaban el lujo aun cuando sostenían que debía ser regulado para evitar su capitalización en los sectores agrarios y manuales.

Asimismo, la felicidad humana se basa en nuevas nociones como la acción, el placer y el reposo. En este sentido, en Hume el lujo adquiere una nueva forma de ser interpretado: “la apología del lujo en Hume es la negación de la aporía mandevilliana. La necesidad del lujo para la prosperidad pública no se asienta en los vicios privados, sino en las virtudes útiles de la sociedad comercial. El lujo no es un mal necesario o un vicio inútil, sino un fenómeno inocente que acompaña a las sociedades refinadas y forma parte sustancia de la felicidad moral de los individuos que las pueblan” (ibid: 133). Esta tesis se enlaza con ciertos sectores católicos para los cuales el lujo es un designio de Dios, y por lo tanto no debe ser moralmente condenable sino fruto del esfuerzo y del trabajo. Lo cierto es que esta noción de lujo entendida como forma de comodidad o de ostentación abona el terreno para el surgimiento de una nueva práctica social: el trabajo motivado. Ya no se trata, de una producción vinculada a la necesidad (como buscaba el mercantilismo) sino a la experimentación hedonista y al progreso. El profesor Díez sugiere que “ahora el trabajo se crece al convertirse en la instancia crítica que regula el buen lujo, que hace plenamente aceptable el lujo de la sociedad comercial al otorgarle títulos burgueses de la sencillez refinada y de la elegancia comedida que hacen agradable y civilizada a la vida” (ibid: 164). En su capítulo 4, trabajo y virtud, Díez explica el carácter moral que asume la producción y el trabajo en el “siglo de las luces”. Desde su perspectiva, el concepto de medianía (como ubicación de la media) es imprescindible a la hora de comprender la virtud de producir. Donde mejor se condensa su sentido es en el versículo III cuando sugiere “lo importante es que el lector de hoy sepa que efectivamente hubo una ética del trabajo ilustrada y que, además, con sus variaciones y matices, fue la predominante en los ambientes intelectuales avanzados a la Europa de la época: ética de una filosofía moral de la utilidad y de la felicidad, de un hombre mundano que, buscando su interés privado esclarecido, cumple con el objetivo deseable de la realización de una sociedad en la que es posible la felicidad general de los copartícipes” (ibid: 212).

La laboriosidad se consideraba fundada por la acción de las fantasías individuales y el principio activo de la inercia. El buen lujo (burgués), entonces, se constituía como una forma de estímulo sobre aquellos en quienes caía la necesidad y el agobio del trabajo diario. Inversamente, al mercantilismo que propugnaba por la explotación continúa de la necesidad, el trabajo motivado sugiere la idea de una mejora sustancial de la vida cotidiana; en donde el lujo se comprende en posición de un cómo para un que (instrumental). El lujo no es bueno en sí mismo, ni para agradar ni para aparentar sino para mejorar las carencias de los hombres. Sin embargo, el catedrático español considera (metodológicamente) necesario introducir en el debate a la corriente crítica y contestataria a la idea de trabajo motivado. Así, el profesor Díez expone los argumentos de aquellos contrarios a la idea de trabajo burgués como forma de superación personal (en el sentido mencionado). Entre los autores que más se extiende, encontramos a Jean Jacques Russeau (en analogía con Condorcet). Para el pensador ginebrino, el trabajo y en consecuencia la civilización para el hombre son simplemente alienadoras. El lujo no es parte de la condición natura (como podría pensar Locke) y además el estado de sociedad es opresivo para el individuo. “En último término, el lujo es la manifestación del ser por los otros, un auténtico obstáculo para poder ser uno mismo o, al menos, para intentarlo. Opinión y parecer son para Russeau la externalidad de la mediación, el vaciamiento social del hombre de la naturaleza entendido como un paradigma tosco del ser por uno mismo. La mediación, entendida como una especie de realización personal puramente vicaria e instrumental, bien a través de la interrelación social, bien a través del consumo y de la utilización de bienes y servicios no necesarios, es la primera formulación, todavía innombrada e imprecisa, del fenómeno que más adelante se denominará alienación” (ibid: 219).

Si continuamos analizando la línea del pensamiento russoniano, llegamos pues a la inevitable conclusión de que si bien la laboriosidad no puede ser negada (como actividad humana), ésta necesita de los deseos como forma de movilizarse hasta culminar en su satisfacción o nueva búsqueda. Los gobiernos o también estructuras económicas introducen en el pueblo “objetos susceptibles” de tentación. La función de las riquezas, es no sólo legitimar el orden vigente y la explotación del pobre, sino también alentar la avaricia y la vanidad de los ricos. En oposición a Russeau, para Condorcet lo importante es el progreso humano. Este mismo, se encuentra ligado a la posibilidad de perfeccionar la técnica (avance científico y tecnológico) para llegar a un estado de igualdad y felicidad para todos los hombres. La perfección de las mercancías por medio de las técnicas productivas (riqueza), implicaría mayor tiempo para el trabajador y un mayor salario, el cual a su vez, conlleva a la instrucción y a la educación como forma moderadora de las pasiones improductivas y disgregadoras. En este punto de la reflexión no solamente en Condorcet sino también en Adam Smith, la educación es una de las herramientas más significativas para moderar la “estupidez”. De esta manera, Díez cierra su círculo explicativo uniendo conceptos que generalmente pensamos por separado: trabajo, producción, lujo, ocio y educación. Más específicamente, la idea de trabajo moderno se fundamenta por medio de ciertos movimientos históricos cuyos antecedentes hemos expuesto y analizado junto con nuestro autor. El grado de erudición del profesor Fernando Díez y su elocuente exposición de las fuentes bibliográficas mencionadas llevan a considerar la obra de referencia (reseñado) como uno de los aportes más importantes y serios en la historiografía del trabajo, el ocio y el lujo. De la noción moderna de trabajo se desprenden dos de las características que hacen al turismo moderno, el ocio y el lujo.

Diversidad Cultural y Superioridad Material

El filósofo francés Roland Barthes (1997) establece en Mitologías una nueva forma de comprender las prácticas sociales. Partiendo de la tesis hermenéutica que comprende a los hechos como insertos en el sujeto mismo, Barthes sugiere que todo viaje debe ser comprendido como una forma ordenadora del trabajo y de la lógica burguesa. En efecto, la creación de la guía Azul tiene sus orígenes en ese deseo profundo que sentía la burguesía al comprar el esfuerzo y conservar a la vez la imagen de ese esfuerzo. En este sentido, la humanidad da lugar lentamente a la aparición de monumentos y por medio de éstos se tipifican los valores culturales. “Así como se adula a la montuosidad hasta el extremo de aniquilar a los otros tipos de horizontes, la humanidad del país desaparece en provecho exclusivo de sus monumentos” (Barthes, 1997: 125). La diversidad humana y cultural queda plasmada en forma homogénea en ciertos “estereotipos” que no sólo simplifican su accionar sino su sentido. En España por ejemplo, dice Barthes, “el vasco es un marino aventurero, el levantino un jardinero alegre, el catalán un hábil comerciante y el cántabro un montañés sentimental” (ibid: 125). Cualquier grupo se reduce así a una escenificación capitalista cuya función es el refuerzo de las clases y los oficios (trabajo). Al respecto escribe el autor: “socialmente, para la Guía Azul, los hombres existen únicamente en los trenes, donde pueblan una tercera clase mezclada. Por lo demás, sólo sirven como elementos introductorios, componen un gracioso decorado novelesco, destinado a rodear los esencial del país: su colección de monumentos” (ibid: 125). Si uno sigue con detenimiento este razonar, el turismo se encuentra relacionado con una fuerza económica y religiosa destinada despojar al individuo de su contexto histórico. Asimismo, el cristianismo y con él, el catolicismo “es el primer proveedor de turismo y sólo se viaja para visitar iglesias”.

La pregunta que es tan inherente a todo viajero, es negada por la guía turística; en parte su razón de ser es una operación que convierte al espacio y la historia en mercancías plausibles de ser comercializadas hegemónicamente. En resumidas cuentas, la mitología burguesa busca la creación de espacios comunes en donde se puedan exhibir las riquezas de un pueblo como elementos contables y plausibles de apropiación mercantil. Los museos surgen como piezas de una mitologización cultural de lo histórico. No es la historia en sí, mucho menos es la relación entre los hombres de la historia; los museos y por medio de ellos las mercancías exhibidas representan parte de un “mito-coartada” el cual fomenta la prosperidad material.

Por el contrario para Dean Maccannell la comunicación entre los países industrializados y los subindustrializados se lleva a cabo gracias a un código específico interviniente. La aproximación del turista hacia el otro, difiere según el autor, en comparación a la colonial, militar o religiosa de siglos precedentes. En este sentido, al igual que los líderes separatistas, el turismo actúa como cohesionante externo. En realidad, no es una tensión interna de un grupo marginado lo que fomenta la separación sino un impulso producido por el exterior. A esta dinámica, Maccannell la llama “etnicidad reconstruida”. El autor, supone se ha relativizado el papel del turismo como verdadero fenómeno social debido a que comúnmente se intenta presentarlo como una actividad opresiva y disgregante (como lo hace Barthes). Lejos de eso, el turismo es en Maccannell una forma interactiva de interpretación histórica. Asimismo, existen ciertos poderes de disuasión (ver ejemplo de la serpiente) en donde juegan la retórica, la etnicidad y el silencio. Más específicamente, no puede hablarse del “White Power” como movimiento étnico ya que el poder en sí es “blanco”; y los “negros” como minoría así lo han aceptado. Por el contrario, en 1980 Means esbozó un discurso en donde llamaba al uso de una escritura “india” para revertir la dominación “blanca”. En palabras de Means (1980) citadas en Maccannell “la escritura es uno de los medios que ha empleado el mundo blanco para destruir la cultura de los pueblos no europeos ... admito la escritura en la medida en que la única manera de comunicar con el mundo blanco es utilizar las hojas muertas y secas de un libro” (Maccannell, 1988: 214).

Tanto los “indios”, los “negros” como otros movimientos étnicos intentan imponer determinadas formas consideradas correctas; entonces, se neutraliza la propia imagen negativa impuesta por un exo-grupo que los oprime. Si para la sociedad blanca, el éxito y el trabajo son valores sustanciales del buen vivir, para los negros “el jornalero y el mendigo” deben surgir como verdaderos actores activos del movimiento por la distribución de las riquezas generadas por esos sectores “blancos” a quienes responden en forma reaccionaria. Estos nuevos valores han sido construidos internamente gracias a un exo-grupo que los interpela e indaga. A su vez, la cultura de los “blancos” se presenta como degradante, éticamente en decadencia y también deshumanizadora.

Al respecto, el autor sugiere “Carmichael, Means y los demás se convierten en los portavoces de una forma eficaz de autorreflexión colectiva que desemboca en elegir, modificar y fortalecer determinadas formas de vestir, de crecer, de hablar, de casarse, etc. Por esa razón podemos hablar de etnicidad construida. Desde el punto de vista de nuestra investigación, el término etnicidad construida es un pleonasmo: todas las tradiciones étnicas se construyen asó o de manera análoga” (ibid: 214).

Apoyado en los conceptos darwinianos de asociación y antítesis, el autor traza un fino puente entre los discursos “raciales” en los Estados Unidos y el mundo animal de las especies. Entonces, tanto Carmichael como Means “ilustran” la dinámica de la antítesis entre un “nosotros” en oposición a “ellos”. Esto a la vez, genera cierta identidad invertida que para Maccannell es etnicidad reconstruida. Es decir, la construcción que el propio grupo tiene de sí se basa directamente por oposición a un estímulo externo. ¿Pero como adapta estos conceptos de conflicto y acomodamiento al turismo?. “Una vez que todos los grupos están integrados en una única red, basada en el sistema monetario o en otro sistema de equivalencias – así como en la posibilidad de hacer traducciones entre todas las lenguas del mundo -, semejante situación permite un desarrollo de las interacciones entre los grupos que exige una producción intensiva de retórica o de etnicidad” (ibid: 216).

El eje del modelo de Maccannell versa cobre dos combinaciones (erradas): a) superioridad / inferioridad estructural y b) asociación / antítesis retórica. Por tanto las relaciones sociales en cuanto a la etnicidad toman cuatro canales bien distintos: 1) un grupo inferior intenta asociarse a uno superior, 2) el grupo inferior se define en antitesis al superior; 3) un grupo superior se asocia a uno inferior y 4) un grupo superior se define como la antitesis del inferior. Siguiendo el razonamiento de Maccannell infiere que en el primer caso cuando un grupo inferior intenta asociarse con uno superior se da una especie de admiración por la cual “el grupo inferior” es obligado a modificar sus propios valores, creencias y rituales culturales. Por otro lado, el grupo inferior se define en antítesis con el superior generando verdaderos focos de conflicto y repliegue. Un ejemplo claro de este fenómeno es la lucha por los derechos de la comunidad afroamericana en Estados Unidos. El tercer caso, ilustra como un grupo superior se asocia a uno inferior da como resultado a la etnicidad reconstruida acorde a los valores de la cultura dominante. Este es el punto, que más interesa al autor por cuanto supone una red previa de interacciones a escala global. La etnicidad pierde su fuerza, y da lugar al advenimiento de la transacción comercial o alineación moderna. En este contexto, el turismo se conforma como un mecanismo capaz de crear reconstrucciones étnicas especificas a sus objetivos y orientaciones mercantiles. La cuarta forma de relación, es cuando un grupo superior se define por antonomasia a uno inferior.

Siguiendo esta línea de análisis Maccannell sostiene que “las reconstrucciones étnicas, especialmente las producidas con vistas al turismo, introdujeron una nueva complejidad en las relaciones con los valores económicos y sociales. La atención de los turistas puede proporcionar beneficios intangibles, como la vanidad; pero en este tipo de turismo casi no se encuentra ningún beneficio concreto para las personas cuya vida se ha convertido en una atracción. El turismo étnico está organizado de tal manera que la mayor parte del gasto no se hace en el lugar” (ibid: 222). En efecto, la transformación de un grupo en “atractivo” raramente mejora su condición de vida. Los grupos cuya necesidades los lleva a adoptar el “turismo étnico” no hacen más que empeorar su situación ya que no pueden adquirir o acceder a los medios necesarios para la planificación de la actividad ni mucho menos tienen la posibilidad de re-dirigir el gasto turístico. En este sentido, el turismo de masas se basa en dos direcciones antagónicas: por un lado, la homogeneidad internacional de la cultura de los propios turistas; por la otra, la conservación de ciertos elementos como atracción étnica. El turismo se consolida desde la postura de Maccannell como una paradojal herramienta poseedora de ciertas virtudes y defectos sociales. No destruye la tradición ni tampoco salva comunidades en períodos de crisis económicas. Fundamentalmente, “la condición necesaria para el turismo es que un grupo interiorice una identidad étnica auténtica, pero que la imagen resultante, aunque se considere positiva, no por eso deja de ser una limitación de la misma naturaleza que las antiguas, negativas y estereotipadas. El hecho de convertirse en una verdadera atracción turística afecta a todos los detalles de la vida, al trabajo que se escoge, al comportamiento fuera del trabajo, al tipo de ropas que se viste, a la forma de peinarse, etc. Todas estas cosas pasan a ser objeto de serias discusiones sobre su autenticidad” (ibid: 226).

No obstante, algunos problemas metodológicos y conceptuales en la teoría de Maccannell ameritan ser discutidos. En primer lugar, el autor comienza su trabajo definiendo que entiende por etnicidad para luego trazar un puente con el turismo como actividad y escenario en donde por acción del azar se vinculan los procesos de interacción étnica. No sabemos exactamente, si el turismo condiciona la relación Inter.-étnica así como nuestro autor la pensó, o si esta se mantiene también en otros escenarios. Por tanto, su vínculo teórico entre el mundo de las reciprocidades y el darwinismo parece algo polémico. Más específicamente, no queda totalmente claro porque Maccannell presupone que los principios biológicos de asociación y antitesis son aplicables al mundo de los hombres; mucho menos sí sus categorías de “inferior” o “superior” se construyen por medio de acumulación capitalista de alguna otra naturaleza. Así, concebir ciertas culturas como “superiores” o “inferiores” debe estar fundamentado a la luz de los criterios que llevan a llamarlos de esa manera. En parte, Maccannell debería comprender que entre la “victimización del dominado” al “etnocentrismo del dominador” existe un fino límite. Suponer (nuevamente) sin fundamentación previa que la “inferioridad” y la “superioridad” de un grupo con respecto a otro son por sí mismos criterios naturales se torna un claro error metodológico. Por último, tampoco queda demasiado claro como reaccionaría su modelo analítico en contextos de igualdad; como así tampoco su definición poco trabajada de lo que realmente es lo étnico y su relación con el discurso político. Una perspectiva superadora de la posición de Maccannell sobre el papel del desarrollo material en el turismo puede ser alcanzada si se examina los postulados de la antropología del desarrollo.

El Turismo y el Desarrollo

En la siguiente sección discutiremos la relación entre el desarrollo y el turismo moderno como forma sustentable para lograr el crecimiento local de una población y las diferentes contribuciones que ha hecho en la materia la antropología del desarrollo. Según los exponentes de esta escuela, el desarrollo ha surgido luego del discurso del presidente Truman el 20 de Enero de 1949 en el cual se hacía expresa distinción entre un mundo desarrollado y uno que no lo era. Según el mandatario, los Estados Unidos tenían el deber moral de asistir financiera e intelectualmente a aquellos países que por los motivos que fueran no pudieran alcanzar un grado de desarrollo deseado. Desde ese entonces, la palabra ha adquirido un sentido específico (político); hablar de desarrollo implica crear un abismo entre los que pertenecen a un mundo desarrollado y aquellos excluidos del mismo. (Escobar, 1997) (Viola, 2000) (Esteva, 2000).

Escobar va a hablar directamente de una “crisis del modelo desarrollista”; quien al igual que el autor anterior, tiene su origen en un prejuicio economicista el cual considera a los recursos naturales como una categoría clasificatoria funcional a la racionalidad bajo un enfoque “verticalista”. En este sentido, la relación de la cultura (hasta no hace mucho residual de la economía) comienza a ser tenida en cuenta como una cuestión que obstaculiza la tecnificación capitalista. Es así, que las Instituciones del Desarrollo comienzan a incorporar en sus filas una cantidad elevada de antropólogos. Como consecuencia de ello, surge la antropología para el desarrollo con Cernea y Horowitz como máximos defensores. El compromiso del antropólogo en cuanto al tema, se cierne tanto en la adaptación de los diferentes planes de desarrollo en cada cultura como en el estudio a largo plazo de las dinámicas sociales por motivo de tal intervención. Pero esta postura, pronto despertó la crítica de otros antropólogos para quienes la situación y la noción de desarrollo no deberían ser aceptadas sin una crítica previa (estatus ontológico). Precisamente, como advierte Escobar “la disidencia interna sobre estas cuestiones suele manifestarse cuestionando el mero hecho de intervenir. En este debate, los antropólogos para el desarrollo se encuentran doblemente atacados, tanto por parte de los defensores del desarrollo que los consideran un escollo o unos románticos incurables como por los antropólogos académicos que los critican desde un punto de vista moral e intelectual” (Escobar, 1997: 6).

Surge, entonces la noción de antropología del desarrollo como una disciplina orientada a estudiar la relación entre el discurso, lenguaje y la realidad que socialmente construida. Según esta perspectiva, para comprender la noción del desarrollo se debe abordar la historia de desarrollo y su vínculo con las diferentes estructuras políticas más extensas. El desarrollo no es un principio universal humano por sí mismo, sino una mera construcción social (que siniestramente orquestado o no) amerita ser estudiado por medio del análisis discursivo histórico. Desde este epicentro teórico, tanto una corriente como la otra entraran en tensión; la antropología para el desarrollo le criticará a su prima “su falta de compromiso”; por su parte, la antropología del desarrollo argumentará que la noción de desarrollo ha sido funcional a ciertos intereses políticos y económicos específicos, los cuales han sido implementados gracias a la intervención de la antropología para el desarrollo. Para Escobar, existen esfuerzos por conciliar estas dos posiciones; combinando análisis de discurso con prácticas políticas, esta nueva corriente (conciliadora) considera que muy bien se puede analizar los procesos estructurales causantes de ciertos desequilibrios como por ejemplo la pobreza o el analfabetismo, para luego intentar revertirlos. Si bien, reconocen en el compromiso una cuestión “problemática”, creen que el enfoque antropológico es imprescindible para la planificación del desarrollo. En este sentido, Arturo Escobar sostiene que las diferentes etnografías realizadas en contextos en los cuales se puede evidenciar la resistencia de los pueblos a adoptar modelos estandarizados de desarrollo, habla por un lado del papel pro-activo de los grupos indígenas en reconstruir sus modos de vida y costumbres para revertir su situación; mientras por el otro, la reflexivilidad de estos trabajos permiten (de alguna manera) cuestionar las propias prácticas de los países capitalistas. En este sentido, la antropología del desarrollo ha causado dentro de la disciplina una fuerte crisis, precisamente por cuestionar la funcionalidad de la misma Ciencia a los intereses particulares. En otros términos, la postura de Escobar plantea algo así como un desarrollo sustentable en donde las culturas locales sean tenidas en cuenta e invitadas a la participación en el proceso.

Con A. Isla, entendemos por lo político a “las prácticas y discursos verbales, expresados tanto en relaciones sociales como en campos de simbolización e identificación, relacionados a expresiones de poder (y por ende a formas de autoridad y jerarquía) conscientes y/o no conscientes, que se manifiestan tanto en el espacio público como en el privado” (Isla, 2005:298). Inicialmente, el análisis cultural se cuestiona sobre la posibilidad de que exista una hegemonía cultural univoca la cual se ubica por fuera de todas las fronteras. Escribe Dumont “así, todo el mundo sabe que hay dos clases de países, los países desarrollados y los países subdesarrollados o en vías de desarrollo, y no están tan lejanos los tiempos en que el desarrollo se concebía como algo perfectamente unívoco y uniforme, aunque las cosas se hayan medianamente matizado y complicado en los últimos treinta años” (Dumont, 1988: 160).

Para nuestro autor, el problema se centra en las diversas formas de interacción cultural entre “los pueblos” y la influencia de la civilización moderna como construcción global en todas ellas bajo formas específicas de dominación (aculturación). Dumont discute directamente la noción de “metacultura” como entidad por encima de las demás constituciones culturales; la modernidad y sobre todo la ideología entonces se perfilan como mecanismos generadores de etnocentrismo. En otras palabras, “cuando, bajo el impacto de la civilización moderna, una cultura dada se adapta a lo que para ella constituye la modernidad, construye representaciones que la justifiquen a sus propios ojos en comparación con la cultura dominante” (ibid: 170). Esta clase de aleación (alienación) de ideas y valores crea dos direcciones, una mira hacia el interior en forma auto-justificativa e individualista, la otra hacia el exterior en forma universalista. De esta manera, según el autor ciertos grupos generan dependencia sobre otros; en tal caso, la imposición/adquisición de la palabra “desarrollo” dentro de la jerga económica de mediados del siglo 20 no parece ser la excepción. Mientras ciertas culturas exportan formas ideológicas hacia una cultura universal, otras importan esas ideas tomándolas como paradigmas validos de adaptación. El modelo del profesor Dumont, nos es ciertamente útil a la hora de explicar como una idea particular se auto justifica desde dentro para luego pasar a una cultura (exterior) dominada en forma universalista generando un doble juego de identidad global y reclamo local generando formas híbridas. En otras palabras, la difusión ideológica no es hegemónica para Dumont sino que permite a las culturas locales añadir elementos propios y singulares según por los cuales las ideas trascienden a través de los tiempos en similitud y diferencia.

Por otro lado, se torna interesante la idea de pensar al placer como una forma de desarrollo la cual a su vez coadyuve en reforzar ciertas diferencias pre-existentes. Como bien criticaron Esteva (2000) y Escobar (1997) el desarrollo supone el mejoramiento de ciertas pautas o situaciones dadas por medio de la intervención y/o ayuda económica. Ello supondría que un grupo puede mejorar su formación, su nivel económico, su forma de vida sólo si aceptara la ayuda de los países llamados “desarrollados”.

No huelga decir que dicha “utopía” no sólo despertó muchos adeptos sino que pronto vio o (mejor dicho) demostró su lado oscuro (Esteva, 2000). Lo que se conoce como la etapa del “Estado de Bienestar” intenta quebrar un proceso de acumulación ininterrumpida para propugnar por una mayor redistribución del ingreso; y en ese sentido, no es nada extraño que el “termino bienestar” esté presente en la mayoría de los discursos políticos tanto en los países que buscan el desarrollo como aquellos que pretenden enseñarles como obtenerlo. Al respecto, Cardarelli y Rosenfeld (1998:70) advierten “en este marco, las tensiones que aparecen más fuertes y condicionantes de la participación social en los tiempos de la democracia son: eficiencia – equidad, crecimiento – empleo e inclusión-exclusión.”

En esta misma línea, Corbalán (2004) marca el hito de la hegemonía estadounidense entre las décadas de 1980 y 1990. En ese lapso, los Estados Unidos cambiaron el eje discursivo de la “conquista”. La racionalidad como modelo de distinción dio origen, en su lugar, al concepto de “gobernabilidad”. Los especialistas, para ser más exactos los trilateralistas, propugnaron abolir la lógica intervencionista del Estado y sustituirla por la del “libre mercado”. La progresiva pérdida de hegemonía de los Estados Unidos luego de la irrupción cubana, la liberación de África, y los movimientos independentistas en el medio oriente, conllevó a un cambio de dirección en plan de control. El disciplinamiento, a diferencia del colonialismo, no se hacía sobre la población por medio de la coacción sino por medio de las fuerzas de trabajo.

En los últimos treinta años, el turismo ha pasado a formar parte de la economía mundial como una de las actividades más “prometedoras” en lo económico. Si bien por su naturaleza posee ciertas sensibilidades hacia los estímulos hostiles del medio (como ser catástrofes o conflictos), se ha sabido ubicar como una industria dominante en la mayoría de los países del globo. Entre los mecanismos que han ayudado a su consolidación podemos citar brevemente a los siguientes factores: a) una alta tecnificación capitalista que mejoró las formas de transporte, b) la reducción de las horas laborales lo cual dio mayor tiempo de ocio, c) un aumento salarial acorde en ciertas sociedades “desarrolladas”.

Por su lado, De Kadt cuestionó seriamente las bases del desarrollo turístico como una forma de mejoramiento en la calidad de vida de aquellos pueblos que incursionaban por primera vez en este rubro. En concordancia con la tesis de la periferia, el autor sostiene que en aquellos países los cuales han tenido un pasado de subyugamiento y dominación colonialista tendrán menores posibilidades de experimentar “el desarrollo turístico” en forma positiva; en comparación con aquello quienes no experimentaron ningún lazo de dominación. (Kadt, 1992). Para el caso de Turner y Ash, el turismo era simplemente una forma más de dominación ideológica capitalista. Los grandes centros de acumulación del capital, se conformaban como los centros emisores de turistas e inversionistas, quienes a su paso hacían uso del consumo como su principal característica. Los países “no desarrollados” sólo cumplían un rol pasivo en albergar a estas verdaderas “hordas doradas” (turistas) las cuales agotaban todo recurso disponible a su alrededor. (Turner y Ash, 1975).

En la actualidad, diversos investigadores y reconocidos académicos recomiendan al turismo como forma segura y sostenida de generar riqueza, participación social, endo-crecimiento, la revalorización o rescate cultura, y el desarrollo de ciertas localidades o sitios que no poseen una infraestructura industrial previa. Con la antropología del desarrollo puede considerarse la hipótesis que la hegemonía de los Estados Unidos se ubica a mediados del siglo XX con los primeros discursos sobre ayuda económica para los países “del tercer mundo” y se ha consolidado (posteriormente) con la tesis trilateralista de los préstamos de los organismos financieros internacionales sobre ciertos Estados solicitantes. A ello se agrega, la conformación del Turismo (dentro de otras muchas industrias o actividades) como un fenómeno económico o instrumento de “desarrollo”; recomendando por los “expertos” y instituciones de ayuda financiera funcionales al poder estadounidense y europeo.

Reflexiones Finales

Con la antropología del desarrollo puede considerarse la hipótesis que la hegemonía de los Estados Unidos se ubica a mediados del siglo XX con los primeros discursos sobre ayuda económica para los países “del tercer mundo” y se ha consolidado (posteriormente) con la tesis trilateralista de los préstamos de los organismos financieros internacionales sobre ciertos Estados solicitantes. En la actualidad, diversos investigadores y reconocidos académicos recomiendan al turismo como forma segura y sostenida de generar riqueza, participación social, endo-crecimiento, la revalorización o rescate cultura, y el desarrollo de ciertas localidades o sitios que no poseen una infraestructura industrial previa. Una postura crítica hacia el tema, nos lleva a cuestionar en forma directa la noción de desarrollo turístico por los siguientes motivos: a) se establece como forma económica en grupos marginados histórica y socialmente acentuando aún más la dependencia; b) se construye bajo la noción de que existen sociedades “desarrolladas” y “subdesarrolladas”; c) considera a los grupos humanos como ubicados en un continuum lineal evolutivo; d) interviene en el campo desde una perspectiva moral occidental interpelando uni-culturalmente a las culturas no occidentales (indoeuropeas); y por último e) toma como “paradigma” al ordenamiento de los recursos existentes (racionalidad) como uno de los parámetros universales aplicables al común de la humanidad; creando por defecto, una infravaloración en aquellos grupos que no comprenden dicho concepto.

Referencias

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Cardarelli, Graciela y Rosenfeld, Mónica. (1998). Las participaciones de la pobreza: programas y proyectos sociales. Buenos Aires: Editorial Paidos.

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