Revista OIDLES - Vol 5, Nº 11 (Diciembre 2011)

La problemática ambiental en el ámbito literario latinoamericano

Yelenny Molina Jiménez

 

El análisis de la interacción del hombre y su hábitat, de la sociedad y la naturaleza, es tradicional en la historia del pensamiento científico y filosófico desde hace mucho tiempo. Al decir de Federico Engels, la naturaleza y la historia son, al fin y al cabo, dos componentes del medio en que vivimos, nos movemos y nos manifestamos y es mediante el trabajo, donde el hombre realiza, regula y controla, a través de su propia acción, su intercambio de materias con su entorno (Frolov, 1983). Precisamente, gracias a ese intercambio de materias se logra la unidad del individuo y el medio ambiente, éste se transforma y se adapta a las necesidades de aquél, se crea entonces una “segunda naturaleza”, un hábitat artificial del hombre determinado por las peculiaridades de la cultura y de la organización social.

Por otra parte, la producción material, la actividad del hombre en general, influyen poderosamente en la biosfera y por tanto en el hábitat humano, tanto de forma positiva como negativa. Es entonces cuando la interacción del hombre con su entorno se convierte en un problema sustancial. Mediante la importante producción de bienes materiales, el hombre no sólo agota los recursos no renovables de la Madre Naturaleza, sino que además rompe, inconscientemente, cada vez más, los lazos vitalmente importantes entre varios componentes de la biosfera, destruyendo de esta forma sus sistemas y canales de mantenimiento de la vida.

El incesante avance de la ciencia y la técnica ha aumentado considerablemente el poderío de la humanidad con respecto a la naturaleza. El hombre puede ya desplazar enormes montañas, cambiar el curso de los ríos, crear mares y convertir en huertos grandes desiertos, o sea, puede, por tanto, transformar radicalmente el medio que le circunda.

La labor creadora, transformadora y desenfrenada del hombre ha alcanzado un gran esplendor luego de la era tecnológica, que conjuntamente al desarrollo industrial trajo aparejado el deterioro ambiental. La enajenación monstruosa de las relaciones bajo el capitalismo se manifiesta, en particular, en que la interacción con la naturaleza reviste la forma de su explotación ilimitada e irrefrenable, de arbitrariedad sin restricciones de ningún tipo en aras del consumo. Bajo el capitalismo, la producción material se inspira en la obtención de beneficios; es un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas inmanente, que no se conjuga con las necesidades y demandas del individuo real, ni con las posibilidades y los límites de la naturaleza exterior. En consecuencia, el hombre y la sociedad empiezan a considerar la producción como esfera de libertad absoluta, y ésta se transforma en flagrante arbitrariedad, o sea, la naturaleza se presenta como materia pasiva e indefensa, y el hombre, por su parte, se convierte en su poseedor omnipotente.

La crítica a los problemas del medio ambiente surge en los Estados Unidos, fundamentalmente como una censura radical del sistema social. Adquiere su efervescencia durante los años sesenta, cuando nace el llamado movimiento ecológico, haciendo especial referencia a la sociedad capitalista avanzada. Jonathan Bate, en su libro The Song of the Earth, explica que, lo que él llama “el enverdecimiento de la cultura”, se rezagó con respecto a otras revoluciones culturales que sucedieron desde los tardíos años sesenta, incluyendo el crecimiento del feminismo, derechos de mujeres, gays y grupos étnicos. En los años setenta y ochenta no había texto de literatura ecológica crítica y ciertamente, nada que pareciera una tradición. Escribe además, que una lectura verde de la historia —e historia literaria y filosofía y cualquier otro campo humanístico— es una precondición necesaria para una comprensión más profunda de nuestra crisis ambiental. Los estudios culturales verdes fueron lentos en su desarrollo porque, según Bates, el ambientalismo no se conforma de acuerdo con el modelo de identidades políticas. En otras palabras, “El proyecto ecocrítico siempre implica hablar por el sujeto, más que hablar como el sujeto: un crítico puede hablar como mujer, como persona de color, pero no puede hablar como árbol” (Bate, 2000).
Sólo es hasta esta década cuando, a través de la literatura de difusión y los medios de comunicación fundamentalmente, esos problemas dispersos se integran a un discurso común, socializándose así una determinada noción del medio ambiente. La relación que se establece entre el hombre y su entorno va conformando una escala de valores en el orden espiritual y el aspecto ambiental se erige como un cuestionamiento a los valores existentes, que a su vez son reflejo de las condiciones económicas imperantes. Desde entonces se viene valorando un proceso de configuración de una nueva forma de conciencia social: la conciencia ambiental, entendida ésta como el conjunto de concepciones, representaciones, ideas, sentimientos, inclinaciones de la sociedad o del individuo acerca de la realidad ambiental.
Ante el inminente desarrollo tecnológico que vino aparejado con la Revolución industrial y el consecuente deterioro del entorno, surge a mitad de los años setenta, la ecocrítica, que no es más que el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente. Este movimiento ha seguido, desde su surgimiento, diferentes etapas: al comienzo, se va buscando imágenes de la naturaleza en la literatura canónica, identificando estereotipos (Edén, Arcadia, por ejemplo) y ausencias significativas; en un segundo momento, se rescata la tradición marginada de textos escritos desde la naturaleza; por último, sigue una fase teórica, preocupada por las construcciones literarias del ser humano en relación con su entorno natural, y de ahí el interés por poéticas ecológicas ligadas a movimientos como la ecología profunda o el ecofeminismo.

Desde siempre, la Madre Naturaleza ha servido de inspiración –incluso de protagonista- a historias noveladas, poesías y hasta a pensamientos filosóficos. La primera literatura que llega a nuestras manos, cuando niños, es el cuento. En éste encontramos una presencia absoluta de la naturaleza: la cual es su principal escenario, con animales que pueden hablar, árboles mágicos con frutos de oros, espesos bosques donde habitan duendes y gigantes o donde las fuentes tienen aguas curativas que devuelven la salud a los enfermos. Los más famosos relatos son los de los Hermanos Grimm y las muy conocidas fábulas de Esopo.

La poesía, por su parte, también se ha visto privilegiada, pues ésta ha sido y sigue siendo su mayor inspiración. Los poetas han expresado los sentimientos de tristeza y melancolía con cantos al mar, a la noche, a la luna. La furia ha ido unida a tempestades y tormentas, así como, la alegría al sol, a las flores, a las frutas, al resurgir de la primavera. Lo cierto es que tradicionalmente, el poeta ha evocado la naturaleza para aflorar sus emociones más profundas.

En las novelas, por ejemplo las pastoriles, el marco donde se desarrolla la acción es en un ambiente natural, donde se idealiza la vida del campo, los dones de la agricultura y se exaltan las ventajas de una vida rural sobre la urbana. Este tipo de novela servirá más tarde de inspiración a los románticos, que nos describirán la pequeñez del hombre frente a las fuerzas desatadas de la naturaleza. Con frecuencia ésta será retratada por los románticos como el jardín, el paisaje, el poblado o la tierra que conjura un espacio pastoral idílico (un Edén paradisíaco), el cual constituye el hábitat natural para el alma.

En Latinoamérica los mayores éxitos de la novela se dan en las llamadas corrientes regionalistas y neorrealistas. En las primeras décadas del siglo XX los narradores sintieron atracción, más que por la ciudad, por la singularidad y la belleza subyugante, a veces trágica, de la naturaleza americana. En 1924 apareció en Colombia una novela que es, sin duda, la expresión más característica del super-regionalismo hispánico. Se trata de La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Con la misma tiene sus comienzos un fenómeno que llegará a ser típico de la novela latinoamericana: la anulación del hombre bajo el peso de la naturaleza. Guiadas por este mismo patrón le seguirán obras como Don Segundo Sombra, de Güiraldes; Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos; Zurzulita, del chileno Mariano Latorre, entre otras. Todas con un común denominador: la naturaleza, una naturaleza de proporciones grandiosas y de gran diversidad, inexplorada en buena parte, cuyas fuerzas telúricas encuadran o condicionan la aventura humana. Es la cordillera, la pampa, el altiplano, la selva amazónica…

Sin embargo, esta concepción de la naturaleza como paisaje idílico, cautivante, poco a poco se va modificando. Este nuevo tipo de conciencia , a la que hacíamos alusión anteriormente, cobra vida no sólo durante la producción de bienes materiales sino que se extiende a todos los campos de acción del hombre, de ahí que la literatura se apropie también de ella y sea el género novelístico uno de sus principales exponentes. Al decir de Ortega y Gasset, es la novela el género literario que mayor cantidad de elementos ajenos al arte puede contener. Dentro de ella cabe casi todo: ciencia, religión, arenga, sociología, juicios estéticos… (Baquero, 1963). Y esta opinión coincide con el concepto barojiano que recoge Mariano Baquero en su libro Proceso de la novela actual, sobre la permeabilidad de la novela, la cual está relacionada con los demás géneros literarios y aún con todo lo que no es ella misma, entiéndase política, sociología, religión. En su devenir histórico, esta variedad se ha comportado como un elemento activo y viviente de la sociedad, por un lado la expresa y por el otro contribuye a transformarla. En estas transformaciones juega un papel preponderante el escritor, quien conciente del lugar que ocupa en la sociedad, utiliza las armas que posee para el bienestar social.

Ante las consecuencias de una nueva era caracterizada por el industrialismo y la sociedad de consumo, surge una nueva tendencia dentro de la literatura. Los escritores, cada día más preocupados por lo que acontece a su alrededor, se dan a la tarea de denunciar los problemas a los que se está enfrentando el ser humano. Las obras adoptan un carácter crítico –y no significa esto que hasta entonces no lo sean- me refiero más bien a que se analizan con otra óptica asuntos que hasta entonces pasaban desapercibidos. Otra mirada, otro punto de vista, propiciando un espacio de reflexión y concientización respecto a las causas de la problemática ambiental contemporánea, analizadas desde la perspectiva de la historia cultural a partir de una lectura ecocrítica de los textos.

Única mirando al mar, de Fernando Contreras Castro, es una de esas obras que nos hacen reflexionar en torno a la crisis ambiental que está atravesando nuestro planeta. Su autor, nació en San Ramón el 4 de enero de 1963. Estudió Filología en la Universidad de Costa Rica hasta obtener su maestría en Literatura Española. Además es un estudioso de la filosofía y del arte en general, especialmente de la música.

El estudio de Única mirando al mar implica el análisis de sus contenidos y de sus formas. Sus contenidos básicos son una historia de amor entre Única Oconitrillo y Momboñombo Moñagallo y el ambiente en el que se desarrolla el idilio así como los problemas que engendra el basurero de Río Azul, ubicado en las cercanías de la capital.

El asunto, que puede delimitarse como el del botadero de basura de Río Azul y la situación social de sus habitantes, da lugar al surgimiento de varios temas: la ecología, la contaminación del ambiente, la marginalidad de un grupo de costarricenses, la tercera edad, la carencia de voluntad política para resolver problemas de esta índole. Estas cuestiones, y el espacio en que se desarrollan los conflictos, se convierten en una imagen de ese mundo a medida que van apareciendo y actuando los distintos personajes de la diégesis.

Única mirando al mar es una novela sobre “desgentes” de Río Azul, cuya particularidad es que todos sus personajes son, al igual que sus fuentes y medio de vida, desechos de la sociedad. Son seres humanos “expulsados” de la sociedad y lanzados al basurero municipal. Pero no son dichos personajes desechos sin más. Son desechos “reciclados”, o mejor, que se “auto-reciclan” en comunidad. Cada uno, a su manera, intenta reconstruir un mundo de vida y de sentido en medio de la podredumbre de su entorno. Muchos se adaptan y aceptan tal modo de vida como el propio, sin más. Otros subliman su cotidianidad y construyen una atmósfera ilusoria de inclusión, que no es otra cosa que la paralización de sus tiempos de incluidos, como mecanismo de mantenimiento de sentido e identidad. Otros olvidan hasta su nombre propio y deciden reconstruir su vida a partir de cero. Todas las diversas estrategias de vida de los protagonistas de la novela se ven fallidas y todos ellos condenados a mal-sobrevivir en medio del fracaso.

El carácter de los personajes principales, su origen social y la causa por la que se encuentran en el botadero de basura implica una denuncia de ciertos aspectos de la organización social en que vivimos. Cada uno de ellos es portador de una gran verdad, y lejos de representar entes de ficción, constituyen seres cotidianos, dotados de realismo.

El espacio literario es, entre todos los elementos de la teoría literaria, el que ha recibido menor atención hasta la fecha, hecho que puede constatarse si lo comparamos con los abundantes estudios sobre el narrador, el punto de vista, los personajes, o el tiempo del relato. De ahí que en la actualidad se proponga, en primer término, demostrar la importancia del espacio, su absoluta jerarquía en la obra escrita, y su estrecha relación con la identidad nacional y cultural de los pueblos. Sin duda, el espacio está llamado a convertirse en el elemento central de las reflexiones teóricas del siglo XXI, respondiendo a las inquietudes socio-culturales que han abierto, recientemente, los fenómenos multiculturales y la globalización.

En los últimos años los trabajos sobre el espacio literario, y en general sobre la espacialidad, han ido ganando terreno en casi todos los ámbitos, pero se anuncian especialmente interesantes en el caso de la literatura latinoamericana, donde en cierta ocasión, como se sabe, tuvo un papel protagónico. Dentro de su proceso histórico, el paisaje fue uno de los elementos más persistentes, y entre los términos que han definido su historia literaria, el telurismo se erigió por momentos como su piedra angular.

Sin embargo, décadas posteriores, en la búsqueda de un nuevo lenguaje, los narradores latinoamericanos intensificaron los recursos espaciales al mismo tiempo que se alejaron del paisaje, y en ese tránsito se enfatizó también un nuevo escenario: imantados por una realidad urbana que se había transformado gracias a una intensa explosión demográfica. La urbanización literaria no fue sólo la respuesta temática a la modernización social, sino sobre todo una respuesta estética, vinculada estrechamente a la renovación de las formas artísticas y al anhelo de universalidad. La representación literaria del espacio urbano era ineludible, no sólo porque las ciudades se habían convertido en populosos centros de atracción, sino porque éstas necesitaban constituirse en referencias de identidad, y como tales, en signos y entidades culturales.

En la escritura de las últimas décadas también es posible asistir a los momentos críticos de esa clara “devaluación del concepto de ciudad sin precedentes en la cultura occidental” (Álvarez, 2000) y que propicia, en algunos casos, el desvanecimiento del mito civilizador en favor de un regreso a lo natural: es lo que proyectan las experiencias telúricas del desierto mexicano en Coyote, de Juan Villoro, o Luis Sepúlveda en El viejo que leía novelas de amor. Este regreso a lo natural, o al paisaje interior de América es, entre otras cosas, una respuesta a la decadencia urbana. Por tanto, es difícil que ante el progresivo deterioro de las grandes capitales, latentes no sólo en la obra que es objeto de análisis en este trabajo, sino también en tantas otras, el narrador latinoamericano apueste al mito civilizador de integración y consolidación del espacio urbano (Aínsa, 2002).

Tal reflexión nos conduce a adentrarnos en el espacio que para nosotros ha creado Fernando Contreras en su novela Única mirando al mar, donde uno de sus personajes, Momboñombo, nos devela la transformación en la que ha devenido una de sus áreas y la reacción de extrañamiento que este hecho le provoca. Temía también pasar por los lugares de toda una vida y hallarlos ajenos ya; sentir que entonces con nada se identificaba, más aún con la rapidez con que cambia San José, derribando el patrimonio histórico cada vez que hace falta un parqueo o una galería de tiendas (Contreras, 1994). El hombre, en la medida en que construye su ciudad, crea un sentimiento de pertenencia e identidad para con ésta. La relación que surge entre ambos es un factor determinante en la creación artística y en la definición de caracteres y comportamientos humanos.

Estas renovaciones que ha sufrido dicho espacio crean una brecha con el pasado y barre con todos los recuerdos. Ciudades como las que nos describe Fernando Contreras en su novela no son en su totalidad extraídas del imaginario literario, las encontramos por doquier, victimas de la “creatividad” del hombre. En estas últimas décadas, y debido a una eclosión urbanística, en la narrativa surgen puntos focales “decontruidos” en barrios, suburbios y en la variedad de poblaciones “espontáneas” –villas miseria, favelas, callampas, cantegriles, etcétera- que forman los cinturones de pobreza o son “islas” en el propio centro de las capitales latinoamericanas (Aínsa, 2002).

El mundo de la ciudad, cada vez más despersonalizado y riesgoso, tal como lo denomina Fernando Aínsa, emerge como el espacio abierto, un terreno, que a pesar de no resultar desconocido a los buzos, sí implica ciertas complicaciones. Y es que los biorrecicladores se sienten perdidos en la gran urbe, cual marinero en tierra, desconociendo el significado de las calles y los semáforos. Cierto vértigo les ocasiona el transitar por las calles de San José, bajo las miradas escudriñadoras de sus habitantes.

La novela de Fernando Contreras Única mirando al mar describe las relaciones humanas experimentadas por personas que han sido excluidas del modelo de vida impulsado por la dinámica de mercado. Todos los protagonistas son individuos que por una u otra razón han dejado de ser funcionales, competitivos o productivos de acuerdo con las exigencias del ordenamiento social vigente.

Encontramos, por ejemplo, una maestra pensionada, que debido a una magra pensión termina exiliada en el basurero buscando qué comer. Un bebé abandonado nadie sabe cómo ni por qué, que un día cualquiera aparece caminando en medio del basurero, el cual es adoptado por la maestra y que cuenta ya con veinte años en el momento en que el novelista decide desarrollar la trama de la novela. Un ex-celador de una biblioteca pública de sesenta y seis años, despedido por denunciar la venta clandestina de libros y archivos históricos para una empresa papelera productora de papel higiénico y que, al fracasar en todos sus intentos de encontrar trabajo, decide suicidarse de una manera muy especial: lanzándose a un camión de basura. Y no podía faltar un biorreciclador que un día cualquiera encuentra en medio del “mar muerto” una sotana y una Biblia, e interpreta eso como señal de misión, ejerciendo desde entonces el acompañamiento espiritual a la comunidad de buzos.

El basurero es para ellos su medio ambiente, en éste se desarrolla su cotidianidad y, en consecuencia, la reproducción de su vida. El autor sugiere que este contexto puede ser concebido como un mundo paralelo donde se gestan interacciones y vivencias que pasan desapercibidas para quienes habitamos dentro del orden. Como mundo aparte, se rige por valores éticos y estéticos contrastantes con los integrados comúnmente a nuestras subjetividades. Se puede afirmar, también, que delimita una subcultura o contracultura, según sea el lente que utilicemos para extender nuestra mirada. Sin embargo, hay algo que todos comparten: el hecho de que la vida se haga posible sólo en cuanto asuman su condición de desecho, es decir de basura humana. Entiéndase por basura: despojado de lo que algún día fue su valor de uso y su valor de capital, algo que no sirve para nada, no puede ser canjeable, ni transferible ni negociable. Algo para ser lanzado, expulsado (Castro, 2002).

En tanto basura que convive entre la basura, los personajes hacen su vida llevadera e incluso a veces satisfactoria. El basurero constituye para ellos su universo de referencia. Todo cuanto es permisible se ofrece desde aquí. Pero no porque su vida sea llevadera y satisfactoria está exenta de sufrimiento: la etiqueta de la exclusión desborda sus subjetividades, mientras miran al mundo del mercado como un anhelo frustrado. Reconocerse en condición de desecho implica pagar la factura del esfuerzo traumático que conlleva mirarse a sí mismo desde el ángulo de la repulsión.

Para los buzos no hay otra forma de subsistir si no es a través de la ruptura con el mundo convencional, el cual es percibido ajeno e inexpugnable para los habitantes del basurero. Esta escisión total con el “mundo normal” hace exclamar a Momboñombo: -¡Volver!... ¿y para qué diablos voy yo a volver?, como si necesitara algo de allá (Contreras, 1994). Los inquilinos del botadero han llevado a cabo una renuncia contundente a la satisfacción de las necesidades básicas, arrastrando consigo la pérdida correspondiente de la dignidad humana, pero también se han visto forzados a renunciar, simultáneamente, a la satisfacción de las necesidades creadas por la lógica de consumo. Por tanto, el mundo de los buzos es un mundo autista y psicotizado.

En el “país de los buzos” -que se refiere al basurero de Río Azul- surge un espacio, cuya imagen estética se basa en una metáfora de bastas dimensiones: “el mar de la basura”. De este símbolo central se derivan muchas otras alusiones: los peces de aluminio, la gente de abordo, los marineros del basurero, las olas de basura empujadas por los tractores, las gaviotas negras, las playas del mar muerto y los hundimientos de objetos y personas (ese mar se traga al hijo de la Llorona y al cadáver del Bacán). Todas estas asociaciones tienen el firme objetivo de mostrarnos un mundo altamente desagradable. Vemos como el autor nos recrea un clima intolerable a través de las descripciones que nos hace:

La escuela del pueblo colindaba también con la malla, que no la protegía del hedor fétido del botadero, el cual era la atmósfera pegajosa que respiraba el pueblo entero y que respiraría para siempre aún después de clausurado el basurero, porque la sopa de los caldos añejos de toneladas de basura venía derramándose por el subsuelo desde el día de su inauguración, igual que una marea negra desbordada entre las grietas del cuerpo ulcerado de la tierra (Contreras, 1994).

Otra metáfora muy caracterizadora de ese inframundo es la del basurero como infierno; esta imagen tiene que ver con la pobreza, la miseria, la suciedad, y el dolor que reinaba en aquel lugar. Un sitio inhóspito e inhabitable donde el agua sólo resbalaba sobre el gabán negroaceitoso de los zopilotes y en todas partes se empozaba formando cientos de pequeñas lagunillas, fecundas de larvas de moscas y otros bichos (Contreras, 1994). En la representación que nos crea Fernando Contreras del basurero es notable la fauna que incluye en su registro: son las larvas, los zopilotes, las cucarachas, las moscas, los lepidópteros; en su totalidad insectos que coexisten en la podredumbre y la descomposición de las materias. En este contexto los elementos del medio ambiente que aún no han sido contaminados se manifiestan renuentes a sucumbir: lo verde se alejaba cada día, como el bosque que camina, como si hasta los árboles se estuvieran yendo por sus propios pies de aquel osario de los derechos humanos (Contreras, 1994). Es como si la naturaleza adivinara los riesgos mortales que corría de permanecer en las precarias condiciones de aquel sitio.

Río Azul es un botadero de basura al cual llegan diariamente ochocientas toneladas de basura de las producidas por la ciudad de San José. Allí viven muchos buzos que escarban día y noche lo que va desechando la ciudad. Recogen el material reciclable que puede ser vendido a algunas empresas y con ello consiguen algo de dinero. Pero también coleccionan la mayoría de las cosas que utilizarán ellos mismos para su diaria existencia. Allí “reciclan” desde pedazos de pizza hasta papel higiénico y todo lo que consideren de utilidad. El botadero es un “mar de desechos” y sus habitantes son “buzos” que “navegan” en él, buscando asegurar su sobrevivencia uno o varios días más.

Para sobrevivir, el buzo debe aprender a “navegar” en su mundo de basura. Allí, como en todos los lugares, rige la ley del más fuerte. Por tanto, debe no sólo identificar en medio de ese mar de desechos lo recuperable, sino debe además, adaptarse a ese mundo; aprender a reciclar alimentos, ropa, cepillos de dientes y papel higiénico. Sobrevivirá si logra no solamente extraer del medio lo utilizable, sino también transformarse a sí mismo. Siguiendo estas premisas, Momboñombo, en ese proceso de metamorfosis, había experimentado unos cambios sustanciales en su organismo:

...la mano había aprendido a ver con ojos de rata, a oler con percepción de zopilote, a degustar con lengua de mosca, mientras allá arriba en su cabeza, el oído se cerraba con la ignición del motor de los tractores, el olfato había muerto hace varios meses, los ojos dormían abiertos una suerte de vigilia de zombie, de la que cada vez resultaba más difícil salirse (Contreras, 1994).

Asimismo, esta “estirpe paralela a la humana” debe transformar sus umbrales de asco, y en medio de la podredumbre y el no futuro, producir sentido, belleza y humanidad en su existencia. Y ello únicamente es posible en comunidad. Cada uno de ellos aporta algo a la construcción de ese mundo que ha surgido de la nada, o peor, de lo peor.

Contrario al bello panorama que resulta la historia del idilio entre Única y Momboñombo, donde prevalece un amor puro, amen de las calamidades propias de la existencia humana; surge ante nosotros un paisaje totalmente degradado por la acción indiscriminada e inconsciente del hombre. La temática ecológica, entonces, cobra colosal fuerza ante la actitud -para nada pasiva- del creador de esta novela. Nos encontramos en un sitio donde la atmósfera se torna irrespirable debido a la podredumbre y la fetidez que despedía la indigestión eterna de la tierra atragantada de basura (Contreras, 1994).

Basura que, podría atreverme a decir, ocupa un lugar protagónico en la diégesis en cuanto es principio de toda contaminación. La significación del concepto de basura ofrecido anteriormente encuentra resonancia, dentro de un modo de convivencia cuyo motor es el industrialismo, que intensifica y multiplica las relaciones comerciales. La basura es hija del mercantilismo. Desde que la Revolución Industrial abrió nuevos horizontes para el progreso y el capitalismo moderno, trajo consigo la simiente de la cizaña de la basura. Sobre esto es muy clara la sentencia de Momboñombo: Siempre ha habido basura, la basura nace con el hombre... (Contreras, 1994). Y es que la materia inorgánica existe desde el mismo surgimiento de la raza humana. Su presencia denota una interferencia en el canal de comunicación entre hombre y medio ambiente.

En ocasiones, el proceso económico y el avance tecnológico en la industria acarrea serias transformaciones en nuestro entorno, tales como una disminución en la calidad del aire, agua, suelo, vida humana, así como el agotamiento del capital natural y de la biodiversidad en su conjunto. A este cambio negativo a que es sometida la naturaleza se refiere el escritor Fernando Contreras en su novela Única mirando al mar, cuando pone en boca de uno de sus personajes semejante denuncia: …teníamos como más espacio y más aire puro. En las mañanas  se podía levantar uno y respirar hasta reventarse [...] Pero como te digo, la tierra se fue poniendo como arcillosa; esta tierra no era así… (Contreras, 1994). Es evidente la melancolía presente en este fragmento debido a la pérdida de algo que resulta de vital importancia. A este tipo de alteración climática se expone el hombre cuando no toma en cuenta las medidas pertinentes en aras de mitigar el deterioro ambiental.

Al hablar de que la revolución científico-técnica ha agudizado la situación ecológica actual, algunos teóricos burgueses deducen la inevitabilidad de una crisis ecológica de carácter global, es decir, que amenazará en iguales proporciones a todos los países, sin importar su estructura social. Dicha crisis se atribuye exclusivamente al aumento paulatino de la producción industrial, al progreso científico-técnico y, en general, al aspecto tecnológico de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. La técnica es la actividad humana que más directamente influye sobre el medio ambiente. Consume gran cantidad de recursos naturales, modifica el paisaje y produce muchos residuos. Al construir una carretera o un edificio, extraer petróleo o minerales, obtener metales o fabricar bienes de consumo, evitar que una plaga destruya una cosecha o propague una enfermedad, estamos alterando el entorno, cada vez con más poderío y en mayor escala.

Como resultado de la actividad económica del ser humano, el medio ambiente y, en particular, el mundo orgánico, experimentan cambios continuos: se ha reducido sustancialmente el manto vegetal del planeta; se acidifican los suelos y las aguas; los desechos de la industria, incluyendo diversas sustancias altamente tóxicas, contaminan el aire, los océanos y el suelo; debido al consumo de grandes masas de combustible mineral aumenta la concentración de ácido carbónico en la biosfera, fenómeno que puede traer aparejado el cambio del régimen térmico de la superficie terrestre. Y no sólo se ve afectado nuestro entorno, pues tales acciones pueden repercutir incluso en el propio hombre, poniendo a veces, en peligro su vida.

En el basurero, sus habitantes presentan algunos padecimientos debido a las condiciones insanas que allí hay. Por ejemplo, El Bacán tiene constantemente una tos fuerte, debido al debilitamiento de sus pulmones; mientras que Momboñombo, desde que se mudó para el precario, padece de los bronquios y le salen salpullidos por todas partes. Eso se debe al aire contaminado y malsano que se exhala en aquel lugar. Por otra parte, los vecinos ya no pueden aguantar más, se les enferman los chiquitos, todo se les ensucia y se les contamina, y eso que ellos no viven aquí directamente, ahora imagínate cómo debemos andar nosotros por dentro… ¡te imaginás si nos sacaran una radiografía…!, seguro saldrían puros zopilotes todos encandilados con los rayos x (Contreras, 1994).

Y si a todo esto le sumamos la irresponsabilidad de las acciones humanas, no habrá como detener una futura catástrofe. Lo que pasa es que ahora a la gente le ha crecido la capacidad de producir desperdicios […] no es posible que se  boten las cantidades de basura que bota este país tan pobre […] ¡ochocientas toneladas diarias! (Contreras, 1994). Esta escandalosa cifra es motivo de asombro, tal como lo plantea uno de los personajes. A veces la raíz del problema está en nuestro proceder y la solución sólo en nuestras manos. No podemos culpar solamente a la nueva era tecnológica con sus grandes adelantos, el hombre y su actuar desmedido e inconsciente también tiene su cuota de culpabilidad.

A estos hábitos negativos hace alusión en su obra Fernando Contreras, donde se nos narra detalladamente el estado deplorable de sus principales redes hidrográficas, ríos y quebradas, pues todo tipo de desechos iban a parar a ellos sin reparo alguno: llantas de autos, la mierda de todos, las mieles del café de las industrias cafetaleras que significan el sesenta por ciento de la contaminación fluvial, los desechos químicos… (Contreras, 1994). Tal actitud es calificable de vergonzosa y desagradecida, teniendo en cuenta que la Madre Naturaleza nos abastece de todo sin exigir nada a cambio; lo menos que podemos hacer es retribuirle su bondad mediante un trato respetuoso y conservador, el cual es posible adquirir a través del cultivo de una cultura medioambiental.  

Se ha hecho evidente en la actualidad que el género humano no puede, ni debe, hacer valer su inmenso poder para intervenir irreflexivamente en la naturaleza, transformándola de raíz, sin tener presente las posibles consecuencias negativas de su actividad económica. Tal percepción es la que nos desea trasmitir el autor a través de una profunda reflexión de su novela. Sus personajes representan la escala más ínfima del género humano. Su condición de “olvidados por la sociedad” empeora con las circunstancias del escenario en que se desarrollan. Ya sabemos que viven en un basurero, donde van a parar todos los desechos de la ciudad de San José. Uno de los personajes principales de la diégesis se queda asombrado de la cantidad de basura que llega diariamente al botadero y del contenido de la misma: Yo me pongo a ver qué es lo que bota la gente. [...], todo eso que brilla como limadura de sol [...], todo eso es puro aluminio, el de las latas de cervezas nacionales y extranjeras, los paquetes de sopa, los paquetes de cigarro, todo viene en aluminio ahora, y en paquetes en inglés, y todo se bota en bolsas plásticas que no se pueden deshacer (Contreras, 1994).

Todos estos residuos son los que componen la atmósfera fétida y degradante del botadero. De ahí que ante un posible cambio de ciudad, las futuras candidatas rechacen firmemente tal proposición. Nadie quiere tener en sus periferias un espacio para la contaminación que atente contra la calidad de vida, es por ello que muchos opinan de esta forma: …“¿A cuenta de qué tenemos los esparzanos que tragarnos la basura de San José y Cartago?, si ya tenemos suficiente con el mar, que lo tienen hecho un basurero al pobre…” (Contreras, 1994).

El desarrollo industrial es algo inherente a la evolución humana y múltiples son las ganancias que nos ha legado este proceso. Pero al mismo tiempo se nos muestra su cara negativa. Simplemente observando en nuestro entorno podemos detectar cambios profundos en el medio que nos rodea. Densos bosques que hace no más de veinticinco años eran recorridos por ríos y arroyos y estaban poblados de animales, son hoy yermas montañas que se transforman en desierto a velocidad vertiginosa. Especies que convivían con nosotros, han emigrado a otro lugar o simplemente han desaparecido. Pueblos que no pueden beber de sus aguas por la contaminación de sus acuíferos derivada del uso abusivo de agroquímicos. Si prestamos atención a los datos que nos suministran los medios de comunicación, la dimensión del problema se acentúa: destrucción de la protectora capa de ozono, cambio climático, peligrosa contaminación de la atmósfera y de los mares, accidentes nucleares de consecuencias dantescas y un incremento alarmante de enfermedades degenerativas y otras de origen desconocido.

De igual forma acontece en la novela, debido a la actitud inconsecuente de aquellos que tenían la responsabilidad de elegir el terreno que se convertiría en el nuevo botadero. Ignoraron una serie de factores de orden ambiental y su selección fue sellada fríamente con la redacción de un informe. Cuyo informe nada decía sobre los futuros agravamientos que traería como consecuencia la negligencia de algunos: así como tampoco decía nada de la virtual contaminación del estero Mero y la consecuente pérdida de UN MILLÓN DE METROS CUADRADOS DE BOSQUE DE MANGLAR, [...] Ni mencionaba tampoco nada de la naturaleza permeable del suelo, ni del pequeño detalle de que cavando un metro, comenzara ya a sentirse la presencia de las aguas subterráneas, ni que el suelo mismo era agrietado, como preludiando ya la ulcera que significaría un relleno en él (Contreras, 1994).

Es por ello que se torna imprescindible el surgimiento de una nueva conciencia, de tipo ambiental, donde el hombre sea capaz de reconocer las nefastas consecuencias de su proceder y dirija sus acciones a fomentar el cuidado y la preservación de los elementos naturales. Ello implica conciencia, sensibilidad, responsabilidad, cambios de actitudes y políticas ciudadanas, aspectos éticos, culturales y religiosos, así como patrones de consumo y estilos de vida. Requiere, además, la optimización de los recursos, el uso adecuado de la capacidad de carga de los ecosistemas, el desarrollo evidentemente racional, el respeto a la biodiversidad, a la geodiversidad y a la sociodiversidad. Y sobre todo, darle una concepción diferente al medio ambiente. Ya no se trata de ese medio ambiente estático, sino del entorno del hombre, donde la sociedad tiene el papel fundamental, porque el individuo debe potenciar la explotación de los recursos, por el propio bien de la existencia humana. Este es el mensaje que nos quiere trasmitir Fernando Contreras con su obra. La novela no es más que un llamado a la reflexión en pos de atenuar el impacto negativo sobre el medio de algunas actividades humanas. Tengamos siempre presente que el entorno depende de nuestras acciones colectivas, y el medio ambiente de mañana de nuestras acciones de hoy.

Única mirando al mar no es una historia optimista. Es un drama que nos muestra el aplastamiento del sujeto en nuestras sociedades de libre mercado, de estado de derecho y democracia. Sin embargo es, al mismo tiempo, una historia de héroes anónimos, capaces de luchar la vida palmo a palmo, y amar y soñar y reconocerse entre sí como dignos y valiosos por sí mismos, en medio del infierno al que han sido lanzados. Es una historia de héroes fracasados e incógnitos.

La historia que nos cuenta la obra no escapa a lo dicho por Gabriel García Márquez acerca de sus novelas. Que la realidad supera a todas ellas en imaginación. Única mirando al mar no es en dramaticidad y podredumbre ni la sombra de lo vivido a diario en muchas de nuestras ciudades. Su basurero es un jardín de flores comparado con el paisaje cotidiano de las periferias capitalinas de muchas de nuestras grandes ciudades.

Única mirando al mar es una novela que presume de ser flexible por la variedad de tópicos que aborda. Es típica en ella la reinterpretación y la reevaluación de sus temas, los cuales tienen disímiles significados. Por otra parte posee cierto dinamismo, que está dado por la presencia del dialogismo así como por el ritmo que presenta la narración, la cual nos mantiene todo el tiempo en un creciente interés. Es una obra totalmente moderna, no sólo por la fecha en que se escribió, sino por la actualidad que tienen sus asuntos, de ahí que posea también literariedad y plasticidad. Con esta obra Fernando Contreras nos reafirma su deber poético para con el público y el momento histórico en el que vive. Y nos recalca que el compromiso de la literatura con la sociedad es la búsqueda de la verdad y lo importante es que este arte, ante todo, sirva para algo y nos cambie la mirada.

BIBLIOGRAFÍA

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