Observatorio de la Economía y la Sociedad China
Número 11 -  junio 2009

LOS CHINOS NOS DEBEN MUCHO DINERO

 

Alfredo González Colunga (CV)
alfredo_colunga@telecable.es

 

ABSTRACT

El sistema vivo resultante de la internacionalización de la economía –el sistema vivo social global, único futuro posible- ha de ser simbiótico. Esto quiere decir que tenderá progresivamente hacia la especialización, lo que no implica – no quiere decir- igualdad en la generación de excedentes monetarios sino, antes al contrario, la consagración de la desigualdad, lo que conducirá necesariamente a desequilibrios monetarios crecientes e insostenibles. Son inevitables, por lo tanto, los mecanismos de compensación y canalización del capital excedente más allá del ámbito nacional. La capacidad de los deudores de crear dinero –de imprimir billetes por uno u otro procedimiento- es el argumento más contundente, y a la vez el método más pacífico, para garantizar la culminación con éxito de este proceso simbiótico

Palabras clave: Simbiosis, especialización, desequilibrio monetario, autarquía.

 


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

González Colunga, A.: "Los chinos nos deben mucho dinero" en Observatorio de la Economía y la Sociedad de China Nº 11, junio 2009. Accesible a texto completo en http://www.eumed.net/rev/china/


No queda más remedio que convencerse de que, dado que debemos, y deberemos, mucho dinero a los países emergentes, ahora convertidos en productores progresivamente exclusivos de un número creciente de bienes, son ellos los que nos deben dinero a nosotros.

Este proceso de mentalización es relativamente sencillo: para lograrlo es necesario pasar de ver un conjunto de Estados, cada uno de ellos con un sistema interno de redistribución de riqueza que actúa de forma más o menos independiente, a ver el sistema económico como global –una realidad de facto, que hemos tenido ocasión de experimentar con la actual crisis-. Un sistema, por tanto, en el que el desarrollo de unos depende directamente del desarrollo de los demás.

En este sistema social único, global, han de existir procedimientos globales de redistribución del capital, al igual que existen en el interior de los estados.

Ha de existir, por lo tanto, una contabilidad única según la cual una parte del dinero recibido por los países emergentes -entregado a cambio de esos bienes producidos- ha de ser redistribuido no ya a escala nacional, sino planetaria. Para ello es preciso observar los bienes que estos países producen como un valor, un tipo de energía que el sistema social global requiere. Esencial, mejor pagada que otras por razones cuantitativas, pero no más imprescindible: a cambio de esa energía sus productores recibirán otras igualmente imprescindibles, incluso aunque su equivalencia monetaria sea menor.

Para obtener esas otras energías, esos otros valores, los países emergentes han de devolver el dinero excedentario en la proporción adecuada, puesto que ese dinero es necesario para el desarrollo de esas otras funciones –imprescindibles para ellos- propias de los compradores, y que son múltiples: investigación, generación y distribución energética, generación de herramientas que mejoren esa producción, experimentación social (en su concepción más amplia, incluyendo desde la innovación característicamente individual, y por tanto múltiple y más eficiente, de los países desarrollados, hasta el Know-how en relaciones internacionales acumulado por la Unión Europea), o la salvaguardia del orden mundial –que incluye, por supuesto, a los propios países emergentes-.

Otro argumento es tan simple como el de afirmar que los compradores ponen los clientes, son el mercado para lo producido, inevitable por múltiples razones, y su mantenimiento requiere el retorno de esos flujos monetarios.

Exigencias de los sistemas simbióticos

Evidentemente valorar esos “excedentes monetarios” no será sencillo, pero en general podremos considerar su mínimo como aquel que, por su abundancia, exceda la capacidad de inversión –desarrollo armónico- de los países emergentes. Con una precisión:

La formación de cualquier sistema vivo –como el que nos ocupa, sistema vivo social global- exige una especialización en las funciones de sus diferentes subsistemas. Esto genera una dependencia mutua, basada en seguridad de que el resto de los actores necesita participar de esa simbiosis para subsistir. En otros términos, los sistemas vivos –todos ellos- están formados por la unión simbiótica de un conjunto de subsistemas especializados. Para garantizar la estabilidad de la simbiosis son necesarias, al menos, dos circunstancias:

-Estos subsistemas necesitan convertirse en imprescindibles, es decir, ser su función básica y necesaria para el funcionamiento del conjunto, y

-Deben ser estables, lo que requiere encontrar equilibrios en sus flujos energéticos, de forma tal que ninguno de ellos tenga tendencia a acumular energía tan por encima de los demás que lo convierta, eventualmente, en capaz de desarrollar por sí mismo las funciones que otros le aportan. Esto conduciría, finalmente, a su independencia y, con ello, a la destrucción del sistema vivo en el que se integraba.

Si observamos al sistema social global como simbiótico –y el alcance de esta crisis mundial así parece mostrarlo-, esta segunda circunstancia indica que habrá de impedirse resueltamente cualquier incremento energético –en el mundo económico, monetario- que permita una tendencia hacia la autarquía de algún país aislado, lo que conduciría al conjunto social hacia el desastre o, como mínimo, hacia el empobrecimiento.

Por lo tanto, a la hora de valorar cuánto dinero deben devolver los productores a sus clientes, ha de tenerse en cuenta un elemento más: entre las inversiones aceptables por parte de los países emergentes con amplio superávit económico– aquellas por las cuales no estarían obligados a devolver excedentes monetarios- no deberían considerarse las que puedan interpretarse como “de tendencia autárquica”.

La capacidad de crear dinero como elemento regulador

Son necesarias pues, vistas desde la óptica de los deudores, medidas que impidan cualquier intento de transformación de esas economías emergentes hacia el autoabastecimiento –entendido como intento de autarquía de ese subsistema social-, que deberán ser penalizadas. Y el principal instrumento de penalización es la creación –impresión- de dinero para realizar los pagos, causando los conocidos problemas de inflación, que se harán progresivamente insoportables para todos hasta alcanzar, potencialmente, cifras tales que suman al planeta en el caos.

Quizás esta medida, aún de modo no consciente, ya ha sido puesta en marcha. Visto retrospectivamente podemos interpretar –correcta o interesadamente- que la no devolución del capital excedentario por parte de los países emergentes productores ha sido precisamente la causa, en los últimos años, de un proceso de generación de dinero por parte de los países deudores para compensar estos desequilibrios en el flujo monetario. Es decir, que este proceso de creación de dinero (a través de la ingeniería financiera, de la burbuja inmobiliaria) ha venido produciéndose ya.

Y esto nos llevaría a considerar, precisamente, la no devolución de excedentes por parte de los países emergentes como causa, nada menor, de la actual crisis. Y puede exponerse que de mantenerse el acopio –no distribución internacional- de los excedentes monetarios generados por los países productores, esta generación de dinero, inevitablemente, reaparecerá.

También puede predecirse que, si llegan a controlarse efectivamente los procesos que dispararon esa ingeniería financiera –si existiese, realmente, esta intención política-, esto sólo significaría que la creación de moneda pasaría a llevarse a cabo directamente, mediante la impresión de moneda, por parte de los países deudores, proceso que tendría un enorme coste social a nivel global.

Y esta sería una medida inevitable: dado que el desequilibrio económico se prevé no sólo indefinido, sino cuantitativamente creciente, los deudores se ven y verán obligados a generar dinero por la cantidad adeudada para contrarrestar la hemorragia de capitales sufrida.

Como argumento complementario podemos hablar de un fenómeno al que podemos considerar consecuencia de la no devolución de excedentes: la generación de una duplicación monetaria inútil y peligrosa, evidente si observamos que el estado acreedor acumula su dinero en forma de deuda contraída por algunos países deudores, mientras estos se ven impelidos a generar dinero por los métodos más diversos para compensarla. La deuda, creciente, sólo tendrá valor mientras el deudor pueda pagarla, es decir, mientras el deudor siga creando dinero para satisfacerla. Y será irrelevante si lo hace a través de una economía “real” (un dinero creado mediante una equivalencia con bienes producidos), o ficticia (simplemente lo imprime para saldar su deuda).

Conclusión

El sistema vivo resultante de la internacionalización de la economía –el sistema vivo social global, único futuro posible- ha de ser simbiótico. Esto quiere decir que tenderá progresivamente hacia la especialización, lo que no implica – no quiere decir- igualdad en la generación de excedentes monetarios sino, antes al contrario, la consagración de la desigualdad, lo que conducirá necesariamente a desequilibrios monetarios crecientes e insostenibles.

Son inevitables, por lo tanto, los mecanismos de compensación y canalización del capital excedente más allá del ámbito nacional, al igual que fueron históricamente imprescindibles estas redistribuciones, dentro de los estados, más allá del ámbito empresarial. La capacidad de los deudores de crear dinero –de imprimir billetes por uno u otro procedimiento- es el argumento más contundente, y a la vez el método más pacífico, para garantizar la culminación con éxito de este proceso simbiótico. Únicamente cuando estos mecanismos de compensación de estos excedentes se instituya se podrá pensar en la instauración efectiva de una moneda única mundial de referencia, pues es precisamente la capacidad de generación de moneda de los países deudores la que garantizará que el proceso se lleve a cabo con éxito. La creación de la moneda única mundial de referencia sería, finalmente, la expresión de ese éxito simbiótico.

A cambio de su sacrificio los países productores deberían encontrar facilidades para cumplir su función productora, es decir, obtener prioridad en el acceso a las materias primas que necesitan para desarrollarla, siendo responsabilidad del sistema en su conjunto (países productores de bienes básicos y países investigadores en nuevas energías y tecnologías) el resolver la mayor amenaza global, que afecta tanto a productores como a consumidores, y que no es otra que la limitación en la disponibilidad de esas materias primas.

En una hipotética negociación habría de discutirse justamente sobre cuánto dinero deben los países excedentarios en concepto de atrasos. En este tema, como en todos -el resultado final de la distribución de funciones, por ejemplo- el azar habrá jugado sus cartas, al igual que ha ocurrido siempre, hasta el momento, en la formación de un nuevo sistema vivo. Será la última vez que esto suceda.

Este arreglo quizás atrase el acceso a la libertad individual en algunos países pero cabe esperar, desear y actuar para que inevitablemente ésta, como beneficio agregado del proceso, llegue.



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