Cuadernos de Educación y Desarrollo

Vol 3, Nº 30 (agosto 2011)

LA PRÁCTICA DOCENTE COMO OBJETO NECESARIO PARA EL AUTODESARROLLO PROFESIONAL


Gloria Guerra Mercado (CV)
Profesora Auxiliar
Máster en Ciencias de la Educación Superior
Coordinadora de la Carrera de Educación Especial
Universidad de Ciencias Pedagógicas “Frank País García”. Santiago de Cuba
gloriagm@ucp.sc.rimed.cu




RESUMEN

El interés particular que da inicio a estas reflexiones parte de las experiencias que deseo comentar y compartir sobre aquello muy cercano al interior de nuestro mundo profesional, que si bien serán ser muy personales, estoy casi segura que para muchos de los que fuimos alumnos y hoy somos profesores, es vital tener en cuenta: se trata de penetrar a nuestro propia práctica docente como un objeto particular de estudio, para ir a la búsqueda de su continuo autoperfeccionamiento.

La práctica docente como acto eminentemente profesional, es más que una permanente tarea de reconstrucción del rol profesional pedagógico, de cada uno de los que intervenimos en el proceso de formación de las nuevas y futuras generaciones. Es cierto, que a veces, se torna un difícil, escabroso y agotador ejercicio, de una profesión, que por un lado, mucho esfuerzo y altruismo personal requiere, pero, por otro, es considerablemente, el acto humano más reconfortante que entre los seres humanos puede darse: la trasmisión de la experiencia anterior acumulada por la humanidad, con el fin de dar continuidad a la especie humana.

Estoy consciente, de que el camino para ajustar la respuesta educativa a las necesidades de los estudiantes, es una tarea que exige primero del cambio de nuestra postura academicista en la conducción del proceso formativo, ya que si nuestra mirada no nos conduce a una autorreflexión a lo interior y más oculto de nuestro caudal “de experiencias”, difícil es proceder al mínimo cambio de postura, bien de lo conceptual, o lo axiológico, de lo que asumimos como práctica docente.

Es retornar la mirada en un momento de autorreflexión, desde posiciones más críticas y con una visión más integradora, hacia la labor que desempeñamos y estar en mejores condiciones de autoevaluar el desempeño profesoral desde otra mirada, a lo interior del proceso configuracional que le asiste a una profesión de marcado énfasis en la evaluación social de sus resultados.

La práctica docente no es más que aquello que nos conlleve desde el diario accionar en cada salón de clase, a la crítica, al cuestionamiento, a la duda de si lo que estamos haciendo es lo adecuado o lo más idóneo, de asumir la inseguridad cada vez que nos enfrentamos a un grupo estudiantil, de reconocer que en la derrota está el camino para recomenzar de nuevo nuestra práctica, de poner a prueba y crítica nuestros conocimientos y saberes profesionales, que de hecho no son ni acabados, ni completos y mucho menos los verdaderos, aun cuando así lo creamos.

Es precisamente el ejercicio de esta profesión, la que nos enseña cuanto de lagunas y necesidades de saber tenemos, es por decirlo de una manera muy personal, la obra humana más incompleta, por lo menos, así me siento yo cada vez que compruebo cuanto desconozco de tantas esferas de la vida, de los seres humanos, de su comportamiento, y de los ciclos vitales que aun cuando están muy cerca de mí para ser apreciados a simple vista, me cuesta recorrer una vertiginosa pirámide de ascenso en busca de lo que aparentemente creía conocido.

Palabras Clave: Práctica docente, Autorreflexión, Profesión, Profesionalización, Configuracional, Vivencial creativo, Identidad profesional.

DESARROLLO

Mi desempeño como docente de la Universidad de Ciencias Pedagógicas• “Frank País García” por más de 20 años, en la especialidad de Educación Especial, en funciones como profesora de la disciplina Formación Pedagógica General y Especial y jefa de la Carrera, me permiten asegurar que el haber estado muy dentro de los marcos de las instituciones docentes en mi país, me permite reflexionar lo que ha venido sucediendo, y aún permanece como uno de los problemas más apremiantes de la actualidad: el reconocimiento del necesario cambio de mirada y de reanálisis de nuestra realidad educativa, que de hecho es muy común a los países del continente americano.

Por eso reconozco que lo primero y más importante es aceptarnos tal y como somos, con el consiguiente llamado a ser genuinos, a partir de tener plena conciencia de nuestras experiencias, nuestras dudas e incertidumbres y recrearlas desde lo vivencial creativo para saber comunicarlas en el momento oportuno que el proceso de enseñanza aprendizaje lo requiera.

Esto significa ser docente tal y como somos, y asumir las contradicciones que existen en nuestra diaria labor, como algo intrínseco y consustancial al acto docente, donde los sujetos que en ella intervienen, son importantes en la medida que asumimos una actitud diferente, respecto a la posición de cada uno en la construcción del nuevo conocimiento.

Cuando se busca en lo que es explícito y en lo que no lo es dentro de nuestros currículos, en lo que se dice y lo que no se dice, lo que se hace y no se hace dentro y fuera del aula, se deja claro que muchas de nuestras limitaciones y necesidades de reafirmación profesional, están ligadas de modo directo con esa posición rígida o dogmática ante cualquier cambio, en el desempeño de una función que amerita una permanente reevaluación y perfeccionamiento de lo que hacemos. En nuestra realidad eso está presente y pocos somos los que intentamos hacer cualquier cambio.

Considero que debemos apropiarnos de ese método de búsqueda de la verdad, que es siempre dudar de nuestros propios conocimientos y ponerlos en duda y a prueba cada vez que nos enfrentamos a un grupo docente, por muchos años de desempeño que tengamos o del nivel académico o científico alcanzado.

Es así como buscando esclarecer las dudas nuestras y las de nuestros estudiantes y colegas de profesión, que alcanzaremos desde la perspectiva crítica de nuestra práctica docente, el necesario cambio de mirada y acción, espacio donde los alumnos evolucionarán según sus propios intereses y de acuerdo al momento del desarrollo histórico social en el que viven.

Es este el camino para promover en ellos el espíritu de indagación y confrontación de ideas y juicios, que hace verdaderamente efectiva y significativa la enseñanza y que el mundo actual nos demanda.

Poner a prueba sistemáticamente nuestra práctica docente no ha sido un ejercicio habitual en nuestras instituciones docentes, ya que nos hemos acostumbrado a cumplir lo que se orienta, aun cuando a nivel de colegas o círculos profesionales semejantes, asumamos esta actitud reflexiva de lo que debería ser y no es, o de lo que pensamos podría o debería hacerse de otra manera.

Realmente reconocer desde una perspectiva crítica nuestra labor profesional y cuestionarnos nuestras creencias, valores, seguridades y competitividad profesional, no ha sido un acto de valentía presentes en nosotros mismos, por eso asumo que pensar lo no permitido y compartirla con nuestros alumnos y colegas a fin de orientar por el camino de la investigación y la trasformación nuestra propia experiencia, es el camino más directo y corto por el que podremos sentirnos más libres de acción y pensamiento.

Lo primero a señalar después de mí andar docente es reconocer las principales problemáticas u obstáculos de la práctica docente y sus posibles soluciones

A partir de aquí entonces el análisis conduce a reconocer lo complejo que resulta definir desde una sola arista la profesionalización al estar relacionada con diferentes enfoques conceptuales y estar asociada a los términos profesión y profesionalismo, empleados de forma ambigua en abundante literatura sociológica y pedagógica y desde diversas posturas filosóficas.

Resulta de veras difícil ya que se asocia con el desarrollo de una cultura profesional, que tiene que ver en el profesorado con los conocimientos existentes y la concepción o función docente, con las orientaciones conceptuales o visiones sobre su función, con los procesos de la formación inicial (selección de los estudiantes, contenidos, orientaciones educativas, etc.),con los requisitos de acceso a la profesión, con el status y las condiciones de trabajo, con la formación permanente, con la evaluación del trabajo, con otras secuencias del itinerario profesional o carrera docente y con otros procesos paralelos, como la política educativa y curricular, la organización escolar, entre otros factores que afectan igualmente al desarrollo de la cultura profesional del profesorado y consecuentemente, al proceso de innovación y cambio en la escuela.

De modo que se constituye en un proceso de mejoramiento del colectivo pedagógico, encaminada a lograr prestigio, mejores condiciones de trabajo, remuneración, acreditación, entre otras, como expresión de un alto nivel de formación alcanzado, de una competencia especializada en el desempeño de las funciones y tareas básicas que responde eficazmente a las exigencias y demandas sociales.

Coincidimos con lo planteado en La Declaración Mundial “Educación para todos”, aprobado en 1990 en Jomtien (Tailandia) cuando se refirma “…el progreso de la educación depende en gran medida de la formación y de la competencia del profesorado, como también de las cualidades humanas, pedagógicas y profesionales de cada educador”, de modo que la profesionalización debe ser entendida como un proceso, en el que se imbrican coherentemente la cultura o desarrollo profesional, dirigida a la profundización de las características de nuestra profesión pedagógica.

Es lógico comprender que la profesionalización para los docentes debe ser el camino que conduzca al logro de una cultura para la reflexión y el cambio colectivo e individual, a lograr en ellos la seguridad, el prestigio, la confianza y autonomía personal para asumir cualquier evento o transformación en materia educativa a nivel local, regional, o mundial, y es la vía más efectiva para comprender e interpretar la propia realidad y reivindicar una labor que sí exige de un continuo proceso de sistematización, en busca de elevar la calidad de los procesos formativos que ella se desarrollan.

En este empeño la profesionalización trasciende al ámbito social y conduce a elevar los niveles de vida y de realización profesional, al logro de metas más objetivas en materia educativa, a elevar la cultura de la producción de conocimientos y a revolucionar todas las concepciones o posturas alejadas del beneficio y el bien común, a fomentar una actitud esperanzadora y de profunda identidad profesional, en un mundo donde la competitividad, el desarraigo y el afán de lucro intentan sobreponer los intereses individuales sobre los colectivos.

Estas reflexiones que alcanzo a expresar después de este tránsito laboral como docente, me reafirman que en nuestro contexto nacional mucho se hace en busca de la reconocida profesionalización docente, sin embargo, apenas alcanzamos a meditar qué parte nos corresponde en lo individual, para tributar a esos fines en cada una de nuestras instituciones formativas, cómo alcanzar el reconocido prestigio social que tanto reclamamos, cómo situar la formación de nuestra actuales generaciones a la luz de las exigencias no solo del mundo actual, sino del que se les avecina. Realmente el debate y al meditación quedan abiertas….

Como es lógico es necesario referirse a los paradigmas en los que me ubico: Parto de reconocer que desde la perspectiva académica en su enfoque comprensivo, fui formada y así lo he trasmitido a mis estudiantes, en aras de formar en ellos ese espíritu de profesional a partir de un sólido dominio de las disciplinas que tributan a la formación del especialista que formamos y por otro lado, me sitúo en la perspectiva práctica en su enfoque reflexivo sobre la práctica, porque esa es la nueva visión en la que actualmente desarrollo mi práctica docente, en busca de un profesional que a partir de la práctica, en la práctica y para la práctica, reflexione permanentemente en los resultados de su desempeño, empleando la investigación, la indagación y la solución de problemas.

Mi posición respecto a cada uno de estos paradigmas es de reflexión, ya que el estudiarlas me ofrece diferentes ángulos de percepción de la formación docente, atendiendo a sus posturas filosóficas y principios de ejecución. Considero que cada uno ha contribuido en diferentes momentos históricos al desarrollo de la Pedagogía, de las ciencias de la educación y al desarrollo de la humanidad; de modo que cualquier crítica a sus postulados permite acercarse a una realidad que aunque conocida hasta el momento, puede ser analizada y estudiada a profundidad desde diversos ángulos.

En el caso de nuestra práctica docente, analizaba en qué medida he aplicado alguna particularidad o rasgo de cada una de estas variantes de formación, y arribo a la conclusión de que aún no logro identificarme con una u otra postura paradigmática sobre bases bien fundamentadas, ya que comúnmente en Cuba nuestra práctica es multiparadigmática. ¿Será eso cierto? Aún en este espacio de análisis el debate también es inconcluso.

Enseño básicamente Pedagogía General y Especial, además de Didáctica, Psicología y Metodologías Especiales, a estudiantes de las carreras de Educación Especial y Logopedia en la Universidad, con énfasis en su formación docente y para la reflexión de la práctica profesional pedagógica que se desarrolla en el universo de la Educación Especial en el territorio.

Esta tarea de enseñanza dirigida a la formación de los profesionales que requiere la Educación Especial en el país exige y requiere de un egresado con una cultura general integral, formado en los fundamentos y tendencias más actuales y renovadoras de la Pedagogía y la Psicología general y especial contemporáneas, a nivel mundial, de Latinoamérica y del país, por lo que desde mi posición como docente contribuyo al desarrollo social de la Educación Especial como subsistema del Ministerio de Educación en Cuba, con gran aceptación y reconocimiento social.

Sin embargo, considero que la labor que desarrollo como docente es insuficiente, pues debería enseñar además de las asignaturas y cursos disciplinares que corresponden al plan de estudio de estas carreras, otras que estén vinculadas a la cultura de la convivencia y la comunicación entre los seres humanos y sobre todo temas de autorreflexión y autoeducación personal, debido a los serios problemas que enfrenta nuestra sociedad civil en materia de relaciones interpersonales, del ejercicio y respeto a las normas de convivencia social, que tan deterioradas están en la actualidad, así como otras relacionadas con el estudio de modelos de educación y de enseñanza aprendizaje de otros países y culturas en el área de la Educación Especial.

Requiero asimilar otras experiencias y enfoques formativos, que me permitan ofrecer alternativas para la atención personalizada y familiar a los escolares con necesidades educativas especiales asociadas o no a la discapacidad, pues son esferas de escasas investigaciones y se necesita de profundización, apropiación y aplicación en la práctica educativa de nuestras instituciones docentes.

Considero que estaría en mejores condiciones y debería enseñar más materias vinculadas a la esfera de la formación de los valores universales, de la cultura higiénica desde la postura del educador, de cultura pedagógica universal, de protección al medio ambiente y a la preservación de la especie humana, por ser temas de preocupación mundial en la actualidad y el futuro y que con muy poca frecuencia son abordados en nuestros currículos.

Al hacer un análisis de la propia práctica que desempeño, valoro que está en correspondencia con la formación académica y experiencia profesional que poseo, con tendencia a situarme o adherirme al enfoque academicista y más recientemente en el de renovación de la práctica social, sin embargo, en la última década, reconozco que las insatisfacciones que experimento son mayores, que décadas atrás, pues la calidad de los egresados ha ido en detrimento y alejándose del modelo de maestro que se aspira a formar, por lo que en muchas ocasiones las expectativas que asumo de los futuros egresados resultan contradictorias con la realidad que evalúo cotidianamente.

Reconozco que esto en gran parte se debe a la inercia con la cual se ha impregnado el proceso formativo del cual formo parte, urgido y necesitado de una permanente renovación, que de año en año, intenta asumir propuestas innovadoras de formación, pero, que a la postre, mantienen el mismo status con el que inicié mi actividad profesional como docente.

De modo me gustaría enseñar más, y de forma didácticamente superior, con un empleo mayor de la tecnología de avanzada, que sin sustituirme como docente, facilite un aprendizaje más significativo y de verdadera utilidad en el desempeño profesional, de aquellos que en mis manos deben encontrar los modelos de su futura vida laboral.

El proceso de enseñanza aprendizaje es por su naturaleza un acto eminentemente social, dialécticamente articulado, que emana de relaciones sociales, necesarias y ajustadas a leyes que dependen del estado de desarrollo de la cultura, la filosofía educación el desarrollo científico y técnico que posea la educación y los fines educativos que persiga la educación en un país y momento histórico determinado.

Se reconoce entonces que aunque la enseñanza y el aprendizaje son procesos diferentes, la práctica los relaciona e integra de una manera armónica. Uno va dirigido a los actos o actividades y acciones que ejecuta el docente en función del logro de objetivos a lograr en los estudiantes y el otro se concreta en el conjunto de actividades que desarrollan los estudiantes a fin de alcanzar las metas o propósitos propuestos por el profesor. Se debe destacar que se enseñan y aprenden conocimientos, habilidades, hábitos, normas de conducta y actuación, así como sentimientos, actitudes y valores que son consustanciales al acto educativo y formativo.

Sería ilógico pensar en desarrollar un proceso de enseñanza y otro de aprendizaje por separados, solo en los marcos de un análisis epistémico es que se pueden analizar en su particularidad, pero, en la dinámica del acto educativo ellos están y se tratan en una unidad dialéctica inseparable.

Como es lógico para alcanzar eficiencia en este acto de enseñar y aprender se recurre estratégicamente al empleo de estrategias, bien de enseñanza, bien de aprendizaje o ambas inclusive, ya que se constituyen estas en procesos de toma de decisiones, para promover por un lado el logro de aprendizajes efectivos en los estudiantes y por otra parte aprender y solucionar con mayor éxito determinados objetivos o metas propuestas, de modo que se requiere de la determinación de objetivos, contenidos y métodos que son los elementos que integran el proceso de enseñanza aprendizaje, dirigidos a dar respuestas a las interrogantes siguientes:¿Para qué enseño?, ¿Qué enseño?, ¿Cómo enseño? desde la perspectiva del docente y ¿Para qué aprendo?,¿Qué aprendo? y Cómo aprendo? desde la posición del estudiante.

Solo planteándose estas interrogantes se llegará a un aprendizaje significativo y de trascendencia en los ámbitos de la educación.

Las estrategias de enseñanza aprendizaje son diversas, pero todas persiguen fines educativos comunes, con énfasis en aquellas sobre cómo y de qué manera hacer más motivante cada clase, cómo flexibilizar mis maneras de organizar y proyectar el aprendizaje significativo en cada estudiante teniendo en cuenta sus basamentos psicológicos, didácticos y lógicos como arma epistemológica para fundamentar su aplicación.

Es de esta manera como aprecio que el ejercicio de la docencia, lejos de ser un acto repetitivo, cerrado y estático, es en esencia un verdadero acto de reconstrucción permanente de conocimientos, habilidades y competencias profesionales, de crecimiento personal.

Nos corresponde ahora llegar e incursionar en un escabroso tema “La evaluación, los exámenes y las calificaciones”, que a sabiendas de su importancia poco tiempo se ha dedicado a su estudio con profundidad.

El marcado interés en reconocer y hacernos partícipes de la necesaria reflexión que amerita este componente del acto educativo, define en gran medida el éxito o fracaso del accionar docente y en consecuencia de toda institución y sistema educativo.

Comparto como criterio general que la evaluación es parte integral de una buena enseñanza, de la cual dependen las mejoras en las propuestas de enseñanza y aprendizaje, que sirve como mecanismo de autocontrol al profesor, para el conocimiento de los factores y problemas que pueden desmeritar la eficacia de la actividad docente, de modo que, desde el marco conceptual constructivista que asumimos evaluar implica tener en cuenta aspectos centrales como: identificación de los objetos de evaluación, el uso de determinados criterios para la realización de la evaluación, cierta sistematización mínima necesaria para la obtención de la información, la aplicación de técnicas que conduzcan la construcción de una representación más fidedigna del objeto de evaluación, así como la emisión de juicios de valor y por último la toma de decisiones.

Desde esta posición evaluar indica reflexionar, interpretar y mejorar el propio proceso de enseñanza aprendizaje, desde los dos tipos de decisiones: la función pedagógica y la social, que articuladamente se vuelven imprescindibles para la valoración acertada de la actividad educativa.

El camino que ha de seguirse a partir de ahí en nada es despreciable, pues tiene en cuenta su ajuste a las actuales circunstancias en que se desarrollan nuestras prácticas docentes, que va desde el abandono de las prácticas tradicionales de evaluar, hasta reconocer la funcionalidad de los aprendizajes de los alumnos como recurso potente del grado de significatividad de los aprendizajes.

Comparto el criterio que evaluar es un proceso continuo, sistemático, e integral destinado a determinar el logro de los objetivos educacionales, reflejados en el modelo de estudiante a formar para la sociedad, que valora los cambios producidos en la conducta del educando, la eficacia de las técnicas empleadas, la capacidad científica y pedagógica del educador, la calidad del currículo y el análisis de todos los factores que están implicados en el proceso educativo y los contextos de actuación del estudiante.

Solo así puede brindarse una justa evaluación del desarrollo alcanzado en la personalidad integral del estudiante y no ajustarnos a medir cuantitativamente o cualitativamente el grado de dominio o no del contenido de las materias de estudio o de la conducta del escolar.

Evaluar y medir difieren sustancialmente en su esencia, aunque es indudable que esta última es uno de los medios de los que se vale la evaluación para lograr sus objetivos de valoración.

La evaluación es una actividad educativa compleja, que en manos del docente implica tener una filosofía de la educación coherente con los fines de la educación en el orden psicopedagógico, técnico, práctico, administrativo, institucional y sociocultural. La evaluación educativa indica evaluar todo lo que rodea al proceso educativo, es de hecho, tarea necesaria y esencial en la labor docente.

Promover la introspección hacia la labor docente en el marco polarizado de tres enfoques: el centrado en la materia, el que gira en torno al alumno y el que lleva implícita o explícitamente una fuerte preocupación social, es sin lugar a dudas un medio eficaz para reconocer la visión con que evaluamos el acto educativo.

En el caso mío tengo la tendencia, y a menudo me sucede, a hacer un híbrido de estos tres enfoques - asumo las propuestas y los cambios fundamentales que se operan en la dinámica del quehacer docente y bajo el principio de que me es necesario dinamizar, recrear, e innovar aquello que desde otras posturas o experiencias, ha sido fructífero para otros, y desde luego acepto los valores y las prioridades que se corresponden con estas propuestas, ya que no aprecio diferencias sustanciales que me alejen de lo que puedo hacer mejor o más eficientemente en las clases.

He aquí una de esas experiencias:

En una clase puse en práctica una actividad, que más que más que promover una enseñanza centrada en la materia, iba dirigida a enfocar un aprendizaje significativo en el alumno y a la vez destinada a reconocer el valor social de lo asimilado, de modo que el mayor tiempo lo dediqué a trabajar sobre la esfera afectiva motivacional hacia la profesión escogida, con apoyo de contenidos intelectuales nada alejados de problemáticas sociales cercanas a la realidad cubana de la atención a escolares con necesidades educativas especiales correspondientes al programa de Pedagogía.

Aunque inicialmente solo pretendía la lectura y reflexión de la historia de una profesora y un niño huérfano, no esperaba la reacción de agradecimiento que de labios de los estudiantes afloró- “ninguno desearía o habría de permitir en su futuro desempeño profesional que un niño pasase por esa experiencia”, de modo que sentí un gusto inmenso por haber hecho algo diferente y centrar mi atención en lo que verdaderamente aspiro y deseo: fortalecer la espiritualidad y la sensibilidad al prójimo como primer requisito de un maestro.

Entonces, percibí una vez más que teniendo clara la plataforma y el sentido de ser docente, se puede desde disímiles alternativas, responder sin temor alguno que, sí se está colaborando en la formación de un estudiante que sea capaz de ofrecer soluciones creativas ante los problemas que se le presenten; saber usar su mente para tomar datos de la realidad; procesar información para analizarla y entender situaciones; elaborar juicios fundamentados; esclarecer los valores bajo los cuales quiere vivir, y entender a la sociedad, sus estructuras, sus relaciones y el papel que debe desempeñar dentro de ella, aun cuando estemos en contextos socio- históricos y educativos diferentes

Considero que cada enfoque al plantear el sistema de interrogantes que nos debemos hacer frente al acto docente, nos convoca a una sistematización e integración de lo que es inherente a todo proceso educativo y que no requiere de su fragmentación para el logro de una formación de calidad. A criterio nuestro son estas las interrogantes que sintetizan lo que conforma el sentido de ser docente.

1. ¿Responde la enseñanza a los aspectos socio-político-económicos que determinan el currículo de formación?

2. ¿Qué tengo que enseñar y tiene que saber el alumno significativamente?

3. ¿Qué significa partir del estudiante y adecuar el contenido de la materia a sus necesidades e intereses?

4. ¿Cómo organizar al grupo de tal manera que los alumnos participen y se comprometan en el logro de su propio aprendizaje y se despierte en ellos su necesidad por aprender?

5. ¿De qué manera se logra la integración entre la teoría y la práctica desde el currículo y el estudiante cuestiona su realidad social y encuentra elementos para actuar en ella?

6. ¿Qué es necesario tener en cuenta de la historia escolar y familiar de los estudiantes como parte del proceso educativo?

7. ¿Con qué criterios planteo la programación de la evaluación?

Si no hay contradicciones antagónicas al responder estas interrogantes, simplemente estamos ante una identificación de ideas básicas, que se resume en dos condiciones básicas muy simples que podemos cumplir:

a) El respeto por la persona del estudiante, que implica aceptar su grado de desarrollo, sus conocimientos, sus habilidades, sus valores, su historia personal y social y partir de ellos para educarlo.

b) La conciencia de lo que significa ser docente, para ir descubriendo nuevas alternativas, nuevos caminos que promuevan una actividad de enseñanza aprendizaje que abra la perspectiva nuestra al infinito campo de la educación y, la de facilitarle al alumno su desarrollo personal y su compromiso con la realidad, sobre todo social. La investigación docente

Plantearse interrogantes, tener conciencia desde dónde se actúa y buscar alternativas de solución, es tarea y responsabilidad del docente, de modo que el compromiso con la educación de nuestros estudiantes, nos permitirá una mayor apertura y deseo de seguir aprendiendo, para servir de una manera más comprometida y consciente a las personas que tenemos a nuestro cargo, lo cual necesariamente cobra un valor indirecto en la acción transformadora de nuestra realidad.

¿Sería necesario, entonces, alguna alternativa metodológica?

Creo que sí, pues estoy segura que surgirán formas diferentes de enfocar y desarrollar la práctica docente, precisamente porque se sustenta en la investigación docente, cuyo basamento científico sostiene una sólida, fundada y principal preocupación por el hombre y su desarrollo y no por la materia que se enseña. Por lo menos a esa postura respondo y creo firmemente en ella.

Compartiendo este andar de la práctica docente, no está de más reafirmar que su desempeño como acto de profesionalización, implica tener suficiente valentía para debatir nuestras creencias, valores y actitudes, en busca de orientar la práctica por el seguro camino de la búsqueda y la investigación, de la que a veces carecemos, por falta de espacio para la discusión o por pura resistencia al cambio.

BIBLIOGRAFÍA

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 Addine Fernández, F. (1997) Formación pedagógica y profesionalización permanente de los docentes. La Habana.


 

 
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