Cuadernos de Educación y Desarrollo

Vol 3, Nº 26 (abril 2011)

EL FENÓMENO SOCIAL DE LA VIOLENCIA ESCOLAR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS
 

Katerine Regueira Batista
Profesor Asistente, Doctor en Ciencias Pedagógicas. Universidad de Ciencias Pedagógicas “José de la Luz y Caballero” de Holguín. Cuba
katerinerb@yahoo.com, katerinerb@ucp.ho.rimed.cu 
Liana Fuentes Seisdedos
Profesor Asistente, Doctor en Ciencias Pedagógicas. Centro de Estudio de Educación Superior “Manuel F. Gran” Universidad de Oriente. Santiago de Cuba. Cuba
liafusei06@yahoo.es, liana.fuentes@gmail.com 
Rosa María González Palomo
Profesor Instructor. Universidad de Ciencias Pedagógicas “José de la Luz y Caballero” de Holguín. Cuba
rosamaria@ucp.ho.rimed.cu


 

RESUMEN

A partir del reconocimiento de la necesidad de prestar atención al fenómeno social de la violencia escolar, entre otras razones, porque su presencia en las escuelas es una realidad que no puede ser desconocida se efectúan reflexiones dirigidas a esclarecer su naturaleza, sus causas y manifestaciones esenciales, por cuanto ello resulta imprescindible en la aspiración de instrumentar acciones educativas inteligentes, válidas y fiables que hagan posible su desterramiento del ámbito escolar. Se ofrece una comprensión fundamentada en el materialismo dialéctico que posibilita acceder al entendimiento de la misma desde lo teórico y lo metodológico, con lo que se contribuye a facilitar una orientación adecuada de los docentes, como punto de partida para estructurar su labor educativa en la dirección apuntada.

Palabras claves: Violencia escolar, Prevención, Labor educativa, Orientación preventiva

EL FENÓMENO SOCIAL DE LA VIOLENCIA ESCOLAR EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS

La violencia como complejo fenómeno social tiene manifestaciones a lo largo de toda la historia de la humanidad y sus consecuencias se expresan en una gama de matices que va desde los daños esenciales hasta la muerte.

A pesar de los perjuicios asociados a la violencia no es sino a partir de la década del 50 del siglo XX, que algunas organizaciones internacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Fondo de Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (UNESCO), entre otras han trabajado de manera sostenida para intentar eliminar la violencia que afecta prácticamente a todos los sectores sociales y los países del planeta.

En los intentos realizados por explicar la esencia y la naturaleza de la violencia se han formulado diversas teorías a partir de los aportes de varias ciencias.

En dependencia de los referentes teóricos asumidos, las teorías conformadas para explicar la esencia y las causas de la violencia, ponen el énfasis bien en los factores personales, heredados, bien en los factores ambientales, en los trastornos y las enfermedades, o asumen la intervención mecánica de factores de diferente naturaleza, pero no trascienden el análisis metafísico, lo que pone de manifiesto el carácter reduccionista de las mismas.

En contraposición al enfoque señalado, la concepción marxista leninista de la violencia considera que la misma surge y se manifiesta condicionada por factores económicos; es decir, que no existe como algo inherente a la naturaleza humana sino que se engendra en el seno de las relaciones sociales, asociadas a la posición respecto a los bienes materiales y no solo como un papel reaccionario.

Lo anterior debe comprenderse en un sentido general, como expresión de la concepción materialista del mundo, cuyo postulado esencial es que el ser social determina la conciencia social Marx, C (1848-1888) y Engels, F (1848-1888) no negaron la intervención de otros factores, además del económico, en la aparición y la existencia de la violencia. Las interpretaciones simplistas de este planteamiento indujeron la comisión de no pocos errores y lamentables confusiones teóricas, distorsionadoras de la esencia del pensamiento marxista con repercusiones en las concepciones y las prácticas pedagógicas.

El mérito de esta concepción se manifiesta con particular fuerza en el establecimiento de las bases sobre las cuales se hace sostenible el conocimiento de las causas, las relaciones y las diversas formas que adopta la violencia, que desmitifica su naturaleza y la hace accesible al estudio científico y a su transformación desde un enfoque dialéctico, que trasciende las anteriores comprensiones reduccionistas.

Conforme a las diferentes posiciones teóricas asumidas existen múltiples definiciones acerca de la violencia, entre las que se cuentan las aportadas por Domenach J.M. (1981), Galiung, J. (1985), Parsons, (Citado por Rocamora, P. (1990), Morales, F. (1994), Jaramillo, E. (1998), Planella, J. (1998), Uries, R. (Citado por Artiles, I. (2001), que tienen en común poner el acento en las lesiones físicas que la misma produce en las personas; es decir, centran la atención en el terreno de las relaciones interpersonales y dejan fuera importantes manifestaciones, tales como las afectaciones que pueden producirse o recibirse del entorno.

Por otra parte, Lawrence, J. (1970), Ortega, M. (1991), Artiles, I. (1998), Corsí, J. (1999), García, M. (2001) hacen énfasis en el desequilibrio del poder como elemento principal sobre el que se sustenta la aparición y la consumación de los comportamientos de violencia, sin negar que sus manifestaciones aluden a la esfera de las relaciones interpersonales y que los daños no se restringen al plano físico, que abarcan lo relativo a la moral y lo psicológico, que pueden impactar las relaciones intergrupales. Lo que resulta loable por cuanto amplía la comprensión de la violencia de modo significativo; no obstante, la delimitación de los marcos, los contenidos, las formas, así como las consecuencias y su tipificación continúan necesitados de precisiones más puntuales y elaboraciones teóricas más completas. Lo que conduce al planteamiento de la cuestión acerca de la clasificación de la violencia.

En las valoraciones efectuadas con la pretensión de fundamentar la ubicación de los comportamientos de violencia, merece destacarse que Peña, S. (1999) determinó la existencia de niveles en sus estudios, sobre los conflictos, que García, M. (2006) asume para la expresión de la violencia: global, internacional, nacional, social e individual y agrega que se hace necesario considerar además, los planos de análisis, entre los que cuenta el filósofo, el sociológico y el psicológico.

En este trabajo se comparten las ideas antes expresadas y se asumen los niveles: social e individual, y los planos: sociológico, pedagógico y psicológico, todo lo cual permite una interpretación más holística de la diversidad de formas expresivas que adopta la violencia y las clasificaciones realizadas.

Existen múltiples criterios para tipificar la violencia como fenómeno social: Bourdieu, P. (1985), Miranda, M.J. (1996), Vallejo, I (1998), García, M. (2001), Sánchez, S. (2002), que obedecen a uno o varios rasgos que el autor resalta, tales como los sujetos perjudicados, las causas, la esfera afectada, entre otros.

Resulta apropiado hacer referencia a la llamada violencia simbólica, término acuñado por el sociólogo Bourdieu, P. (1985), y empleado para designar la inculcación de contenidos que refuerzan el apego al orden imperante a través de mecanismos de legalización. En tal sentido, se entiende que la acción pedagógica es “objetivamente una violencia simbólica”, ya que, las relaciones de fuerza, fundamento de la formación social, son el fundamento del poder arbitrario (en la comunicación pedagógica). Hay “imposición” e “inculcación” de una arbitrariedad cultural según un modelo arbitrario de imposición e inculcación que es la educación. Dichas ideas marcaron un hilo en la percepción de la violencia al llamar la atención sobre manifestaciones de la misma hasta entonces insospechadas. Sin embargo, el autor en cuestión no toma en cuenta que el hombre posee la capacidad de anticipar el futuro y prever la calidad de las influencias educativas a partir de su percepción del tipo de sociedad que pretende construir o preservar, conforme a las imprescindibles normas de convivencia que han de observarse.

Moreno, J. M. (1997) y Orpinas, P. (1997), así como en el “Informe de América Latina sobre la violencia contra los niños, niñas y adolescentes, en el marco del Estudio Mundial de las Naciones Unidas” (2006), asumen, la necesidad de considerar el entorno en que se manifiesta la violencia, lo que permite distinguir entre otras, la que se produce en el contexto de la escuela, cuya denominación consensual es violencia escolar, sin olvidar que sus manifestaciones son congruentes con las que se pueden presentar en cualquier otro escenario, ya que constituyen un reflejo del nivel de desarrollo que posee la sociedad en su conjunto.

En los marcos de la escuela se reproducen las relaciones sociales inherentes al momento socio histórico concreto, en todo su espectro de matices, pero asociadas, tanto al decursar, como al contenido, los actores y los escenarios concurrentes, todo lo cual es de obligatoria consideración para poder entender las particularidades de la violencia escolar tanto en sentido general, como puntual y contextualizadamente.

Se trata de discriminar las circunstancias y los factores de carácter subjetivo y objetivo que se conjugan para configurar los comportamientos de violencia en los protagonistas del proceso pedagógico, de manera útil, tanto desde la teoría, como la práctica, que se forman y se expresan a través de los medios de expresión de la personalidad: la actividad y la comunicación.

A tenor con los referentes declarados, se distinguen las manifestaciones de violencia escolar:

1- Según la cantidad de los sujetos implicados: Este criterio apunta esencialmente a lo sociológico y pretende servir de apoyo a la comprensión del impacto de la violencia en la vida escolar y la calidad de la salud de las relaciones interpersonales que en ella se establecen entre los protagonistas del proceso pedagógico.

1.1.- Violencia individual: Es la que se expresa en el marco de las relaciones interpersonales, tiene origen en la sociedad. Alude a los fenómenos asociados a la denominada seguridad ciudadana. Incluye el suicidio y otros actos autoabusivos, cuyo conocimiento importa en tanto pueden manifestarse en el contexto escolar.

1.2.- Violencia grupal: También llamada colectiva, es el tipo que se produce cuando la sociedad colectivamente, o por grupos significativamente importantes de ella, participa activa y públicamente en su ejercicio. En el marco escolar sus principales manifestaciones consisten en la presión que ejerce el grupo sobre el comportamiento de sus miembros y los conflictos intergrupales.

2.- Este criterio alude a las expresiones específicas que adoptan las manifestaciones de violencia en el contexto escolar y juega un importante papel metodológico porque muestra todo el espectro que abarcan las mismas.

2.1.- Violencia física: Se produce cuando un protagonista del proceso pedagógico ejerce su poder sobre el otro y daña su integridad física mediante el maltrato corporal.

2.2.- Violencia verbal: Se estructura sobre la base del empleo del lenguaje con la intención deliberada de perjudicar o dañar al interlocutor.

2.3.-Violencia psicológica: Conjunto de recursos empleados para manipular, intimidar, disminuir o estigmatizar al otro con la finalidad de ponerlo en una situación de subordinación o indefensión respecto a las intenciones del que la ejerce, su presencia es significativa en el contexto escolar.

2.4.- Violencia gestual: Se estructura sobre la base del empleo del lenguaje no verbal con la intención deliberada de perjudicar o dañar al interlocutor. Incluye el empleo del silencio con fines lesivos.

2.5.- Violencia simbólica: Consiste en el conjunto de contenidos de la educación que se inculcan al sujeto con el deliberado propósito de inducirle la aceptación del orden imperante por medios institucionalizados. Muy relacionada con esta manifestación Pérez, G. (1997) refiere la violencia estructural, como inherente a las estructuras sociales, sinónima de la injusticia social que se expresa en oportunidades de vidas diferentes.

2.6.- Violencia sexual: Tiene su esencia en la estructuración de comportamientos dirigidos a imponer la aceptación de las intenciones en la esfera sexual, por diversos medios y métodos que resultan lesivos para el otro.

2.7.- Violencia ambiental: Es la que se expresa en las relaciones que se establecen entre el sujeto y el entorno, que se caracteriza porque en las mismas uno o ambos resultan dañados, incluye el maltrato a la propiedad social, destrucción de la flora y la fauna y demás agresiones al entorno físico.

Las valoraciones realizadas en el informe de América Latina sobre la violencia contra niños, niñas y adolescentes, en el marco del Estudio Mundial de las Naciones Unidas (2006), son precisas en la revelación de las consecuencias que acarrea la violencia escolar cuando plantea: “La violencia, afecta profundamente el ambiente escolar, reduce el rendimiento de los y las estudiantes y cuerpo docente, deteriora las relaciones, incide sobre el abandono y la expulsión escolar. Entre los factores que pueden generar violencia se señalan medidas disciplinarias, actos agresivos entre alumnos, alumnas y profesores, graffiti, daños físicos a la escuela, reglas de organización poco explícitas, falta de recursos humanos y materiales, bajos salarios del cuerpo docente y administrativo, falta de diálogo entre las personas que componen el ambiente escolar, falta de comunicación entre las familias y la escuela. En esta enumeración puede verse que no se entiende el problema como una cuestión simplemente de actitudes recíprocas, sino como una interrelación compleja de todos los factores que pueden producir malestar. ”

Las anteriores consideraciones interesan desde la perspectiva pedagógica, no solo por la denuncia que realizan de las implicaciones negativas, sino también porque constituyen un llamado a empeñar esfuerzos en la búsqueda de soluciones pertinentes a tan acuciante lastre; sin embargo, la complejidad del problema y su innegable conexión con las particularidades de la sociedad en la que se expresa, impone limitaciones al diseño pedagógico de estrategias dirigidas a su atenuación.

No se puede obviar en el presente análisis lo relativo a la óptica de la psicología, que como ciencia que tiene por objeto el estudio de la subjetividad, aporta los referentes teóricos y prácticos sobre los que la pedagogía puede construir el conjunto de acciones válidas y fiables para inducir, en su ejecución, las transformaciones deseadas. Vigotski, S.L. (1977), Olweus, D. (1983), González, F. (1995), entre otros, han realizado investigaciones que confirman el carácter complejo del condicionamiento del comportamiento humano, a partir de la esencia individual e irrepetible de la personalidad, que no puede ser desconocido en cualquier pretensión de conformación de alternativas u otros medios de influencia pedagógica sobre la misma.

La violencia, en sentido general, y la escolar, en especial, impacta de manera indeleble en el proceso de conformación de la personalidad en cualesquiera de las etapas de su desarrollo ontogenético, en una dirección predominantemente negativa, ya que no se excluye un efecto positivo explicable desde el fenómeno de la resiliencia, entendido como la capacidad que poseen algunas personas para transformar los eventos e influencias nocivas en fuerza motriz del desarrollo y del crecimiento personal con una orientación social positiva.

Frente a la violencia se aboga cada vez más a favor de la no violencia entendida, en su sentido positivo, como la opción metodológica en la resolución de conflictos que permite la paz, comprendida como un proceso de resolución no violenta de las contradicciones. En este sentido la no violencia, como estilo de vida, busca la armonía de la persona sobre la base de los valores de cooperación, respeto a la diferencia, igualdad, justicia, ecología y otros, lo que presupone la renuncia al empleo de la violencia como vía de solución de los conflictos y la búsqueda de una inserción sostenible en el sistema de las relaciones sociales. A este aspecto se han referido Sánchez (1985), Barahona (1989), Judson (1989), Grasa (1990), Jares (1991) y Romía (1991).

Si bien se comprende y comparte en su esencia el sentido de los pronunciamientos anteriores por cuanto representan un importante paso hacia delante en el desarrollo de la teoría y la metodología de la prevención de la violencia en todas sus manifestaciones, es necesario significar que la idea central que anima el presente artículo va más allá de tales planteamientos y se pronuncia a favor no ya de la armonía, sino de la fraternidad.

Para comprender la relación entre la prevención de la violencia escolar y la labor encaminada a hacer el proceso pedagógico un escenario potenciador de relaciones interpersonales basadas en el respeto mutuo, la cooperación, la tolerancia, la ternura y el amor, es imprescindible penetrar en la esencia de la naturaleza humana, que es social, dable a la sociabilidad y, por tanto inclinaba el establecimiento de nexos fraternales con sus semejantes, más allá de lo que ellos representan como fuentes de satisfacción de necesidades materiales.

No es posible pretender prevenir la violencia escolar desde la evitación de la configuración de situaciones engendradoras de las mismas, ya que la existencia presupone innumerables circunstancias en las que no pueden ser excluidos los conflictos que se generan a partir de las naturales contradicciones suscitadas en el propio proceso interactivo consustancial a la vida en sociedad. Por otro lado, aspirar a la simple evitación de los comportamientos violentos no constituye una garantía de que no se apele a ellos, si no se incluyen en los sujetos a fin de que produzcan los cambios y las transformaciones inherentes a la adopción de actitudes y modos de comportamientos contrapuestos a aquellos, no en el plano externo, sino en el plano intrapsicológico.

La incorporación al acervo cultural personal de los recursos intelectivos y afectivos necesarios para garantizar la configuración de personalidades no violentas, aptas para insertarse en el sistema de relaciones interpersonales desde posiciones empáticas, tolerantes y amorosas debe constituir una tarea pedagógica de las más transcendentes, a cuya satisfactoria solución el profesor debe consagrar todas sus energías, con la certidumbre de estar realizando una contribución esencial al perfeccionamiento de las relaciones sociales y por ende a la salud individual y social.

Bibliografía

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2. Barrios, Y. (2001). “Una investigación en busca de la transformación grupal’’. APC. La Habana

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4. Colectivo de autores (1996). Los retos del cambio educativo.

5. Corsi, J. (1995). “Violencia familiar: una mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social’’. Editorial Paidós, México.

6. Engels, F. (1979). ”Anti Dühring”. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, segunda reimpresión.

7. Pérez, G. (1997). Cómo educar para la democracia. Estrategias educativas. Editorial Popular, Madrid.

8. Regueira, K. (2006). Consideraciones acerca de las manifestaciones de violencia escolar. Universidad de Ciencias pedagógicas “José de la Luz y Caballero”

9. Torroella, G. (2002). Aprender a convivir. Editorial Pueblo y Educación, La Habana.

10. Vigotsky, L.S. (1934). Citado por Bozhovich, L. (1976). La personalidad y su formación en la edad infantil. Editorial Pueblo y Educación.

11. Vigotsky, L.S.(1981). Obras Completas. Ediciones Revolucionarias, La Habana.


 

 
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