Contribuciones a las Ciencias Sociales
Julio 2014

Violencia de Texto, Violencia de Contexto: historiografía y literatura Testimonial Chile 1973. 2008. Freddy Timmermann. Santiago, Ediciones UCSH



Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@arnet.com.ar
International Committee Research on Disasters, Bryant, Texas USA



Lejos de traer paz y prosperidad como anunciaba Francis Fukuyama, el supuesto fin de la historia ha reciclado las viejas estructuras capitalistas para crear poder desde otro prisma. Sobre este punto ético y político crucial que desvela a los académicos de todo el mundo se encuentra estructurado el trabajo del profesor Timmermann, Violencia de Texto, Violencia de Contexto. Si los hallazgos de las ciencias “duras” han avanzado sustancialmente en las últimas décadas, la situación moral de Occidente ha entrado en crisis como así sus instituciones más representativas.

Contextualmente, aclara Timmermann, la década de los setenta encuentra a Chile mirando hacia la Guerra Fría y la revolución cubana, hacia el Mayo francés del 68 y la revuelta hippie en California. La sociedad daba paso gradualmente a una ingeniería social donde la verdad de la historia era menos importante que las posibilidades del individuo para trascender. Como los Estados Unidos, Chile también tuvo su desgraciado 11 de Septiembre (en 1973), un golpe de estado cívico-militar organizado por un grupo de generales entre los cuales se encontraba Augusto Pinochet. El golpe en contra de S. Allende no solo ratificó ciertas políticas económicas sino que además modificó las formas de comprender lo público y lo ciudadano, replegando al sujeto hacia el interior de su esfera privada por medio del temor. Timmermann recuerda que todo problema de “memoria” implica poder brindar las bases para explicar la violencia. Sin comprensión, el olvido es sólo cuestión de tiempo. Las prácticas estatales de violencia frente a los ciudadanos y sobre sus cuerpos tienen consecuencias directas en el corto, mediano y largo plazo sobre la sociedad toda.

Precisamente, como buen historiador, Timmermann repara en los serios problemas metodológicos que tiene el hecho de estudiar sistemáticamente un objeto ausente. La figura del desaparecido se caracteriza por la ausencia de un cuerpo al cual reclamar, o darle sepultura, homenaje o someterlo a cualquier otro rito funerario. El cuerpo del “desaparecido” es rememorado por sus familiares y amigos, vive en la memoria de quien soporta su ausencia. Por ese motivo, el impacto del hecho represivo es exclusivamente difícil de estudiar a no ser por la memoria colectiva de un puñado de ciudadanos en quienes el hecho continúa vivo. Centrado en la literatura testimonial, el libro intenta reconstruir los 120 días posteriores al golpe institucional de Pinochet.  Prigué y el Estadio de Rolando Carrasco son dos de las obras examinadas por Timmermann. Si el primero se encuentra escrito cuando el autor se encontraba detenido, el segundo es en libertad, editado en Buenos Aires en 1974.

Ambas obras articulan toda una serie de experiencias ya sea del golpe y de los días posteriores como de impronta ideológica propia del autor. En ambos textos no solo habla un hombre en condiciones de aislamiento y represión, sino parte de toda una generación. En las partes iniciales de Violencia de Texto.. se exploran las conceptualizaciones necesarias para comprender la memoria y su vinculación con la represión. En las sucesivas, se trabajan las formas o umbrales a través de las cuales esa violencia se hace factible y tolerable. Por último, se hace énfasis en la construcción de la legitimidad discursiva que sustentan espacios de poder específicos y que, de alguna u otra manera, se encuentran enraizados en la cultura chilena. Metodológicamente, Timmermann escribe

“creo que se debe estudiar todo hecho de violencia con fuentes cercanas a la ocurrencia de estos, porque son sus matices los que permiten establecer una influencia más profunda del contexto, y por lo tanto, percibirlo en torno a dimensiones distintas usualmente tratas” (p. 33).

Y a medida, entonces, que se acerca la fecha crucial, tanto el ejército como la ciudadanía entran en un gran umbral de incertidumbre. Aun cuando los militares chilenos tuviesen definidos sus escalafones las riendas del golpe como así sus políticas inmediatas estaban abiertas a una lucha de facciones por el poder. Por su parte, el miedo al avance “rojo” en ciertos sectores de la elite chilena sentó las bases para la adopción de la violencia como forma comunicativa estandarizada y ejemplificadora.

Al estudio de contenido dirigido sobre los libros de Carrasco, se le añaden una interesante lectura de los informes Valech y Rettig. Ambos documentos intentan responder a preguntas acuciantes aunque desde diversos ángulos; el primero hace foco en las detenciones ilegales, las torturas, el tratamiento de prisioneros y las violaciones a los derechos humanos acaecidas y cometidas durante el régimen del general Pinochet. Por el contrario, el segundo cubre las causas económicas sociales de la crisis institucional y la polarización del conflicto que ha llevado a Chile a un golpe de estado. En perspectiva, la construcción ideológica de otro extremadamente peligroso y la falta de dialogo para resolver cuestiones por vías institucionalmente democráticas, dieron como resultado que las Fuerzas Armadas derrocaran a Allende. Las fuerzas armadas en Chile como en el resto de Latinoamérica eran representadas por el imaginario colectivo como el arquetipo de la honestidad, el control y la austeridad. Ante la crisis económica de 1972, los medios de comunicación comienzan a postular el asenso de las Fuerzas Armadas como la única y una de las pocas soluciones posibles. No menos cierto es que una vez tomado el poder, los generales se adolecían de un plan doctrinario sobre lo “que es lo que había que hacer”. Indudablemente, Timmermann entiende Chile estaba ante una fractura sin precedentes. La mitad del país estaba enfrentada contra la otra mitad. Empero, lo que estos reportes no comprenden, es el empleo de la violencia lleva a justificaciones que independientemente de su causa, ha ocasionado una fuerte erosión en los canales de la confianza y la cooperación entre los agentes de la base piramidal de la sociedad chilena.

La represión militar no solo actúo contra los integrantes de la guerrilla sino contra líderes sindicales, representantes políticos y agentes sociales de contención. Por lo expuesto, el golpe Pinochetista dotado de “ejemplaridad” y “honestidad” quebró la confianza al punto de debilitar el lazo social y le ha conferido al espacio público un aura fantasmal; ambos luego serían empleados por el neoliberalismo para demostrar la supuesta “ineficiencia estatal”. El 11 de Septiembre ha generado un profundo malestar en la cultura chilena, ya sea por su impacto directo sobre el compromiso político como por las reformas económicas que hasta el día de hoy ha posibilitado.

Ciertamente, muchos intelectuales latinoamericanos en la actualidad, reivindican la lucha armada setentista como una forma de resistencia. A diferencia de ellos, Timmermann intenta deshacerse de cualquier influencia ideológica y  establecer un marco conceptual científico claro sobre el problema.  Ese es uno de los principales meritos de este trabajo. A medida que uno avanza en la lectura, se da cuenta de las formas discursivas que intervienen para legitimar este estado de crispación y violencia. Si la derecha apunta a la doctrina de “seguridad nacional” para mantener protegida a la nación del peligro que representa el comunismo, la izquierda hace lo propio retratando a la violencia como la única herramienta posible frente a la traición.

Timmermann coincide en señalar que los textos de Carrasco se esmeran en presentar un estado de corte autoritario, “fascista” que intenta vender o hipotecar los destinos de la patria. En la mayoría de sus diálogos, el prisionero es retratado como un “héroe” cuyo mérito máximo no solo es haber sido ilegalmente secuestrado y torturado, sino en la resistencia que éste genera. Esa estoicidad necesaria para resaltar la figura del preso político contrasta con el militar chileno sobre quien caen todo tipo de estereotipos negativos y peyorativos. Carrasco distingue, de todos modos, al militar de alto rango que coordina y dispone de las salas de tortura de los conscriptos que sólo se sujetan a obedecer órdenes. La brillante paradoja expuesta por Timmermann sobre los trabajos de Carrasco, es que en definitiva la solidaridad de clase hace que el militar de bajo rango (comparable a un obrero) no sea retratado como el mal mismo, aun cuando sea la mano que ejerce la tortura sobre los cuerpos. Sin esta salvedad, Carrasco debería suponer que en el fondo se trataba de trabajadores asesinando trabajadores. Empero, su sesgo ideológico se lo impide.

Carrasco, entonces, no puede ejercer la autocrítica en ninguno de los dos libros respecto a la brutal represión que experimenta. El tiempo queda aislado como si no existiese un antes del golpe, un contexto histórico que sustentara y fundamentara las formas de violencia ejercidas. La junta militar impulsada por Estados Unidos aparece como uno de los grandes actores que ha cercenado la libertad chilena. Cabe agregar, en ese proceso de liberación, las clases populares juegan un rol esencial frente a la elite. No solo. Timmermann admite que:

 “no existe ningún comentario auto-crítico respecto a las responsabilidades personales ejercidas en el gobierno anterior por lo sucedido, posiblemente porque la inesperada y brutal experiencia de la violencia padecida no tiene una explicación política plausible, es decir, porque Carrasco consideraba que o no había errores cometidos, o, de haberlos, estos no guardaban relación, en la forma y en el fondo democrático, con el “castigo” que experimentaban” (p. 84).

Hasta aquí hemos expuesto fielmente los hallazgos fundamentales del libro, el cual por su necesidad de apegarse al estilo de análisis literario puede visualizar los elementos discursivos y testimoniales que estaban presentes en el imaginario social chileno pos 73.

Todos los buenos trabajos como éste, merecen aunque más no sea una pequeña crítica.
Como objeción al trabajo presentado (siempre necesaria), nos permitimos marcar la contradicción en los postulados iniciales del trabajo. En la parte primera del libro, Timmermann acude a Foucault y a Jaeger para presentar un aparato conceptual acorde al problema que pretende estudiar. Desarrollo que culmina aduciendo que toda violencia ejercida permite una legitimidad la cual des-estructura la historia o el hecho histórico. No podíamos estar más de acuerdo con Timmermann, pero es precisamente lo opuesto a lo que formulaba Foucault para quien la ley y la historia se configuraban como discursos hegemónicos de quienes por uso de la violencia han construido una necesidad de verdad, y es que por esa carencia fabricada y trabajada sobre la mentalidad humana, se puede imponer la historia. ¿Por qué estudiar bajo rigurosidad de fuentes históricas lo que por definición foucaltiana es una ilusión?, ¿es la historia un criterio objetivo o una falsa narración política?. Al igual que Foucault quien criticaba a la historia pero se consideraba un arqueólogo, Timmermann resuelve elegantemente esta contradicción epistemológica introduciendo en el debate la figura de la violencia. Veamos de que manera.  

Por las limitaciones irresueltas en Foucault y Jaeger, Timmermann sugiere ingeniosamente que Pinochet se ha podido mantener en el poder a través de la imposición de mecanismos discursivos que permiten una mayor insensibilización del ciudadano respecto a la violencia. La memoria construida a medida que se aleja del evento originario, se nutre de nuevos elementos discursivos. Gracias a este proceso de construcción simbólica, Timmermann entiende que Pinochet puede subsistir en el gobierno. En efecto, la desensibilización del pueblo chileno por las prácticas de terror impuestas por el régimen se constituye como un factor explicativo de porque el general chileno se mantiene tanto tiempo en el poder. A diferencia de los militares argentinos, los cuales a pesar de tener un programa definido para llevar a cabo luego del golpe, deben abandonar el poder luego de perder la guerra de Malvinas frente al Reino Unido. Timmermann aduce que cuando más novedosa se da una situación,  entonces mayores serán las tergiversaciones para que la ciudadanía pueda depositar sus recuerdos. La deformación simbólica que le da legitimidad al discurso imperante radica no solo en su poder informativo, sino en el paso del tiempo y en el texto construido alrededor del evento que se quiere recordar. Se dan así tres contextos de base para comprender el fenómeno. El primero hace referencia al relato de los prisioneros y víctimas de la represión antes y después del golpe; luego la aparición y posterior desaparición de la barbarie que constatan el segundo y tercer contexto. La extrema barbarie que impulsó el régimen Pinochetista queda nivelada con la normalización de la violencia. La tesis central del libro es que no solo estos contextos han sido variables y construidos desde la cultura democrática, sino que la violencia militar ha dejado espacios vacíos en el orden societal. Porque no hubo resistencia al poder de facto organizado y planificado con mucha meticulosidad, se deduce que el orden militar puede legitimarse a la vez que funda un nuevo clima político, donde el ciudadano se repliega en el seno de su privacidad. Una segunda lectura del Carrasco de Timmermann nos deja en el tintero la relación del “cuerpo desaparecido” y la sacralización de los muertos por medio de la cual se articulan todos los arquetipos de los grandes héroes y sus respectivas religiones. Sin lugar a dudas, se trata de un proceso de apoteosis desde donde el héroe-trágico muere para otros, se transforma en protector de los hombres o mediador ante los dioses. Desde Cristo, hasta Sigfriedo, los héroes sobre los cuales se funda la religión descienden a los infiernos, se encuentran sometidos a tremendos tormentos u obstáculos que resuelven con su valor. En perspectiva, el cuerpo del héroe descansa en el misterio y jamás es hallado. Es por demás interesante, la construcción del “desaparecido” como el fundador de un nuevo orden religioso y político (Korstanje, 2012), como bien se aprecia en la obra de Carrasco. Más allá de estos comentarios y en alusión a lo que este fascinante trabajo del doctor Timmermann nos trae, podemos decir que Violencia de Texto, violencia de contexto es uno de los mejores trabajos cualitativos testimoniales que se han hecho en la materia. Una obra obligada para quienes lejos de juzgar, quieran comprender la complejidad de una época que ha enlutado a la hermana nación chilena.

Referencias
Foucault, M. (2000). Defender la sociedad. Buenos Aires,  Fondo De Cultura Económica.

Fukuyama, F. (2006). The end of history and the last man. New York, Simon and Schuster

Korstanje, M. (2012) Estado, Política y Religión: reflexiones para comprender la Argentina contemporánea. Lap Lambert Academic Publishing, Saarsbrucken.