Contribuciones a las Ciencias Sociales
Junio 2013

EL CONCEPTO DE ANGLO-DEMOCRACIA EXPLICADO CON CLARIDAD: Estados Unidos luego del 11 de Septiembre



Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@arnet.com.ar
Universidad de Palermo

 

Resumen
El presente ensayo examina críticamente tres concepto claves, la democracia, el terrorismo y la posición política de los Estados Unidos como única potencia en el plano internacional. Lo que supone un dilema moral, ¿si el terrorismo es una amenaza a la civilización y a la democracia, atacar al terrorismo en su propio terreno no es minar la democracia misma?. Explicamos entonces, con la mayor claridad posible, que al igual que el Imperio inglés, Estados Unidos consolidó su poder ideológicamente tergiversando las bases epistemológicas de la democracia con el fin de crear una nueva forma estereotipada donde lo masivo y la libertad sean piezas centrales.  El anglo-democracia entendido como una forma política de coacción junto a la figura de los “derechos humanos” sentó las bases para la hegemonía imperial americana. El terrorismo hoy exhibe las propias contradicciones de la organización republicana que prioriza el poder por sobre la autonomía de las personas. La política americana demuestra serías fallas a la hora de justificar, explicar la tortura y las violaciones a los derechos individuales que supuestamente dicen defender.

Palabras Claves, Terrorismo, Anglodemocracia, Miedo, 11 de Septiembre, Tortura, Estados Unidos.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.: "El concepto de anglo-democracia explicado con claridad: Estados Unidos luego del 11 de Septiembre", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, Junio 2013, www.eumed.net/rev/cccss/24/anglodemocracia.html

Introducción
Escribir un texto sobre la Democracia es una tarea titánica. La cantidad de escritos, reflexiones y tesis sobre esta milenaria institución parece agobiar a cualquier investigador profesional. Por lo pronto, es de común interés señalar el interés de las diversas civilizaciones por la democracia, y sus diferentes visiones sobre ella. La democracia, de alguna forma, ha cautivado a Occidente por muchos años y de diferentes formas. Sin embargo, no existe un consenso sobre las diferentes definiciones de lo que se considera un régimen democrático, como así tampoco de sus alcances y perspectivas. Para algunos autores, la democracia se define por la división de poderes, para otros (por el contrario) desde la elección libre de la ciudadanía para seleccionar a sus representantes. No es nuestro objetivo hacer una revisión de la literatura existente, sino focalizar en los problemas prácticos que la democracia muestra respecto al terrorismo.

En este contexto, el presente trabajo de revisión teórica tiene como objetivo principal considerar su conexión con el terrorismo y la expansión política de los estados nacionales. Nuestra tesis es que no puede hablarse de democracia en el sentido clásico, sino de Anglo-democracia. Si bien esta nueva institución regula las relaciones humanas por medio de un principio que nace de la división de poderes, lo cual supone mayor libertad de elección, las disposiciones emanadas por los representantes no pueden ser cuestionadas por los representados. De esta manera, se crea una brecha entre quienes gobiernan y quienes son gobernados. La anglo-democracia sienta las bases para la construcción de una nueva forma imperial, iniciada con Inglaterra y continuada por Estados Unidos, en donde la libertad, el riesgo y el comercio se constituyen como elementos primordiales de construcción de poder.  

Debate Inicial
En sus inicios la política estadounidense se encontraba ligada a la británica pero a diferencia de ésta última, la libertad parecía ser un aspecto conflictivo dentro de la coyuntura política. Los británicos concebían a la política interna sobre la base de la libertad y el comercio, pero esa misma liberalidad generaba ciertas rupturas entre sus diversas clases. La corrupción o favores jugaron un rol importante para evitar la fragmentación interna y externa del Imperio. Muchos movimientos de resistencia en el continente americano argüían que si en el Reino Unido, la liberalidad política era requisito o signo de civilización, ello se debía a la opresión que se vivía en las colonias. La riqueza británica sostenía el andamiaje de la monarquía a la vez que la participación de los ciudadanos en la cámara de los comunes confería una falsa idea de libertad que nivelaba el descontento social. La influencia, conocida como actos de corrupción o complicidad entre los poderes del estado para beneficiar a los grupos aristócratas jugaba un rol importante para no quebrar la incongruencia existente entre dos ideas difíciles de combinar: libertad e Imperio.

Escribe Bailyn, el primer concepto se ligaba a la naturaleza del hombre, mientras el segundo a su progreso a lo largo de la historia. Esta combinación en la forma de ejercer el poder funcionaba para la Isla y la mayoría de sus colonias pero curiosamente no para su hija mayor en América del Norte. Los americanos concebían a la “influencia” como la peor de las prácticas políticas de los magistrados y gobernadores reales, a la vez que hacían de la libertad una forma co-activa de resistencia frente al orden del Imperio. Esta nueva forma de pensar no solo generó serios problemas a Londres, sino que sentó las bases para la lucha estadounidense por su independencia. En los Estados Unidos la idea de democracia incipiente se encontraba ligada a la libertad de pensamiento y acción pero, por sobre todo, de intercambio comercial  (Bailyn, 1965). Intercambio de mercancías que posteriormente agotó los propios resortes democráticos por la creación Republicana. Es decir, la idea de división e independencia de poderes reemplazó a la noción democrática.

La Democracia
En relación a la democracia y el orden feudal, Robert Castel explica que la revolución industrial ha liberalizado los lazos familiares fundados en el mundo feudal hasta un punto de recanalizarlos hacia el consumo. La introducción de la libertad como concepto universal fue funcional al avance industrial y luego a la consolidación capitalista. No obstante, de alguna manera, ello ha generado una brecha importante entre representates quienes se mueven para proteger sus intereses corporativos y los representados.

Cuando C. Castoriadis acuña su famosa frase, la democracia a muerto para siempre luego de la guerra del Peloponeso, uno se pregunta ¿hasta que punto tenía razón?. Castoriadis reconoce que existe una diferencia sustancial entre la democracia griega y la moderna. Los griegos, lejos de desafiar la autoridad del rey, aceptaban a la democracia sólo como un recurso, un instrumento que les servía para anular una ley si ésta era considerada injusta por cualquier ciudadano. No obstante, el mundo griego basaba su sistema de producción en la agricultura, la guerra y la esclavitud. La idea moderna de libertad era impensada hasta el momento.

En la antigua Grecia, donde la pertenencia a la ciudad estaba determinada por el linaje real o presunto, y la organización de las polis era heterogénea, la democracia era un recurso propio de cada ciudadano (negado a los esclavos) tendiente a convocar a asamblea si una ley era considerada injusta. No obstante, el mundo griego estaba fundado en un respeto por la figura del rey y del senado que no se observa en el mundo moderno. Poco tenía que ver la democracia con la organización republicana ni con la división de poderes. Particularmente, no se puede tener derecho a todo por todos ya que eso implica que nadie tenga derecho a nada. Contextualmente, la legitimidad del rey y su senado no estaban en duda ya que la organización republicana era un concepto ajeno a la democracia. Precisamente, la democracia no denotaba masividad sino elitismo y “el gobierno de los más sabios” (aristocracia). Los griegos consideraban que aquello que se extendiera a todo el pueblo no solo podía ser perjudicial para el orden, sino que también atentaba contra la propia ciudad porque sentaba las bases para el advenimiento de una dictadura. En resumidas cuentas, es la democracia anglosajona la que considera a lo masivo como necesario.  La dicotomía se da, sin dudas, en el binomio libertad versus opresión (Heidegger, 1997; Oikonomu, 2005). El capital, la democracia y el mercado están inherentemente ligados. En la libertad de acción (no de pensamiento) el capital se expande ideológicamente conectando ausencias con presencias (modernidad) generando así una nueva forma de concebir el mercado y las relaciones humanas (Giddens, 1991; Bauman, 2007).

Los países anglosajones, acorde al propio imperio inglés, han establecido formas de poder mixtas, si se nos permiten los términos, liberares en sus centros, y dictatoriales en las periferias. La antigua democracia deliberativa griega ha sido reemplazada por un sentido de libertad, conducente y manipulable al consumo masivo. En este sentido, debemos hablar de “anglo-democracia” como la aplicación política de valores republicanos acorde a la posibilidad de un grupo de vivir conforme a la ley que se sanciona en aparatos políticos económicamente manipulados. Para que sistemáticamente los estados industriales puedan producir y subsumir a los trabajadores, dos conceptos fueron impuestos. El primero es el imperio inobjetable de la ley, el segundo la concepción de los derechos humanos (Korstanje, 2013).

Por lo tanto, la antigua forma griega de democracia fue modificada, tergiversada acorde a una nueva forma de imperio, donde la libertad, el apego a la ley del más fuerte y el miedo al otro juegan un rol importante. La libertad permite recanalizar las lealtades hacia formas estereotipadas de consumo/producción, a la vez que la ley protege dicha transacción. Los lazos sociales declinan a favor de un todo colectivo, sin jerarquías, pero con roles definidos. En este sentido, el temor al otro no solo refuerza las fronteras de la propia civilización, sino que paradójicamente es lo único que une a las personas en la modernidad. Gracias a este mecanismo de adoctrinamiento, el estatus quo capitalista puede mantenerse.

El Sentimiento anti-estadounidense.
Tal vez no haya momento más propicio para examinar el rol de los Estados Unidos en materia internacional que el actual. Por ese motivo, la presente sección enfatiza en la necesidad de comprender el rol de la idolatría en el campo político; y quien mejor para ayudarnos a discutir este tema que el francés Jean F. Revel. Si bien se reconoce a Revel por su profunda admiración a los Estados Unidos, no es sino en su obra Anti-Americanism donde despliega su singular y polémica perspectiva tan necesaria para comprender estos temas como la más acérrima de las críticas.

En la introducción, Jean Francois Revel se interroga sobre el papel protagónico de los Estados Unidos en materia de política internacional y el resentimiento o resquemor que eso ha generado no tanto en los países árabes sino en Europa, Francia a la cabeza donde se ha acuñado y desde donde se ha fagocitado el “anti-americanismo”. A diferencia de otros autores, para Revel el antiamericanismo no es un producto de políticas “imperialistas” sino de las propias proyecciones autoritarias de Francia. Su democrático estilo de vida, su amplio respecto por las libertades individuales parece más que los países antiestadounidense pueden soportar. Según el argumento de Revel, el 11 de Septiembre fue un error por parte del gobierno estadounidense al intentar erradicar el terrorismo siguiendo una lógica que alimentó una escalada de violencia sin precedentes.

La innegable dependencia cultural del mundo respecto a Estados Unidos, ya sea por la expansión de su idioma o la acción de los mas-media han hecho de este país una superpotencia, (híper-potencia luego de la caída de la Unión soviética). Con errores y aciertos, Revel asegura que el sentimiento antiestadounidense es la culpa Europea no asumida por haber generado una hiper-potencia luego de dos guerras mundiales. Siguiendo esta manera de razonar, uno se da cuenta por sus propios medios Estados Unidos cumple la función y el costo de ser “la policía” mundial simplemente porque Europa no asume directamente las consecuencias de poner orden en un mundo cada vez más revuelto (Revel, 2002).

A sentimiento antiestadounidense, el autor lo denomina “psicopatología”, y uno de sus ejemplos nos ayudará a comprender mejor su funcionamiento. Se castiga a US por la emisión de caborno a la atmosfera lo cual ya se sabe general el efecto invernadero. Con el 5% de la población mundial emitiendo el 25% de gases, existe un 75% de los otros 167 países que firmaron el protocolo de Kioto de los cuales no se habla. Acusar a US por la inacción en materia de contaminación es no asumir las responsabilidades colectivas por ese amplio 75%.

En algún punto Revel ha sido ampliamente criticado por su apoyo incondicional a la potencia americana. Si bien su perspectiva parece fundada en un sentimiento extremo de admiración de una ingenuidad inusitada, su visión es aguda respecto al rol secundario que juegan las potencias europeas a nivel mundial.  Sociológicamente hablando el autor se encuentra preocupado por estudiar al idolatrismo como forma de relación en la política internacional. Los ídolos, construcciones culturales consensuadas, enfatizan la propia limitación humana por medio de la proyección (antropomorfismo). Los dioses, por ejemplo, no solo son imitaciones de aquellos quienes los crean, sino representan la realización de todas las limitaciones personales (son inmortales, poderosos etc). No obstante,  los ídolos juegan un rol ambiguo en la vida de los seres humanos puesto que son sacrificados en determinados momentos. Por regla general, cuando el vulgo necesita de un culpable para evitar el costo de las acciones propias. Los líderes políticos, en este sentido, incluso el mismo Estados Unidos son admirados y criticados según las propias limitaciones de quienes no asumen su responsabilidad por el proceso mundial. Por ejemplo, el escándalo sexual de la administración Clinton no solo termino con su mandato y popularidad sino que incrementó el apoyo a G. W. Bush quien a su vez también terminó su mandato con una baja popularidad (después de una reelección que muchos niegan pero que existió), para darle entrada al presidente Afro-americano Barak Obama quien luego de las últimas elecciones también cayó en popularidad. Ello representa el juego del poder que consume pero más que eso el rol antropológico de la idolatría en las culturas y las sociedades. Revel no solo equivoca el rumbo cuando romantiza la posición de los Estados Unidos con respecto a Europa, sino que confunde la “naturaleza humana de la idolatría” y su aplicación práctica en material política. Carente de una base filosófica existencialista, y más tendiente al pragmatismo anglosajón Revel no puede visualizar claramente el problema. Es como suponer que el “imperialismo europeo” ha sido o se ha podido desarrollar por la debilidad de los países africanos en materia de defensa. Esta lógica perversa está ampliamente difundida en el discurso pro-imperial. Si nos tomamos el trabajo de analizar la historia de todos los imperios, notaremos que bajo el cínico discurso del “desarrollo” se esconde una necesidad de dominación. En este sentido, es el Imperio quien toma el rol protagónico y no el mundo dominado quien lo elige. Pero en algún punto es cierto que existe una simbiosis entre dominadores y dominados.

¿Es el terrorismo acaso ese sacrificio en pos de la idolatría? Esta parece ser una pregunta que Revel no responde con claridad pero asume una explicación. Revel arguye que su trabajo es un esfuerzo por defender a Estados Unidos, y que existen muchas cuestiones como la segregación racial que no han podido ser resueltas satisfactoriamente. De esta forma, el autor intenta desligarse de una posición totalmente obsecuente, pero desgraciadamente no discute cuales son esas limitaciones. En su lugar, mira hacia Europa (a Francia) de donde es nativo para evidenciar lo que considera una crítica hipócrita.

La profundidad con la cual Revel toca ciertos temas como el fracaso del Comunismo en Rusia (tan autoritario como cualquier otro régimen), se combina con una superficialidad obscena cuando presenta a Estados Unidos como el país más democrático del mundo, sin ningún tipo de definición previa. Es decir, la organización republicana de ninguna manera hace a este país tolerante ante la diversidad de ideas, como ya lo han demostrado hechos históricos como el bombardeo a Nagasaki e Hiroshima, la persecución política durante el Macartismo, la invasión no consensuada por la ONU a Irak, hecho que hizo ver a los intelectuales postmodernos su gran falta de crítica y su obsecuencia. 

Lo cierto, y que Revel ignora,  es que Estados Unidos a diferencia de otros países no ejerce su censura por coacción sino por sobre-exposición. Por ejemplo, si tomamos el caso de Google nos daremos cuenta cuando alguien ingresa a un pensador por ejemplo Karl Marx aparecen 4.000 diferentes trabajos que abordan a Marx desde la izquierda, centro y derecha en varios idiomas. Debido a la finitud mental de los navegantes, solo las diez primeras referencias pueden ser leídas y digeridas. En ese contexto, la censura existe y es materializada por sobreabundancia de información que voluntariamente lleva a una ignorancia extrema. Ejemplos como este aparecen por doquier en la manera en que los Estados Unidos se han ubicado en el mundo, haciendo oídos sordos “al holocausto” hasta que sus intereses dictaron lo contrario lo cual los llevó a ingresar en la Segunda Guerra, hasta el famosos “blow-back” término acuñado por varios intelectuales para describir las acciones de la CIA en medio oriente fagocitando un “terrorismo” que luego no pudieron controlar. Al presentar la excusa del ídolo, exitoso y admirado Revel presenta un argumento a-moral sobre los medios y los fines de una superpotencia.  Contrario al pensamiento de Revel, se encuentran Michael Hardt y Antonio Negri quienes minuciosamente deconstruyen las bases de cómo funciona le imperio moderno.

El Imperio en la era del terrorismo
Tanto en Imperio como en un segundo trabajo titulado Multitud, M. Hardt y A. Negri describen al sistema imperial como una configuración sustentada por la corrupción de sus colonias. Las apropiaciones que se dan luego que un ejército anexa un territorio extranjero, generan serias revueltas dentro de la población. Este movimiento de resistencia es neutralizado por la introducción de la corrupción política; durante la transición democrática, la nación subyugada es obligada a adoptar ciertas instituciones en donde el capital juega un rol principal en las relaciones humanas a la vez que la intervención armada garantiza la estabilidad del imperio. Según el presente argumento, Hardt y Negri advierten entonces que el estado nacional y su andamiaje legal son cada vez más fuertes para poder regular el comercio intencional, mecanismo por el cual el capital globalizado puede reproducirse. Si los organismos internacionales protectores del crédito han generando una gran dependencia del sur global respecto a los grandes centros del capital, ello se debe al rol que juega la corrupción en ese proceso. Eso no significa que los gobiernos locales hayan llevado a sus respectivas naciones a la quiebra por beneficio personal, como la mayoría argumenta, sino que la corrupción es la pieza fundamental para hacer del antiguo estado nacional una red acoplado a otras naciones.  Cuando un ejército arriba a un país libre en nombre de la democracia, se da una fase de transición en donde las instituciones precedentes deben dar nacimiento a nuevas formas. Gracias a la corrupción, esa transición se entrega a la hegemonía del capital y pasa a jugar un papel específico en el sistema. La intervención militar sólo se promueve cuando las fallas amenazan el funcionamiento del sistema global, pero esas intervenciones raramente suceden en aquellos países considerados clave para la estabilidad del modelo, sino en las zonas periféricas. La democracia, la corrupción y el capital parecen vinculados de una manera inexpugnable (Hardt y Negri, 2002; Hardt y Negri, 2004). Si bien, los críticos han señalado que Hardt y Negri confunden las antiguas relaciones imperiales del siglo XIX con las actuales (Arrighi, 2005; Gregory, 2004; Moore, 2003; Elden, 2005; Shaw, 2002; Sidaway, 2005), estamos en condiciones de afirmar que un proceso es complementario del otro. El imperio anglosajón comienza con Inglaterra y es continuado en el siglo subsiguiente por Estados Unidos. En la primera fase, el comercio genera la libertad suficiente para que los vínculos sociales comiencen a debilitarse, en la segunda, el mercado copta las lealtades ciudadanas y modifica radicalmente las formas de consumo hasta el punto de transformar a las personas, como dice Bauman, en objetos consumibles.

Por su parte, Finn Laursen (2010) en la introducción de su libro Comparative Regional integration, llama la atención sobre tres temas centrales que hacen a la teoría de la integración en la actualidad. La primera es la tendencia a vincular el término integración, a la transacción económica. Para estos especialistas, los estados nacionales desarrollarían, dado el grado de madurez económica, una necesidad de hacer comercio con otros estados consolidando no solo una alianza, sino una región económico-financiera. Para que esto se lleve a cabo, es debido crear una superestructura que regule las condiciones legales de intercambio. Aquí suscita el primer problema. Siguiendo el ejemplo del NAFTA, cuando una de las naciones intervinientes posee una mayor capacidad de acumulación, las asimetrías de poder se hacen evidentes. Ninguna potencia industrial quiere para si legal la autoridad de la región a un tercero. Segundo, luego del 9/11 han surgido una serie de reclamos cada vez mayores para forjar alianzas militares entre los estados. La idea de seguridad regional, a grandes rasgos, sugiere la posibilidad de crear dispositivos avanzados de control que cierren los flujos migratorios. Sin embargo, la idea de una globalización económico-financiera parece contrastar con el endurecimiento migratorio en los bordes del estado nacional. Laursen reconoce que ni el liderazgo, ni el institucionalismo son suficientes para reducir las discrepancias entre los estados firmantes de cualquier comunidad.  Por último, para llegar a una teoría integradora que provee elementos conceptuales claros, se debe dejar el euro-centrismo que impera en la literatura. Se debe dejar de ver a la EU como un ejemplo a seguir de integración y pluralidad.

P. Calveiro (2009) sugiere que el terrorismo y la lógica imperial son funcionales a una matriz doctrinaria e ideológica que los antecede, el capitalismo neoliberal. El imperio americano fagocita el capital como forma de control y expansión, pero a la vez genera dos polos opuestos desde donde ejerce una violencia inerrable. Hacia adentro y hacia fuera. En el primer caso, moviliza los recursos para lograr una pacificación interna declarándole la guerra al “crimen organizado”, pero a la vez hace lo mismo con el terrorismo. Calveiro examina con agudeza las falacias y resortes ideológicos que sustentan las violencias de estado, dejando a la vez un interrogante que no puede responder; dilema respecto a ¿qué Estado puede intervenir en otro si ciertos derechos son vulnerados?
 
La Tortura y la Dictadura
El terrorismo ha forzado los límites éticos de la democracia hasta el punto de llevarlos a cuestionar la política interna. El terrorismo como fenómeno político fuerza las defensas de la democracia porque ni el gobierno ni los ciudadanos saben o pueden anticipar donde y cuando será el próximo golpe. A raíz de ello, la democracia debe articular diferentes resortes constitucionales con el fin de poder detectar, aislar, y controlar los próximos ataques sin violar las garantías constitucionales de las personas.

John Kekes explica que el mal es una cuestión multi-causal, enraizada en la naturaleza misma del hombre, añadiendo un componente más; los hombres cometen actos horribles, pensando, convencidos, que están haciendo lo correcto. Particularmente, el mal puede ser comprendido como una “contradicción permanente” al bienestar humano determinado por la misma acción del hombre. El mal opera tanto en las propensiones humanas como el odio, el temor, la codicia, como en los respectivos esfuerzos para atacarlo. Cuando la acción del hombre se encuentra cegada por la fe (aceptación ciega), la cual se limita sólo a aceptar el plan de todas las cosas, entonces sus consecuencias pueden ser imprevisibles.

Kekes, vale aclarar, no afirma que el mal nace de la religión ni mucho menos, sino que en la fe se presenta como justificación última a un acto que de ninguna forma puede ser cuestionado. Cuando la fe se encuentra bajo amenaza, o se auto-percibe en peligro es proclive a desarrollar contra-reacciones violentas. Desde las masacres de los cataros en manos de los cruzados hasta la revolución francesa, los actos malévolos obedecen a cuestiones ciegas que ameritan ser discutidas. El mal no es una cuestión abstracta, externa a la voluntad humana sino la combinación de factores subjetivos y disposiciones contextuales que convergen en la acción. Es por ese motivo, que la figura de los “hacedores del mal”, es decir quienes disponen de infligir daño a otros, toma una preponderancia significativa en la filosofía de Kekes.

En uno de sus capítulos, el libro trata sobre la desaparición forzosa de personas durante la dictadura 1976/1983 en Argentina. El diseño que el estado argentino ideó para luchar contra la “subversión” llevó gradualmente a que los militares no pudieran distinguir entre la misión de su empresa, y las consecuencias dañinas sobre la vida de aquellas personas víctimas de su accionar. ¿Cómo podemos entender que personas preparadas para la protección de una nación pueden llevar a cabo crímenes horrendos contra quienes deben proteger?.

Los gobernantes argentinos aludieron a una doctrina de seguridad con el fin de proteger a quienes en definitiva perjudicaron. Empero, no pudieron de haber hecho otra cosa, ya que fue su misma lectura sesgada de la ética el aspecto central de sus formas de comportarse. Kekes arremete contra la tesis liberal del albedrío (la cual supone que si una persona toma una decisión bajo presión, sus consecuencias no puede ser condenadas), para confirmar que una persona debe ser juzgada por “las consecuencias” de sus actos. La lucha armada reivindicada por la subversión pudo, de hecho lo fue, haber sido una causa para el desastre moral que sobrevendría luego, pero de ninguna forma podría haber sido la excusa moral total, a los crímenes cometidos. A diferencias de los liberales que enfatizan en la posibilidad de elección como criterio distintivo de responsabilidad, Kekes objeta que no es suficiente aducir que uno no tenía salida para evitar ser responsable de los efectos colaterales de sus actos. La ambición personal, el utilitarismo y la dependencia ideológica, entre otras cuestiones, pueden llevar a una persona a cometer un acto maligno.

En el año 1976 las fuerzas armadas argentinas toman el gobierno derrocando a la entonces presidenta Martínez de Perón. Si bien la revolución cubana había generado cierto apoyo en algunos grupos radicalizados que representaban una verdadera amenaza para la paz social, el Estado argentino violó todas las normas internacionales para el tratamiento de prisioneros. Ciertamente, recuerda Kekes, los grupos subversivos generaron un estado tal de violencia, asesinando una gran cantidad de oficiales y familiares inocentes, que pronto el gobierno optó por una reacción más agresiva y violenta todavía. Mientras una gran cantidad de jueces con experiencia habían pasado a retiro, los jóvenes con posibilidades de ascender habían jurado obediencia al régimen. Ello dificultaba que el poder judicial pudiera haber intervenido legalmente en los crímenes que cometía el estado. Con la justicia subordinada a sus intereses, los militares comenzaron, clandestinamente e ilegalmente, a secuestra personas, a torturarlas y asesinarlas en forma creciente hasta el punto en que se constituyó una táctica de terror no solo para grupos subversivos, sino para todo aquel que pensara diferente, grupo en el cual entraban ciudadanos sin vinculación política, disidentes, jefes sindicales etc. La guerra sucia, como la denominaban, ignoraba las reglas militares clásicas. El estado se conformó como una asociación que violaba sistemáticamente los derechos esenciales de sus ciudadanos.

Muchos intelectuales olvidan, admite Kekes, los efectos negativos de la subversión sobre la sociedad argentina y sus respectivas responsabilidades. En números prácticos, se habían cometido 200 crímenes políticos para 1974; número que se triplica a 860 para 1975. Entre 1973 y 1976, las 1.358 muertes vinculadas a la lucha subversiva comprendería 677 civiles, 180 policías y 66 militares. Siguiendo este razonamiento, los militares argentinos no obedecían ordenes como pretende demostrar la tesis de la “obediencia debida”, sino que según los testimonios, un gran número de militares estaban convencido que la lucha contra la guerrilla debía hacerse en sus mismos términos y condiciones, violando la legislación vigente (tesis del mal menor). Más aún, los militares argentinos se autoproclamaban protectores últimos del orden nacional, decididos custodios del bienestar colectivo. Sus actos aunque condenables estaban justificados porque según ellos salvaban la vida de otros miles de conciudadanos. El golpe de estado era una herramienta persistente en la historia argentina para mover de la discusión a aquellos grupos políticos que según los círculos castrenses atentaban contra el orden social. El ideal caballeresco, sobre el cual los militares argentinos habían sido socializados, confería cierta autoridad en cuestiones morales. Sus formas de pensar el honor, los llevó a no cuestionarse a sí mismos sus propias prácticas. Segundo, al haberle declarado la guerra a la “subversión”, se cayó en la peor de las ilusiones, la falta de un enemigo claro. Esta falta de objetivos mensurales prolongó las condiciones para que la tortura, y el asesinato clandestino se transformaran en prácticas sistemáticas inherentes pero escondidas por el régimen.  Tercero, la sub-humanización de los prisioneros llamados “subversivos” capturados permitió romper el cuestionamiento moral de los propios militares respecto a la tortura. Si la tortura alcanzaba las metas de conseguir la información necesaria para evitar los próximos golpes, entonces toda violencia estaba justificada. No se hablaba de asesinatos en términos legales propiamente, sino de métodos que deberían prevenir un mal mayor. Explica el profesor Kekes, el gran problema moral de los militares era que estaban siguiendo órdenes que no solo no prevenían un mal mayor –como se les hacía creer-, sino que eran ilegales. En pos de que quien recibía esa orden podía rechazarla por estar ajena al código militar, es que los involucrados y acusados de violaciones a los derechos humanos son culpables del crimen que ostentan. Empero es importante comprender dos aspectos relevantes en el debate antes de caer en una demonización ideológica. Primero, la mentalidad de clase del militar argentino que lo situaba por encima del poder civil, y segundo el contexto socio-político violento de la época. En perspectiva, Kekes se pregunta ¿podría un militar rehusarse a torturar a un prisionero, corriendo él mismo el riesgo de ser torturado?.

La pregunta así formulada parece ilustrativa, pero es falsa. A diferencia de algunos nazis, los militares argentinos estaban convencidos que su causa era la correcta, y que el otro representaba la corrupción y el mal que congeniaban para desestabilizar la paz social. Siendo ellos mismos protectores del orden, el militar estaba preparado para “hacer lo que hay que hacer” cuando la patria lo demandaba. Ser militar ofrecía no solo una forma moral de vida, sino una mentalidad específica de camaradería y dedicación conjunta. La idea de un bien común, exige pensar en su contralor, un mundo externo corrupto y amenazante al cual se lo debe combatir con todos los recursos disponibles. Obviamente, que estado y subversión pensaban de la misma manera respecto al otro. Además, muchos grupos militares de otras naciones son socializados en estos valores, eso no implica que cometan los mismos crímenes.  De pasar a ser la séptima economía del mundo en 1910 a un país periférico para la década del 70, los argentinos estaban acostumbrados a todo tipo de frustraciones. Para ese entonces, el país se encontraba muy politizado y dividido por varias clases como ser la Iglesia Católica, los sindicatos, los políticos, profesionales urbanos, industriales y militares. Todos estos grupos luchaban entre sí por mayores cuotas de poder. A diferencia de otros países, estos colectivos habían adquirido una consciencia de clase, pero habían fallado en formar una aristocracia. Sus alianzas eran temporales y por lo general se fracturaban antes de llegar a buen puerto. El otro era concebido como un enemigo que debía ser aniquilado ideológica y físicamente; la lucha por el poder no se llevaba a cabo en términos económicos de mercado sino desde una perspectiva moral.

En estado de conflicto permanente, la política argentina estaba determinada en puntos opuestos donde los buenos peleaban contra los malos. Cada grupo se reservaba para sí la figura de los héroes, defendiendo sus propias concepciones pero atacando al otro, como portador de la inmoralidad. Aun cuando se pueda comprender las causas que llevaron a estas personas a cometer actos horrendos, no se los puede deslindar de responsabilidad alguna. El mal tiene muchas raíces y causas: el egoísmo, la fe ciega, la ideología, la complacencia, la frustración constante, el resentimiento, y como en el caso de los militares argentinos, el sentido del honor. Si la maldad a menudo, requiere talento, independencia, fortaleza y dedicación, como cualquier persona, los hacedores del mal quieren ser buenos en lo suyo, que es infligir sufrimiento a otro. Las Raíces del Mal, se propone dar con las cuestiones filosóficas del mal como una categoría humana, explicable en términos concretos y no religiosos. Un libro interesante por la discusión que propone, altamente recomendable para antropólogos, sociólogos y psicólogos.

Debido a la posición neo-conservadora de Kekes, que enfatiza en los efectos de las decisiones en lugar de las causas, es imposible poder hacer de su debate algo más fructífero respecto a lo que él mismo denomina, los hacedores del mal. Sólo si somos responsables de nuestros actos, por sus consecuencias, y no por los contextos, entonces asumimos que la moral no es necesaria, y ese paso sería una de las mayores claudicaciones de la misma tesis de Kekes. La definición de la maldad en los pensadores conservadores se reserva para si la idea de ley y desviación. Las cosas son buenas y malas acorde a sus impactos sobre la vida de las personas. Entonces, el mal es comprendido como toda aquella persistencia negativa que atenta, como lo dice Kekes, contra el bienestar humano.

En estos términos, sería técnicamente imposible discutir fuera del decisionismo político. Si Kekes acepta que los Nazis hicieron el mal por sus consecuencias, entonces asume que muchos de los oficiales tenían noción de lo que estaban haciendo, eran conscientes de sus actos y de los efectos; y si no lo eran, como el caso documentado de Eichmann, la condena moral se corresponde por lo que han hecho y no con lo que pensaban sobre lo que hacían (acuerdo/desacuerdo). La pregunta que Kekes no puede responder es ¿qué hubiese pasado si los nazis o los militares argentinos continuaban ejerciendo el poder actualmente?. El efecto es el resultado visible del acto maligno; empero, aquí nace el problema sustancial en su argumento; si la consecuencia de un acto se constituye en tanto exista testimonio del efecto, esa forma de pensar lleva a una idea de por si peligrosa, no existe acto criminal sin cuerpo. ¿Puede un acto sin efecto maligno ser considerado en calidad de tal?, ¿es el mal algo inherente a la acción?. Indubitablemente, el racionalismo nos hace creer que sí.

El académico liberal Michael Ignatieff (2005) explica que ante cualquier estado de emergencia, los estados democráticos suprimen temporalmente sus garantías constitucionales. Uno de los principales peligros, es, precisamente, que esa anulación se hace permanente. Ante el dilema, sacrificar los derechos de las minorías en pos del bienestar de la mayoría, Ignatieff (2005) antepone la tesis del “mal menor”. Desde su visión, sólo la democracia, por ser auto-regulativa, puede subsanar los abusos de poder por parte del estado en momentos de incertidumbre. Es un hecho, que sólo a veces, los estados estarán tentados a cortar ciertas libertades. Si ninguna sociedad puede evitar los crímenes injustos, la regulación institucional es la única herramienta ética de la democracia para corregir los abusos. Partiendo de la base que los derechos se pierden según los actos (derecho a la libertad), Ignatieff propone que los derechos humanos pueden ser definidos, como aquellos que independientemente de la atmósfera política o los sentimientos de la opinión pública siguen siendo parte del sistema jurídico de una nación, aplicables a todos los grupos que conforman ese colectivo. Existen tres formas en que el Estado toma intervención en momentos de emergencia,
           

  1. Nacional: se suspenden todas las garantías constitucionales hasta nuevo aviso, caso de las dictaduras latinoamericanas o los toques de queda.
  2. Territorial: ciertos territorios anexados o problemáticos se rigen bajo un código militar ajeno a la constitución del país. Caso Israel-Palestina.
  3. Selectiva: se suspenden ciertas libertades, aunque no el estado de derecho, para algunas minorías. El ejército o la policía adquieren poderes especiales para encarcelar, interpelar antes de dar parte al sistema judicial. Caso, Estados Unidos después del 9/11

Lo que Ignatieff resalta, es que no es extraño que ante la decisión de intervenir sobre el próximo ataque terrorista, los estados (incluso los democráticos) recurran a la tortura. El resultado, sin embargo, puede tener consecuencias que a largo plazo son impredecibles. Puede lograr resentimiento por parte de las víctimas, o incluso las minorías que hasta ese momento cooperaban con el gobierno, pueden negarse a seguir haciéndolo. La tesis del mal menor provee en la discusión, un elemento moral nuevo que puede resolver la disputa entre puristas morales y realistas. Si el deber máximo de la democracia es garantizar la deliberación como forma de relación política, entonces, se asume que por un lado, tratan de construir instituciones libres que garantizan la libertad por la aplicación del miedo y la coacción; pero por el otro, pone ciertos reparos para reducir al mínimo los efectos de su adoctrinamiento sobre las personas libres. A la vez, dicho en otros términos, que da una libertad (sujeta al temor), pone en funcionamiento toda una serie de derechos que controlan, regulan, y reducen ese grado de coacción, a lo estrictamente necesario. Empero ¿porque todos los climas donde predomina la acción terrorista son proclives a la tortura?.

Desde una perspectiva innovadora, S. Parker trae a la discusión el tema de la tortura como una cuestión instrumentalista. El torturador tiene la esperanza de poder terminar con el terrorismo, descansa en la idea de lograr conseguir información certera que evite el próximo ataque. Desde el momento, en que el “terrorista” es desprovisto de todo derecho y sentido de humanidad, entonces el estado considera que la misión del torturador es loable. Pero esta quimera instrumentalista se derrumba cuando el torturador falla en su misión. Primero porque en la mayoría de los casos, el torturado para frenar la agonía da información incorrecta, en otras porque puede optar por morir y no decir nada. Como es de esperar, el ataque se produce y el torturador cae en desgracia ya que es torturado por su propia culpa (Parker, 2010). El terrorismo y la guerra tienen la particularidad de tergiversar todas las relaciones sociales. Uno de los problemas centrales de los países industriales es que no saben cuando y como será el próximo ataque (Johnson, 2004). El terrorismo, opera por medio del temor pero sobre escenarios siempre futuros o pseudo-eventos (Baudrillard, 2002). Este sentimiento de indeterminación conlleva a la creación de una dialéctica en donde el estado recurre a la violencia y represión para poder identificar a los “insurgentes” quienes a su vez son empujados por el sistema parlamentario a la clandestinidad (Piazza, 2006).

El terrorismo, siguiendo este argumento, no se agota ni en quienes llevan a cabo los atentados (guerrilleros) ni en el Estado (terrorismo de estado), sino en la vinculación entre ambos. El acto terrorista nace de la ley misma utilizando y explotando a los más vulnerables para conseguir sus propios fines. El terrorismo además de ser un crimen, tiene particularidades que lo definen como un proceso de fragmentación. Mientras cualquier asesinato local tiene la función de unir a la sociedad en repudio y aferrar al hombre a sus leyes, el crimen terrorista es caótico y lleva a la separación. Por lo tanto, el terrorismo se hace fuerte no solo siendo una nueva política por otros medios, sino por la presencia de los siguientes elementos: a) crimen, b) comunicación, c) fundamentalismo, d) estado de guerra, e) política (Schmid, 2004). Tal vez, los ataques al Estado no generen mayor daño material, ni genere las condiciones de desestabilización política a no ser por las ideas que introduce. El pánico y la desconfianza precarizan el sistema político minando las democracias desde dentro. Destruyendo la organización republicana en vistas de un bien supuestamente colectivo, pero en su esencia instrumental a una minoría. 

La violencia sublimada
El libro Una civilización incivilizada de Horst Kurnitzky desarrolla una idea que permite una comprensión cabal del fenómeno económico global, sus consecuencias sobre la vida de las personas y la relación entre el sujeto y el poder público. La tesis central del trabajo radica en la idea de protección simbólica. Los hombres se diferencian de su medio ambiente por medio de signos. Estas construcciones tienen como función proteger a la sociedad de las inclemencias del medio. Partiendo de la base que, como en la época moderna, sentimos terror y atracción por las grandes catástrofes, las comunidades pueden subsistir por medio del sacrificio. Sacrificar algo no solo exhibe la posibilidad de perderlo, sino de renuncia. El sacrificio es, antes que nada, la base protectora de la civilización humana frente a la hostilidad del mundo. En busca de estabilidad las personas entregan sus bienes, cuerpos, o almas con el fin de obtener una ventaja respecto a otros grupos. El sacrificio denota necesidad de protección, empero, el filósofo alemán admite, también es la causa irrestricta de la perdida de civilidad.  La prohibición del placer previene la “pestilencia”, y promueve el sacrificio por medio del cual la moneda es posible. En un punto, el hombre se restringe de sus pasiones instintivas (civilización). No obstante, la necesidad de intercambio deja abierta siempre una necesidad “no satisfecha”, la cual lleva al sujeto “por el camino más corto” (incivilización).  El engaño parece a grandes rasgos la piedra angular de la sociedad. Como éste se regula y se domestica, es el tema central de libro del profesor Kurnitzky.

Desde su propia perspectiva, la política se ha economizado, optimizado a sus resultados y sólo es apelable según los efectos y no las causas de esos efectos. Donde antes interesaba el bien común, hoy subsiste la cultura de la imagen. Esta idea, más que un juego de palabras, sugiere que la política se ha transformado en un teatro de operaciones mediáticas asociadas a la publicidad de los candidatos que a la verdadera razón de ser del estado.

La propaganda electoral concebida por agencias de publicidad ya no se puede distinguir del show business de la cultura de los eventos. Así, la política se convierte en una mercancía de la industria del entretenimiento, y –sin contar con ningún tipo de conocimientos sobre la materia- el electorado elige a los políticos como si fueran estrellas de música pop” (Kurnitzky, 2002: 15).

En situaciones indirectas, los políticos apelan a ciertas demandas con el fin de no poder su imagen positiva, pero son incapaces de movilizar los recursos necesarios para evitar las demandas. La psicología humana se debate sobre dos grandes tendencias, la satisfacción de los deseos y el apego a la ley. El primero libera los instintos en tal o cual dirección, mientras el segundo restringe la volición llevando al hombre a la sublimación transformadora. Ahora bien, las sociedades no se sustentan por el intercambio como han sugerido algunos padres de la antropología moderna, sino del culto al sacrificio. Todo sacrificio implica un balance entre deseo y represión, de lo cual resulta el mantenimiento de la sociedad. El grupo se mantiene unido gracias a que los deberes se distribuyen acordes a los derechos. En tanto “forma sustitutiva” el sacrificio exige un cuerpo (ofrenda) que es entregado a los dioses buscando un beneficio. La ofrenda es luego replicada con el fin de rememorar el intercambio (moneda).

Siguiendo este razonamiento, el intercambio, aspecto importante pero no necesario del sacrificio, denota ambas cosas, por un lado el sacrificio bajo la forma del objeto-sacrificado, y por el otro, del estímulo de la satisfacción caracterizado por la ventaja. Por ese motivo, el principio de “engaño” nace del intercambio ya quien participa, en este ritual, busca obtener un beneficio solapado de la otra parte. Cualquier sociedad que se funde en el intercambio, lo hace en el engaño. La circulación de dinero evita que el sujeto tome lo que desea por decisión propia y se vea sometido a su arbitrio para lidiar con otros quienes como él también desean lo suyo. En este contexto, la circulación de monedas subvierte la relación entre los seres humanos (Kurnitzky, 2002: 37). A media que mayor son las apetencias económicas, menores son las propensiones éticas de la persona. Las tendencias autodestructivas propias del egoísmo, deben ser disciplinadas por medio del temor y la esperanza. Los hombres y sus culturas recurren al sacrificio para evitar las calamidades pero también para nutrirse de la esperanza necesaria de que un tiempo mejor está por venir. El rito “sacrificial” abre la puerta del self con su futuro, es una forma de intentar domesticar lo que por naturaleza es incontrolable.

La tesis de Kurnitzky respecto a la globalización puede definirse como una expansión en el sistema de intercambio impuesto a todas las economías del planeta por grandes oligopolios. Estos grupos concentrados explotan y administran el egoísmo hasta puntos casi patológicos que pueden amenazar el orden social. Para poder balancear las fuerzas intervinientes, los estados recurren al miedo como mecanismo de adoctrinamiento único y necesario. Caso contrario, el mismo peso del intercambio haría colapsar a la sociedad. Económicamente hablando, el éxito del neoliberalismo como forma de producción ha radicado en hacernos creer en que representaba la continuación del pensamiento liberal. Precisamente, no solo el neoliberalismo no tiene relación alguna con el liberalismo fisiócrata, sino que vulnera la esfera ética de las relaciones de intercambio. Ello sugiere dos aspectos importantes en la discusión. Primero, que el derecho sobre el otro reside en el grado de coacción y violencia. Segundo, se apela a la ineficiencia del Estado para introducir políticas de regulación creadas por el mercado privado.

Kurnitzky reconoce que la figura del ahorro promovida por los estados europeos deviene de una tradición alemana. Pero que en el fondo, es importante discutir que se da cierta ambivalencia entre los mensajes de los estados y sus prácticas reales. Históricamente, los imperios y los estados subyacentes han promovido el ahorro en el ciudadano medio como una forma de vínculo ético a la vez que ellos mismos despilfarraron sus riquezas ya sea en actos de corrupción, construcciones megalómanas desmedidas, o expansiones territoriales.  Los créditos financieros acompañan a las grandes campañas militares. En este sentido, la supuesta riqueza de la nación dirime argumentos que llevan inevitablemente a restringir los recursos circulantes en el resto de la población. El ahorro se transforma en un discurso funcional a la expansión del estado nacional. Sin embargo, los estados de pobreza general sólo son posibles porque se ha recurrido a un ahorro desmedido, por medio del cual ha emergido el capitalismo moderno. La violencia es una reacción que intenta frenar el avance del ahorro, por tanto a mayor capacidad productiva y acumulativa de una sociedad mayores serán los umbrales de violencia permitida.

Pero ¿cual es el límite exacto entre violencia y economía?. Por medio de la violencia la contraposición de intereses entre expoliación y preservación permite a la sociedad poder funcionar. Cuando el sacrificio que es la base angular del intercambio se restringe a la acumulación compulsiva, los lazos sociales se debilitan. Sin la violencia que intenta componerlos a fronteras identitarias preestablecidas, los grupos se dismembrarían. En palabras del autor “en la historia de la civilización, el dominio y el control de la violencia han sido elementos determinantes para la conformación de la sociedad, tanto de la violencia que surge del entorno como la que surge de la naturaleza humana. La domesticación de la violencia… fue la base para que los seres humanos se juntaran en sociedad, teniendo en las fiestas sacrificiales la expresión sensible de un sistema de obsequios y contra-obsequios: de economía. Transformados en actos de intercambio, los sacrificios constituyen la base de la reproducción social. Las relaciones entre los sexos, las relaciones al interior de las comunidades y entre las comunidades, la sociedad misma y sus relaciones con otras sociedades, todas están determinadas por su vínculo con la violencia. La limitación y el dominio de la violencia fue un estímulo esencial para el establecimiento de la sociedad, y la violencia surge de nuevo de la misma sociedad cuando ésta falla al mantener el equilibrio entre intereses contrapuestos” (p. 62).

Para comprender mejor el argumento, es de figurarse que en todo proceso de civilización la violencia queda recortada, domesticada, reprimida. Los cultos antiguos autorizaban el sacrificio humano de mujeres hasta que progresivamente con la maduración económica, las personas fueron reemplazadas por animales. El proceso civilizatorio implica un control (pero no desaparición completa) de la violencia. Pero dadas las condiciones de restricción, las cuales impuestas por el neoliberalismo lleva a las sociedades industriales a un sistema de ahorro corporativo que afecta el lazo social, la violencia que hasta entonces circulaba por todos las instituciones en forma solapada se hace explícita e incontrolable. Para Kurnitzky la violencia no es la patología como para otros especialistas sino el signo de una evidente descomposición de la estructura social que lleva a la individuación.

Ante el miedo que resulta de la individuación, los nacionalismos y los grupos étnicos se transforman en techos protectores que evocan un mito primigenio, un primer discurso cuando los hombres vivían exentos de la corrupción. La paradoja, agrega Kurnitzky, es que los nacionalismos deben declarar la guerra para que sus valores sobrevivan, y es esa misma guerra la que termina por destruir a todo el sistema. La manifestación cultura no solo homogeniza, sino que excluye a aquellos elementos que no los criterios elementales de inclusión. Por ende todo nacionalismo dialoga con un extranjero al cual desprecia y teme.

Conclusión
En resumen, si para Kurnitzky el grupo étnico adquiere un discurso funcional al colonizador, se asume que el poder disciplina por medio de la homogenización de las identidades, haciendo similar lo diferente. Ante el descontento social, la identidad (idéntica) disuado a los rebeldes de tomar las armas. Los españoles (y otros grupos que actuaron como colonizadores) recurrieron a la identidad para desviar la discusión, haciendo similar aquello que por naturaleza no lo es, evitando en el “ethos” donde todos son iguales, la cooperación entre quienes se ven diferentes.  La misma lógica puede aplicarse a los derechos universales o derechos humanos. Kurnitzky argumenta convincentemente que si bien por un lado los “derechos humanos” abogan por la libertad individual, cuando este derecho se hace colectivo a toda una nación, a toda una comunidad, o grupo étnico se lo anula. Si se acepta la autoridad del estado, el ciudadano queda sujeto a la voluntad de su soberano. La comunidad nacional protege o explota a sus miembros acorde a sus intereses. Los derechos humanos son por naturaleza universales y aplicables a todos los ciudadanos del planeta, empero, en el plano real, esta clase de derechos descansa sobre la soberanía nacional.

En tanto discurso vació que alimenta los nacionalismos y sus efectos alienantes, los derechos humanos son construcciones sociales de escasa aplicación en la política. Ahora bien, si el terrorismo opera desde dentro de la sociedad existen dos salidas, la democracia es auto-regulativa y suficiente para controlar la situación o apela a la intervención de un tercer estado. Si se va por la primera salida, como ha sucedido en América Latina, existen probabilidades que los estados incurran en violaciones a los derechos humanos, si se opta por la segunda salida, estamos en presencia de una invasión forzada, como el caso de Irak. Los derechos humanos, el terrorismo y la democracia, en este punto, llegan a una encrucijada de difícil solución, que voluntariamente o no refuerzan las bases para la creación de una dictadura, la dictadura de los derechos humanos. Ignatieff no solo ignora la historia del terrorismo y las sistemáticas violaciones de los derechos humanos perpetrados en democracia, sino que además confunde la anglo-democracia corporativa con la democracia real.  En fin, el terrorismo pone a Occidente en su propia paradoja, fuerza las bases de la supuesta liberalidad demostrando una vez más la crueldad de los estadios nacionales, y su complicidad con las formas corporativas y hegemónicas que hacen hoy a la anglo-democracia.

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