Contribuciones a las Ciencias Sociales
Octubre 2012

A DIEZ AÑOS DEL 11 DE SEPTIEMBRE: COMO CAMBIÓ EL MUNDO. LE MONDE DIPLOMATIQUE. BUENOS AIRES, CAPITAL INTELECTUAL. 2011




Maximiliano E. Korstanje (CV)
maxikorstanje@fibertel.com.ar
Universidad de Palermo Argentina





Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.: "A diez años del 11 de Septiembre: Como cambió el mundo. Le Monde Diplomatique. Buenos Aires, Capital Intelectual. 2011", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2012, www.eumed.net/rev/cccss/22/

Los intelectuales de izquierda, por llamarlos de alguna manera, han caído en una quimera desde hace varios años. Sus pretensiones muchas veces se encuentran más del lado del ego personal que de una lectura objetiva de los fenómenos sociales. Como si eso fuera poco, el avance de la modernidad, la fragmentación social y espistémica, o el avasallamiento de la razón instrumental han hecho estragos en las formas modernas del pensamiento sociológico. Ello sucede cuando se analizan problemas como ser el terrorismo internacional o el fundamentalismo islámico. A 10 años del atentado al World Trade Center, datado del 11 de Septiembre de 2001, Le Monde Diplomatique sacó a la venta una nueva compilación en donde se articulan diversos trabajos de reconocidos académicos a nivel mundial. No obstante, a excepción de S. Zizek, E. Hobsbawm o N. Chomsky quienes presentan un análisis pormenorizado y convincente en pocas páginas, dicha recopilación no solo obedece a un pobre esfuerzo de vincular el terrorismo como una excusa discursiva del imperialismo, sino a suponer que todavía existen dicotomías entre la “izquierda y la derecha”. Así comienza el prefacio de Gabriel Tokatlian en donde queda evidenciada una supuesta preocupación por el control y el avance de las “derechas” en Europa, asumiendo que las izquierdas deben ser diferentes. También la lectura del presente libro nos lleva a encontrar errores conceptuales groseros como suponer que la democracia puede mitigar los efectos nocivos del terrorismo. Más aún, el trabajo nace de la idea que existe un fuerte sesgo religioso tanto en la administración Bush como en Al-Qaeda que llevan a una conflagración casi inevitable en donde los medios de comunicación juegan un rol protagónico.  Según esta perspectiva, los Estados Unidos aprovecharían, de alguna forma que los trabajos no pueden precisar, su posición hegemónica sobre el resto de las naciones del mundo bajo excusa de “combatir al terrorismo”.

Por desgracia, el libro de referencia apuntaba a ser algo más profesional de lo que realmente termina siendo. La mayoría de los trabajos que integran la compilación, son artículos periodísticos con una base metodológica ausente, e integrados según ideas personales del autor, algunos de ellos incluso contradictorios en su construcción.  Más interesados en “comunicar” al lector lo que se debe hacer que en comprender la situación estadounidense y republicana en un momento clave de la historia, A diez años del 11 de Septiembre debe ser considerado un trabajo (producto) del mercado sin rigurosidad académica, donde se combinan especulaciones periodísticas con teorías conspirativas.  Desde nuestra perspectiva, explicaremos porque el libro de referencia descansa sobre una tesis polémica o falsa que además adolece de exhaustividad académica para dar respuestas a las incongruencias propias del terrorismo.          

Empecemos por las fallas en la forma de comprender que es la democracia y como ella se organiza en base a los intereses de grupo. En la Grecia antigua, la democracia no se definía como una forma de organización territorial, mucho menos política sino como la posibilidad del ciudadano libre de abogar por el rechazo a una ley, si ésta era considerada injusta. Eso no significaba que no existieran asimetrías de relación o conflictos entre ciudadanos libres y esclavos, mucho menos que la democracia fuese un estilo de vida preferible a otros. La democracia era posible por la pluralidad pero también por la inequidad que ella trae consigo.  Existía, por lo expuesto, una devoción suprema no solo hacia el rey sino hacia el propio linaje familiar o presunto. Ya para la época en la cual los filósofos socráticos escriben, el pensamiento democrático comienza a ser alterado en forma gradual. En parte, ello se explica por el avance del comercio en el campo político, que crea las bases para la aristocracia pero también por la derrota helénica en la guerra del Peloponeso.  Los ideales de democracia ateniense estaban fundados en una cosmogonía desde la cual el mundo no estaba puesto al servicio de los hombres sino que eran éstos últimos quienes debían demostrar ser merecedores de vivir en él.

En este contexto, filósofos como Platón o Aristóteles comienzan a ver en la aristocracia una forma de gobierno posible. El pensamiento griego partía del axioma que si todos tienen derecho a todo, entonces nadie tiene derecho a nada. La desigualdad sería una condición misma del mundo natural. La necesidad de intervención sobre las anomalías del mundo natural nacería en siglos posteriores en la Europa del Renacimiento.

Pero en Inglaterra para la época de la revolución Cromwelliana se está gestando un gran cambio en la forma de concebir lo político, cambio que se hará más marcado luego la revolución industrial. Ambas revoluciones demuestran al mundo que el hombre debe ser medido por medio de su productividad y no por cuestiones de lazo adscriptos al linaje, sino por cuestiones que dependen de él mismo. ¿Pero puede esta idea florecer en un contexto monárquico?. De ninguna forma. La revolución industrial necesita de la libertad para orientar al trabajador a vender su fuerza en pos de una recompensa. La antigua institución de la caridad medieval católica empieza a resquebrajarse, y con ella el lazo social entre los hombres. El capital, subsume tras sí, todas las necesidades humanas y forja una nueva manera de relacionarse. Empero, siendo el capital un mediador simbólico entre el hombre y sus instituciones (como bien estudiaran los padres fundadores de la sociología) la distancia y la incertidumbre generan desconfianza entre los ciudadanos. La ciudad-estado da paso a una nueva forma de organización anclada en el Estado-nación y luego a la red-global.

Las formas de producción globalizadas necesitan de la movilidad y el riesgo para garantizar su subsistencia. A través del desdibujamiento del espacio cartesiano, el capital puede ingresar en diversas instituciones y ocupar un rol preponderante incluso en la forma de manejar la política, creando una brecha entre la visión de las instituciones y de sus ciudadanos. Esta idea no necesariamente implica que el estado esté vaciado (ya que vacío implica no existencia). En la era moderna, los estados movilizan la fuerza bélica en el caso de ataque externo o cuando su sentido de la seguridad se encuentra amenazada. Sin embargo, dentro de la República existen fuerzas económicas que monopolizan las lealtades de los tres poderes. El aparato del estado es de hecho manejado por corporaciones económicas que persiguen intereses específicos protegidos por el andamiaje legal y la constitución.

Las instituciones de la República se distancian cada vez más de sus ciudadanos por varios motivos; el capital reemplaza la relación política y tergiversa al poder en ejercicio de la violencia. Las campañas políticas son subvencionadas por corporaciones internacionales, los medios de comunicación empiezan a ser privatizados, pero por sobre todo, existe una desconfianza manifiesta entre el representante (el cual tiene un mandato temporal) y el representado. Esta crisis institucional da como resultado una brecha entre el interés ciudadano y las políticas promovidas por los representantes. Las luchas corporativas y financieras hacen de la política posmoderna más un arte que apunta a convencer por medio de la propaganda mediática que a forjar un vínculo sustentable entre gobernadores y gobernados. En consecuencia, no se puede hablar de democracia en el sentido estricto de la palabra, sino de “Anglo-democracia” que según nuestro argumento se conforma como una nueva manera de organización corporativa en donde los poderes financieros y las multinacionales la peor de las dictaduras: la dictadura del dinero y los derechos humanos (en este último punto coincidimos con Chomsky).

Ahora bien, la modernidad (que no es ni de derecha ni de izquierda sino a-ideológica) encuentra serios problemas para establecerse en ciertas regiones cuyos estilos de vida se basan en una forma de producción tradicional. Aun cuando, algunos estados de Medio Oriente estén secularizados o modernizados, la forma de vida y el derecho consuetudinario propios de la tradición musulmana continúan presente en países como Afganistán o Siria. A grandes rasgos uno se da cuenta que lo que está en juego, no es ni el choque de civilizaciones, ni de religiones. Por el contrario, muchos grupos mal llamados fundamentalistas se han educado en las mejores universidades occidentales y sus tácticas de operación se corresponden con los manuales de Management moderno. El capitalismo moderno, luego de la guerra árabe-israelí sufrió un duro revés en materia energética debido a los sucesivos embargos promovidos por los países árabes; esta falta de insumos generó una seria crisis para el sistema capitalista mundial. La forma fordista de producción a escala no puede ser sostenida en el tiempo, hecho que precipita un cambio en la forma productiva de los países occidentales, una nueva forma más dinámica, flexible y cambiante en donde la subjetividad y la estética fueran aspectos culturales importantes. Ya no importaba el vínculo familiar ni la relación del hombre con su ciudad, sino cuanto capital portase para poder reconducirlo hacia un consumo pormenorizado, individual pero sostenido en el tiempo. Se empiezan a deslumbrar las primeras preocupaciones ecológicas y corporativas por la sustentabilidad del planeta, que dicho sea de paso, no es otra cosa que un discurso cínico de reapropiación del consumo.

Lo ecológico, en la actualidad, se sobrevalúa obligando a grandes contingentes de población a buscar nuevos hogares mientras el mercado no dubita en seguir emitiendo gases hacia la atmósfera. Si las sociedades tradicionales buscan en la fe una estrategia para situarse ante la muerte, las posmodernas niegan la muerte y la trascendencia intentando prologar la vida. En las primeras formas de organización prima la palabra oral, lo cual lleva a una pluralidad de voces donde las escrituras sagradas son interpretadas de diferente forma. En las segundas, la palabra escrita y el contrato fundamentan la base social y económica movilizando los recursos armamentísticos en caso de incumplimiento. El aprovechamiento de algunos grupos políticos, quienes operan desde la clandestinidad, a una particular lectura del Corán sólo puede darse gracias en el Islam. A diferencia de la Iglesia Católica que basa sus enseñanzas en un código único (el testamento) de interpretación, en el Islam existen varias maneras de acceder al legado del profeta Mohamed. Cada musulmán se encuentra obligado a tomar las armas cada vez que el umma (comunidad) esté en peligro por la intervención de una potencia extranjera.   Si bien este concepto lleva a cierta incapacidad para comprender la otredad (la cual lleva a la inmovilidad propia de las sociedades árabes, en claro constarte con los europeos), su amplitud permite una manipulación política que se activa según los intereses del contexto.

Por su parte, desde la invasión de la URSS o de EEUU, cualquier intento de intromisión en los asuntos internos del mundo árabe puede ser contemplado como un llamamiento a la defensa, a las armas. Rico en hidrocarburos, el mundo árabe se presenta como una zona a ser colonizada por el imperio americano ya sea por complicidad con sus aristocracias o por ocupación efectiva de la maquinaria bélica.      Precisamente, el terrorismo es la relación dialéctica entre un estado incapaz de poner orden en su territorio, apelando a técnicas de encubrimiento o tortura solapada en donde se violan los mismos derechos que dicen defender, y un grupo de insurgentes quienes resisten o creen hacerlo, a su avance.

En lo que muchas veces los intelectuales de izquierda parecen equivocarse, además, es en su débil tratamiento sobre como funciona la hegemonía. Ella no es eficaz por lo que dice, sino por lo que calla. La hegemonía no debe confundirse con la ideología. Desde el momento que su presencia es imperceptible e incuestionable, cualquier crítica contra la hegemonía nos demuestra que ese objeto de crítica no es en sí mismo hegemónico. Lo más parecido a un concepto hegemónico es la idea que la democracia es el mejor gobierno posible, como construcción esta idea es incuestionable, y en tanto a tal, hegemónica.

Por otro lado volvamos al tema de la guerra necesaria o preventiva. La modernidad y el riesgo trabajan sobre escenarios futuribles pero irreales creando cursos de acción reales donde prima la prevención. Las sociedades industrializadas están más preocupadas para prevenir un nuevo ataque terrorista (riesgo a futuro) que legitiman su propia vulnerabilidad. Las diversas situaciones de conflicto y sus dispositivos discursivos son funcionales a la creación de la hegemonía de la hegemonía. Una de las características de los grupos políticos modernos es el show, y la segunda la constante necesidad de denunciar a grupos pseudo-hegemónicos para alimentar un conflicto que lleva a la verdadera hegemonía. El terrorismo como amenaza, ciertamente, puede iniciar guerras preventivas, pero ese no es el problema de fondo; mucho menos la simplificación en considerar a Estados Unidos como una potencia hegemónica, pero si es necesario señalar que la actitud irresponsable de la potencia del Norte puede llevar a la imposición de una verdadera hegemonía global financiera. Algo en que el discurso de los intelectuales de “izquierda” y su completa abnegación para la protección de los más débiles, promueven inconcientemente. El debate sobre la crisis o el riesgo debe situarse en si este implica una disgregación o una concentración de poder, y hacia donde se delegan los efectos de una constitución global para combatir al terrorismo. La ineficiencia e ignorancia de los Estados Unidos de América para mitigar al terrorismo internacional, puede garantizar las bases para el surgimiento de un nuevo poder dictatorial aún más funesto que aquel que hoy se crítica.