Contribuciones a las Ciencias Sociales
Marzo 2012

"LA POSTMODERNIDAD EN LA JUVENTUD ARTEMISEÑA"

Ediel Pérez Noguera (CV)
edielp@isch.edu.cu
Anay Lorenzo Collazo (CV)
anay@artv.icrt.cu
Universidad de Artemisa

Resumen:
Nuestro trabajo es un estudio acerca del advenimiento de los valores postmodernos a nuestra localidad de Artemisa y su repercusión en la juventud. Se trata de una investigación sin antecedentes en la ciudad (podríamos decir que en general los temas referidos a la modernidad con un enfoque sociocultural y axiológico escasean en las comunidades cubanas). El trabajo se encuentra estructurado de la siguiente manera: una primera parte donde se conceptualizarán las principales variables (juventud, valores), un necesario recorrido por las teorías sobre la postmodernidad, un acápite especial que acerque el fenómeno a la realidad cubana y, finalmente, la descripción de lo observado en la localidad junto a una breve valoración conclusiva.

Palabras clave:
Postmodernidad, Juventud, Valores, Cuba, Artemisa.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Pérez Noguera, E. y Lorenzo Collazo, A.: "La postmodernidad en la juventud artemiseña", en Contribuciones a las Ciencias Sociales, marzo 2012, www.eumed.net/rev/cccss/19/

Introducción

Nacía una generación (décadas ′70 y ′80) destinada a profundas contusiones y desgarramientos, a múltiples albas y crepúsculos simultáneos. Asistirían a uno de los cismas ideoculturales más trascendentes de la historia. Semejante ruptura, cuya metáfora más recurrente es la caída de un muro, se remonta algunas décadas atrás; quizás sea la definición de un siglo, con sus mitos e insatisfacciones: el siglo xx; pero sólo el fin del socialismo real y el comienzo de un mundo atrapado en las redes de un nuevo liberalismo darán un matiz definitivo, de clara conciencia, a este fenómeno dado en llamar postmodernidad.
La ambigüedad del término añade fuego a la polémica. Cómo y cuándo surge la postmodernidad. ¿Es ruptura con lo moderno? ¿Significa acaso una nueva sensibilidad, un nuevo paradigma? ¿Deviene discurso de una élite o alarido incontenible de contraculturas? Interrogantes de un debate que, sin ser conclusivo, permite ya trazar algunos puntos definitorios. Este trabajo no profundizará en la polémica, no se suscribirá íntegramente a ninguna de las interpretaciones de la postmodernidad; tomará de sus autores el corpus teórico, e intentará (sin superficiales traspolaciones) describir la manifestación del fenómeno en lo local, específicamente en una ciudad de más de 80 000 habitantes, situada a 60 kilómetros de la Ciudad de la Habana.
La descripción se centrará fundamentalmente en la juventud de la ciudad de Artemisa; aunque de forma colateral se visualicen otros grupos o sectores de su población, así como instituciones o espacios que puedan estar relacionados con la investigación. Interesa, sobre todo, la dimensión axiológica del fenómeno, sin dejar por ello de tratar otras aristas que coadyuven a una mirada mucho más integradora del problema. A modo de conclusión, se hará un intento de tipificar los rasgos, de aproximación a lo que sería seguramente otro estudio mucho más prolongado en el tiempo: la definición de una “postmodernidad artemiseña”.
Si dimitir a esta ambición obedece ahora a una cuestión de espacio y, ante todo, a la necesidad de una previa exploración del campo, ha de entenderse que las intenciones últimas de este ensayo se dirigen a dicha definición.
Por lo pronto, la sola descripción de expresiones y valores postmodernos en los jóvenes de esta localidad permitirá, al menos, detectar cuáles y en qué medida han penetrado e influyen en el medio cultural, político, social, económico y psicológico, y aportará información útil para futuras investigaciones que se aventuren a profundizar, por ejemplo, en las características que adquiere lo postmoderno al interactuar con las tradiciones de la localidad de Artemisa.
Para ello se acudió a los métodos cualitativos de la fenomenología y la etnografía, en favor de penetrar en lo esencial de las experiencias de los actores y de describir e interpretar valores y prácticas de la juventud como grupo. No se prescindió de los universalmente usados: histórico-lógico, analítico-sintético, inducción-deducción, semiótico, comparativo; que, de acuerdo a las dimensiones diacrónica y sincrónica del estudio, resultan de obligatorio empleo, así como por la necesidad de desentrañar códigos y signos propios de la postmodernidad. Se utilizaron a su vez técnicas como la observación participante, sistemas narrativos, entrevistas grupales y análisis documental.
En relación a la utilidad de la investigación, se parte de la importancia del nexo entre la universalidad del tema de la postmodernidad y su aplicación a lo local. La posibilidad de realizar estudios similares en otras localidades permitiría comparar las manifestaciones del fenómeno y sus relaciones con la tradición en distintos marcos, así como extraer algunas constantes, partiendo de los estudios locales para el análisis de la postmodernidad y sus valores en Cuba.
No es necesario aclarar (porque se ha hecho a lo largo de esta introducción) que en el transcurso del proceso investigativo puedan existir fugas hacia problemáticas muy cercanas a la de este trabajo, pero que sobrepasen ya las pretensiones de los objetivos propuestos. No obstante, el universo de la investigación cualitativa permite estas leves digresiones donde cada sutileza es ganancia.

Dos conceptos

Resultaría improcedente dar un paso en esta investigación sin conceptualizar, al menos, dos términos: juventud y valores. El primero, en tanto objeto de observación, requiere ser enmarcado, definido en función de las intenciones del estudio, teniendo en cuenta que existen diversos enfoques (desde lo puramente etario hasta lo psicológico, pasando por las determinantes sociales) a la hora de definirlo. El segundo (valores) interesa por el campo en el que se moverá el proceso investigativo: es decir, lo axiológico. Puesto que el fenómeno de la postmodernidad puede ser analizado desde disímiles aristas (el arte, la cultura, las ciencias, etc.), es importante distinguir qué exactamente se quiere observar de la postmodernidad y en qué situación-espacio-grupo se realizará.
La juventud puede ser un proceso, una edad de tránsito entre la niñez y la adultez, pero es también un grupo definido generacionalmente, específico de una localidad o núcleo urbano determinado. Existen diferentes enfoques para su comprensión (biogenético, sociogenético y psicogenético), según tome como punto de partida para su análisis la maduración biológica del individuo, las regularidades del proceso de socialización o el desarrollo de la personalidad y de las funciones psíquicas en general.
Los límites etarios en los que se enmarca esta edad varían en los diferentes autores. En general, existe un consenso que sitúa el comienzo de la adolescencia entre los 11 y 12 años y la culminación de esta entre los 14 y 17 años. La juventud suele delimitarse entre los 17-18 años y hasta los 25 años (reconocida como juventud tardía) (Kon,1990). Pero, más allá de estas consideraciones, se debe entender la juventud como parte integrante de un proceso único, que es el desarrollo bio-psico-social del individuo. En este sentido cualquier definición que se circunscriba a la edad quedaría como un acercamiento parcial y dejaría fuera de análisis matices y complejidades relevantes.
En lo que respecta a esta investigación, el hecho de escoger como grupo de observación a la edad juvenil obedece a que en esta etapa del desarrollo del individuo se encuentra la aparición de una autoconciencia, de una serie de constructos que llegan a formar un sistema, donde se integran los componentes cognitivos, afectivos y valorativos de la personalidad. La representación de la realidad y de sí mismo dentro de ella permite al joven elaborar criterios propios y juicios aplicables a todos los estratos de la vida; permite conducirse con independencia, interactuar con su medio en forma de aceptación y ruptura simultáneamente. La observación de los valores de la postmodernidad en este grupo ofrece la posibilidad de presenciar, en plena formación de la personalidad, el advenimiento de estos valores al yo. También da la posibilidad de observar la manifestación del fenómeno en el grupo más activo dentro de cualquier sociedad, lo que equivale a decir: el fenómeno en su mayor dinamismo.
Surge luego la interrogante: ¿qué juventud será objeto de observación (de investigación) en este trabajo? Y por demás: ¿a qué juventud en particular se hará referencia en las páginas siguientes cuando se hable de este fenómeno? En Cuba, la juventud corresponde a todas las personas entre 16 y 30 años de edad (Domínguez, 2003). A partir de los 16 años al individuo se le otorga el carnet de identidad, se le considera persona responsable de sus actos, a responder ante la sociedad, y posee los derechos legales al voto, lo cual lo convierte en un sujeto con derechos y deberes, en una persona jurídica. Sin embargo, la UJC y la AHS (dos de las organizaciones juveniles de mayor protagonismo social) establecen como límite etario los 35 años de edad.
Para esta investigación se tomará un rango mucho más amplio y flexible, que comprenderá dentro del grupo de observación a individuos cuya edad oscile entre los 14-16 años hasta los 35, pudiendo abrirse este rango hacia arriba, en dependencia de los intereses del individuo, las actividades que realice y el grupo y contexto donde se mueva. Se hará referencia, pues, al universo de jóvenes artemiseños nacidos en las décadas del ′70, ′80 y primera mitad de los ′90.
Importante será destacar que este grupo de jóvenes (sobre todo los nacidos en los 70 y 80) serán los que enfrentarán una serie de transformaciones en el país devenidas a principios de los 90 (tema que será profundizado más adelante) que cambiarán en gran medida la faz de la sociedad cubana hasta entonces, unidas a la aparición de la controversial “crisis de valores”. Asistirán estos jóvenes a la irrupción de nuevos valores, a la desintegración y la pérdida de sentido de otros, a la incertidumbre y el desconcierto que emanan de una época contradictoria. De ahí la explicación de sus comportamientos muchas veces extravagantes, huecos o carentes de proyección futura. Pero también llegará, como en toda crisis, la liquidación de dogmas y tabúes, y el comienzo de una mirada plural hacia la realidad.
Hasta qué punto los nuevos valores se insertan, ganan espacio, se sedimentan, o quedan en la superficie de una sociedad donde aún sobreviven y funcionan los valores tradicionales. Los valores, como aquellas construcciones psíquicas y sociales reguladoras de los comportamientos de un sujeto, de un grupo o de una sociedad adquieren, por encima de su estatus kantiano-metafísico, universal, un carácter cultural e histórico, social e ideológico.
Los juicios del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, ninguna categoría escapa de estas determinantes. ¿Qué ocurre cuando deviene problemático aplicar cada uno de estos juicios a una realidad que en cierto modo parece superarlos? La relatividad de ciertos valores estaría bien, siempre que esta nueva determinante se eleve a rango científico, de una ciencia curada del lastre de la razón instrumental moderna, que contextualice los fenómenos bajo una mirada integral y sistémica, no reduccionista. Pero cuando otras leyes (el mercado, el consumo) dictan el sentido de la vida de los hombres, entonces la relatividad y la pluralidad se convierten en una mera ilusión donde sólo cabe hablar de relativismo, anarquía y caos. Lo principal de los valores (modernos o pos, tradicionales o emergentes, pertenezcan a cualquier clase o grupo) es que defiendan la vida, la esencia humana, de lo contrario serían, en todo caso, antivalores.
La postmodernidad tiene, sí, sus valores y antivalores. ¿Cómo se manifiestan estos en el contexto de una localidad específica? ¿Adquieren matices totalmente diferentes? ¿Es posible distinguirlos allí como algo absoluto y universal? Son estas algunas de las preguntas que intentará responder esta investigación. Antes será necesario detenerse en algunos aspectos generales acerca de la postmodernidad.

Postmodernidad. Lo postmoderno.

El prefijo pos no añade, en cuanto a esencia contradictoria, ninguna cualidad a la modernidad. La modernidad es ya todo lo conflictiva y compleja que pudiera ser una época. El bien y el mal están en ella: la emancipación y la destrucción, el dogma y la liberación, la utopía. No en balde M. Berman la define como un torbellino perpetuo de “desintegración y renovación” (Berman, 1998, p.8). La postmodernidad continúa esa espiral convulsa, pero la lleva a extremos insospechados. Como bien dijo Hinkelammert refiriéndose a Nieztsche, pudiera significar la modernidad in extremis, la crisis de todo este movimiento, con todo lo que acarrea una crisis (Hinkelammert, 2003, p.261).
Pudiera, así mismo, tratarse de una superación de lo moderno (Lyotard, 1986 a) que tendría como eje central la deslegitimación de ese paradigma en cuanto a fin de los metarrelatos, advenimiento de la sociedad informacional-tecnológica con una pluralidad de juegos de lenguaje y muerte del sujeto histórico occidental.
Habermas trae otra idea: la de una “modernidad inconclusa”, en la que es posible reorientar a la razón moderna (iluminista) y lograr una integración social a través de lo que denomina “racionalidad comunicativa”, en oposición a la racionalidad económica y administrativa.
Cuales sean las interpretaciones de la postmodernidad, es posible hablar de algo distinto de la modernidad. En su conocido ensayo “Guía del Postmodernismo”, Huyssen se refiere a una “pérdida de ironía, reflexividad y duda”, a un “alegre abandono de toda conciencia crítica” (Huyssen, 1993, p.211). Aunque la reflexión entra en el plano de la obra de arte postmoderna, semejantes palabras pueden traspolarse a todas las dimensiones del fenómeno. El homo postmoderno se encuentra rodeado (atrapado) por un discurso impersonal, vacío. Es esta una realidad saturada de información, pero ausente de crítica. Del antropocentrismo de la modernidad se pasa a la desintegración del yo.
Para Baudrillard, la modernidad degenera en postmodernidad (Baudrillard, 1985). Visión la suya que parecería apocalíptica, pero que deja una aguda reflexión acerca de lo que los mass media y las tecnologías han apartado al hombre de la naturaleza, borrando cada vez más las fronteras entre simulacro y realidad. Morawski pretende ofrecer una visión no tan gris. Él mismo se cataloga pesimista cultural y no catastrofista (Morawski, 2006 a). La crisis de la cultura, del modelo civilizatorio de Occidente y su devenida sociedad postindustrial informatizada es su punto de partida para una definición de la postmodernidad y lo postmoderno. Cree que la postmodernidad no es la prolongación de las aberraciones de la razón instrumental moderna, ni su exacerbación (criterio que lo aleja ya de Baudrillard), sino una posible respuesta a sus conflictos. Y aquí se sitúa en un plano absolutamente moderno (acercándose a Habermas), como modernidad que realiza su autocrítica (Habermas, 1981). En definitiva queda encerrado en una anfibología cuando anuncia que la postmodernidad es otra forma de crítica a (desde) lo moderno y una aparente “mutación cultural” (Morawski ,2006 b).
Simplificando la reflexión de Morawski se llegaría a la conclusión de que postmoderno es crítica de lo moderno. Siguiendo esta lógica, surrealismo, Escuela de Frankfort, Movimientos de Liberación en el Tercer Mundo, equivalen a decir postmodernidad. Algunos autores sitúan el comienzo de esta incluso en Nieztsche, Marx, Weber, Heeidegger. Hinkelammert habla de un Nieztsche que encarna la modernidad, la lleva, ciertamente, a extremos donde nadie la había conducido, pero queda de este lado, sin poder superarla. Lo mismo Marx, que inserta su proyecto desalienador y anticapitalista dentro de la propia modernidad y se vale de todo el instrumental racional moderno (no podía ser en la época de otro modo) para realizar su crítica al sistema.
En resumen, existen múltiples versiones del cuento de la postmodernidad: sus raíces en la crítica a la modernidad a fines del siglo XIX (Baudelaire, Marx, Nieztsche), su inicio luego de Hiroshima y Núremberg y la ONU, su explosión como resultado de la crisis energética de los 70 y la llegada del neoliberalismo o el acaecimiento de un nuevo mundo definitivo (Fukujama, 1990) al desaparecer el socialismo real en el propio umbral del siglo XXI. De todas estas versiones ninguna alcanza a ser tan unánimemente aceptada como aquella que anuncia a comienzos de la década del ′60 (comenzando en la nación más capitalista: Estados Unidos de Norteamérica, y expandiéndose rápidamente a Europa, a todo el hemisferio occidental, al mundo) la llegada de una nueva sensibilidad, de un cambio de paradigma que se había iniciado ya en la comunidad científica y que buscaba su expresión en la vida cotidiana, y de una estructura social que sentaría sus bases, como nunca antes, en las tecnologías, la información, los servicios y el consumo.
La nueva era que se inaugura contiene un carácter narcisista-hedonista, pero así mismo abre ella un marco favorable, a partir de las ventajas de la sociedad informatizada y tecnológica, para la expansión de la libertad personal. Lyotard concluye que la postmodernidad sustituye la cultura por la multicultura (Lyotard, 1986 b). La pluralidad en oposición al gran relato es lo que distingue nuestro tiempo. “Nuestra ética es la disolución de la universalidad”, dice Vattimo (Vattimo, 1990, p.86), indicando cuán locales y específicos pueden ser los referentes de los actores a la hora de construirse sus valores, pero también llamando la atención sobre la ausencia de conceptos dominantes (entiéndase que con la postmodernidad ocurre la fusión entre cultura de élites y cultura de masas).
La cultura postmoderna se encarga de sustituir los sistemas de valores por una amalgama de referentes y patrones conductuales sin jerarquía, donde lo efímero y circunstancial predomina. Se vive un “eterno presente” donde “todo está permitido”, porque, en efecto, nada tiene ya valor. En última instancia el único valor dominante, universal, es el consumo. El mercado, entonces, es quien domina la vida y son sus valores asideros para un hombre que ha perdido su identidad cultural.
Por consiguiente, el mundo, el estado actual de las cosas, da la impresión de algo acabado, inamovible. El hombre ha alcanzado sobre la tierra su máximo esplendor bajo la era de la información y las tecnologías. No hay nada que buscar, la felicidad se encuentra en la autosatisfacción que genera el consumo. “El progreso se convierte en routine”, dice Vattimo (Vattimo, 1990, p.90). “La novedad nada tiene de revolucionario ni de perturbador, sino que es aquello que permite que las cosas marchen de la misma manera”, agrega (Vattimo, 1990, p.91).
El relativismo general de la época genera desconcierto a la vez que un apego al modo de vida consumista como manera de llenar la ausencia dejada por la abolición de los viejos valores. Nuevos consensos, sin embargo, se crean: una apertura hacia distintas formas de concebir el arte, la ciencia, las relaciones.
No se sabe a dónde puede conducir la encrucijada de la postmodernidad: si es, en definitiva, la expresión de la “lógica cultural del capitalismo tardío” (Jameson,1996) o una construcción ideoestética, si representa una nueva sensibilidad que anula los afectos en función de otros resortes espirituales o, simplemente, el habitar en un mundo donde información, tecnología y servicios hacen del hombre un ser social con expectativas y roles distintos de lo que hasta hace pocas décadas eran dominantes. Como sea, vale el intento de conocer en que realidad se mueven hoy los hombres y, en la medida de lo posible, definirla.

Postmodernidad en Cuba. Los 90.

Hablar de la postmodernidad en América Latina es necesariamente entrar en el debate acerca de si ha existido o no la modernidad en esta región (Brunner, 1987). A lo que se contesta de inmediato que sí ha habido una modernidad en Latinoamérica, pero de carácter distinto a la de Europa. Cualquier intento modernizador en estas naciones tropezó con los escollos de la dependencia económica y el atraso tecnológico. Por tanto, el proyecto de la modernidad pasa primero por la liberación regional y el fin del dominio europeo en el continente.
La era poscolonial, se sabe, rescata a estos pueblos de un feudalismo en pleno siglo XIX para acceder a los retazos de una modernidad norteña. Néstor Canclini, en su artículo “¿Modernismo sin modernización?” (Canclini, 1989), se refiere a nuestra modernidad como una empresa fallida, como un proyecto carente de un paradigma tecnocientífico, de una industrialización profunda y de un modelo sociopolítico sustentado en la racionalidad burocrática y la democracia moderna. Se cree, sin embargo, que la existencia de múltiples universos culturales en un mismo espacio, en relación directa con el impulso modernizador que emerge de la oleada anticolonialista, crea una especial manifestación de la modernidad donde la tradición y lo local modulan la racionalidad capitalista dentro de un mundo heterogéneo.
La postmodernidad latinoamericana no puede ser pos si no de una modernidad suya. Lo cual significa que aquello válido para una postmodernidad euronorteamericana sólo lo es en parte para esta región. El argentino R. Follari arguye refiriéndose al tema:
“Nunca podría darse en nosotros en estado puro [la postmodernidad], no puede incorporarse sin modulaciones, porque no nos tocan las situaciones sociales que lo han originado. No estamos en el paraíso fatuo del consumo inútil, no hemos llegado a hartarnos de los excesos de la productividad y el industrialismo, no se nos ha perdido la naturaleza ni la automatización ha encerrado todas nuestras rutinas.” (Follari, 1992, p.14)
La crítica postmoderna latinoamericana expresaría, pues, su inconformidad hacia las políticas desarrollistas (proyectos cepalinos y otros), nacionalistas, populistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hacia las guerrillas y los movimientos revolucionarios de los 70 y hacia los intentos neoliberales de los 80', fracasos todos de un modelo de desarrollo e integración regionales. Me adscribo en este caso a los criterios del Dr. Paul Ravelo Cabrera en su artículo “Modernidad, Posmodernidad y posmodernismo en América Latina” (Ravelo, 1998).
¿Qué es Cuba dentro de este contexto? Algo que comparte, sin dudas, las generalidades del conflicto a nivel regional, pero que destaca como una realidad otra, permeada de acontecimientos históricos y significados culturales irrepetibles.
Cuba conoce la modernidad desde finales del siglo XIX con la penetración económica norteamericana. Ya su capital, La Habana, era desde hacía un siglo una de las ciudades más importantes del continente. En el siglo XX se frustra la República Martiana. El engendro neocolonial adquiere rápido la fisonomía de un anexo norteamericano donde se introducen sus elementos culturales y estilos de vida. De ese modo Cuba llega a conocer la modernidad norteamericana (la que en definitiva dictaría los destinos de Europa y de todo el mundo) de forma más intensa y profunda que cualquier otra nación de Latinoamérica.
Pero esta modernidad (y he aquí la semejanza con la realidad de todos los países latinoamericanos) va a estar mediada por un sistema de dominación, por una dependencia económica y política, y por la imposición de estructuras socioculturales ajenas a la identidad propia. Esta “modernidad inconclusa” va a encontrar su continuidad, su reevaluación (luego de medio siglo de luchas civiles) en la Revolución del 1ero de enero de 1959. El proyecto de la Revolución Cubana se encargará de hacer valer los preceptos iluministas que representan el sustento ideológico-humanista de la modernidad, pero desde un prisma tercermundista, latinoamericano y anticapitalista.
Ya en los 80 (coincidiendo con la Perestroikaen la URSS y con el Proceso de Rectificación de Errores de la Revolución) comienzan a darse en Cuba expresiones más palpables de una postmodernidad, sobre todo en el ámbito artístico. Una nueva generación de plásticos explora nuevos caminos estéticos (performances, happenings) que cuestionarán lo que hasta entonces se entendía como obra de arte y serán portadores de una mirada distinta a su realidad, apartándose de aquel arte apologético que inundó los años 70.
Pero hablar de una verdadera postmodernidad en Cuba es sobre todo hablar de los 90´. Los cambios que muestra la sociedad cubana a la entrada de esta década, unido a los acontecimientos internacionales que repercuten en la nación y a las transformaciones económicas emprendidas por el Estado (apertura económica y reinserción en el mercado mundial) traen como resultado la aparición de nuevos valores acorde a la nueva realidad.
Dichos valores se expresan desde el ámbito académico, con la asimilación de un nuevo paradigma científico, hasta en los contextos más disímiles de la vida cotidiana. La Reforma Económica Cubana, emprendida en el año 1993, obedece tanto a una necesidad de reestructurar ciertos sectores de la economía en función de nuevas relaciones con el exterior (mercado mundial) y ante las condiciones de crisis (“período especial”), como a la implementación de mecanismos societales que hicieran más funcional una estructura social que se había tornado en los últimos años más compleja y plural.
La aparición de nuevas relaciones económicas y los intentos de descentralización estatal, unido a un mayor intercambio con el exterior y a la paulatina incorporación de la informática a la vida del país, hicieron de la sociedad un tejido mucho más flexible y diverso. También, desde luego, la apertura de los 90 (la despenalización del dólar en 1993, la implementación de una red de tiendas para la recaudación de divisas, las inversiones en el turismo, la aparición de los “nuevos ricos”) trajo consigo la inserción de hábitos y estilos de vida consumistas y de una reordenación de los valores donde lo individual se colocaría, en ocasiones, por encima de la colectividad. Los preceptos guevarianos del “hombre nuevo” que debía aparecer con la “nueva sociedad” competían entre los jóvenes con la influencia foránea de una cultura kitsch que tenía como referente al mercado.

Lo postmoderno, la localidad, los jóvenes

En su ensayo “Sobre la así llamada crisis de la cultura…” Stefan Morawski introduce el término “glocalización” (neologismo que atribuye a los estudios de R. Robertson y M. Featherstone) para referirse a una nueva dimensión que brota del nexo establecido actualmente entre lo universal y lo local, entre globalización y localización (Morawski, 2006 c). Se trata de cómo lo universal se particulariza y viceversa, creando un sistema indisoluble. La burbuja se abre a lo externo, respira su libre albedrío, comparte sus leyes, pero mantiene su forma de burbuja primitiva. Y es que lo local guarda una memoria, un sustrato cultural que puede ser transculturado, pero no exterminado.
En el siglo XIX la interacción entre lo tradicional y el elemento foráneo (Norteamérica) hace de la villa de Artemisa en poco tiempo una región próspera en la que era posible percibir los rasgos de una modernidad naciente. Si en 1899 Artemisa contaba con 7000 habitantes, en 1930 la cifra se había triplicado (más de 23 000 habitantes) (Rodríguez, 1946 a). En una fecha tan temprana como 1913 ya existían notables industrias como la Artemisa Frigorífica o la Artemisa Eléctrica CO. La ciudad fue ganando en esplendor, distinguiéndose sus “establecimientos modernos e higiénicos”, sus “hoteles magníficos y confortables” y su “prensa espontánea”. Leandro E. Rodríguez, historiador de la villa, comenta que hacia 1922 las mujeres lucían pelo corto, lo que habla del interés temprano por la moda, símbolo de modernidad. Los progresos de la Villa Roja hacia 1930 eran tales que el periódico “La Simiente” de la vecina San Cristóbal la distinguirá como “la población más progresista y adelantada de nuestra región” (Rodríguez, 1946 b).
En las décadas posteriores y hasta el triunfo de la Revolución Artemisa siguió ganando en esplendor y notoriedad. Alrededor de la figura de Manuel Isidro Méndez se nuclearon personalidades relevantes de la cultura en los ámbitos nacional e internacional. Lo mismo se puede decir de Fernando G. Campoamor, promotor cultural y fundador del grupo proa, autoproclamados “minoría de campo”, que se hicieron eco de las lecciones de civismo y de cultura del Grupo Minorista. Por las décadas del ′30 y el ′40 visitaron Artemisa Juan Marinello, Víctor Manuel, Nicolás Guillén, Lino Novás Calvo, Enrique Serpa, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Miguel Ángel Asturias, entre otras personalidades (Lorán, 2002). Por otra parte las sociedades de instrucción y recreo (La Colonia Española, Sociedad Luz y Caballero, La Antorcha) protagonizaron la vida pública de Artemisa, mostrando toda la diversidad social de la isla (Méndez, 1973).
Luego del 1ero de enero de 1959 Artemisa se convierte, por la participación de sus hijos en la lucha revolucionaria, en un símbolo de la Revolución y en un referente en cuanto a sus valores. Por otra parte, su desarrollo agrícola e industrial, unido a nuevos proyectos de urbanización (Reparto Pastorita, Avenidas, Estadio de Béisbol “26 de Julio”, Hospital General “Ciro Redondo García”, entre otros) continuaron la tradición de “progreso” que había distinguido a la Villa desde principios del siglo XX.

¿Qué localidad?

Cuando se refiere a la localidad de Artemisa ¿se está en presencia de una región rural o de un espacio urbano? Claro que los límites entre lo rural y lo urbano son bastante ambiguos y se corre el riesgo de simplificar esta definición apoyándose solo en la densidad poblacional.
Artemisa es una localidad que cuenta hoy con 82 903 habitantes, aunque esta población se encuentra repartida entre los distintos poblados (Puerta de la Güira, Las Cañas, Cayajabos, etc.). Los edificios políticos y administrativos más importantes luego de la nueva División Político Administrativa (1ero de enero de 2011) no se hallan en el centro urbano, sino en las afueras de la ciudad, lo cual implica una desconcentración de la fluencia de personas en el centro y una disminución de las interacciones entre personas y con el medio urbano.
Aunque existe un considerable número de inmigrantes (sobre todo procedentes de Pinar del Río y de las provincias orientales del país), muchas personas continúan trasladándose hacia la capital del país por cuestiones laborales, de esparcimiento, etc., debido a la cercanía relativa de la Ciudad de la Habana y a la no existencia en muchos casos de suficiente perspectiva laboral y profesional dentro del municipio; hecho que comienza a revertirse paulatinamente cuando Artemisa emerge como cabecera provincial.
Por tanto, la localidad de Artemisa puede ser considerada una región urbana en el sentido de que existe una densidad poblacional relativamente alta con un espectro amplio de diferenciación social; pero el peso de la agricultura en la economía la convierten en una región que mantiene elementos rurales importantes en su espacio. Es decir, que coexisten rasgos tradicionales, propios del campo, con cierta “cultura urbana”, todo ello en continuo proceso de interrelación a lo largo de todos los barrios de la localidad.

La familia.

La primera institución que la postmodernidad desacraliza es la familia. La familia como seno y reservorio de costumbres y valores, como célula principal de la sociedad, es también descentrada en un espacio donde el yo alcanza preeminencia. En Cuba esta institución conserva un papel importante en la formación de los jóvenes. A medida que se adentra en lo local dicho papel se acentúa en función de conservar y trasmitir determinados valores tradicionales. Muchas de las familias artemiseñas tienen un origen campesino o ligado a la tierra (jornaleros, sitieros, vaqueros, trabajadores agrícolas en general). Suelen en este caso ser amplias y con estrechos lazos. Los jóvenes acostumbran a mantenerse en el hogar cerca de sus padres hasta la edad de adultos, incluso a veces constituyen nuevas familias dentro del hogar paterno. Otros grupos familiares se constituyeron a partir de artesanos u obreros de la ciudad y amas de casa. Integrantes de estos núcleos participaron, de un modo u otro, en acciones conspirativas del Movimiento 26 de Julio y se integraron posteriormente al proceso de construcción de la nueva sociedad.
La intrusión de valores distintos a la tradición llega a las familias por la vía de la emigración (familiares que emigraron en los 60 y 80 a los Estados Unidos y que mantuvieron comunicación hasta la apertura de los 90). Los jóvenes recepcionan elementos de esa cultura a través de las conversaciones de los adultos (tíos, hermanos, primos y los padres), o bien directamente consumiendo artículos venidos del norte.
Desde los 80 ya existían núcleos donde algún miembro (sobre todo las abuelas en aquel entonces) visitaba a los familiares en el norte y regresaba cargado de obsequios que se repartían escuchando anécdotas de la vida en el exterior. La desinformación de los jóvenes en los 80 y principios de los 90 con respecto a lo extranjero hacía que cualquier objeto proveniente de aquel mundo fuera visto con inusual asombro. Comenzaba el enfrentamiento a la realidad del consumo, de los productos diseñados con una estética envolvente, al cine de Hollywood saturado de escenas gratuitas de violencia y de sexo, al testimonio gráfico de familiares que hasta hacía poco compartían con nosotros el hogar y que ahora la fotografía los situaba en un contexto totalmente desconocido, como en otro planeta donde la palabra de orden era abundancia.
El contacto con esta realidad se hizo notar más cuando se inicia en los 90 la crisis llamada “período especial” y el estado revolucionario se ve obligado a diseñar nuevas estrategias que incluirían el desarrollo de la llamada “industria del entretenimiento” y con ella la entrada de un número de turistas a la isla nunca antes conocido en el período de la Revolución.
La familia cubana tuvo que enfrentarse entonces a nuevos retos y a su vez replantearse su funcionamiento en las nuevas condiciones. En el caso específico de la familia artemiseña la interacción con el fenómeno del turismo y el aura hedonista que por lo general le acompaña no se hizo tan cercano ni profundo como en la capital del país o en otros sitios de amplio desarrollo turístico; sin embargo, sobre todo los jóvenes, se acercaron al mundo postmoderno a través del consumo de series televisivas y películas norteamericanas que después de los 90 invadieron la televisión cubana.
Otro elemento desarticulador del orden familiar fue, sin dudas, la situación económica crítica del país en esta etapa, cuya repercusión sobre el hogar devino en pérdida de ciertas costumbres y tradiciones significativas. Las familias debieron dejar de reunirse los domingos en lo que era un almuerzo cálido y fraternal, donde se limaban asperezas y los jóvenes se nutrían de los más íntimos secretos culinarios, o bien escuchaban anécdotas del pasado de sus padres, tíos y abuelos, imprescindibles para descubrir valores y objetos de identidad. Es notable cómo muchos hogares mantuvieron a pesar de la adversidad estas costumbres, y en ese marco aparecieron otras estrategias psicológicas para enfrentar los problemas, las cuales dotaron a las nuevas generaciones de una mirada más flexible y de una mayor capacidad de resistencia ante las dificultades.
De igual modo los jóvenes comenzaron a aceptar con normalidad fenómenos como la homosexualidad o la transexualidad, que otrora fueran vistos por sus padres como temas tabú y cuyas expresiones se ha vuelto más visibles en la actualidad. La aceptación de la diferencia es un rasgo positivo de lo postmoderno.
Se puede concluir que la familia de la localidad ha desempeñado y desempeña un papel relevante en la salvaguarda de los valores tradicionales (locales y patrióticos) en un mundo que tiende a la homogenización de la cultura. Ha impedido también que antivalores desplacen a estos y ocupen el centro del universo de sus jóvenes (individualismo, consumismo). Por último, ha refrenado el impulso de muchos de sus hijos de emigrar hacia los Estados Unidos en busca del llamado “sueño americano”. Sin embargo, la inevitable interacción de la familia con los valores postmodernos que se introducen en la sociedad, la fusión de ambos mundos, hacen del joven un sujeto más libre, tolerante y adaptado a las nuevas condiciones.

Otras instituciones.

Las organizaciones de masas (CDR, FMC, sindicatos, grupos estudiantiles, etc.) mostrarán cierta “tendencia hacia la autonomía” a partir del período especial, hecho que obedece, en parte, a la imposibilidad del estado de financiarlas, lo cual obliga a una mayor capacidad de gestión en la base (Dilla y Oxhorn, 2002). Así mismo se destacará el trabajo de las ONG en el municipio bajo el influjo de las nuevas generaciones. Un ejemplo notable lo constituye la UNHIC (Unión Nacional de Historiadores de Cuba) que hoy, bajo la nueva dirección, emprende tareas de significativo valor para la localidad.
Se observa desde principios de los 90 una mayor integración de los jóvenes artemiseños a instituciones fraternales y religiosas, así como muchos de concepciones marxistas (militantes de la UJC y el PCC) que de igual modo las integran. Ello habla del pensamiento ecléctico de estos jóvenes que encuentra confluencias entre la ética utópica y la ética profética, como un sentido del compromiso junto a los pobres (Morejón, 1994).
En cuanto a las instituciones culturales existirán intentos en la década de los 90 de llevar adelante la cultura, a pesar de las limitaciones de recursos, como manera principal de salvaguardar las tradiciones locales. Será el caso de proyectos comunitarios en los Barrios de “Pueblo Nuevo” y “El Rastro”, caracterizados por una vecindad colindante con lo marginal y donde se buscó integrar a muchos jóvenes a través del contacto con manifestaciones culturales.
Distinta será la situación de inmuebles y monumentos nacionales que, por disímiles causas que incluyen tanto la ausencia de recursos como la falta de gestión de organismos e instituciones, entrarán en franco deterioro a la llegada del “período especial”.
El cierre de la biblioteca municipal, considerada la más grande de toda la antigua provincia de La Habana, el abandono de las Ruinas del Cafetal “Angerona” y las reparaciones al “Mausoleo a los Mártires de Artemisa”, traería como consecuencia que los jóvenes de esta generación se privaran de recibir los valores culturales, tradicionales y patrióticos que estas instituciones trasmitían.
A la par, se desarrolla en los 90 una tendencia a construir espacios de recreación para los jóvenes en los que sólo están presentes la música grabada y las bebidas alcohólicas como incentivos, ignorando con ello a grupos y sectores con intereses y necesidades distintas (intelectuales, artistas, otros) y contribuyendo también a una homogenización de los gustos y a una restricción de las opciones, aspectos que apuntan al empobrecimiento y simplificación de la vida social del municipio. Por ejemplo, la cultura de asistir al cine por parte de los artemiseños (industria de entretenimiento de raíz moderna) se pierde hacia finales de los 90, debido tanto a una ineficiente política cultural como a la aparición de tecnologías que comenzaron a competir con la pantalla grande (video, DVD).
La escuela, su sistema cognitivo y axiológico, también ha tenido que buscar nuevos resortes para lograr más influencia sobre los jóvenes. Los cambios oportunos de la Revolución en el sistema educacional (utilización de soportes audiovisuales e implementación de programas alternativos como el Programa Libertad) vinieron a rescatar la atención de los estudiantes y a ofrecerles una formación mucho más integral y a la altura de los nuevos tiempos.
Existen, sin embargo, antivalores que se han filtrado hasta los jóvenes de la localidad y que han incidido negativamente en la educación. El interés, por ejemplo, hacia conocimientos de los cuales puedan sacar un provecho inmediato: estudiar solo los contenidos de una asignatura en función de un examen. Aquí entran en juego valores postmodernos (la ausencia de proyección futura, el vivir en un eterno presente) en los que el sujeto (el joven) espera recibir siempre, y con el menor esfuerzo, un beneficio inmediato.

Expresiones artísticas y signos diversos.

Quizás la expresión artística donde mejor se identifiquen los rasgos postmodernos sea en la plástica. En Artemisa existe un grupo numeroso de pintores y plásticos en general que, con el apoyo de la galería municipal “Angerona”, llevan a cabo una obra pródiga. Estos artistas, a la par de su creación personal, emprenden, en conjunto con las instituciones, proyectos comunitarios para la estetización del medio urbano. Así se aprecia el diseño de murales como el del parque conocido como “La Edad de Oro”, o también en el “Parque de los Viejos”, donde se eliminó un depósito de basuras y se embelleció el muro que linda con una cuartería, mejorando el entorno donde habitan los vecinos.
Menos visibles son la literatura y la música. Estas expresiones cuentan con talleres impartidos por especialistas de experiencia o por jóvenes graduados de instructores de arte y se realizan, por lo regular, en la Casa de la Cultura del municipio, aunque también existen talleres en casas particulares (o debiera decirse tertulias y descargas) donde se debaten temas culturales y estéticos de increíble actualidad.
Otros signos postmodernos que se aprecian en los jóvenes están relacionados con la moda y con su apariencia personal. Destacan elementos de identidad relacionados con prendas de vestir (piercings, manillas, tatuajes visibles) y maneras de llevar los peinados (onda emo, punk), que en ocasiones parten de una auténtica voluntad de transgresión y en otras de imitaciones sin contenido de modelos extranjeros o capitalinos.

Conclusiones

Se ha visto cómo las expresiones esenciales de la postmodernidad (relativización de las conductas, descanonización, ausencia de profundidad, ironía, hibridación, pluralismo) pueden manifestarse en la juventud artemiseña como en la de cualquier lugar del mundo. Se ha apreciado cómo pueden construirse, a partir del contacto de los valores tradicionales de una comunidad y del conjunto de rasgos de la postmodernidad, nuevos valores y expresiones tipificantes. La singularidad que de esta interacción emerge en la juventud de Artemisa está indisolublemente ligado a la dicotomía ciudad/campo, que en el caso de esta localidad constituye una problemática no resuelta. Hablar, entonces, de una postmodernidad en la juventud artemiseña conlleva a esgrimir dos opiniones en relación a lo que este fenómeno representa: 1- que existe un grupo de valores locales-tradicionales sobre el que se depositan manifestaciones postmodernas sin modificar estas esencialmente a aquellas; 2- que los valores postmodernos han penetrado ese núcleo, dinamitándolo, creando una pluralidad axiológica que deviene en libertad individual, pero simultáneamente en incertidumbre, dispersión e incluso degradación del grado de influencia de unos u otros valores y del contexto más específico del joven (barriada, familia). Ambas proposiciones parecen atendibles si se tiene en cuenta que en situaciones extremas el joven artemiseño promedio elige en contra de la degradación moral, lo cual indica que los valores tradicionales y locales pueden ser determinantes en última instancia, y por otra parte se conoce la existencia hoy de un conjunto de normas que no se ordenan jerárquicamente, sino que coexisten y son elegidas en una u otra situación indistintamente. Lo que se quiere decir es que la postmodernidad adquiere sus matices particulares en lo local, y que el núcleo duro de la cultura y las tradiciones locales no puede ser afectado fácilmente. La postmodernidad no es tampoco el enemigo. Existen resortes en ella que pudieran ser utilizados en busca de una mayor autenticidad, de una actualización desde lo propio, de una pluralidad de lenguajes. Hoy, cuando Artemisa se ha convertido en una capital provincial y, por primera vez, se desprende del control hegemónico de la Ciudad de La Habana, se abren nuevas posibilidades para una mayor autonomía y un efectivo poder de gestión que reconsidere la importancia y el papel de la localidad dentro del contexto de la nación. Los valores postmodernos ya insertos pueden subvertir y arrasar cuanto de obsoleto e inmóvil quede aún y contribuir, con la sabia orientación de especialistas, a una sociedad mucho más libre y a una participación mayor de los jóvenes en ella.

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