Contribuciones a las Ciencias Sociales
Junio 2011

LAS NUEVAS MÁQUINAS DE NOTICIAS: UNA PERSPECTIVA CTS



Alexis Sebastián García Somodevilla (CV)
alexissgs@ucm.cfg.sld.cu

Deseo cooperar para que la gente se informe de la realidad desconocida que la circunda.

Florencia Varas

 

El periodismo ciudadano

Mientras recibía el premio que le concediera la organización Periodistas Canadienses por la Libre Expresión, Paul Pritchard, el profesor de veintisiete años, no pudo evitar que en su mente se desatara de nuevo la imagen de los cuatro policías inmovilizando a un hombre que yacía en el piso. Los aplausos y la parafernalia de cámaras hicieron que bajara la cabeza por un momento. Si estaba allí era gracias a esa muerte, al escándalo generado por la difusión del vídeo en el que estos cuatro hombres aparecían ultimando al inmigrante polaco. La filmación la había hecho de pura casualidad, alrededor de las dos de la madrugada, cuando estaba medio dormido sobre un sofá de la sala de espera y vio a través del cristal que algo inusual ocurría del otro lado. Pensó en la extraña encomienda que le tocó en nombre de un desconocido, y también en el nombre de todos. Se ajustó maquinalmente el nudo de la corbata. El padre le quedaba a la derecha. Ahora se había levantado del asiento a aplaudir como los otros. Lo estaban convirtiendo en una especie de ciudadano modelo, sin importarles que en el fondo le dañaban la vida tranquila que tanto había protegido.
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
García Somodevilla, A.S.: Las nuevas máquinas de noticias: una perspectiva CTS, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, junio 2011, www.eumed.net/rev/cccss/12/

Robert Dziekanski llegó a Canadá el 13 de octubre de 2007, en un vuelo que traía dos horas de retraso, procedente de Varsovia. La madre, que lo había estado esperando, pensó que no había venido en el avión y luego de tratar de averiguarlo, se fue sin conseguir que se lo aclararan. Los trámites de inmigración se complicaron y a las doce de la noche todavía Dziekanski no tenía autorización para abandonar el aeropuerto de Vancouver. Quizás esta demora, junto a otras circunstancias que se desconocen, hizo que el polaco desobedeciera una llamada de atención de la policía que atendía el área. Los guardias entonces corrieron hacia él mientras le ordenaban que levantara las manos. El polaco no obedeció. Las palabras que autorizaban el uso del taser se escucharon muy bajo. Antes de caer, el polaco se elevó ligeramente en el aire. En sólo unos segundos formaron una masa compacta que rodaba entre gritos. De pronto Dziekanski comenzó a convulsionar. La policía aprovechó para terminar de esposarlo. Luego llamaron a emergencias. Los paramédicos llegaron enseguida pero no pudieron salvarlo.

A Pritchard le retiraron la cámara con la promesa de devolvérsela en 48 horas, pero después, aduciendo razones de investigación, no lo hicieron. El profesor tuvo que contratar a un abogado (Robert Dziekanski, 2011). Recuperó el vídeo en tres semanas y se lo entregó a la prensa. Lo que sucedió es para muchos la mejor prueba de la legitimidad del periodismo callejero: los requisitos para la utilización del taser cambiaron en todo el país. Pritchard fue premiado por difundir una evidencia y defenderla con el civismo e integridad con que lo hubiera hecho cualquier profesional de la noticia.

Lo que pretende el periodismo ciudadano es que personas así, sin una preparación profesional, utilicen la tecnología moderna y el potencial de Internet para crear, ampliar y comprobar informaciones por su cuenta o en colaboración con otros (Citizen Journalism, 2010). Por ejemplo, escribir sobre una reunión que hubo en el barrio y ponerlo en un blog, o hablar sobre cualquier tema en un foro en línea. También podrían verificar determinada información transmitida por medios oficiales a la que le encuentran imprecisiones que la descalifican. Pueden, además, poner una fotografía digna de una noticia, o hacer un vídeo y subirlo a YouTube.

Desde esta perspectiva Wikipedia es el proyecto más grande y exitoso de periodismo ciudadano, con noticias de última hora actualizándose de manera constante.

"Nosotros somos el modelo de periodismo tradicional pero vuelto al revés" explica Mary Lou Fulton, editora del Northwest Voice, un pequeño diario comunitario, en Bakersfield, California y defensora furiosa del periodismo callejero. "En lugar de hacer el censor, diciéndole a la gente que lo que para ellos es importante no sirve como noticia, les estamos abriendo las puertas y dejándolos entrar. Si somos un mejor periódico es porque tenemos miles de lectores que son a la vez los ojos y oídos de nosotros".

El término periodismo ciudadano se le atribuye al empresario surcoreano Oh Yeon Ho, quien dijo en una ocasión que "cada ciudadano es un reportero", refiriéndose a la insatisfacción que le producía la prensa de su país. Él y tres colegas suyos fundaron en el año 2000 un periódico en línea y un sitio Web llamado OhmyNews, en el que voluntarios se encargaban de generar el contenido. En un discurso por el séptimo aniversario, Oh Yeon Ho, como presidente de la firma, apuntó que el sitio de noticias comenzó con 727 reporteros aficionados y que había crecido a cincuenta mil, reportando desde cien países.

Aunque para muchos esta forma de periodismo empezó en los Estados Unidos en 1988, cuando los mismos periodistas se cuestionaron el carácter predecible de eventos como la elección presidencial de ese año y el deterioro de la confianza en los medios de comunicación, es una práctica bastante difundida y potenciada ahora por las llamadas redes sociales. Lo cierto es que diarios como el The New York Times lo acusan de abandonar la archiconocida meta de "objetividad" que debe caracterizar la buena práctica periodística e invadir predios especializados que requieren una exactitud y ética solo al alcance de una preparación universitaria.

Ambos periodismos, en definitiva, comparten un terreno común: la noticia, y un hecho rotundo: que el destinatario actual de los medios es un receptor cualitativamente superior por su acceso, en contacto permanente con una variada gama de manifestaciones comunicativas que lo convierten en un reservorio natural de referencias y suspicacias. (Rodríguez, 2000)

La herramienta tecnológica

Las décadas de los ochentas y noventas del siglo pasado fueron testigos de una explosión de nueva tecnología en el campo de las ciencias computacionales y las telecomunicaciones. La velocidad de este desarrollo se hizo aún más alucinante con el surgimiento de los microchips —que lo revolucionaron todo, desde las mentes hasta las sociedades—, pequeños componentes electrónicos que permitían construir computadoras más pequeñas. Quedaron abandonadas las salas llenas de cablerías y tubos que hacían posible el trabajo de las antiguas, a un costo millonario. La nueva generación cabía en el escritorio de cualquiera, además de ser muy barata. Esta misma tecnología fue la que allanó el camino de las grabadoras videocasetes, el control remoto, el fax y los discos compactos, para mencionar solo unos pocos.

Las telecomunicaciones no se rezagaron. Combinaron su tecnología con la de las computadoras y apareció el apoyo satelital y la fibra óptica, que facilitaron a su vez, con otros adelantos, el nacimiento de la llamada superhighway de la información, la Internet: la red de comunicaciones electrónicas de alcance mundial. Sin embargo, como reflejo del propio ser humano que la creó (Thompson, 1997), la red es poseedora de un potencial enorme tanto para el bien como para el mal. La actividad criminal, la pornografía y la variedad más notable de inmoralidades y conductas poco éticas coexisten con la misión informadora que le dio origen.

Recientemente salió al mercado un nuevo sistema telefónico móvil de tipo inalámbrico con formato multimedia y alcance global, que opera como una microcomputadora con modem integrado. Sus servicios incluyen correo electrónico, videoconferencia, transmisión de imagen y comunicación Intranet, pero su costo, por el momento, queda fuera del alcance de muchos países subdesarrollados.

Las perspectivas para los próximos veinte años incluyen la ampliación de los servicios de Internet en tiempo real, la transmisión barata de imágenes multimedia, la comunicación visual por banda ancha, la generalización de las interconexiones, el acceso múltiple a bases de datos globales, la comunicación personal instantánea de tipo multimedia por medios portátiles miniaturizados, la regulación del correo electrónico y el teléfono visual de alta resolución.

Para que se tenga una idea de lo que estamos hablando (Martínez de Sousa, 1989) baste decir que después de la segunda guerra mundial, una asociación reunida en París publicó un proyecto de biblioteca mundial que pretendía la conservación de un ejemplar de cada uno de los documentos publicados en todo el mundo y en todas las épocas. La idea no llegó a concretarse jamás, sin duda por las dificultades que entrañaba, por más que la intención era loable. Hoy, las bases de datos pueden sustituir ventajosamente el antiguo proyecto y convertirse en esa verdadera biblioteca universal.

Queda claro entonces que estos medios son imprescindibles para el desarrollo de la humanidad y que son parte de una renovación constante. Se trata de una nueva cultura y una nueva civilización que deberá asumirse sin tardanza (González, 2000), pues los países subdesarrollados representan el 15% de los medios de comunicación, el 5% de las computadoras y el 3% del acceso a las redes interactivas de Internet, según cifras de la Unión Internacional de Telecomunicaciones.

A lo anterior debemos añadir que existe una brecha digital que frustrará (al parecer por largo tiempo) las posibilidades de esta mayoría, pues el uso de la tecnología penetra cada vez más en la vida de la gente y se va tornando imprescindible (Digital divide, 2011). Que el veinte por ciento más rico posea el 93% de la Internet es de entrada una cifra abrumadora. Pero la tecnología no es la causa de la desventaja. Pertenece a los gobiernos, a la manera en que está organizado el mundo y la forma de ignorar el abismo que se abre. Sin tecnología no hay más investigaciones, no hay más ganancias, y no habrá un mayor poder; cómo pensar entonces que le tenderán una mano a los que no tienen esa suerte.

La descentralización cubana

Hablar de un periodismo de tal naturaleza en la Cuba de hoy es casi una utopía. Aunque no lo es tanto cuando se mira lo que ha logrado la tecnología en unos pocos años. Un proceso de descentralización como el previsto para la economía cubana deberá, tarde o temprano, expandirse a otras esferas. No será un camino fácil. La Revolución tiene enemigos y muchas medidas son el resultado de esta situación de guerra. Documentos desclasificados recientemente evidencian que la USAID invirtió más de dos millones de dólares para diseminar propaganda contra Cuba y financiar a periodistas dentro de la Isla desde 1999 (Golinger, 2010). Pero tampoco esa es una razón para convertir algunos hechos en verdades abusadas. Lo cierto es que cada vez el intercambio de información pierde más el aire de contrabando para convertirse en una entrega ecuánime, solidaria, que puede implicar a cualquiera. Tal es así que informaciones otrora confidenciales son esperadas ahora con paciencia hasta que se filtren. Es una red in progress, saludable, indetenible, que amenaza con revelarlo todo. Se trata de una coyuntura difícil, pero según palabras de Rufo Caballero, "sería la ocasión de probar que la soberanía puede establecerse sobre la base del movimiento social y no de la verticalidad asfixiante". (Caballero, 2011)

El futuro del periodismo callejero ya llegó a China. Se ha hecho rutinario investigar escándalos oficiales, catástrofes naturales y los llamados "incidentes masivos". Existe una continua proliferación de rumores, pero también una eficaz manera de atajarlos. Es un proceso fuera de control (Cosh, 2009) plagado de rasgos inquietantes, pero encaminados, eso sí, a una mayor transparencia. Los chinos saben que al final solo están perfeccionando el sistema, la manera en que son gobernados.

Una cuestión CTS

En el libro Poder y privilegio, el sociólogo norteamericano Gerhard Lenski, plantea el desarrollo social desde una perspectiva de la información y considera el progreso tecnológico como el factor de mayor importancia en el avance de una sociedad (Gerhard Lenski, 2011). Este acercamiento a un fenómeno tan complejo tiene una ventaja si tratamos de definir lo que llamamos ahora el panopticon postmoderno, esa especie de lente mundial que parece colgar sobre nosotros y que para muchos es simplemente la peor de las amenazas, una fuente de conflictos e informaciones inoportunas que ya no pueden ser manejadas con las manidas "zonas de silencio". Núñez Jover (2007) nos recuerda que hay una perspectiva que sostiene la neutralidad valorativa de la ciencia y la tecnología, según la cual ellas no son ni buenas ni malas, sino que depende de cómo se las use. Y eso, por supuesto, concierne a los agentes sociales. Los problemas éticos pasan al ámbito de los fines, constituyéndose un asunto de los políticos, los militares y las transnacionales.

Este es el momento de los ciudadanos. Orientar el rumbo de la tecnociencia es más difícil que obtener los nuevos conocimientos. Ningún científico, ningún experto, puede resolver el problema de cómo hacer un buen uso de los conocimientos porque eso no es tan simple como resolver un problema científico. Y las preguntas que proceden de la ciencia y de la tecnología no siempre pueden ser respondidas por ellas, sino a través de un sistema de valores y actitudes.

La ciencia, la tecnología y la sociedad nunca han sido conceptos de tanta actualidad. Recordemos que la guerra fría fue una guerra tecnológica, la de la competencia por el desarrollo de armas nucleares más letales y la de su producción y almacenamiento en cantidades que hacían posible la destrucción de varios planetas como el nuestro. Junto con esa intención bélica, la ciencia y la tecnología han tenido otros avances más aceptables, aunque no menos temibles. Las plantas nucleares para la producción de energía en las que ya se han hecho reales accidentes que eran considerados imposibles, el uso de pesticidas para la eficiencia agrícola que han dañado la vida natural y la salud humana, o el desarrollo de una industria contaminante que amenaza la estabilidad del clima y el futuro de la habitabilidad de la Tierra. Orientar correctamente el rumbo de nuestra ciencia es el problema más difícil.

Las sociedades humanas son diversas, cambiantes; y si los seres humanos somos animales políticos es porque queremos siempre decidir sobre el futuro de ellas. Las relaciones con la tecnociencia forman parte del mismo entramado. Esperar un desarrollo lineal que no genere conflictos es, a estas alturas, una visión ingenua y triunfalista. Sabemos ya que la antigua fórmula de ciencia más tecnología, es igual a más riqueza y bienestar social, es un invento académico sin fundamento. Nos movemos hacia un mundo de cada vez mayor negociación. Las controversias no serán solamente sobre cuestiones científicas, tecnológicas o sociales. Surgirán como resultado de las interacciones de los tres ámbitos. Además, existen enfoques multidisciplinares en los que la actividad científica y tecnológica es analizada también desde la historia, la sociología, la economía, la ética, etcétera. La cuestión no está en rechazar o aceptar acríticamente al conjunto de la tecnociencia, sino preguntarnos en qué medida los problemas que nos obligan a enfrentar pueden revertirse en caminos nuevos para la sociedad. No basta ya con señalar la catadura moral del agente histórico (el científico en nuestro caso), es preciso volverse a las estructuras políticas, económicas y sociales que definen la práctica que hará nacer la nueva herramienta.

En la medida que tengamos mecanismos que nos aparten de una visión internalista de la ciencia, su relación de esta con la tecnología y la sociedad será siempre impredecible. Para Cuba no es diferente. Los procederes actuales tienen que ser repensados, valorados desde una perspectiva transdisciplinaria, funcional, práctica, que considere el contexto social y la información en toda su diversidad y significados. A fin de cuentas, como seres humanos tenemos diversas maneras de ver el mundo, diversas opiniones y diversos intereses. Por ello, el futuro social deberá ser el del consenso frente a planteamientos divergentes, donde se reconozca la legitimidad del desacuerdo como premisa básica.

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