Contribuciones a las Ciencias Sociales
Octubre 2010

EL FEMINISMO Y UNA DE SUS PREDECESORAS: ANA BETANCOURT DE MORA

 

Yanko Molina Brizuela
yaumarasf@ult.edu.cu

 

¨ Año del 50 Aniversario del Triunfo de la Revolución¨

“…la elocuencia es arenga, y en el noble tumulto,

una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt,

anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del

martirio no calientan con más viveza el alma del

hombre que la de la mujer cubana…”

José Martí

El feminismo como movimiento social y político se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y supone la toma de conciencia de las mujeres como colectivo humano, de la opresión, dominación, y explotación que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción por la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que se requieran.
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Molina Brizuela, Y.: El Feminismo y una de sus Predecesoras: Ana Betancourt de Mora, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, octubre 2010, www.eumed.net/rev/cccss/10/ 


Las primeras formulaciones del feminismo se remontan al período del estallido revolucionario de Francia en el siglo XVIII, que hizo suyos también los principios de igualdad y racionalidad. Su objetivo fundamental desde los primeros momentos fue la obtención del derecho al voto femenino. Pero su plataforma reivindicativa es muy amplia y tiene que ver con otras demandas, tales como, la eliminación de la discriminación en materia civil, el acceso a la educación y el derecho al trabajo.

El feminismo plantea sus primeras reivindicaciones en nombre de la razón, el contenido de este concepto ha evolucionado y se ha enriquecido desde diferentes ángulos: antropológicos, filosóficos, sociológicos y psicológicos. Según Simone de Beauvoir, el feminismo es una manera de vivir.

Esta conceptualización implica interpretaciones de lo que acontece en el mundo y la vida, una elaboración de valores de nuevo tipo y renovación del pensamiento universal. Además, nos indica que el feminismo está presente en las luchas públicas y en las formas de convivencia y cotidianidad.

Al respecto Marcela Lagarde plantea: “(…) transcurre en torno a fogones y mesas de cocina, en los mercados, los hospitales y las iglesias. Está en las aulas, salas de concierto y los proyectos productivos. El feminismo se encuentra en el rostro y en las leyes de las democracias, y el desarrollo humano sería inimaginable sin su impronta. Porque abarca esta complejidad histórica y mucho más, el feminismo es una cultura”.

El feminismo sostiene la tesis de que las ideas y los valores morales son resultado de las condiciones sociales, materiales e ideológicas, lo que constituye una contundente crítica a la ideología patriarcal que históricamente ha tratado de demostrar la inferioridad de la naturaleza femenina con respecto a la masculina a partir de su sexualidad y otros supuestos. La ideología del patriarcado ha establecido una racionalidad reflejada en el discurso filosófico en el que ha existido y existe una evidente manipulación en la visualización de la mujer.

Celia Amorós define el feminismo de acuerdo con una tradición de casi tres siglos, como un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos.

Como consenso predomina el criterio de que el feminismo constituye una denuncia a las deformaciones conceptuales de un discurso hegemónico basado en la exclusión y en la marginación por diversas vías de una parte considerable de la especie humana. Se convierte a su vez en una teoría crítica de la sociedad y de la cultura.

El feminismo, en general, a través de su historia ha revelado una de las formas de poder más ocultas, la opresión de un género por el otro. También, el poder que se ejerce sobre los cuerpos y las formas de dominación que se arraigan en el inconsciente, más allá de los límites restringidos de lo privado. El feminismo no es sinónimo de lucha contra los hombres, sino contra todos los esquemas y estereotipos que perpetúan la desigualdad.

El feminismo y las luchas femeninas tienen sus raíces en términos de la desigualdad social entre hombres y mujeres, por tal razón tienden al cuestionamiento de los valores patriarcales. Representan el pensamiento y la acción con una identidad asumida en determinado sistema de valores y proyectos tendientes a la defensa de los derechos de la mujer.

Su génesis se encuentra en las posiciones adoptadas por mujeres y hombres progresistas que desafiaron la época que les tocó vivir y tomaron una posición de principios frente a la discriminación y explotación que padecían; procrearon, expusieron ideas y realizaron acciones concretas: he ahí el nexo histórico, lógico e innegable entre el feminismo y la lucha de las mujeres por la igualdad.

A lo largo de la historia de la humanidad siempre han existido mujeres excepcionales con una clara visión de la discriminación a que han estado sometidas por el hecho de ser mujeres, una de ellas es, sin duda alguna, la patriota camagüeyana Ana Betancourt de Mora, la cual no solo se adelantó a su tiempo, sino que chocó con su siglo; sus inquietudes feministas son un hilo precursor del pensamiento feminista en Cuba y Latinoamérica.

Una aproximación a su accionar patriótico, y más importante aún, a su pensamiento, requiere que nos adentremos en una época de proficuas costumbres españolas en las colonias de América, de capitanes generales, clérigos que tomaban parte en la administración pública, comerciantes peninsulares, terratenientes criollos, funcionarios de alto rango; lo que señala que la infancia de Ana Betancourt, en el siglo XIX, tuvo por costumbre el patriarcado como la base de la estructura social de su época.

Es en este siglo cuando comienza en la vieja Europa el llamado movimiento feminista; Simone de Beauvoir, al referirse al mismo, específicamente en Francia, señaló que “la jurisprudencia no hace más que reforzar los rigores del código, privando a la mujer, entre otras cosas del derecho absoluto de enajenar“.

Eran tiempos en los que como planteaba el reaccionario pensador francés Bonald “el marido gobierna, la mujer administra y los hijos obedecen. Se sobrentiende que el divorcio está prohibido, y la mujer queda confinada en el hogar. Las mujeres pertenecen a la familia y no la vida pública, y la naturaleza las ha hecho para los cuidados domésticos y no para las funciones públicas”.

La vida de esta singular mujer transcurrió en una etapa de nuestra historia, caracterizada por profundas convulsiones sociales, entre dos guerras de independencia, la llamada Guerra Grande (1868-1878) y la Guerra del 95, cuando se manifestaba con toda nitidez la contradicción metrópoli-colonia y, como consecuencia de ella, se daba un enfrentamiento entre el poder colonial y las fuerzas revolucionarias; circunstancias que dejaron su impronta en la vida y obra de Ana, y determinaron la evolución de su pensamiento.

La contradicción colonia-metrópoli se agudizó en la segunda mitad del siglo XIX, lo que se reflejó en el espectro ideo-político caracterizado por tres corrientes: el reformismo, el anexionismo y el independentismo. Cada una de ellas alcanzó su esplendor en diferentes períodos históricos, lo que demuestra el enfrentamiento de concepciones revolucionarias y conservadoras alrededor de una cuestión central: la independencia nacional y la emancipación humana.

La falta de libertad que existía en el país agudizaba la situación de la mujer, su condición provocaba una doble enajenación con respecto al tema de la libertad, pues no solo sufría los efectos de un poder despótico, sino también los efectos de un poder patriarcal en la vida diaria. La posibilidad de optar, de decidir, era extremadamente difícil en una sociedad en la que el entramado social fijaba cánones rígidos y estereotipados que impedían a la mujer esa elección sobre su propia vida.

La moralidad de la época asignaba a la mujer determinados comportamientos y virtudes en correspondencia con su sexo; se le consideraba depositaria de la virtud, pero paradójicamente la virtud aplicada a la mujer se desnaturalizaba y se trastocaba semánticamente, pues no se relacionaba con atributos morales, tales como la libertad, la responsabilidad, la justicia, sino con el control del cuerpo.

Por mujer virtuosa se entendía la que era capaz de renunciar a las pasiones, al placer, frenar los deseos sexuales; en resumen, resignarse o asumir gustosamente su marginación en el hogar, correspondiéndose con el ideal patriarcal de la moral femenina que la tradición cultural define como “ángel del hogar”.

Durante la etapa colonial el mecanismo privilegiado de control sobre las mujeres fue la familia patriarcal, como unidad social básica, a partir de ella se erigió el entramado piramidal de la sociedad. La jerarquía de los géneros con el predominio de los hombres, se equiparaba a la jerarquía entre las clases sociales.

De este modo, la sumisión de las mujeres a los hombres era un requisito clave para garantizar la cohesión social. En este contexto las mujeres estaban sujetas al poder patriarcal ejercido por el Estado y la Iglesia, ambas instancias controladas y dirigidas por los hombres.

La situación de la mujer doblemente oprimida y explotada por el hombre y el régimen social imperante fue generando una capacidad de impugnación más o menos abierta hacia el orden establecido y sus instituciones. Es entonces cuando el mundo femenino converge en el proceso emancipatorio de toda la sociedad que sentó las bases de la nacionalidad cubana.

La mujer no estuvo al margen de los grandes acontecimientos preparatorios de la nación, con su conducta coadyuvó junto al hombre de manera significativa a este empeño. Eran tiempos, a los cuales osadamente, La Avellaneda describió:

“¡Oh, las mujeres! Pobres y ciegas victimas. Como los esclavos ellas arrastran pacientemente su cadena y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas. Sin otro guía que su corazón ignorante y crédulo eligen un dueño para toda la vida. El esclavo al menos puede cambiar de amo, puede esperar que juntando oro comprará algún día su libertad, pero la mujer cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: en la tumba.“

Muchas mujeres estuvieron en nuestras gestas independentistas, entre ellas, se destacaron Mariana Grajales, Amalia Simone, Adriana del Castillo y Ana Betancourt, entre otras. Pero esta última contó con la virtud de pronunciarse abiertamente a favor de la emancipación de la mujer.

Analicemos algunos datos biográficos que nos permitirán comprender la magnitud del pensamiento progresista y el accionar patriótico de Ana Betancourt; nacida en la ciudad de Puerto Príncipe (Camaguey) el 14 de diciembre de 1832, hija de una familia perteneciente a la clase acaudalada criolla, lo que le posibilita recibir una instrucción acorde con esa posición (música, religión, bordado, costura, economía doméstica).

“Era Anita –escribió Salvador Cisneros Betancourt –más elegante, llamada en la patria de los Agüeros y Agramante a figurar en la alta sociedad, no solo por las prendas con que la naturaleza la adornaba, sino por su fino y amable trato social. Anita necesitaba a un hombre que correspondiera a sus condiciones sociales, solicitada la mano por muchos aspirantes, hasta que se la presentó un joven que además de su elegante figura, talento y educación, era un patriota: Ignacio Mora de la Pera…”

A los 22 años se casa con Ignacio Mora de la Pera, hombre muy culto y de ideas avanzadas con quien se inicia en las labores independentistas y junto al que logra despojarse de la ignorancia en que estaban sumidas las mujeres de su época, le enseña idiomas, gramática e historia, pues decía querer una compañera y no una esclava.

Mora era un hombre de maneras finas, elegante y locuaz, un joven inteligente que sabía amenizar con su presencia; humano con sus esclavos, a quienes consideraba como a miembros de su propia familia, era querido y respetado por todos. Amaba con delirio a su esposa, de quien era correspondido con igual cariño, llegó a ser de su hogar un paraíso. Compartió conmigo –diría Ana– no solo sus bienes materiales, sino sus conocimientos intelectuales.

Mora educó a Ana en sus ideas políticas y liberales, así como sus sentimientos más puros hacia el amor a la Patria. A pesar de no tener hijos, el estudio, la comprensión y la igualdad de deberes y derechos en la vida conyugal, hicieron que como marido convirtiera a su esposa y compañera, en una mujer culta y apta para cualquier eventualidad en la vida de un revolucionario.

Es más, aprendió Ana con Ignacio a redactar para los periódicos, a corregir las pruebas de los artículos que el esposo publicaba en los diarios locales, ella le advertía de alguna incorrección, de un punto mal hilvanado, de una frase inoportuna. Es decir, tomaba participación en todos los escritos de su compañero.

Poco tiempo después del inicio de la Guerra del '68 los camagüeyanos realizan un alzamiento en Las Clavellinas con el fin de unirse también a la contienda, entre ellos se encuentra Ignacio Mora.

Veamos cual fue la actitud de Ana ante este hecho: “A las nueve de la noche del 3 de noviembre de 1868 vino Ignacio a despedirse de mí, -comenta Ana- pues debían pronunciarse al día siguiente: “llegó ya el momento de lanzarnos a la lucha; mañana nos pronunciamos 74 que estamos juramentados y vengo a despedirme de ti…” “Los acontecimientos que van a desvolverse, pueden sernos fatales. Lo que tengo en perspectiva es, o una bala en el campo, o el patíbulo en la ciudad… ¿Será un fantasma tras el que corre de libertad a Cuba y darle una vida independiente? Hoy no puedo descifrar este enigma; pues como pocos escaparán a una lucha desigual como la que vamos a emprender, debes considerarte viuda desde hoy, para que así te sea menos dolorosa la noticia de mi muerte.”

“Y muerto tu, díjele –añade Ana– ¿qué haré yo sola en el mundo…? Úneme a tu destino, empléame en algo, pues como tú, deseo consagrarle mi vida a mi Patria. “Gracias Anita”, me dijo, y besándome por última vez, se desprendió de mis brazos y salió a reunirse con sus compañeros.”

Ana Betancourt queda en la ciudad convirtiendo su casa en un foco revolucionario; allí se guardaban armas y ropas que posteriormente eran enviadas a los insurrectos, se hospedaban emisarios procedentes de Oriente, se preparaba la propaganda, y se recogía información sobre el movimiento de las tropas españolas.

Uno de los acontecimientos históricos que mostró, sin cuestionamientos, el avanzado pensamiento de Ana y sus ideas emancipatorias a favor de la mujer, lo es la Constitución de la Asamblea de Guáimaro, veamos como ocurrieron los hechos, según Nidia Sarabia en su obra biográfica “ANA BETANCOURT”, Guáimaro había caído en poder de los insurrectos desde el comienzo del alzamiento de los camagüeyanos.

A principios de 1869 la provincia de Camagüey tenía menos actividad militar de las fuerzas españolas. Por encontrarse el poblado de Guáimaro muy distante del eje de las operaciones militares, se escogió para efectuar la Asamblea a fin de darle a la insurrección un Gobierno que dirigiera los destinos políticos y militares, con una Constitución por donde regirse.

Fernando Figueredo describe este pueblo histórico:

“Guáimaro, poblado insignificante, casi sobre la raya limítrofe entre Camaguey y Oriente, a doce leguas de Puerto Príncipe, había sido el lugar escogido para la definitiva conferencia que habría de aunar todas las aspiraciones; Guáimaro, que no obstante su corto número de habitantes, poseía un caserío risueño, con edificios espaciosos y de elegante arquitectura, rodeado de colinas, coronado de palmas y aprisionado como por un cinturón de plata por el río de su nombre; Guáimaro, repito habría de ser la cuna de la nación que brotando de la nada, asumía ya importantes proporciones“.

Carlos Manuel de Céspedes había mantenido la tesis de la unidad de las fuerzas revolucionarias para poder resistir la ofensiva española. Por otro lado, la emigración en los EE.UU. mantenía el criterio de que la unidad, con un gobierno único daría por resultado la ayuda de las repúblicas americanas.

El 10 de abril de1869 fue el día designado para poner término a los trabajos preparatorios y darle contorno a la nueva República. Se habían puesto de acuerdo representantes de Camaguey y Las Villas para dictar una forma de Gobierno en la Isla. Se efectuaron dos sesiones. Una por la mañana y la otra por la tarde, bajo la presidencia de Céspedes y como secretarios Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana.

Se presentó el proyecto de Constitución y se acepto en conjunto. Se aprobaron los artículos en que debía regirse la Constitución. El Presidente Céspedes después de discutidos y aprobados algunos acuerdos, pronunció un discurso “en que encarecía la moderación y el juicio de que había dado pruebas el pueblo asistente a esta primera sesión de la Cámara. Se concedió enseguida la palabra a los individuos del pueblo que asistieron al acto sin carácter oficial, y usada por algunas discretamente, cérrose a las ocho de la noche del diez de abril de 1869, la primera sesión de la Cámara de Representantes del pueblo libre de la Isla de Cuba“.

En la sesión de la Cámara, bajo la presidencia de Céspedes, del día 11, comenzada a la una de la tarde, fueron leídos y aprobados los acuerdos de la sesión secreta y de la primera sesión pública. Después que hicieron uso de la palabra varios de los representantes, el Presidente dio por terminados los trabajos de la misma. Se procedió a la elección del Presidente y Secretarios, así como de los representantes.

Por aclamación unánime, después de elegir la bandera que había enarbolado Narciso López en Cárdenas, por haberse derramado sangre con ella y que la de Céspedes –a propuesta de Antonio Zambrana– figurase en la sala sesiones de la Cámara, Carlos Manuel de Céspedes fue elegido Presidente y Manuel de Quesada, Jefe del Ejército Libertador.

El 12 de abril de 1869 se llevo a cabo en forma solemne, la investidura de Céspedes como Presidente de la República. Manuel Sanguily recuerda aquel día memorable: “En una sala bastante espaciosa, había una mesa y dos hileras de sillas, como en las Academias. Sobre la mesa un libro colocado encima de un cojín de cuyos cuatro ángulos pendían borlas de oro. En el testero y sujeta a la pared, se veía la bandera con que se pronunciara Céspedes. El Marqués de Santa Lucía (Salvador Cisneros Betancourt) presidía la sesión. Por todas partes dentro y fuera había mucha gente que la noticia del suceso hizo venir desde lejos. En la sala, vestidas con sus mejores trajes, ocupaban asiento casi todas las mujeres de Guáimaro. “

Ignacio Mora y Ana Betancourt asistieron a este histórico evento. “Todo era solemne. Los que tuvimos la dicha de presenciar este acto, conservaremos siempre palpitantes el recuerdo de aquel acontecimiento “diría más tarde la propia Ana.

Dos días después, o sea el 14, ella refiere: “Dos días después, animada por Ignacio, Moralitos y Zambrana presenté una petición a la Cámara, la que fue leída por Ignacio Agramonte. En ella les pedía a los legisladores cubanos que tan pronto estuviese establecida la República nos concediese a las mujeres los derechos que en justicia éramos acreedoras. “

Y Martí apuntaría: “ Al caer la noche, cuando el entusiasmo no cabe en las casas, en la plaza es la cita, y una mesa la tribuna: todo es amor y fuerza la palabra; se aspira a lo mayor y se sientan bríos para asegurarlo; la elocuencia es arenga, y en el noble tumulto, una mujer de oratoria vibrante, Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana. “

Ana refiere sobre el 14 de abril de 1869; “por la noche hablé en un meeting: pocas palabras creo que se perdieron entre un atronador ruido de los aplausos. Creo que fueron pocas o menos las siguientes. Ciudadanos, la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas. Aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de liberar a la mujer. “

La propia Ana cuenta como el presidente de la nueva República en Armas, recibió sus palabras: “Carlos Manuel de Céspedes haciendo alusión a estas palabras mías dijo que yo me había ganado un lugar en la Historia, que el historiador cubano, tendría que decir: “una mujer adelantándose a su siglo pidió en Cuba la emancipación de la mujer. “

Ana escribe otra versión del hecho a su sobrino Gonzalo de Quesada al decirle: “¡Que escriba yo! ¡Imposible! Ya no se puede hacer nada. Con la pérdida de Ignacio y de mi independencia individual, se ha embotado mi inteligencia. Ya no soy aquella mujer inspirada que presentaba petición a la Cámara, en Guáimaro, pidiéndoles a los legisladores cubanos, que tan pronto como se dictasen las leyes, se nos otorgasen a las mujeres los mismos derechos que a los demás ciudadanos, y citaba en mi apoyo aquel pensamiento de Forvanai: “la justicia bien distribuida es el primer deber de los legisladores, es el alma y la ley de la sociedad. “

Gonzalo de Quesada refiere su versión sobre lo que dijo Céspedes al felicitar a Ana durante su intervención de esta forma: Guáimaro entero vitoreo sus últimas frases. El presidente de la República, Carlos Manuel de Céspedes, abrazándola la felicita con estas palabras: ¨ el historiador cubano al escribir sobre este día decisivo de nuestra vida política, dirá como usted, adelantándose a sus tiempos, pidió la emancipación de la mujer.”

De esta forma Ana Betancourt se convirtió en la precursora de la emancipación femenina en Latinoamérica, en una época en que el ambiente patriarcal prevalecía en las costumbres. Tanta es la actividad revolucionaria de esta mujer que es designada agente del Comité Revolucionario del Camaguey, lo que rápidamente llega a oídos del gobernador de la ciudad, por lo que ordena su detención, Ana es avisada y puede huir a la manigua donde vive a partir del 4 de diciembre de 1868.

Vivían en los montes de la Cuba Libre cuando en 1871 su esposo enferma y deciden trasladarse a la finca "Rosalía del Chorrillo", pero el 9 de julio son prácticamente sorprendidos, ella hace que su esposo huya solo y es capturada y enviada prisionera a La Habana hasta que por gestiones familiares logra embarcar a los Estados Unidos donde permanece un año, luego viaja a Jamaica, de allí al Salvador, vuelve a Jamaica, lugares donde funda escuelas para niñas hasta que conoce la noticia del fusilamiento de su esposo en 1875. Regresa a Cuba después del Pacto del Zanjón, sufrió terriblemente por la pérdida de todo lo querido pero ello no le impide mantenerse conspirando por lo que nuevamente es deportada y esta vez se promete no regresar a la Patria hasta verla completamente libre.

A petición de una hermana viaja a Madrid donde no deja de conspirar, encuentra el diario de su esposo para lo que se vale de varias personas hasta que logra copiarlo secretamente. Establece contacto con Calixto García y entrega los pocos fondos de que dispone para la nueva gesta, se mantiene atenta a las salidas de tropas españolas de lo que informa a los emigrados cubanos en los Estados Unidos. Realiza apuntes biográficos sobre patriotas de la Guerra de los Diez Años y los envía a los exiliados para su publicación.

Ana logra contactar con su sobrino Gonzalo de Quesada a quien le escribe constantemente dándole noticias de la situación de España. Cuando conoce del fracaso de "La Fernandina" le escribe en estos términos: “La mala suerte nos persigue y esos perros yanquis nos hacen todo el mal que pueden... más no hay que desalentarse por ello... la sangre de los héroes que ha empapado nuestra tierra, la tierra de nuestros campos la fecundará."

Ana Betancourt fallece en Madrid el 7 de febrero de 1901, cuando se disponía a regresar a Cuba. Posteriormente sus restos fueron trasladados a La Habana y actualmente reposan en un panteón erigido en su memoria en el mismo lugar, Guáimaro, donde su voz se alzó proclamando los derechos de la mujer cubana.

La vida de Ana Betancourt es una muestra ejemplar de la batalla que han tenido las mujeres a través de los siglos por obtener lo que a la gran mayoría de los hombres les ha sobrado: la libertad de elegir su propio destino y el control del espacio público.

Se opuso a las costumbres y prejuicios de su época renunciando a los grandes lujos y comodidades que le ofrecía la alta burguesía para sumarse a la lucha por alcanzar un ideal de libertad, que incluía no solamente la independencia de la metrópolis española sino también la emancipación de la mujer, de liberarla del espacio al cual estaba confinada, de sacarla del rincón oscuro del hogar, de implicarla en los destinos de nuestra Patria.

Ana Betancourt es sin dudas un paradigma ha seguir en Cuba y Latinoamérica, inauguró un camino que demuestra que no debemos resignarnos a aceptar lo que para muchos es considerado “natural”, la desigualdad social y la discriminación a la que han estado sometidas las mujeres, es por ello que en la Asamblea de Guáimaro, cuando tuvo la menor oportunidad, se pronunció a favor de los derechos que durante siglos se les ha negado a todas las de su condición.

A pesar de las presiones y vicisitudes a las cuales se vio sometida hasta el mismo momento de su muerte no renunció ni por un instante a sus ideales de libertad y liberación para su patria y la mujer…En Cuba y el resto de nuestra América, el feminismo tiene en esta gran mujer a una de sus predecesoras.

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