Contribuciones a las Ciencias Sociales
Mayo 2009

 

RESEÑA AL TEXTO ITINERARIOS INTERCULTURALES
James Clifford. Barcelona, Editorial Gedisa, 1999

 

Maximiliano E. Korstanje
maxikorstanje@hotmail.com

 

La palabra viaje se compone de dos términos derivados del latín, vía que significa camino y cum que hace referencia a “contigo”. A diferencia de la peregrinación que significa “ir por el campo, del latín per agrere”, el viaje tiene como significación una especie de “acompañamiento”. Ello no supone, que viajar sea desplazarse acompañado necesariamente, sino por el contrario, que el viaje debe realizarse dentro del camino o la infraestructura dedicada para tal acción, dentro de las líneas discursivas que conectan el hogar con el destino. La idea que viajando se adquiere mayor conocimiento corresponde a un constructo social medieval heredado del Imperio Romano y el mundo mediterráneo clásico. El punto central que debe discutirse es quien y para que ponga ese “acompañamiento”; los romanos entendían el viático (Viaticum) como todo lo necesario para viajar. Pero entonces ya no es importante replantearse que es viajar, sino desde que posición se viaja.
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Korstanje, M.E.: Reseña al texto: Itinerarios interculturales, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, mayo 2009, www.eumed.net/rev/cccss/04/mek.htm


Dentro de este contexto, se analizará en la presente reseña el interesante trabajo de J. Clifford titulado itinerarios interculturales en donde el autor despliega todo su genio creativo en estudiar la relación existente del papel del viaje y la residencia temporaria -fuera del hogar con el trabajo antropológico de campo- en donde las fronteras clásicas y las relaciones de poder entre los actores intervinientes se desdibujan y renegocian constantemente. Según el autor, si bien es cierto que el trabajo de campo se constituyó como un valuarte de la antropología moderna –un rito de pasaje necesario- el escenario importa menos que la experiencia.

En este sentido y usando la clasificación levistraussiana, Clifford sugiere que toda disciplina posee dominios fríos y calientes. Los fríos se ubican en el centro del rigor disciplinario y raras veces son negociados o alterados mientras los calientes, ubicados a los márgenes, son postulados constantemente puestos a prueba y re-negociados. Un claro ejemplo de dominio frío es la idea de desplazarse y estar ahí inserto en la comunidad estudiada para luego regresar y escribir su informe. Esta idea, a pesar de sus matices y formas, se ha mantenido invariable desde hace bastante tiempo; no ha sido negociada incluso a pesar de los embates positivistas.

Pero entonces ¿cual es el papel del viaje en este proceso?. Es cierto, admite Clifford, el trabajo de campo se ha convertido en un problema en parte debido a su vinculación hegemónica con el colonialismo europeo del siglo XIX y también por su popularización y la introducción interdisciplinar post-moderna. Lo que subyace, sin embargo en el fondo de esta cuestión es la necesidad de recabar información y comprender mediante la profundidad interactiva. Esto es una conceptualización capital para comprender la diferencia entre el viaje antropológico y el turístico; precisamente a éste último se lo considera investido de cierta superficialidad e incapaz de llegar a un conocimiento cierto. En este punto, Clifford introduce en la discusión la idea de habitus del trabajo de campo. Luego de pasar revista al origen del viaje y su aplicación en el siglo XVIII relacionado a la “necesidad” de exploración, el autor considera la posibilidad de un cambio sustancial en la forma de hacer etnografía. El viaje debe ser comprendido como algo más que un mero proceso circunstancial para llegar al campo y convertirse en parte de la propia experiencia de campo. Como relación objetivamente politizada, el hogar del viajero con las rutas establecidas también debe ser estudiado como parte de aquello que los antropólogos llaman, el campo.

Siguiendo esta línea de argumentación, Clifford sugiere a la etnografía a diferencia de los diarios de viajeros se ha caracterizado por su compromiso en la descripción de la vida del “residente nativo”; es en parte un instrumento de entendimiento profundo y cultural basada en técnicas de empatía, co-residencia, respeto e interlocución en por lo menos una lengua local. Sin embargo, dicho habitus profesional impuso serias restricciones con respecto al involucramiento de tipo sexual con los “nativos” o el consumo de algún tipo de alucinógenos en rituales religiosos. Los primeros antropólogos tenían el deber moral de distinguirse de los viajeros convencionales por su profundidad y compromiso con los actores locales. Estas costumbres asociadas a la idea de un sujeto interlocutor “imparcial” desprovisto de prejuicios, raza y género con respecto al nativo se ha mantenido como norma implícita incluso hasta nuestros días. Cuando Clifford afirma que es necesario “reorientar el campo” se refiere a la situación por la cual las prácticas establecidas se ven sometidas a tensiones que continúan redefiniendo los alcances de la propia disciplina y su posición con respecto a la mirada del “otro”. El binomio colonial aquí / allí, dentro / fuera, antropólogo / nativo debe ser puesto bajo la lupa repensando incluso la propia idea de mismidad y diferencia; básicamente, la tesis central del interesante trabajo de Clifford apunta a que las formas alternativas de oposición campo / viaje implican reducciones políticas coloniales en donde la relación se torna asimétrica. En otras palabras, las identidades son recíprocamente negociadas según contextos socio-históricos de mayor envergadura. El lugar, en consecuencia, es definido por las prácticas insertas en tramas de significación simbólica y no por definiciones apriorísticas. Occidente interpela desde una posición privilegiada en donde el “otro” no occidental es objetivado y estudiado en su lugar de residencia, en un allí específico. Clifford replantea esta relación sugiriendo que no sólo el centro sea estudiado en forma antropológica sino también los mismos académicos en sus claustros de estudio, las Universidades. En este sentido, el autor se pregunta “¿puede la universidad misma verse como una suerte de espacio de campo: un lugar de yuxtaposición cultural, extrañamiento, rito de pasaje un lugar tránsito y aprendizaje?” (Clifford, 1999: 107).

No sólo que los centros de poder hegemonizan los discursos y sus sentidos de aplicación, sino que además cuando la etnografía desafía su mirada etnocéntrica, resaltando la perspectiva local, es tildada y estereotipada como folclore o historia oral; en perspectiva, es menester configurar una antropología con “centros múltiples”. Básicamente, Clifford cuestiona la tendencia a considerar al hogar como una construcción de semejanza y de origen; el hogar, por el contrario, no es un sitio inmóvil sino un espacio de ruptura a la vez que el campo no necesariamente deba esta ubicado allá afuera sino incluso dentro del propio contexto nacional. En parte, a pesar del prestigio académico que supone el campo, las condiciones económico-financieras que raras veces pueden sostener una investigación prolongada para que el antropólogo moderno permanezca varios años, sugieren la posibilidad de “visitas breves” y esporádicas. Hasta aquí hemos intentado reseñar lo más objetivamente posible los puntos y argumentos centrales del trabajo de J. Clifford con respecto a la problematización del viaje y el campo en la antropología moderna; no obstante, en su argumentación existen dos puntos que consideramos oportuno discutir en esta reseña. Por un lado, el desplazamiento -por la causa que sea- implica una fragmentación de la identidad; si bien seguimos siendo los mismos nuestra constitución se vuelve a definir con respecto a “otro desconocido” que puede ser subjetivo o espacial. La hospitalidad reencauza esa ruptura y le otorga al viajero un papel “sagrado” (protegido por la voluntad de los dioses), sin embargo esta protección es sólo temporal bajo la condición de que el “extranjero” regrese a su hogar; caso contrario pasa a ser catalogado de migrante en donde su posición se configura subordinada a un régimen dado. Es decir, como parte hegemónica del discurso político, la hospitalidad que cae sobre el antropólogo es sostenida por varios factores, entre ellas la influencia del Estado Nación. Como enviado del Estado mismo, muchos antropólogos son en sí mismos ejes discursivos de poder. Es algo utópico sugerir que la posición desde la cual se viaja condiciona la profundidad desde la cual se observa “al otro”; como muchos otros antropólogos, Clifford confunde el eje axiomático profundidad / superficialidad con subordinación / emancipación. La relación, entonces, se torna simple a grandes rasgos la profundidad del conocimiento del otro lleva a una articulación política que de alguna u otra manera lo subordina mientras que la superficialidad puede llevar a la exotización, a la ridiculización pero también puede llevar a la autonomía. Mientras muchos “nativos” se han visto interesados por la mirada occidental que sobre ellos se mantiene y tentados a viajar a las grandes urbes, cosificados en roles secundarios en la economía capitalista, otros exigen la indiferencia como arma de resistencia a la dominación occidental; a pesar de su superficialidad y la exotización de las tradiciones locales, por ejemplo, en ocasiones el turismo ha servido para dar a la comunidad local cierta independencia económica; como sea el caso el tema parece no tan claro como Clifford lo plantea. El segundo problema en Clifford es pensar la objetividad como opuesta a la construcción de una alianza entre los actores ya que la considera como una realidad y no como una posición. La objetividad en un trabajo de campo no está dada por la influencia de los intereses políticos y la reciprocidad entre observador y observado, sino por la posición que tomen ambos en esa transacción. Clifford, aclara “un modelo de alianza deja poco espacio para trabajar en una situación politizada que no sea del gusto de ninguno de los participantes. No estoy sugiriendo que tal investigación sea superior y más objetiva. También ella es parcial y localizada“(ibid: 114).

La observación de lo diferente ya de por sí es una construcción política mediatizada ajena a las realidades mentales externas. Ni el viaje como tampoco una nueva experiencia puede cambiar esa realidad. El viaje ha sido, es y seguirá siendo una institución creada con el fin de lograr hegemonía (presencia militar en épocas de guerra y comercio en épocas de paz con las zonas subsumidas, como así también las disciplinas académicas han, son y seguirán siendo instrumentos de adoctrinamiento voluntario), los caminos, las rutas y las vías generan subordinación y dependencia; para romper con esa tendencia es necesario abandonar el viaje y retornar a la “peregrinación”. En tal contexto, la crítica de Clifford a la forma clásica de hacer antropología se presenta no sólo como pertinente sino como uno de los mejores análisis en la materia.


 


Editor:
Juan Carlos M. Coll (CV)
ISSN: 1988-7833
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