Contribuciones a las Ciencias Sociales
Septiembre 2008

 

ANÁLISIS CRÍTICO DE LA CULTURA
LAS LUCHAS Y LAS RESISTENCIAS SOCIALES Y CULTURALES EN LO COTIDIANO
 


Ricardo Contreras Soto
riconsoto@gmail.com

 

A la simple mirada de la lectura de los sucesos en lo cotidiano, lo que pudiera reducirse a conflictos, peleas, delitos, bravuconadas, desquites, barbaridades, violencia, etcétera, dignos de encabezados en las planas rojas y amarillas como una interpretación muy limitada (ideologizada), están también en algunos de estos sucesos bajo una lectura más atenta los conflictos y resistencias que tienen su origen en las estructuras sociales de las estratificaciones y diferencias sociales.

Fronteras y desprecios

Lo indígena después del periodo de la colonia casi acallado, muerto, negado, peleaba su lugar en el territorio:

El zapote estaba demarcado por la salida de agua por la calle de bravo, allí en la calle 5 de mayo, había un puente que era una de las entradas de Celaya, dicho puente era de mampostería y los indios del zapote no dejaban entrar a los españoles y los españoles no dejaban entrar a los indios a Celaya (eso le platicaba su suegro Don Pedro Pérez), que cuando quería entrar un grupo u otro se agarraban a pedradas. (Luís Bonilla Reyes, 90 Años, Masculino, 4 Años de Primaria, Mecánico, Celaya).



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Contreras Soto, R.: Análisis crítico de la cultura. Las luchas y las resistencias sociales y culturales en lo cotidiano, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, septiembre 2008, www.eumed.net/rev/cccss/02/rcs1.htm


Los grupos demarcados en razas polarizadas señalaban su distancia, fijaban su territorio, para la clase dominante es común, pero de los indígenas como resistencia no lo era tanto. Convocados por el enojo similar contestaban con piedras (balas frías), en la frontera de la ciudad y la comunidad indígena del Zapote. En una especie de guerra informal de baja intensidad.

La lengua que muere con el grupo

Primero fue la palabra, para saber de la existencia de una identidad cultural que vivió en Celaya:

Entrevistador: Oye y tu abuelito ¿que edad tenia en esa época?

Josefina Estrada: Pues ha de haber tenido como, pues cuando yo me acuerdo unos 45 años.

¿De sangre otomí por supuesto?

Josefina Estrada: Si

Entrevistador: No recuerda usted si todavía hablaba alguna palabra

Josefina Estrada: si yo veía, hablaban otomí

Josefina Estrada: Pues yo me acuerdo con mi abuelito hablaban ñañu, Hablaban entre ellos, ellos se platicaban en otomí.

(Josefina Estrada Navarro 74 años Mesa de trabajo 9-agosto 2007).

La palabra que confirma la presencia, nos habla de los “otros”, de los que hace mucho fuimos.

Entrevistador: ¿Usted conoció personas que hablaban otomí?

Miguel: Otomí, mi madre era india, no me avergüenzo de decir que soy hijo de india; mi padre era indio y habla y hablaban uno (nombre de lengua) y el otro en otro idioma.

Entrevistador: ¿mexicano?

Don Miguel: Si. No pero no se le entendía, porque era del Barrio del Zapote, mi padre, era pariente de muchos que vivían por ahí, no se si todavía vivan unos ahí, unos se fueron para México.

Entrevistador: ¿Usted aprendió alguna palabra del tomite?

Don Miguel: Nunca, lo oía hablar, pero nunca lo aprendí.

Entrevistador: Pero su papá y su mamá ¿en qué se hablaban?, ¿en tomite o en la otra lengua de su papá?

Don Miguel: En castellano como nosotros ahorita.

Entrevistador: Y entonces; ¿pero su mamá hablaba tomite y su papá hablaba en otra lengua?

Don Miguel: Con su familia, cuando íbamos a Comonfort, que en aquel tiempo se llamaba Chamacuero, se llamaba Chamacuero, aquella parte que ahora se llama Comonfort.

Entrevistador: A ver, ¿su papá de dónde era?

Don Miguel: De aquí del Barrio del Zapote

Don Miguel: Del templo del Barrio del Zapote

Entrevistador: Todavía se habla otomí en Comonfort. ¿No tiene familiares en Comonfort?

Entrevistador: ¿No tiene familiares en Comonfort?. Su papá

Don Miguel: En, a Comonfort única, sólo una vez nos llevo mi madre; y nada más conocí a la mamá de ella, y jamás volvimos.

Entrevistador: ¿Ahorita no sabe si haya familiares?

Don Miguel: No conozco yo si vivan o no vivan

Entrevistador: ¿Por qué ya ve que cantaban muy bonito en otomí?

Don Miguel: Pos si oí que hablaban, pos si se oía que hablaban en otomí, pero que se les entendiera quien sabe.

Licenciado: Porque yo estuve como hace un año allá en Comonfort

Don Miguel: Yo no más un día.

Entrevistador: Y a ver, ¿usted conoció al papá o la mamá de su mamá?, ¿a sus abuelitos?

Don Miguel: ¿A mis abuelitos?. A mi abuelita, a mi abuelito no, ella se llamaba Jacobina, y era alta, delgada.

Entrevistador: ¿Y hablaban tomite?

Don Miguel: Ella también hablaba tomite, pero como yo, no vivía cerca yo a ella. Yo vivía en la Alameda y ella vivía en el Barrio del Zapote, cerca al templo.

(Miguel García Ramírez, 104 años, mesa de trabajo).

La lengua indígena se va perdiendo, agoniza en la resistencia de los días difíciles, se hace un código exclusivo solo para un grupo, para pocas personas, un lenguaje íntimo para quién entreteje y vivió esa historia dolorosa común, secreto que se diluye ante la incomprensión, la burla y el rechazo.

Lo curioso es que se borró en silencio a la generación posterior, y con ello la identidad.

Con el olvido de la palabra dejaron de ser indios Otomí. Para ser ciudadanos de tercera.

La división étnica de trabajo y el castigo

La división de trabajo social se daba entre las identidades culturales los pobres indígenas al trabajo arduo, los blancos españoles a beneficiarse de esos trabajos:

Mire la gente no hacia nada solo trabajaba como un burro, iban al cerro a traer leña, desde el cerro la traían, porque en ese tiempo no había casi burros, ya cuando empezó haber burros, fue cuando ya ahí los cargábamos.

Yo por ejemplo fui leñero, me iba al cerro y traía de esa leña, y la traía ha venderla me pagaban ha 50 centavos la carga de leña, como estaría de barata la leña por eso le digo, pero en ese entonces 50 centavos si rendían, bueno si rendían pero también para ganar 35 centavos era en 2 días desde que salía el sol hasta que se metía, porque los ricos tenían amagados a toda la gente, un rico si lo contrataba era ahí en su hacienda a 10 personas, pero si esas 10 personas con uno que un día no fueran, al otro día desocupaba la gente, porque esos eran españoles, ellos lo que administraban todos eran de ellos, ¿las haciendas donde estaban? por ejemplo, estaba una ahí en donde yo vivo en un rancho de Santanita, esta Santanita y al otro lado esta otra que se llama la granja de San Isidro, y más adelante estaba otra que se llamaba la maquina, y en esa maquina había puros ricos que a los pobres no los veían como pobres si no que los veían como cualquier animal, y ya le digo porque una vez un señor me mando a traer unos becerros aquí ha Celaya y porque se me regreso uno me dio unos leñazos, y no era ni mi padre, pero dije yo al rato nos vemos, cuando ya crecí un día se soltó un caballo, y me quiso dar otra leñiza le dije, pos ahora si ya puedo con este pelón, no puedo a fuerzas, pero agarre una piedra se lo avente por aquí (pecho) luego corrí y le di unas patadas esto es lo que querías. (Entrevista 78) (Luís Otelo Mendoza, 72 años, primaria).

En el relato, los actores de este episodio eran: un hombre blanco que daba trabajo y lo quitaba a su arbitrio (propio en su posición estructural), ese mismo daba o mandaba a dar las lecciones ejemplares (en el sistema disciplinario) a los que no cumplían la exigencia del trabajo, por otro lado estaban los animales – humanos: indios/campesinos pobres que como bestias trabajaban y que no entendían y que supuestamente era necesario hacerlos entender (*) (a palazos o leñazos) y por último estaba un animal (burro, becerro, caballo, etcétera). Los animales-humanos no eran semidioses (como los griegos), eran infrahumanos que en la historia de las injusticias están sepultados. En este relato el desquite se hizo presente como resistencia inmediata al abuso, la violencia (ante la ley de la desventaja), fue necesaria y justa. Paradójico, ¿No?

NOTA

* Sobre los abusos con los indígenas ver más adelante el testimonio sobre Valentín Mancera.

 


Editor:
Juan Carlos M. Coll (CV)
ISSN: 1988-7833
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