Economistas por la Paz y la Seguridad

TEPYS: Textos de Economía, Paz Y Seguridad

Tiempos prósperos para la industria armamentística

James K. Galbraith

El 21 de septiembre de 2001, la Bolsa de Valores Americana creó el “índice de defensa”, una medida de los precios de las acciones de 15 corporaciones que juntas abastecían aproximadamente el 80% del aprovisionamiento y las investigaciones contratados por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. El índice incluye por supuesto a los cinco mayores contratistas militares: Boeing, General Dynamics, Lockheed Martin, Northrop Grumman y Raytheon.

El gráfico de arriba, que fue presentado en una conferencia en París por los economistas Luc Mampaey y Claude Serfati, ilustra qué ha ocurrido desde entonces. Con la guerra de Afganistán, el índice de armas de disparó, ganando aproximadamente el 25% para abril de 2002. Luego cayó, junto con el resto del mercado. El que hubiese invertido 1000 dólares en una cartera de valores de defensa en el punto álgido de la subida durante el conflicto talibán, para marzo de 2003 habría perdido una tercera parte de sus participaciones.

Pero entonces llegó Irak. Y ha sido un trébol para los inversores desde entonces. Las ganancias totales desde marzo de 2003 son de aproximadamente el 80%. Incluso si hubiese invertido su dinero al principio, en septiembre de 2001, habría subido el 50%. No está mal, si lo tenemos en cuenta.

Aquí no hay ningún escándalo, por supuesto. Es obvio que la guerra es buena para la industria armamentística. Las compañías involucradas son públicas, cualquiera puede comprar sus acciones. Suponga que volviendo a 2001, tuviese acceso ilimitado a préstamos. Y suponga que supiese de buena tinta que George W. Bush acabaría con Sadam Husein, pasase lo que pasase. Entonces usted, también, podría haber ganado billones durante los últimos tres años.

¿Y si fuese el Carlyle Group, al que el expresidente George H. W. Bush sirvió como asesor principal? En este caso, le iría muy bien en el fondo. El Carlyle Group se describe a sí mismo aún hoy en día como “el accionista privado líder en las industrias aeroespacial y armamentística”. No hay razón para poner en duda esta afirmación.

El verdadero gran escándalo se encuentra en algún otro sitio. No es el hecho de que un pequeño grupo de políticos con información confidencial se enriqueciesen a costa de la guerra de Irak. El gran escándalo está en todas las demás cifras: el promedio industrial Dow Jones. El índice Standard and Poor’s 500. El índice compuesto NASDAQ. Fíjese en ellos, no se han movido en tres años.

A alguna gente le preocupa que el mercado secundario suba. Les preocupan las burbujas económicas, que seguramente explotarán, y la desigualdad de riqueza que aumenta de forma natural en un mercado en auge, puesto que solo unos cuantos americanos poseen la mayoría del capital social. Estos problemas son reales. Pero me incluyo en el grupo que prefiere ver el lado bueno de las cosas. Un mercado secundario en auge provoca que la industria vea la posibilidad de futuros beneficios, que a su vez estimulan la inversión. Y eso, sobre todo, es lo que crea nuevos puestos de trabajo, que tan escasos han sido en los últimos cuatro años.

Si quiere un análisis gráfico del problema económico de América, este gráfico es tan bueno como cualquier otro que encuentre. Expone con una claridad brutal la economía de Bush tal y como es verdaderamente, manejada para beneficiar a los amigos del presidente. El gráfico expone con la misma claridad el gran coste económico de la guerra de Irak: el bloqueo que ha supuesto para la total recuperación de nadie más.

Se ha dado mucha importancia al hecho de que los recortes de impuestos aprobados por Bush benefician de forma aplastante al 1% con rentas más altas. Pero si estos recortes hubiesen conseguido provocar una expansión económica fuerte y generalizada, como consiguieron los que aprobó Ronald Reagan hace 20 años, ¿quién se opondría? No sería yo, sinceramente. El problema es que no han logrado hacer esto.

Una parte de los motivos por los que ha fallado reside en el pobre diseño de los recortes de impuestos. Y otra parte, seguramente, en que la guerra de Irak es una enorme interrogación que ensombrece el futuro de la economía de América, y por lo tanto, un elemento disuasivo para la inversión industrial.

La industria no es tonta. Sabe que Irak no nos sacó de la “guerra del terror”. Sabe que ahora estamos menos seguros que si hubiésemos perseguido a Al-Qaida hasta el final más amargo. Sabe que los mercados energéticos son inestables y que podemos dirigirnos hacia un largo periodo de encarecimiento del petróleo. Sabe quizás, sobre todo, que la guerra de Irak dista de estar terminada. Y sabe que ciertas personas con información confidencial de Wahington se encuentran, incluso ahora, muy atareadas preparándose para la prueba de fuerza que la administración de Bush, después de las elecciones, mantendrá con Irán. Nada de esto le inspira confianza.

De vuelta en 1919, justo después de la I Guerra Mundial, John Maynard Keynes escribió algo sobre los efectos de la guerra en la industria: “La guerra ha revelado la posibilidad de consumo a todos y la vanidad de abstinencia a muchos”. Algo como esto es lo que ocurrió después de septiembre de 2001. Las familias pidieron préstamos y mantuvieron altos sus gastos, incluso mientras disminuyeron sus ingresos. Como también escribió Keynes, “no teniendo seguridad sobre qué pasará en el futuro, [los capitalistas] tratan de disfrutar completamente de sus libertades de consumo mientras duren”. Pero no invierten, y no generan empleo.

El gran escándalo no es quién se enriqueció. Es quién no lo hizo. No es el puñado que consiguió buenos puestos trabajando para las compañías de defensa. No son los valientes conductores de camiones que arriesgan sus vidas en las carreteras de Irak. Son los millones que no obtuvieron absolutamente nada. Es el hecho de que Bush no hizo nada para impedir esto. El mensaje es, una vez más: a Bush no le importa.

Las líneas que separan los dos grandes asuntos de esta campaña, el desempleo y la guerra de Irak, están borrosas. La economía es parte del precio que estamos pagando por la guerra. En ambos, el mensaje de Bush es el mismo: las cosas van bien. Nuestra economía es fuerte y será más fuerte. Bagdad es seguro y será más seguro. Y al infiel lo arrojaremos al mar.

¡Oh! Lo siento. Lo último no lo dijo Bush. Lo dijo Alí Hasan al-Majidh, “Alí el Químico”, el ministro de información de Sadam Husein, como nos recordó brillantemente Bill Maher el otro día.