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OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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LOS VIAJES Y EL RENACIMIENTO DE LA VIDA URBANA

El viaje se encontraba adormecido en la Europa de la Temprana Edad Media, por las causas anteriormente mencionadas. El hecho fundamental que marca un quiebre con aquella etapa es el renacimiento de la vida urbana, fundamentado en el nuevo desarrollo comercial. La Europa fragmentada permanece a causa del triunfo del sistema feudal de producción, lo que produjo como consecuencia que los viajes fuesen una cuestión dificultosa e incómoda. La infraestructura de la época también conspiraba contra la fluidez de las comunicaciones. Por lo tanto, los viajes resultan una cuestión penosa y que se emprender únicamente por necesidad.

Fue el nuevo desarrollo de las ciudades el que permitió que se produjera un renacimiento de los viajes, ligados íntimamente al desarrollo progresivo del comercio y a la aparición de la burguesía como nuevo actor dentro de la sociedad medieval. Los centros urbanos adquieren importancia nuevamente, el comercio se revitaliza, los intercambios humanos se dinamizan. Comienzan a desarrollarse grandes potencias marítimas, como Venecia y Génova, producto directo de los avances comerciales. Los mercaderes surcan las rutas terrestres y marítimas, ofreciendo sus productos en distintos mercados. Es así que los viajes acaban por acercar nuevamente a las distintas sociedades, las cuales habían permanecido en un sentimiento casi de aislamiento durante siglos.

La religión es una fuerza profunda que mueve al hombre colectivamente a realizar viajes circulares. “La religión ha sido la novela o el poema por el cuál el espíritu y el corazón del hombre se han alimentado para resolver el enigma cada vez más obsesionante a medida que la conciencia se desarrolla, de una existencia tan limitada en el espacio, tan breve en la duración, a menudo tan atormentada y tan precaria”. Durante esta etapa, las peregrinaciones continúan no sólo teniendo jerarquía en cuanto al viaje en sí. En verdad, su importancia va en aumento, tanto por el crecimiento de lugares de culto, como por los beneficios económicos que este tipo de viaje comenzó a dejar en muchos de los lugares de destino. En el siglo XI, fue ampliándose y extendiéndose un movimiento socialmente heterogéneo: el peregrinaje desde Europa Occidental hacia Jerusalén. Anteriormente ya se organizaban y realizaban viajes hacia allí, pero es durante este siglo cuando comienzan a adquirir mayor importancia. Dicho tipo de viaje hacia la “ciudad santa” desempeñó un papel inmediato en lo que fue la preparación de las cruzadas, facilitando al papado la formulación de un programa que sirviese a los intereses de los feudales europeos y que lograra unir a todos los estamentos sociales bajo una bandera en común, en pos de un objetivo común. El origen nacional y social de aquellos que emprendían el viaje era heterogéneo, participando miembros de todas las clases sociales y de todos los países de Occidente. También tomaban parte de las peregrinaciones a Jerusalén altos dignatarios del clero católico, como los obispos italianos, franceses, alemanes, ingleses y hasta suecos (en 1086, el obispo Roskild).

La peregrinación a Jerusalén fue un movimiento que facilitó al papado la formulación del programa de las cruzadas. Precisamente, la razón inmediata que alegaron los cronistas occidentales como justificación de la cruzada fueron las presuntas persecuciones contra los cristianos llevadas a cabo por los selyúcidas. Se afirmaba que los paganos profanaban los santuarios cristianos y se mostraban hostiles hacia los peregrinos que visitasen Jerusalén. De este modo, los peregrinos habrían sido víctimas de estos gobernantes, dificultándoseles el acceso a Jerusalén, siendo estas construcciones y narraciones históricas la causa directa del inicio del “peregrinaje armado” que Occidente inició a fines del siglo XI.

La creación del reino de Jerusalén y del resto de los estados latinos de Oriente provocó un impacto notorio en Occidente. Las cruzadas tuvieron consecuencias en el marco de los viajes circulares entre Occidente y Oriente, favoreciéndose el intercambio de bienes, ideas y personas entre ambos mundos. Hacia principios del siglo XII, una buena cantidad de aventureros y mercaderes comenzaron a fluir entre Occidente y Oriente. El viaje es vehículo de ideas y por lo tanto contribuye al cambio cultural. El cerrado mundo de Occidente nuevamente se encontró en contacto fluido con otras tierras, y tanto el mundo bizantino como el musulmán ejercieron una influencia sobre los espíritus europeos, por lo cuál estos no tardaron en verse alcanzados por nuevas formas de vida.

Los estados cruzados se caracterizaron por su población flotante. Anualmente, en la primavera (en vísperas de Pascua) y a fin de verano, desembarcaban en los puertos de Siria y Palestina las naves propiedad de los mercaderes de Venecia, Pisa, Amalfi y Marsella, con los contingentes de peregrinos occidentales. Los peregrinos provenían de Francia meridional, Italia, Alemania y Flandes, y cada uno de ellos llevaba una cruz roja o de otro color cosida en su hombro.

No obstante, estos peregrinos presentan matices para considerarlos a todos viajeros religiosos en sentido estricto. Es más, en su abrumadora mayoría, llegaban a los Santos Lugares con distintas mercancías con el fin de comerciarlas ventajosamente en los estados latinos de Oriente, cubrir los gastos del viaje, y regresar hacia Occidente llevando bienes para revender en sus países de origen. El ansia de riqueza era nuevamente el impulsor fundamental del viaje a Oriente. Junto a ellos, viajaban otros individuos que eran, ellos sí, los peregrinos cuya motivación principal era la visita a Jerusalén, para cumplir con los ritos de orar en la iglesia del Santo Sepulcro y bañarse en el río Jordán.

Respecto a la composición social del peregrino, participaban como tales miembros de distintas clases sociales, aunque se observa una buena cantidad de mendigos, pobres y delincuentes. También realizaban viajes hacia Jerusalén miembros del clero y de la aristocracia señorial, aunque con finalidades distintas. Pero el viaje nunca fue por estos tiempos una cuestión placentera, menos aún el que se llevaba a cabo hacia destinos lejanos. En realidad, resultaba un hecho penoso, y muchos de los peregrinos campesinos murieron antes de lograr llegar a destino; otros, por su parte, se vieron obligados a solicitar limosna para sobrevivir: algunos de ellos lograron mejorar su situación personal precisamente a partir de la realización sistemática de esta actividad. Por su parte, los delincuentes encontraban en el viaje de peregrinación el modo de huir del castigo que les esperaba por sus ilícitos. La Iglesia católica, además, en ocasiones conmutaba la pena de muerte por la peregrinación piadosa a Jerusalén.

No debe soslayarse tampoco el papel jugado por las órdenes religioso-militares. Si bien su surgimiento respondió al fortalecimiento de la situación política interna y externa de los estados cruzados, dichas órdenes religioso-militares, como los Hospitalarios, también tuvieron su participación en los viajes y contribuyeron a su realización, a partir de una serie de actividades que incluían el transporte, la hospitalidad, etc., para con los viajeros, de acuerdo a la clase social a la que se perteneciera. Las clases pudientes de las repúblicas de Italia del Norte obtuvieron de los jefes cruzados diversos privilegios en las ciudades conquistadas de Siria y Palestina, particularmente la concesión de determinados barrios en las ciudades portuarias en donde los mercaderes tenían alojamiento, su propio mercado, iglesia, baño y panadería: así, los barrios de los comerciantes italianos eran zonas autónomas en los estados cruzados.

Si se hace referencia a las causas que motivaban a la realización de la peregrinación, hay que decir que aquellas habrá que estudiarlas de acuerdo a la clase social a la que pertenezca el individuo-viajero o el grupo de individuos-viajero. El sentimiento puramente religioso no alcanza para explicar dicho fenómeno social. Afirmar que el sentimiento que movía a los viajes era solamente encontrarse en la tierra en donde había vivido y predicado Cristo, hallarse frente a las reliquias y ponerse en contacto místico con Dios, representa, sin dudas, una explicación limitada; pues no ahonda en los verdaderos motivos del viaje peregrinatorio. Los móviles religiosos tenían su relevancia, aunque existían causas más profundas y directas, de tipo mundano, que inducían a emprender viaje.

A los feudales los impulsaba a viajar la posibilidad de adquirir riquezas y objetos que no podían encontrarse en otro lugar que no fuese en el Oriente. Jerusalén, además de ciudad santa, era un importante centro comercial en donde podían adquirirse aquellos bienes tan deseados por los grandes señores.

El campesino y el pobre, en cambio, tenían otro tipo de motivación para viajar. La causa más profunda que los inducía a desplazarse era la propia opresión de que eran víctimas a manos de los feudales. El feudalismo –a lo que se sumaban las constantes malas cosechas, la mortandad de animales y el hambre- provocaba una legítima protesta que encontraba distintos modos de manifestarse. Así, puede observarse que el campesinado encontraba en rebeliones, motines y protestas el modo de rebelarse frente a su ruinosa situación. El campesino viajaba hacia Oriente dispuesto a mejorar su situación y a obtener el perdón divino por los “crímenes” que pudiesen haber sido cometidos en su país. El sentimiento religioso se haya estrechamente unido a la situación física en que se encontraban las clases bajas. Sin embargo, las peregrinaciones hacia Jerusalén no ofrecían una solución totalmente satisfactoria para las necesidades y expectativas de los pobres, por lo que no debe creerse que el viaje hacia el oriente fuese una cuestión masiva. El camino era emprendido por centenares de individuos, siendo raras las ocasiones en que las personas que viajaran fuesen miles.

Las causas que impulsaban a los altos dignatarios religiosos también hay que encontrarlas más allá del puro sentimiento piadoso. Uno de los principales objetivos que perseguían los reformadores eclesiásticos de la época era una elevación en la reputación de la Iglesia, por lo que el peregrinaje significó la posibilidad concreta de enaltecer el prestigio de la Iglesia frente a los fieles.

Las peregrinaciones a Jerusalén constituyen un viaje que se da entre dos mundos distintos: el Oriente y el Occidente. El otro tipo de viaje religioso característico del período es aquel que se produce totalmente dentro del ámbito europeo occidental: el viaje desde un país determinado hasta un centro de peregrinación ubicado tanto dentro del mismo país de origen del viajero, como dentro de otro estado europeo.

El viaje religioso de carácter masivo, acabó por lograr que se produjera un floreciente culto de reliquias y sitios de peregrinaje, lo que generó un hecho interesante: distintas ciudades que declaraban ser depositarias de los verdaderos despojos mortales de un mismo mártir. Tres distintas iglesias francesas declaraban poseer el cuerpo completo de María Magdalena, mientras que cinco iglesias francesas juraban tener la única reliquia auténtica de la circuncisión de Jesús. Se produjo entonces una situación análoga a la que sucede hoy en día con los destinos turísticos modernos que compiten entre sí para captar contingentes de turistas; los beneficios obtenidos por el peregrinaje se hacían presentes dentro de las poblaciones de destino, y es así que se buscaba afanosamente captar la atención devota del individuo.

Pero las reliquias no sólo permanecían inmóviles a la espera de los visitantes. También, ellas mismas realizaban viajes circulares: se las hacía viajar para recoger limosnas, las cuales eran destinadas a la construcción o al embellecimiento de las iglesias. Por este motivo, por ejemplo, las reliquias de San Lobo –arzobispo de Sens- viajaron por toda Francia recolectando dádivas.

La peregrinación y sus caminos eran vehículos de influencias que contribuían al cambio cultural de las sociedades de acogida o de las que se encontraban en el camino. Respecto a Italia, por ejemplo, Mâle ilustró el papel que desempeñó el camino de las peregrinaciones que, cruzando la península itálica desde un extremo a otro, llevaba a los romeros franceses –los Romieux- hacia los santuarios de Roma, de San Miguel en el Monte Gargano, de San Nicolás de Bari y, por último, a Bríndisi, puerto donde se embarcaban para Jerusalén. La influencia francesa en Italia tuvo como medio de penetración al viaje, manifestándose a partir del siglo XI, y penetrando en la región septentrional: Piamonte, Lombardía, Emilia y Toscana, y en el reino de Nápoles. Es muy significativo el hecho de que el camino al que se hace mención recibía el nombre de Strata francigena o Vía francesa. Pero no sólo en Italia se observó este fenómeno. Del mismo modo, el camino que corría desde Francia a Galicia hacia Santiago de Compostela fue la entrada de la influencia francesa en España, y fue precisamente por este motivo que dicha ruta recibió el nombre de Camino Francés.

Entre las muchas consecuencias económicas y sociales que esto produjo, es de destacar las que produjeron dentro de los servicios de hospedaje: el desarrollo de las posadas dentro de los núcleos urbanos. Estos, son utilizados casi exclusivamente por ellos; pues las dificultades del viaje impiden que el individuo emprenda largos viajes por otras motivaciones no comerciales, excluyendo de estas a las religiosas.

No obstante, independientemente que algunos emprendiesen viajes comerciales o de otro tipo, hasta el desarrollo de la cruzada la mayor parte de la población de Occidente llevaba a cabo una vida sedentaria, profundamente arraigada al entorno habitual de residencia e ignorante de otras tierras y culturas. Tampoco se manifestaba la necesidad del viaje, pues el propio sistema político-económico generaba que las masas se mantuvieran casi inmóviles en un determinado lugar. “Nadie sabía qué comenzaba más allá del bosque o la colina, más allá del mar casi desconocido. La ignorancia había poblado la lejanía de misterios, y la imaginación se prestaba a recibir las más absurdas noticias acerca de lo que constituía el mundo remoto”. De este modo, aún hay que esperar para que el conocimiento sobre otras tierras alcance al occidental medio, y en él aparezca esta necesidad. El resto del mundo se conocía a partir de los relatos que hicieran quiénes habían viajado, desatando la imaginación de los oyentes. Dentro de los grandes viajeros individuales del siglo XII, a dos judíos: Petahyah de Ratisbona y Benjamín de Tudela, los cuales escribieron en hebreo valiosas narraciones tanto de Europa como por el Cercano Oriente. Los relatos de los peregrinos que volvían de Jerusalén y Constantinopla no hacían sino desenvolver la fantasía sobre el esplendor oriental, el lujo de las clases ricas bizantinas y árabes, y sobre todas las maravilla orientales los juglares componían sus poemas que difundían por los castillos.

Para finalizar el estudio de este apartado, se hará un breve comentario de una institución social que cobrará auge en el período inmediatamente posterior: la feria. Las ferias son antiguas instituciones cuyos orígenes se remontan hasta sociedades anteriores al renacimiento del siglo XI. Puede decirse que son como ciudades efímeras u ocasionales; y fue el desarrollo económico y comercial europeo lo que contribuyó en gran medida al desarrollo de las ferias en Occidente. La afluencia de individuos hacia ellas fue alcanzando una importancia cada vez mayor, tanto de quiénes llegaban desde los alrededores, como de los que arribaban de las ciudades cercanas y, también, desde algunos puntos más lejanos. Visitantes, compradores y mercaderes comenzaron por estos tiempos a darse cita en éstas verdaderas ciudades móviles, lo cual sirvió de preludio para que las llegadas sean aún mayores durante la Baja Edad Media.


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