BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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El viaje religioso. Las primeras peregrinaciones cristianas

También en la civilización romana, la peregrinación religiosa resultó una de las formas que se manifestaron en los viajes circulares de la época. Pero cabe hacer una distinción entre el viaje motivado por la religión romana clásica, de las peregrinaciones que una nueva religión oriental ingresaría dentro del imperio, es decir, el cristianismo.

La religión romana se relacionaba íntimamente con el sentido que presentaba el propio pueblo romano: la practicidad. La relación que se establecía con la divinidad era propiamente jurídica. No de devoción, ni mística, pues esto resultaba ajeno al espíritu romano. No era necesario amar a los dioses, sólo debía tributárseles el culto debido. “El hombre tenía poco en cuenta su amistad (…). Ni los dioses amaban al hombre ni el hombre amaba a sus dioses. Creía en su existencia, pero hubiese querido a veces que no existiesen”. Puede afirmarse que el culto romano era, precisamente, la ejecución de un contrato: do ut des. Así, la religión romana se encontraba plenamente institucionalizada.

El mundo griego y el mundo etrusco ejercieron una influencia significativa sobre la religión romana; la propia concepción religiosa romana los llevaba necesariamente a ser hospitalarios con dioses extranjeros. Sin detenerse a estudiar este punto específicamente, puede afirmarse que los romanos adoptaron también una serie de ritos helénicos. Entre ellos, la consulta de oráculos. Así, es un hecho observable la recurrencia a los oráculos griegos, con el fin de conocer las disposiciones de los dioses. Según la tradición, el último rey de Roma Tarquinio el Soberbio habría hecho interrogar al Apolo del oráculo de Delfos. Del mismo modo, con motivo de una epidemia, a principios del siglo III, se recurrió a Asclepios de Epidauro, en la Argólida.

Los viajes, principalmente comerciales, resultaron, precisamente, los que influenciaron profundamente el espíritu romano con nuevos cultos llegados del mundo griego. Así, los misterios de Dionisio eran celebrados, hacia fines de la República, en muchas casas de Pompeya. No obstante, el estado mantenía la política de no adoptar oficialmente ninguno de los nuevos cultos. Algunos cultos gozaron de gran prestigio durante la República, como el Apolo pítico y su oráculo. Hubo romanos que lo visitaron personalmente; del mismo modo que le fue enviado, a modo de ofrenda, parte del botín tomado al enemigo. Por ejemplo, en 216, el historiador Fabius Pictor viaja hacia el oráculo de Delfos, sin olvidar ninguna de sus prescripciones.

Con el paso del tiempo, no debe extrañar que, durante los viajes que se realizaban hacia Grecia, el romano tomase parte de los ritos y de los cultos griegos. Durante el siglo I, se admitía que los romanos que pasaban por Atenas se iniciaran en los misterios de Eleusis. Pero el espíritu romano iba sufriendo nuevas influencias religiosas, y los oráculos, que habían gozado de gran prestigio, fueron perdiendo influencia e iban camino a considerarse triviales. Ya durante los primeros siglos del Imperio, los viajes para consultar al oráculo de Delfos habían disminuido; aunque aún Nerón lo había consultado para interiorizarse sobre su porvenir. Así, Juvenal escribe con respecto al tema que “(…) en Delfos los oráculos cesan y una gran oscuridad con respecto al porvenir daña al género humano”.

Los viajes religiosos vinculados a la salud no siempre se encontraban relacionados con la propia salud de quién viajaba, ni tenían como fin la propia curación. El espíritu romano experimentaba cambios, y estos se vinculan también a los viajes médico-religiosos. El romano acabó por recurrir a la isla de Esculapio no solo por motivos de su propia salud, sino también para dejar abandonados allí a sus esclavos enfermos y librarse, así, de la carga que pudiese significar cuidarlos. Estos hechos se extendieron de tal forma en la sociedad, que se hizo necesario tomar medidas gubernamentales. En este sentido, Claudio decretó que todos los esclavos así abandonados quedaban libres y que, en caso de curación, no pertenecerían ya a sus antiguos dueños.

Los viajes religiosos romanos comenzaron a darse a partir de la influencia griega. Así, fue gradualmente consultándose a los oráculos griegos, para terminar participando de los eventos griegos que habían tenido origen sacro. Con el transcurrir del Imperio, sin embargo, otros cultos nuevos y llegados de Oriente fueron ganando adeptos dentro de la sociedad de la época. De este modo, el cristianismo –desprendimiento del judaísmo- hace su aparición, hasta lograr transformarse en la religión oficial y predominante. Y el cristianismo abre paso a nuevos viajes religiosos, mejor dicho, a nuevos tipos de peregrinaciones. La incipiente veneración de las reliquias, que se encontraba promovida tanto por el hallazgo singular de huesos de mártires, como por la construcción de iglesias en los lugares conmemorativos de acontecimientos bíblicos en Palestina, dio origen a las peregrinaciones, las cuales –pese al peligro de cosificación y exterioridad-, recordaban de forma concreta el camino de la fe. Los cristianos comenzaron a peregrinar durante la época del Imperio Romano. El espíritu propio de la nueva religión empuja al hombre hacia los caminos, pues el individuo no es más que un perpetuo peregrino alentado por las palabras de Cristo, “déjalo todo y sígueme”. Belén y Jerusalén fueron, desde temprano, destinos de peregrinación cristiana, específicamente desde el siglo II. El peregrino buscaba descubrir la tierra donde había predicado y muerto Jesucristo, y es por esto que existía predilección por visitar lugares tan significativos como Belén y el Monte de Olivos. Con el transcurrir del tiempo, fueron agregándose nuevos sitios a aquellos originales.

La veneración de los santos -junto al mencionado culto de las reliquias- y la celebración de los mártires son observables durante estos tiempos. Se los conjuntamente porque forman parte de un proceso inseparable gestado durante el mismo período de tiempo, y que ayudó a configurar la nueva religión. La celebración de los mártires no tuvo como trasfondo el antiguo culto al héroe, sino la conciencia de una comunión de fe recíprocamente responsable. Puede que la tradición romana de la relación entre patrono y cliente haya incrementado la relación con un determinado mártir o santo. Por su parte, la celebración de restos o reliquias de santos transformaba un lugar determinado en motivo de peregrinación devota, a partir de los cuales se creó un comercio de reliquias, lo que derivó en la búsqueda de obtener beneficios económicos a partir de aquello. Es así que mientras que algunos pasaban a tomar parte del negocio, los miembros de la Iglesia de la época lo rechazaron. En 386, un decreto imperial -probablemente pedido por la Iglesia- prohibió el “traslado o venta” de restos de “mártires”, mientras que San Agustín se quejaba de los “hipócritas vestidos de frailes” que “negocian con miembros de mártires, si realmente son mártires”. Pese a su temprano desarrollo, aún las peregrinaciones cristianas no alcanzaron, durante los siglos imperiales, el predominio y la importancia que adquirirían ya durante el Medioevo.

Los eventos

Los viajes se ven motivados por distintos atractivos, estimulaciones y necesidades, que van moldeando, dentro del individuo, una determinada propensión a emprender un viaje. Los eventos, considerándolos en sentido amplio, siempre han estimulado el desplazamiento temporal desde un lugar de residencia determinado. Eventos religiosos, cívicos, políticos, comerciales o de otros tipos pueden ser mencionados como estimuladores.

El evento es un hecho socio-cultural de una sociedad histórica, que impacta sobre sus propios miembros y/o sobre los miembros de otras sociedades. En el caso particular del presente trabajo, interesan los eventos que ejercieron atracción e influencia sobre el mundo romano, y que han llevado a desplazamientos considerables de individuos. Los máximos eventos de este tipo, ubicados fuera de la ciudad de Roma, se desarrollaron en suelo heleno. Las celebraciones helenas fueron evolucionando y perdiendo su carácter cívico y sacro, para transformarse en eventos más amplios, de los que Roma tomó parte como miembro activo, ya sea como espectador o como competidor. Oportunamente, cuando se hizo referencia a la civilización griega, se ha mencionado a los Juegos Olímpicos, Pitios, etc. Fue la conquista romana lo que aceleró la conquista griega sobre el espíritu romano, influencia que se manifiesta mayormente a partir del siglo II a. c. Competencias deportivas y artísticas formaban parte de aquellos eventos.

Se observan, sin embargo, nuevos certámenes que desarrollan ciudades nuevas como los Juegos Actíacos organizados en Nicópolis en Epiro (Nicopolis ad Actium) -situada en la costa occidental griega, fundada por Augusto tras su victoria sobre Antonio y Cleopatra-, que competían con los tradicionales eventos de las antiguas ciudades, como los Juegos Olímpicos y los Juegos Pitios. No era extraño que ciudadanos romanos se sintieran atraídos y tomaran parte de ellos.

Es así que hubo altos ciudadanos, incluidos emperadores, admiradores del arte y la civilización helena que emprendieron viajes hacia aquellas tierras. Del mismo modo, otros se vieron atraídos a participar directamente de las celebraciones. Para ejemplificar, se mencionará el célebre viaje que emprendiera Nerón hacia Grecia, en el año 66; por la alta dignidad que ejercía, y por tomar parte activamente de las competiciones. Junto a Nerón, participaron del viaje, entre otros, Tigelino, Esporo, Cluvio Rufo, Vespasiano, Epafrodito y Estatilia Mesalina. Nerón partió junto a su comitiva desde Roma, transitando por la Via Appia, hacia Bríndisi; la travesía hasta Corfú duró dos días, atracando la flota imperial en Casiope. Nerón asistió, en primer lugar, a los Juegos Actíacos de Nicópolis; pero, primordialmente, tomó parte de los Juegos Istmicos, de los Juegos Olímpicos y de los Juegos Píticos. Tras su gira, logró ser un periodonique, un triunfador del ciclo, nombre que recibía el competidor que hubiera resultado vencedor en los Juegos Olímpicos, Píticos, Istmicos, Nemeos y Actíacos.


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