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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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El compromiso populista de Jaime Lusinchi

En el año de su muerte, en 1981, Betancourt era un líder que había recuperado presencia en AD tras la difícil época de la presidencia de Carlos Andrés Pérez, en que su nombre era objeto de rechazo en los círculos del Presidente. En diciembre de 1978 había perdido las elecciones junto con su partido AD y su candidato Luis Piñerúa Ordaz, a quien había promovido y apoyado fervientemente para no solo enfrentar sino intentar liquidar políticamente a Carlos Andrés Pérez.143 Piñerúa había ingresado de Ministro de Relaciones Interiores del gobierno de Pérez, como una cuota política de Betancourt, pero al poco tiempo había entrado en contradicción no tanto con el Presidente sino con los ministros y otros funcionarios provenientes de la burguesía con la que Pérez se había aliado. Antes de dejar el Ministerio dos años luego, Piñerúa en un discurso en el Congreso Nacional denuncia la existencia de un grupo dominante en el Estado, que llama los doce apóstoles. Al renunciar al Ministerio fue sido electo secretario general de AD, y luego, en feroz lucha interna con Jaime Lusinchi, fue seleccionado candidato a la Presidencia de la República en las elecciones de 1978, avalado por Betancourt.

Al inicio de los años ochenta, AD se encuentra en la oposición luego de haber sido derrotada la candidatura de Piñerúa Ordaz y ganado la presidencia Luis Herrera Campins. Betancourt diseña junto con el buró sindical de AD y otros colaboradores, una operación destinada al control del Comité Ejecutivo Nacional de ese partido. Se establece un pacto entre el buró sindical y Jaime Lusinchi, por el cual, se promovería a éste como siguiente candidato presidencial y en lo inmediato se conquistaría la dirección de AD en todo el país, colocando en la secretaría general a un miembro del buró sindical, además de garantizarle a los sindicalistas una altísima cuota en las listas de candidatos a cuerpos deliberantes. Adicionalmente, al ganar Lusinchi las elecciones se designaría como gobernadores de los estados a los secretarios generales regionales, quienes ocuparían los dos cargos simultáneamente, fusionándose de hecho la responsabilidad política y la oficial por primera vez, necesaria para producir lo que en esos momentos se planteaba como un intento de voltear a AD hacia sus perdidos orígenes.

A partir de ese momento comienza a diseñarse un plan económico y social , que debía ser volcado mas adelante en el Congreso Nacional, con el título de VII Plan de la Nación, y que sería promovido mediante un sistema de planificación regional-local, de tipo situacional, completamente diferente a los planes tipo normativo anteriores. Al frente de este diseño se coloca un joven técnico, graduado en el Massachussets Institute Technology, Luis Raúl Matos Azócar, aparente discípulo de un poco conocido teórico chileno de la planificación, llamado Carlos Matus, cuya metodología denominada situacional, exhibía un fondo metodológico de clara tendencia historicista, estructuralista, o marxista. Matos Azócar reúne un numeroso grupo de profesionales en diversas regiones del país, y elabora el proyecto económico social que Lusinchi presentaría como Programa de Gobierno, denominado Pacto Social, inspirado en los planteamientos que viene haciendo la CTV sobre la necesidad de integrar a representantes de los trabajadores a los mecanismos de dirección y control económico de los recursos públicos, y garantizar el desarrollo del capitalismo de Estado, en oposición abierta a las corrientes monetaristas y neoliberales que habían comenzado a gravitar sobre las políticas públicas en el gobierno de Luis Herrera Campins.

Para este momento, numerosos grupos de dirigentes sindicales, de profesionales, de dirigentes medios de casi todos los partidos, sumados a una variedad de investigadores de las universidades, tienen una clara conciencia de poder dirigir al Estado en una perspectiva económica colectivista. Matos Azócar era hijo de un modesto dirigente sindical de la provincia, militante de AD, y había sido guiado y apoyado en su formación académica, prácticamente cultivado para la misión que empezaba a desarrollar al servicio del buró sindical de AD. El pacto social es un programa que se plantea interpretar el carácter de las relaciones sociales de los grupos mayoritarios que vienen padeciendo la crisis económica, aplanando las diferencias entre obreros manuales e intelectuales, entre trabajadores de esfuerzo físico y profesionales y técnicos medios, promoviendo un horizonte de participación económica y no meramente política. Plantea la factibilidad de alianza entre los trabajadores y empresarios que por naturaleza sean medianos y pequeños, sumados, en un esfuerzo sincrético de estratos sociales, tales como grupos universitarios, vecinales, etc. En su trasfondo político puede leerse el postulado de reunificación de fuerzas políticas progresistas en torno a los fines redistributivos que desde hace mucho tiempo se espera del Estado. Postula la planificación como instrumento estratégico indispensable, pero fundada en planes locales y regionales que debían darse en niveles de base social, como municipios, estados, o regiones económicamente determinadas, y no los anteriores planes libro de corte normativo, redactados en frías oficinas caraqueñas. La planificación situacional no agregaba realmente algo nuevo en materia de metodologías o técnicas, ya que por ejemplo, su análisis elemental, sintetizado en la identidad de una situación actual y una situación deseada por medio de una propuesta de acción, estaba muy cerca del ya conocido sistema insumo-producto (input-output) empleado en los viejos planes normativos. Sin embargo, dotaba de contenido metodológico a esa zona llamada caja negra de la metodología insumo-producto, al colocar una condición de análisis mixto: social, físico y de sistemas - que en los anteriores planes estaban implícitos o aparecían como técnicas auxiliares -, fundando un proceso de identificación de acumulaciones fenoestructurales (sociales), genoestructurales (físicas), y operativas (sistemas) en el objeto de planificación, es decir un análisis histórico del desarrollo material. Adicionalmente, su propia forma de planificar, eminentemente participante, pretendía garantizar ya no solo la viabilidad física sino social y política de los planes, a diferencia de los viejos planes en que la viabilidad era una construcción que figuraba obligadamente en el último capítulo. La planificación situacional era, y siguió siendo, la pretensión de un modelo de viabilidad en si mismo.

El escenario de la planificación se replanteaba como el centro y motor de los cambios políticos y económicos, donde debían darse las confrontaciones de clase y predominar aquellas propuestas que como resultado científico fuesen escogidas bajo el compromiso previo de los diversos actores. Cuando mas adelante es designado ministro de planificación Matos Azócar, se diseña bajo esta óptica el VII Plan de la Nación, se elaboran veintidós planes regionales, con participación quizá algo fría de actores regionales y locales, ya que en forma resumida se puede afirmar que la población no estaba preparada física e intelectualmente para extraer la utilidad potencial del sistema utilizado.144 Principalmente, no se colocó verdaderamente a los actores en posición de dominio sobre el objeto de planificación, como lo prescribía la base de la metodología situacional de Matus, y sin esta condición no se alcanzaría jamás el resultado esperado.

Al fracasar el instrumento estratégico, el programa cuidadosamente diseñado cayó en el vacío. En largas horas de la campaña, el equipo electoral diseñó escenarios de reforma administrativa del Estado que quedaron después en las gavetas de los ministerios, sufriendo sucesivos matices acomodaticios que sirvieron a los fines de nuevos y antiguos grupos de aprovechadores del poder. El efecto esperado con la planificación local, focal, regional, de mejorar la posición histórica de grupos de base social, se disipa. De nuevo aparecerían los grandes contratistas y gestores de obras públicas nacionales, se reinsertan viejas figuras jurídicas de convenimientos entre el poder nacional, regional y municipal, para la inversión pública, así como licencias, delegaciones, autorizaciones, concesiones, y en general renacen viejos procedimientos que exhiben a las regiones como óptimas zonas de una valorización económica que no se traduce en su propio bienestar y mucho menos en cambios sociales, reproduciéndose en pequeño espacio el ya conocido y transitado fenómeno de enclave económico, que a nivel de nación está simbolizado por las grandes empresas transnacionales y el entorno institucional que desarrollan.

Ulteriormente, el modelo de descentralización de las decisiones económicas planteado en el fondo del proyecto Pacto Social, se reduce a un reclamo de descentralización del modelo político que se remoza con singularidades tenencias regionales prácticamente folklóricas, que aún hoy permanece y se ha magnificado en contra de los propósitos de una reducción saneadora del sistema político.

AD, por su parte, vuelve a perder el rumbo que casi había recuperado con la alianza político-sindical inicial. Las bases sindicales se acomodan al gobierno de Lusinchi, archivan los intentos de cambio de las relaciones productivas. La sola presencia franca y confiada en la maquinaria del Estado les hace olvidar la transitoriedad de la oportunidad histórica. Si quizá nunca pudo hablarse de vivencia o existencia clasista en la gran mayoría de esa gran masa de dirigentes sindicales medios, al menos podía no esperarse la disminución ideológica de las propuestas que con tanta pasión pocos meses antes exhibieron. Revelaron, en fin, que sus ideas no los hicieron cambiar. El buró sindical de AD, aliado con el gobierno de Lusinchi, controla el partido hasta 1988, pero este control ya no tiene el fundamento algo ideológico que le imprimiera la amenaza de la primera arremetida neoliberal entre 1980 y 1983. Al empezar a definirse la próxima candidatura presidencial, el primer reflejo fue el deseo de conservar el gobierno, su uso y goce, y nadie mejor para representar esa ilusión hedónica que la figura derrochadora, hiperkinética y excéntrica, de Carlos Andrés Pérez.

La ilusión era compartida por una mayoría desposeída, ansiosa de recibir esas migajas suculentas que el poder había repartido en su primer quinquenio: Cargos públicos de imposible clasificación, becas, subsidios, créditos, condonacion de deudas, etc., todas insertas en esa especie de aplicación bastarda de la teoría de la expansión de la demanda efectiva. Y la ilusión también fue compartida por los grupos de la burguesía, que nunca dejan de desear una oportunidad de negocios fáciles e ilícitos.


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