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AGUA QUE NO HAS DE BEBER...
60 respuestas al Plan Hidrológico Nacional


José María Franquet Bernis

 

 

SEGUNDA PARTE: EL PHN Y LOS TRASVASES

48. ¿Es deseable trasvasar agua del Segre al área metropolitana de Barcelona?

Desde luego, no es la primera vez que se hacen propuestas parecidas, ni tampoco será, desdichadamente, la última. Lo cierto es que, sin que se haya llegado a concretar aún en un proyecto técnico definitivo, en los últimos tiempos, se han venido estudiando diversas soluciones para tratar de resolver el abastecimiento de agua a Barcelona y su área metropolitana, mediante la realización de trasvases diversos de agua procedente del río Segre o bien de sus afluentes. Estos anteproyectos, que han visto la luz en los últimos tiempos coincidiendo reglamentariamente con épocas de penuria hídrica (como siempre, nuestra consuetudinaria y “pertinaz” sequía), se pueden reducir conceptualmente a tres. Nos ocuparemos de ellos a continuación, de manera sucinta, por obvias razones de espacio.

A) El primero consiste en trasvasar aguas del río Segre desde la cabecera, en un punto próximo a Puigcerdà, y traerlas a la cabecera del Llobregat. Esta idea, que desde el punto de vista topográfico se vislumbra de fácil realización y desde el punto de vista de la inversión también parece no resultar excesivamente cargante, no resolvería el problema del abastecimiento a Barcelona y su área metropolitana más que durante un corto espacio de tiempo. En efecto, la cuenca del río Segre hasta aquel punto, tiene una superficie relativamente reducida, por lo cual no puede derivar de por sí un caudal de cierta importancia y por otra parte, hace falta tener en cuenta que actualmente los regadíos de la provincia de Lleida se realizan, especialmente por lo que afecta al Canal d’Urgell, con unas dotaciones inferiores a las de la pertinente concesión administrativa. Concretamente el Canal d’Urgell riega con un módulo unitario de sólo 0’33 l/sg./ha, cantidad ésta bastante reducida y que pone en peligro en los años secos -como los que probablemente nos esperan- las cosechas propias de la zona regable. De hecho, este modelo solamente resultaría aceptable (y aún así de una manera muy justa) al aplicarse en el caso de los riegos localizados de alta frecuencia (microaspersión, exudación y goteo) que, como es sabido, no cubren, ni tan siquiera, una superficie significativa de la mencionada zona, teniendo presente los cultivos herbáceos que allí se encuentran. Por otra parte, como hemos citado anteriormente, este caudal solamente permitiría resolver el problema durante un corto período de tiempo.

La solución propugnada podría parecer de entrada muy económica, pero si reparamos en el reducido plazo de amortización que hace falta considerar para las obras, ya que el embalse que precisaría este trasvase no es interesante para el aprovechamiento integral del Segre, el problema cambia radicalmente; por tanto, el coste total del embalse habría de cargarse al trasvase en su casi totalidad, con la cual deja de ser tan financieramente rentable como en un principio pudiera parecer.

En relación a esta solución, cabe decir que el ilustre ingeniero D. Manuel Lorenzo Pardo, en su defensa histórica del Pantano del Ebro, ya ponderaba los beneficios económicos y de todo orden producidos por la regulación de un río en su cabecera, puesto que mejoraba, entre otras razones, todos los aprovechamientos hidráulicos existentes a lo largo de su curso. De otro modo, la “desregulación” de un río en su cabecera, como consecuencia de la detracción anual de un importante volumen de agua para tratar de conducirla a otra cuenca hidrográfica (que es justo aquello que sucedería en este caso) es causa sistemática de notorios perjuicios a la cuenca cedente, puesto que reduce y “desregulariza” el caudal utilizable en todos los aprovechamientos ulteriores, o sea, en la inmensa mayoría de los mismos.

B) Otro segundo trasvase estudiado del río Segre, se ha previsto partiendo desde el embalse de Oliana y librando las aguas al de Sant Ponç. Si bien tiene la ventaja de poseer una cuenca aportadora mayor, ya deja de ser tan aparentemente rentable como la solución anterior (aunque antes ya hemos pretendido demostrar que tampoco allí existe tan ventajosa rentabilidad) y tiene la misma desventaja de extraer aguas del río Segre en un cierto lugar de su cuenca dónde sigue siendo imperiosa aún la demanda de agua para los usos agrícolas y ganaderos.

C) Por último, un tercer trasvase estudiado -o propuesta alternativa- partía del embalse de Clúa, hasta el de La Riba en el río Francolí, con una gran longitud de canal; de hecho, esta solución ya se contemplaba en el “Plan de Aguas de Cataluña” del Ingeniero Muñoz Oms así como en el “Plan de aprovechamiento total del río Segre para los riegos de Segarra-Garrigues y su coordinación con los aprovechamientos existentes y concedidos anteriormente en el año 1965”, del prestigioso Centro de Estudios Hidrográficos del MOP dirigido por el Dr. Mendiluce, así como en los comentarios a los Planes anteriores hechos en aquella época por el Departamento de Planificación y Desarrollo de la compañía eléctrica FECSA (“Fuerzas Eléctricas de Cataluña, S.A.”). Los proyectos aludidos preveían el riego de la zona de Tarragona y el eventual trasvase a Barcelona de 470 hm3/año de aguas del Segre al Francolí. En cualquier caso, ya fue considerado entonces como altamente antieconómico, por lo que entendemos que no es necesario entrar aquí y ahora en más detalles acerca de su concepción.

Veamos, llegados a este punto, que la utilización de recursos hidráulicos de otras cuencas ha tenido siempre, como premisa fundamental, el hecho de que existen caudales de agua sobrantes regulados en la cuenca que los tiene que ceder. Esta situación de ”excedencia” del recurso se ha venido atribuyendo, sistemáticamente, a la cuenca del Ebro en relación, v.gr., a las actuales cuencas internas de Cataluña (antigua Cuenca del Pirineo Oriental) o a la cuenca del Júcar. Como ejemplo de lo expuesto, no hay más que estudiarse el ya relacionado Libro Blanco del Agua en España (diciembre de 1998) y algunos otros documentos ulteriores.

El primer problema metodológico que se plantea, por tanto, es comprobar la existencia y la cuantificación de estos supuestos sobrantes regulados. Se ha de destacar, en este sentido, el efecto regulador que en los últimos tiempos ha incorporado sobre el sistema la construcción de la presa de Rialb, que asegura la regulación del Segre y mejora considerablemente el abastecimiento de agua a los municipios leridanos, al aumentar el caudal aportado por el canal de Urgell que, en época de sequía, se ve afectado por molestas restricciones. Este embalse, ubicado en los términos municipales de Tiurana y la Baronia de Rialb, dispone de una aportación mediana anual de 1.108 hm3 y garantiza los regadíos actuales de 52.000 ha correspondientes a los Canales d’Urgell, así como los futuros regadíos de 8.945 ha de las Garrigues Baixes, 31.200 ha del canal Segarra-Garrigues y unas 9.000 ha de las Garrigues Altes.

Analizando el problema planteado desde la perspectiva actual, entonces, nos encontramos que para tratar de solucionar el abastecimiento de Barcelona y su área metropolitana con aguas procedentes de la cuenca del Ebro existen dos grandes opciones: emplear aguas sobrantes del Segre o del Noguera-Pallaresa, con la captación de las aguas en un punto situado arriba de Lleida, o bien, directamente tomándolas del río Ebro, en su tramo inferior, alternativa ésta que afectaría directamente al ecosistema deltaico y cuyo rechazo conceptual y técnico obviaremos aquí por la razón de haberlo ya hecho en el capítulo anterior de nuestro libro y también por otros competentes tratadistas de temas hidrológicos.

Del conjunto Segre-Noguera Pallaresa, se estima que el total de sobrantes que podrían transferirse a las cuencas internas de Cataluña, para su uso en riegos agrícolas y abastecimientos industriales y de población, sería, como máximo, del orden de los 500 hm3 al año. Ahora bien, sería necesario, antes de esta acción, llevar a cabo una regulación previa aún más exhaustiva del río Segre, que traería como consecuencia, aparte de una costosísima inversión y un considerable impacto ambiental y social, la construcción de toda una larga serie de embalses cuya ejecución se aventura difícil a corto y medio plazo.

La ventaja engañosa que -con respecto a la solución Ebro- supondría la toma directa del Segre, sería la de no requerir bombeo electromecánico para la incorporación de aguas a las cuencas internas centrales de Cataluña. Sin embargo, dicha ventaja quedaría anulada por la pérdida de energía en los saltos de aguas existentes por debajo de la derivación de caudales, con el consiguiente descenso de la producción de electricidad en la zona leridana.

Se ha de tener en cuenta, además, que el río Segre dispone de agua de mejor calidad, ya que resulta más pura -dada su procedencia pirenaica inmediata- que la del Ebro en su tramo inferior y, como consecuencia de esto, también este aspecto merece considerarse desde el punto de vista de la estrategia general del aprovechamiento de los recursos hidráulicos del país y no desde el particular ángulo del abastecimiento de las áreas de Barcelona y Tarragona. La cuenca del Segre, en su conjunto, proporciona algo más del 40% del caudal medio del Ebro en su confluencia a la altura del gran embalse de Mequinenza. La calidad del agua del Ebro, aguas arriba del expresado punto de confluencia, es muy inferior a la que resulta una vez mezclada con la procedente del Segre, por lo cual parece conveniente seguir conservando esta calidad físico-química de la mezcla, siempre que resulte apta para los usos previstos, con el objeto de no reducir el potencial de recursos aprovechables aguas abajo y de no perjudicar irreversiblemente a los usuarios actuales del tramo inferior del río Ebro. Bajo esta óptica, cuanto menores (o nulos) sean los caudales que se deriven de la cuenca del Segre, que no retornen a su curso natural, ello redundará en beneficio de la calidad de les aguas del río a su paso por las tierras del Ebro y su propio Delta. Analizadas, hoy por hoy, las aguas del tramo inferior del Ebro, tanto desde el punto de vista físico-químico como bacteriológico, resultan aptas, en su forma actual, para atender las demandas de abastecimiento más exigentes, previa la realización de los tratamientos potabilizadores que pueden calificarse de normales, establecidos en las vigentes reglamentaciones técnico-sanitarias de aguas para el consumo humano. Contemplando, incluso, una situación futura, tratándose adecuadamente los vertidos de aguas residuales que se puedan producir aguas arriba, la calidad no ha de modificarse substancialmente sobre los niveles actuales.

No obstante, hay peligros importantes que no podemos rehuir. Hemos de tener presente que el río Ebro, al discurrir por una cuenca sedimentaria con presencia abundante de depósitos salinos, tiene un contenido iónico importante si lo comparamos con otras corrientes de la misma o parecida latitud. En el estudio denominado Balance hidrosalino de la cuenca del Ebro, realizado en 1985 por F. Alberto y R. Aragües, se comprueba que el tramo inferior del río Ebro posee una preocupante tendencia a la salinización, del orden de 10 a 15 mg./l y año, con lo que en 50 años se puede llegar a duplicar el contenido salino actual. Concretamente, cerca del año 2010, la conductividad eléctrica mediana puede alcanzar valores de 1.230 mhos/cm. (dS/m.), que harían el agua perniciosa para los cultivos. Entre las causas de este problema ocupan un lugar preferente los desagües de algunas zonas regables recientemente transformadas, que arrastran sales lavadas por lixiviación. Pues bien, teniendo en cuenta el futuro desarrollo de los regadíos en la zona de Aragón (previsto en el correspondiente Plan Hidrológico de Cuenca) es de prever que continúe este proceso inexorable de degradación de la calidad del agua, incluso con una tasa de crecimiento superior a la experimentada hasta la fecha.

Así pues, las soluciones de abastecimiento con aguas procedentes del Segre no parecen ser las más convenientes para un planteamiento inmediato, tanto por problemas de financiación, como por los negativos efectos medioambientales en el tramo inferior del río Ebro, así como los de afección energética.


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