LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.

PARTE TERCERA: LOS MARCOS CONCEPTUALES DE LA ECONOMÍA.

CAPÍTULO 5.- PROBLEMÁTICAS Y MARCOS CONCEPTUALES EN ECONOMÍA.

La formación de explicaciones en Economía.

Para Blaug (1980), la Economía es una ciencia peculiar, distinta por ejemplo a la física, porque se dedica al estudio del comportamiento humano y, por tanto, invoca como «causas de las cosas» a las razones y motivos que mueven a los agentes humanos; se diferencia igualmente de la sociología o la ciencia política, por ejemplo, porque, en cierta medida, logra proporcionar teorías deductivas rigurosas sobre las acciones humanas, cosa que prácticamente no ocurre en esas otras ciencias del comportamiento. En definitiva, las explicaciones del economista se caracterizan en su esencia por ser intencionales, aunque coexistan otras modalidades de explicación.

Respecto a los mecanismos de validación de las teorías, para Blaug, los grandes metodólogos británicos del siglo XIX eran verificacionistas, y no falsacionistas, y predicaban una metodología defensiva destinada a proteger a la joven ciencia frente a cualquier ataque. Los grandes economistas-metodólogos del siglo XIX centraron su atención sobre las premisas de las teorías económicas, y advirtieron insistentemente a sus lectores que la verificación de las predicciones económicas era, en el mejor de los casos, tarea harto azarosa. Se consideraba que las premisas habían de derivarse de la introspección o de la observación casual de lo que hacen nuestros semejantes, y que, en este sentido, aquéllas podían considerarse como verdades a priori, conocidas, por así decirlo, previamente a la experiencia. Un proceso puramente deductivo llevaba de las premisas a las implicaciones, pero dichas implicaciones serían ciertas a posteriori tan sólo en ausencia de causas perturbadoras. Por tanto, el objetivo de la verificación de las implicaciones consistía en determinar el campo de aplicación de las teorías económicas, y no en evaluar su validez.

John Stuart Mill, junto con todos los demás escritores de la tradición clásica, apelaba fundamentalmente a los supuestos para juzgar la validez de las teorías, mientras que los economistas modernos apelan básicamente a las predicciones. Esto no significa que los autores clásicos se desinteresasen de las predicciones; obviamente, estando como estaban implicados en la política, no podrían evitar el hacer predicciones. Más bien creían que, así como los supuestos verdaderos han de generar conclusiones verdaderas, los supuestos supersimplificados, como los del homo oeconomicus, los rendimientos decrecientes para un estado invariable de la tecnología, una oferta de trabajo infinitamente elástica para una tasa salarial determinada, etc., han de llevar necesariamente a predicciones supersimplificadas, que nunca se adecuarán exactamente al curso real de los acontecimientos, aun cuando hagamos serios esfuerzos para tener en cuenta las causas perturbadoras relevantes.

John Elliot Cairnes, discípulo de Mill, se muestra mucho más dogmático al negar que las teorías económicas puedan ser refutadas por simple comparación de sus implicaciones con los hechos. Para Cairnes, las leyes económicas pueden ser refutadas únicamente si se demuestra, o bien que los principios y condiciones supuestas no existen, o bien si las tendencias que la ley deduce no se siguen como consecuencia necesaria de los supuestos de la misma. En resumen, demuéstrese que los supuestos son poco realistas, o bien que existen inconsistencias lógicas, pero no se tome nunca la refutación de las predicciones como causa del abandono de una teoría económica, especialmente porque en Economía sólo es posible deducir predicciones cualitativas.

Terence Hutchison estableció en su obra The Significance and Basic Postulates of Economic Theory (1938) el criterio fundamental de que las proposiciones económicas que aspirasen al estatus de «científicas» deberían ser susceptibles, al menos en teoría, de contrastación empírica interpersonal. Así, la principal prescripción metodológica de Hutchison es que la investigación científica en Economía debería dedicarse únicamente a las proposiciones empíricamente contrastables. Pero, como nos dice Blaug, omite clarificar si esta exigencia se refiere a los supuestos o a las predicciones de la teoría económica o a ambos.

Quien sí parece romper esta omisión es Milton Friedman con su “Ensayo sobre Metodología de la Economía Positiva”:

“Consideradas como un cuerpo de hipótesis sustantivas, las teorías han de ser juzgadas por su poder predictivo respecto del tipo de fenómenos que intentan «explicar». Sólo la evidencia fáctica puede demostrar si aquéllas son «correctas» o «falsas», o mejor aún, si deben ser provisionalmente «aceptadas» como válidas o «rechazadas». ..., la única prueba relevante de la validez de una hipótesis es la comparación de sus predicciones con la experiencia. La hipótesis será rechazada si la experiencia las contradice («frecuentemente», o con mayor frecuencia que las predicciones de otras hipótesis alternativas); y será aceptada si sus predicciones no quedan contradichas; si una teoría ha sobrevivido a una gran cantidad de oportunidades de ser contradicha, tendremos una gran confianza en ella. La evidencia fáctica nunca puede «probar» una hipótesis; sólo puede no-desaprobarla, que es lo que generalmente queremos decir cuando decimos, de forma algo inexacta, que una hipótesis ha sido «confirmada» por la experiencia.” (Friedman, 1953, pp 8-9; subrayado mío).

Así, para Friedman la idea según la cual la conformidad de los supuestos de una teoría con la realidad proporciona un medio de contrastación de la misma es fundamentalmente errónea.

Los críticos de Friedman argumentan que: a) las predicciones fiables no son la única prueba relevante a la hora de evaluar la validez de una teoría y, si lo fuesen, sería imposible distinguir entre las correlaciones genuinas y las espúreas; b) la evidencia directa respecto de los supuestos no es necesariamente más difícil de obtener que los datos referentes al comportamiento de los mercados que son necesarios para contrastar las predicciones, o mejor, que los resultados que obtenemos al examinar los supuestos no son más ambiguos que los que se obtienen al contrastar las predicciones; c) los intentos de contrastar los supuestos pueden proporcionar importantes intuiciones que serán de ayuda a la hora de interpretar los resultados de las contrastaciones de las predicciones; d) si a lo único que podemos aspirar es a la contrastación de las implicaciones de teorías basadas en supuestos que claramente se contradicen con los hechos, deberíamos exigir contrastaciones realmente severas de dichas teorías.

Por su parte, el eslabón más débil de la argumentación de Friedman es su compromiso con la metodología del instrumentalismo, “La ciencia, puede responderse, debería pretender algo más que la simple obtención de predicciones fiables.” (Blaug, 1980).

En definitiva, con esta posición y otras similares mantenidas por otros autores, lo que realmente se hace es adoptar una metodología defensiva, cuyo principal objetivo parece consistir en proteger a la Economía de las crecientes críticas dirigidas, ahora, contra el irrealismo de sus supuestos, por un lado, y contra las estridentes exigencias de predicciones severamente contrastadas, por otro (Blaug, 1980).

Los economistas que pertenecen a la corriente principal del pensamiento neoclásico predican la importancia de someter las teorías a la contrastación empírica, pero raramente mantienen en la práctica sus normas metodológicas declaradas. La elegancia analítica, la economía de medios teóricos y la mayor ampliación posible de aplicabilidad conseguida por medio de simplificaciones cada vez más heroicas han merecido con frecuencia una mayor prioridad que la capacidad predictiva y la significación respecto a cuestiones de política. Es un falsacionismo inocuo el rasgo de la filosofía de la ciencia imperante en la Economía moderna.

Junto a este aspecto, hay que tener en cuenta que parece ser que estamos entrando en una era en la que los programas de investigación en competencia, lejos de ser escasos, abundarán incluso demasiado.

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