LOS LENGUAJES DE LA ECONOMÍA

Un recorrido por los marcos conceptuales de la Economía.

PARTE PRIMERA

CAPÍTULO 2.- FILOSOFÍA DE LA CIENCIA.

Algunas consideraciones críticas

Una cuestión importante que se suscita es: «¿Es la idea de verdad propia del sentido común suficiente para dar sentido a la afirmación de que la verdad es la finalidad de la ciencia?» Veamos, pues, algunos argumentos que sostienen una respuesta negativa.

Primero, dentro de la teoría de la verdad como correspondencia, tenemos que referirnos, en el metalenguaje, a las frases de un sistema de lenguaje o teoría y a los hechos a los que estas frases pueden o no corresponder. Sin embargo, sólo podemos hablar de los hechos a los que pretende referirse una frase utilizando los mismos conceptos que están implícitos en la frase. Cuando digo «el gato está encima del felpudo», utilizo los conceptos «gato» y «felpudo» dos veces, una en el lenguaje objeto y otra en el metalenguaje, para referirme a los hechos. “Sólo se puede hablar de los hechos a los que se refiere una teoría, y a los que se supone que corresponde, utilizando los conceptos de la propia teoría. Los hechos no son comprensibles para nosotros, ni podemos hablar de ellos, independientemente de nuestras teorías.” (Chalmers, 1982, p 214). En otras palabras, los hechos no existen más allá de una forma de lenguaje .

Podemos suponer que hay experiencias perceptivas de algún tipo directamente accesibles al observador, pero no sucede así con los enunciados científicos, ni siquiera con los enunciados de observaciones de la ciencia. Estos son entidades públicas, formuladas en un lenguaje público que conllevan teorías con diversos grados de generalidad y complejidad. Los enunciados científicos, incluidos los observacionales, se deben de realizar en el lenguaje de alguna teoría. Los lenguajes teóricos constituyen un requisito previo de unos enunciados observacionales y, estos serán tanto más precisos cuanto mayor sea la precisión del lenguaje teórico que utilicemos. Como también serán tan falibles como lo sean aquellos. Es más, las observaciones problemáticas sólo lo serán a la luz de alguna teoría o lenguaje teórico .

Por ello, los acontecimientos relevantes en nuestra tarea científica, el estado de cosas, están presupuestos en nuestro conocimiento teórico, en el dominio que tengamos de algún lenguaje teórico. Es más, dependen directa e indirectamente, explícita e implícitamente de éstos. En este sentido, podríamos observar que incluso nuestras experiencias perceptivas o sensitivas llegamos a sostenerlas sobre la base de alguna teoría .

En esencia, esto nos lleva a rechazar, con Lakatos, dos supuestos presentes en buena parte de nuestra actual exposición. El primer supuesto es el de que existe una frontera psicológica, natural, entre los enunciados teóricos o especulativos por una parte y los enunciados de hecho u observacionales (o básicos) por otra. El segundo supuesto es el de que si un enunciado satisface el criterio psicológico de ser fáctico u observacional (o básico) entonces es cierto; puede decirse que se ha demostrado partiendo de los hechos. Estos dos supuestos, entre otras cosas, permitían lo que hemos venido en llamar «deducción inductiva». Y, junto con un criterio de demarcación, dan pie a la provisionalidad popperiana. Este criterio es: sólo son «científicas» aquellas teorías que prohíben ciertos estados observables de cosas y que, por lo tanto, son refutables fácticamente. Dicho de otro modo, una teoría es «científica» si tiene una base empírica.

Con Lakatos podemos decir que ambos supuestos son falsos. La psicología testifica en contra del primero, la lógica en contra del segundo y, por último, consideraciones metodológicas testifican en contra del criterio de demarcación. Aunque, en algún punto ya nos hemos anticipado, veámoslo con más detalle .

Respecto al primero de los supuestos, su falsedad se encuentra en que ni hay ni puede haber sensaciones que no estén impregnadas de expectativas y por lo tanto no existe ninguna demarcación natural entre enunciados de observación y enunciados teóricos. Por lo que respecta al segundo, el valor veritativo de los enunciados «observacionales» no puede ser decidido de modo indudable: ningún enunciado de hecho puede nunca demostrarse a partir de un experimento. Los enunciados sólo pueden derivarse a partir de otros enunciados, no pueden derivarse a partir de los hechos: los enunciados no pueden derivarse a partir de las experiencias, «al igual que no pueden demostrarse dando porrazos a la mesa». Si los enunciados de hecho son indemostrables entonces es que son falibles. Si son falibles entonces los conflictos entre teorías y enunciados de hecho no son «falsaciones», sino simplemente inconsistencias. Puede ser que nuestra imaginación juegue un mayor papel en la formulación de «teorías» que en la formulación de «enunciados de hecho», pero tanto unas como otras son falibles. De modo que ni podemos demostrar las teorías ni podemos tampoco contrademostrarlas». La demarcación entre las blandas «teorías» no demostradas y la sólida «base empírica» demostrada no existe: Todos los enunciados de la ciencia son teóricos e, incurablemente, falibles (Lakatos, 1972, p 212).

Para Feyerabend (1970, pp 14-5) la historia de la ciencia no sólo consiste en hechos y en conclusiones extraídas de ellos. Se compone también de ideas, interpretaciones de hechos, problemas creados por un conflicto de interpretaciones, acciones científicas, etc. “En un análisis más ajustado encontraríamos incluso que no hay «hechos desnudos» en absoluto, sino que los hechos que entran en nuestro conocimiento se ven ya de un cierto modo y son por ello esencialmente teóricos.” Siendo esto así, la historia de la ciencia será tan compleja, tan caótica, tan llena de error y tan divertida como las ideas que contenga, y estas ideas serán a su vez tan complejas, tan caóticas, tan llenas de error y tan divertidas como lo son las mentes de quienes las inventaron. Recíprocamente, un ligero lavado de cerebro conseguirá hacer la historia de la ciencia más simple, más uniforme, más monótona, más «objetiva» y más accesible al tratamiento por reglas «ciertas e infalibles».

La idea de que la experiencia pueda constituir una base para nuestro conocimiento se desecha inmediatamente haciendo notar que debe haber discusión para mostrar cómo tiene que interpretarse la experiencia. El apoyo que una teoría recibe de la observación puede ser muy convincente, sus categorías y principios básicos pueden aparecer bien fundados; el impacto de la experiencia misma puede estar extremadamente lleno de fuerza. Sin embargo, existe siempre la posibilidad de que nuevas formas de pensamiento distribuyan las materias de un modo diferente y conduzcan a una transformación incluso de las impresiones más inmediatas que recibimos del mundo. Cuando consideramos esta posibilidad, podemos decir que el éxito duradero de nuestras categorías y la omnipresencia de determinado punto de vista no es un signo de excelencia ni una indicación de que la verdad ha sido por fin encontrada. Sino que es, más bien, la indicación de un fracaso de la razón para encontrar alternativas adecuadas que puedan utilizarse para trascender una etapa intermedia accidental de nuestro conocimiento (Feyerabend, 1970, pp 28-30).

No se trata solamente de que hechos y teoría estén en constante desarmonía, es que ni siquiera están tan claramente separados como algunos pretenden demostrar. Las reglas metodológicas hablan de “teoría” y “observaciones” y “resultados experimentales” como si se tratase de objetos claros y bien definidos cuyas propiedades son fácilmente evaluables y que son entendidos del mismo modo por todos los científicos.

Para empezar debemos aclarar la naturaleza del fenómeno total: apariencia más enunciado. No se trata de dos actos; uno, advertir el fenómeno; el otro, expresarlo con ayuda del enunciado apropiado, sino solamente de uno, esto es, decir, en una cierta situación observacional, “la luna me está siguiendo” o “la piedra está cayendo en línea recta”. Podemos desde luego subdividir de una manera abstracta este proceso en dos partes y podemos también intentar crear una situación en la que enunciado y fenómeno parezcan estar psicológicamente separados y a la espera de ser relacionados. (Esto es más bien difícil de lograr y es quizá completamente imposible.) Pero, en ciertas circunstancias normales, no tiene lugar tal división; describir una situación familiar es, para el que habla, un suceso en el que enunciado y fenómeno están firmemente pegados uno a otro.

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