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El Modelo
El modelo cepalino fue exhibido a lo largo de América Latina bajo la premisa -o promesa- de que se había descubierto el sendero para salir del subdesarrollo. En aquel entonces la mitad de nuestros gobernantes tenían un origen militar y, la otra mitad, un origen civil. La mayoría de los gobiernos civiles a su vez podían ser catalogados como liberales, como conservadores y como populistas. Pero todos, sin excepción, expresaban su entusiasmo por participar en una rápida instalación del Modelo Sustitutivo de Importaciones, nombre con el que se rebautizó al Modelo una vez que se hizo evidente que su principal y quizá único- objetivo era el de sustituir o suprimir algunos de los productos industrializados importados desde el Centro.
Pero sustituir o suprimir las importaciones de un producto, solo es posible si es que se lo puede industrializar domésticamente. Así, antes de ensamblar el Modelo se debían resolver tres aspectos: el primero, precisar que productos podían sustituirse; el segundo, construir un escenario que permita industrializar esos productos; y, el tercero, asignar a cada país las industrias que le correspondía instalar.
Con referencia al primer aspecto, la respuesta fue de índole técnica: convenía sustituir la importación de aquellos artículos cuya producción no requería una tecnología muy sofisticada, ni maquinaria muy pesada o demasiado capital. Es decir, podrían sustituirse los bienes de la denominada industria liviana.
Sin embargo, para industrializar cualquier producto -aunque sea liviano- se requería de un mercado de consumo mucho más grande que el que ofrecían por separado cada uno de los países. Así, la idea de unir los mercados más que por convicción nació por necesidad. Los primeros en sentir esa necesidad fueron, desde luego, los mercados más pequeños.
El 10 de junio de 1958, se fundó el MCCA[1], cuyo objetivo era el integrar en un solo mercado a los pequeños países de América Central.
Dos años después, en Montevideo, se creó la ALALC[2] que pretendía unificar los mercados de América del Sur y México. En complemento, a lo largo de las décadas de los 60 y 70, se fueron creando una serie de entidades y oficinas de carácter local y regional que, teórica y oficialmente, debían promover la integración de América Latina.
Pero pasada la efervescencia inicial y la fase de creación de algunos codiciados cargos internacionales, la integración se hundió en un limbo ideológico, donde el objetivo de unificar los países en un solo mercado, se desvaneció ante las pequeñas y mezquinas pugnas por tratar de ganar en el proceso más que el país vecino.