AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

Ausencia

Adam Smith comenzó a escribir La riqueza de las Naciones[1] a su retorno al pueblo de Kirkcaldy en Escocia, donde había nacido 43 años antes. Su retorno se producía luego de haber permanecido ausente por casi tres años en razón de un viaje realizado a Paris, Toulouse y Ginebra, escoltando al joven Duque de Buccleugh, cuya familia era suficientemente solemne y adinerada como para haber persuadido al profesor Smith para que trabaje temporalmente en calidad de tutor particular.

Se desconoce si el joven aristócrata logró extraer alguna enseñanza del viaje o de la tutoría. Pero sí se conoce que Adam Smith no perdió su tiempo y aprovechó esa oportunidad para conocer e intercambiar ideas con varios de los mas connotados filósofos y escritores, la mayoría de los cuales se encontraban inmersos en el convulsionado proceso político e intelectual que se vivía en los tiempos previos a la revolución francesa.

 

Entre otros, Pierre Samuel Dupont de Nemours y su libro ‘Fisiocracia o constitución natural del gobierno más ventajoso para el género humano’; el Duque de La Rochefoucald, autor de ‘Reflexiones o sentencias y máximas morales’; François Quesnay y su ‘Tabla Económica’ que constituye el primer experimento por cuantificar las actividades productivas; Anne Robert Jacques Turgot, autor de ‘Reflexiones en la formación y la distribución de las riquezas’, quien además fue el primer ministro de finanzas que tuvo Luis XVI, el último Rey de Francia; y, François Marie Arouet, también conocido con el apodo de Voltaire, autor de las Cartas Filosóficas, libro escrito en 1734 y que constituye la primera obra que exalta al liberalismo como norma de vida y condena a la monarquía francesa como sistema de gobierno. 

 

Probablemente esos diálogos y esos libros fortalecieron la idea ya latente en Adam Smith, de que la estructura productiva, la organización de clases y el sistema de gobierno de una nación, no son tres procesos independientes, sino que cada uno de ellos necesariamente se incrusta en los otros dos. Sobre la base de esa idea global, escribió su obra en los siguientes cinco libros:[2]

Libro I:    De las causas del adelantamiento y perfección en las facultades del trabajo, y del orden con que su producto se distribuye naturalmente entre las diferentes clases del pueblo

Libro II:   De la naturaleza, acumulación y empleo de los fondos o capitales

Libro III:  De los diferentes progresos de la opulencia en distintas naciones

Libro IV: De los sistemas de Economía política

Libro V:  De las rentas del Soberano o de la República

 

De la lectura de esos títulos, emerge la inocente tentación de concluir que ninguno de los cinco libros puede tener algún tipo de coherencia con los otros cuatro. Sin embargo, si se tiene en cuenta la perspectiva global desde la cual Smith visualiza lo económico, lo social y lo político, entonces todos los capítulos giran coherentemente alrededor de la sencilla pero -en aquel entonces- revolucionaria idea de que la riqueza de una nación no es nada más que la suma de lo producido por todos y cada uno de sus habitantes.

Por lo demás, La riqueza de las Naciones esta escrita en un lenguaje ameno y sus mil cincuenta y un páginas pueden ser leídas de un solo tirón. En pocos meses la obra se convirtió en lo que hoy llamaríamos un ‘best seller’.

Todos los libros de la primera edición se vendieron antes de que haya transcurrido un año y en los cuatro años posteriores tuvieron que imprimirse en Inglaterra seis ediciones más; parte de las cuales se enviaron a Norteamérica, donde las enseñanzas de Smith tuvieron una influencia directa en el pensamiento de sus primeros presidentes. Adicionalmente, antes de 1789 –año de la revolución francesa- ya se habían traducido, publicado y vendido varias ediciones en Francia, Alemania, España e Italia.   

 

Sin embargo, en el Siglo XVIII ninguna edición llegó a publicarse en las colonias que en el continente americano mantenían España y Portugal, ni tampoco en el Siglo XIX cuando la mayoría de esas colonias ya se habían independizado.

Fue necesario que transcurra la mitad del Siglo XX, para que la obra de Adam Smith finalmente alcance suelo latinoamericano. Recién en 1958, en la ciudad de México se publica una edición de La riqueza de las Naciones, el libro que había logrado conferir al pensamiento económico su categoría de ciencia. Pero para 1958, el pensamiento económico latinoamericano ya se había tornado inmune a cualquier semilla doctrinaria. Todos los espacios de reflexión económica se encontraban inundados con la controversia que intentaba calcular la raíz y la razón de la dependencia de nuestros países, así como su mayor o menor situación periférica.

La discusión de fondo giraba alrededor de la tesis que aseguraba que en el mundo occidental coexisten dos tipos de países: los que están en el centro produciendo y vendiendo bienes industrializados; y los que se encuentran en la periferia, cultivando, cosechando y extrayendo recursos de la naturaleza. Se asumía que los países de América Latina formaban parte de la periferia, aunque algunos gobiernos preferían ignorarlo. 

La separación de esos dos mundos servía para identificar al desarrollo económico con las circunstancias que imperaban en el centro y, en contraste, para identificar al subdesarrollo con las circunstancias propias de la periferia. Sobre la base de ese contraste, se argumentaba que los países de la periferia debían tratar de duplicar la organización productiva de los del centro.

Inspirados en ese reto, en la CEPAL[3] surgió la idea de instalar en nuestros países algunas de las industrias cuyos productos eran importados por América Latina. La idea se popularizó a mediados de la década de los 50 –respaldada por el aval de los economistas que trabajaban en la CEPAL y el gran peso intelectual de su fundador, el Profesor Raúl Prebisch- y en seguida se expandió por todos los nichos del pensamiento económico latinoamericano.

Así, cuando en 1958 por fin atracó en nuestro continente el libro de Adam Smith, su arribo pasó inadvertido entre el ruido y la gran efervescencia que entonces generaba el recientemente ensamblado ‘modelo cepalino’, nombre que adoptó en honor a la entidad que lo había inventado.

[1] Su título original es: An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations.  En Español:  ‘Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones’.

[2] A causa de la limitada técnica de impresión, las obras muy grandes solían imprimirse en tomos separados. De allí la costumbre de llamar ‘libros’ lo que hoy llamamos ‘capítulos’. 

[3] Las siglas CEPAL significan: Comisión Económica Para América Latina.

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