AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

Tasas

Cuando a principios de junio de 1982 Reagan viajó a visitar a Margaret Thatcher a Europa, la tasa de interés que cobraba el Fed fluctuaba en alrededor del 10 por ciento, mientras que las tasas que efectivamente cobraban los bancos a sus clientes en ciertos casos la duplicaban hasta alcanzar el 20 por ciento.

Cuando Reagan regresó a Norteamérica un par de semanas más tarde, constató que varios bancos luchaban abiertamente por obtener más préstamos del Fed. El motivo de esa pugna era fácil de entender: los bancos podían medrar buena parte de la diferencia de 10 puntos entre la tasa que pagaban al Fed y la tasa que podían cobrar a sus clientes. Esa pugna y el objetivo de reducir la inflación, señalaban la necesidad de elevar la ‘tasa de descuento’.

 

Pero elevar las tasas de interés que cobraba el Fed significaba adoptar una política monetaria ‘contractiva’. Por lo tanto, en el escenario económico ortodoxo prevaleciente en ese entonces, la política fiscal también debía contraerse.

Esa creencia formaba parte del dogma aceptado tanto por los fiscalistas como por los monetaristas. Para los dos grupos, sí la economía estaba padeciendo inflación, ambas políticas debían contraerse para reducir la demanda. Al contrario, si la economía

 

sufría de recesión, el dogma dictaminaba que ambas políticas deban expandirse para ampliar el gasto.

 

En ese escenario, la principal discrepancia entre fiscalistas y monetaristas se reduce a que -para estos últimos- lo relevante es el tipo de política monetaria que se adopte. Una vez que esta es activada, es irrelevante la dirección que adopte la política fiscal. Mientras que para los fiscalistas, es la política fiscal la que debe trazar el rumbo que debe seguir la política monetaria.

 

No obstante, ni los fiscalistas ni los monetaristas ofrecían una formula adecuada para curar la economía norteamericana que había sido atacada simultáneamente por ambos virus: el de la inflación y el del estancamiento. Esa enfermedad, que alguien la bautizó como ‘estanflación’,[1] ya había sido detectada en los años 70 en América Latina, pero Norteamérica no se había contagiado sino hasta principios de los años 80.

 

Por fortuna, entre los asesores de Reagan se encontraba el doctor Robert Mundell, nacido el Canadá en 1932, Ph.D. en Economía desde 1956 y premio Nobel en Economía en 1999.

Mundell argumentaba que la inflación y la recesión son dos enfermedades separadas y que, en consecuencia, para curarlas también se requería usar las políticas económicas por separado. Su propuesta se resumía en la siguiente receta: utilizar una política monetaria contractiva para detener la inflación y, en paralelo, reducir impuestos para provocar una política fiscal expansiva e impedir la recesión.

 

La receta fue inmediata y entusiastamente adoptada por Reagan y Thatcher, aunque aún tenían que resolver un pequeño detalle semántico: encontrar un nuevo nombre para bautizar a la nueva receta. No podía ser llamada monetarista, porque la receta aconsejaba utilizar también la política fiscal. Pero tampoco podía llamarse fiscalista, porque no se pretendía instaurar una política monetaria neutra. Definitivamente se había armado una nueva herramienta y, por lo tanto, merecía un nuevo nombre.

 

Ese nuevo nombre nacería como secuela de un programa de radio trasmitido el 5 de febrero de 1983, en el cual el propio Presidente Reagan bautizó su nueva política con el nombre de ‘Neoconomics’.

 

Sin embargo, pocos días después, mientras el programa radial era ampliamente comentado por la prensa escrita, algunos periodistas recordaron que era el liberal Robert Mundell quien estaba detrás de la nueva política y que, en consecuencia, no debía ser bautizada con el nombre de ‘Neoconomics’ sino con el de ‘Neoliberalism’. [2] 

[1] Formada al unir las primeras silabas de ‘estancamiento’ con las últimas de ‘inflación’.

[2] Como el programa radial se trasmitió el  5 de febrero de 1983, es difícil saber si en marzo, el banquero orador de Panamá inventó la palabra ‘Neoliberal’ o simplemente la reprisó.

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