AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

 

 

Economía de la Demanda

Economía de la Demanda’ esta identificada con la obra del economista Keynes y con el eficaz antídoto que propuso contra la gran depresión económica de los años 30.

John Maynard Keynes nació en 1883 en Cambridge; festinó su juventud entre la despreocupada aristocracia londinense; se propuso no romper las reglas de la conservadora sociedad de aquella época, propósito que no siempre pudo cumplir; contrajo matrimonio con la hermosa balletista Lydia Lopokova, enlace que dio origen a un estribillo que elogiaba ‘de Lydia la belleza y de Keynes la cabeza’; acumuló una pequeña fortuna jugando en los mercados financieros, al mismo tiempo que conceptuaba a los hombres de negocios prácticos como los ‘esclavos de algún economista muerto’; fue el cerebro que, al terminar la II Guerra Mundial, mentalizó la creación del Banco Mundial y del FMI. El primero para ayudar a los vencidos y, el segundo, para consolidar a los victoriosos; pero su mayor trabajo intelectual lo dedicó a buscar un antídoto que pueda neutralizar los ciclos y depresiones que parecían destinadas a germinar espontánea y periódicamente en las economías occidentales.

Según Keynes -y según sus discípulos- los ciclos depresivos se engendran cuando los inversionistas dejan de invertir y los consumidores dejan de consumir.

Hasta antes de Keynes, la receta tradicional para reactivar la demanda ordenaba bajar las tasas de interés: bajando los intereses se abarataban los costos de la inversión y del consumo. Así, el inversionista volvía a invertir y el consumidor a consumir. 

Pero en la crisis de los años 30, tanto el inversionista como el consumidor, habían caído en una fosa que Keynes denominó la ‘trampa de la liquidez’. Es decir, una depresión de la cual ni el inversionista ni el consumidor podían salir, por cuanto las tasas de interés habían llegado a su nivel mínimo y, en consecuencia, ya no podían descender más. Para salir de esa trampa, Keynes recetaba que sean los gobiernos quienes reactiven la demanda nacional al incrementar sus gastos, así sea para ‘cavar y cubrir huecos’.[1]

Desde luego, Keynes no deseaba que se caven huecos, sino que se construyan viviendas, hospitales, puertos, silos, escuelas, fabricas, carreteras y todo aquello que engrandece a una nación. Pacifista como era, tampoco deseaba que se caven fosas.

Sin embargo, su receta de reponer la falta de demanda del sector privado sustituyéndola con la demanda y el gasto del gobierno, fue manipulada para justificar en parte la carrera armamentista; justificación que, además, logró demostrar la validez de la tesis de Keynes al curar en poco tiempo la depresión y el desempleo de los países industrializados.

En Latinoamérica también se aplicó la receta de Keynes. Pero la expansión del gasto fiscal no se destinó a construir obras públicas, sino a tratar de subsidiar –ya lo vimos- a la demanda que jalaba ‘hacia adentro’; proceso que fue interrumpido con el arribo de la crisis financiera en 1982, que obligó a sustituir la ‘Economía de la Demanda’ por la ‘Economía de la Oferta’. 

[1] J. M. Keynes, ‘The General Theory of Employment, Interest and Money’, Harcourt Brace Jovanovich, New York, 1964, p. 220.

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