AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

 

 

Un atajo

Para crear el peso latino, se requiere transitar por al menos uno de los siguientes tres senderos alternativos: el primero, que es el más tradicional, requeriría decretar una zona comercial en la cual la única moneda de pago sería el peso latino; el segundo sendero demandaría que, como en el caso del euro, los países participantes fijen ciertas metas económicas a las que todos tendrían que someterse; y, el tercer sendero, consistiría en encontrar un atajo que evite tener que recorrer los dos senderos anteriores.

América Latina ha venido intentando recorrer el primer camino, el de la integración, desde mediados del Siglo XX. Pero todos los esfuerzos, ya lo vimos, se han diluido en innumerables citas cumbres, conferencias y seminarios de jerarquía internacional, en cuyos archivos se conservan atesoradas algunas piezas de brillante oratoria diplomáticamente inocua.

 

Los esfuerzos también han sido muy fecundos al momento de gestar las siglas que han posibilitado distinguir una cumbre de otra. Así, al añejo MCCA y a la respetable ALALC, se han agregado la JUNAC, el SICA, el CARICOM, la AEC, la CAN, el G3, el MUEC, el CBI, la ALADI, el MERCOSUR, el SICE, entre otros. Además, se han suscrito varios acuerdos bilaterales, trilaterales y multilaterales, con carácter regional, subregional e intraregional, en diversos aspectos relacionados al transporte, energía, aduanas, correos, migración, producción e inversión. Las siglas que actualmente están de moda son las del ALCA.

Medio siglo de esfuerzos sin alcanzar ningún resultado, nos coloca ante una disyuntiva: continuar vagando por el mismo camino durante un medio siglo más o buscar otro sendero.

 

El segundo posible sendero para crear el peso latino, sería el trazar un camino similar al transitado por el euro. Es decir, fijar los objetivos económicos que, uno a uno, tendrían que alcanzar  los países de América Latina. Pero para recorrer este sendero, necesariamente se requiere que los gobiernos de cada país, a lo largo de un periodo más o menos extenso –doce años en el caso de Europa- asuman y cumplan el compromiso de restringir gastos, castigar la corrupción, no devaluar, crear empleos y no endeudarse más. Es decir, justamente los objetivos que la mayoría de los gobiernos de América Latina no han sido capaces de alcanzar.

 

El tercer sendero para llegar al peso latino, pasaría a través del atajo que se abriría si es que –temporalmente- se adopta como dinero propio al dólar. Seguir este atajo no solo que evitaría el largo y estéril trajinar que se esconde detrás de los otros dos senderos, sino que gran parte del atajo ha sido ya recorrido.

 

En efecto, en la América Latina actual el dólar ya se utiliza para contabilizar y pagar al menos los siguientes rubros: la totalidad de la deuda externa; más de las nueve décimas partes de las reservas en divisas; más de las cuatro quintas partes del comercio con el exterior; alrededor del 85 por ciento de las inversiones externas; y, casi todos los contratos mercantiles y financieros de largo plazo.

 

Desde luego, adoptar el dólar como dinero propio –aunque solo sea temporalmente- generaría varios costos, algunos de los cuales han sido bastante publicitados.

Por ejemplo, la pérdida de soberanía en el manejo de la política monetaria y cambiaria; la imposibilidad de devaluar para subsidiar al exportador, para neutralizar ciclos o para reactivar la producción; la desaparición de las rentas del gobierno generadas en su facultad de conceder crédito y emitir dinero; el deterioro en la capacidad de controlar las tasas de interés; y, el ocaso del Banco Central en su función de prestamista doméstico.

Sin embargo, esos costos temporales tenderían a desaparecer una vez que el atajo haya sido recorrido y pueda sustituirse el dólar con el peso latino, para pasar a cosechar –entre otros- los siguientes beneficios: los mercados de capitales ya no tendrán que ser forzosamente mercados externos; los depósitos en los bancos mantendrán su valor, aún en tiempo de crisis; la tasa de interés dejará de competir con la inflación y con la devaluación, lo cual evitará el permanente deterioro del ahorro y de sueldos y salarios; con el ahorro doméstico ya se podrán financiar los proyectos de inversión regional y no solo los de consumo; los bancos centrales dejarán de funcionar como simples factorías de imprimir dinero y generar inflación; y, se logrará reducir drásticamente nuestra actual dependencia en la deuda externa.

 

Pero el beneficio más trascendental, desde luego, se genera en la meditada esperanza de que la creación del peso latino abrirá de par en par las puertas de la unidad de América Latina.

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