CUANDO EL ALMA ESTA PRESENTE

CUANDO EL ALMA ESTA PRESENTE

Fredy H. Wompner G. (CV)

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CAPITULO 4. EL DESIERTO Y LA TEMPLANZA DEL ALMA

El dolor es inevitable,
el sufrimiento es opcional.
(Dalai Lama)

Los grandes líderes espirituales de la humanidad coinciden en el hecho de que las pruebas y dificultades que enfrentamos en la vida, no solo son responsables del dolor y el sufrimiento que conllevan, sino que además son una fuente importante de fortaleza y sabiduría, por lo que no debiéramos tratar de evitarlas u olvidar rápidamente, sino que por el contrario deberíamos aceptarlas con gratitud e inteligencia, ya que templan nuestro temperamento y fortalecen la expresión de nuestra alma en nuestra vida. Un proverbio chino dice Jamás desesperes aun estando en las mas sombrías aflicciones pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante. Por lo que las pruebas y las tribulaciones no solo nos afligen y atormentan sino que además nos hacen más fuertes, acrecientan nuestra templanza y nos convierten en seres mejores y más evolucionados. Muchas veces mirando retrospectivamente nos damos cuenta de que aquello que parecía gigantesco y sin salida, hoy en día prácticamente carece de importancia y es insignificante; entonces es cuando entendemos lo que quiere decir: ¡Dios si yo alguna vez pierdo la esperanzas, ayúdame a recordar que tus planes son mejores que los míos!.
En este sentido la templanza es aquella virtud cardinal que nos permite permanecer estoica y firmemente frente a las adversidades, superponiendo al dolor, la sobriedad y continencia. Desde la sobriedad se manejan de manera adecuada los recursos, evitando tanto los excesos como las carencias, se obra por consiguiente con moderación y equilibrio, y al mantener el orden en el propio interior, se crean los fundamentos necesarios para la realización del bien. Sin la templanza, el instinto de la propia afirmación que hay en el ser humano rebasaría todas las fronteras y anegaría todo cuanto encontrase en su marcha. Se perdería la orientación y el raudal de energías jamás encontraría el mar de la perfección en que deben desembocar. La templanza no es el caudal, sino la madre del río que canaliza sus ímpetus y entrega la dirección correcta. La lujuria, la gula y los deseos desordenados de placer dan lugar a una ceguera del espíritu que incapacita para ver los bienes del espíritu y quita la fuerza de la voluntad. En cambio, la sobriedad nos hace capaces y nos dispone para la vida espiritual. La persona que no es templada, es indisciplinada, rebelde y débil de una u otra manera; y se nota en su falta de control propio.
La biblia cristiana destaca el valor de la templanza en reiteradas oportunidades. Así en 1 Proverbios 15:32. Se señala que “El que tiene en poco la templanza aborrece su alma, porque la  templanza es la anticipación de la vida dinámica consagrada al cielo”. Esto significa que cualquiera que sea la persona, si desea educar el Alma en la templanza, tiene que amar la corrección y la disciplina. En 1 tesalonicenses 5:6. Se señala “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. No actuemos como sonámbulos; seamos templados viviendo en el conocimiento que tenemos” y por su parte Proverbios 20:5, dice “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre”. A lo anterior se debe agregar que la templanza es uno de los frutos del Espíritu Santo1 , que nos lleva también al valor, el poder, el amor y el dominio propio2 . Esto último pone en un alto relieve la importancia de la templanza del alma en el ser humano, ya que se desprende que es la voluntad de Dios a través del espíritu santo. “Quien me sigue no anda en tinieblas” (Jn., 8, 12), dice el Señor. Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón.
De lo anterior podríamos deducir que las pruebas y las tentaciones son un tipo de oposición espiritual, oposición a nuestra felicidad y a nuestra realización plena, a la gloria de los hijos de Dios. Esta oposición tiene principalmente su origen en este mundo imperfecto en el cual habitamos. Cada creyente se encuentra asediado por la tríada enemiga de la carne, el mundo y el diablo. En muchas ocasiones es imposible saber cuál de los tres enemigos está generando la oposición espiritual que el creyente experimenta en su vida espiritual. La verdad es que los tres se refuerzan y muchas veces actúan de manera concertada.
No obstante lo anterior Dios usa las tentaciones y pruebas para acercarnos a él. Un ejemplo claro de ello es la confesión de Job luego de haber soportado las duras pruebas que le correspondió vivir 3. De esta manera suele ocurrir que nuestras experiencias de adoración mas profundas probablemente ocurran en nuestros días mas oscuros, cuando nuestro corazón esta destrozado, cuando nos sentimos abandonados, o cuando ya no tengamos mas opciones y sólo nos quede recurrir a Dios. Es entonces cuando Dios comienza a desarrollar el fruto del Espíritu en nosotros.
Además, una vez que ya nos hemos dado cuenta del inmenso poder que existe en nuestra alma, nos hacemos conscientes de la necesidad de mantener una rica vida espiritual y de alimentar permanentemente a nuestro espíritu. Por esto las órdenes religiosas suelen practicar también cierta suerte de ejercicios que contribuyen al desarrollo espiritual como son la oración y los retiros. En la antigüedad los profetas de Dios se iban al desierto donde encontraban el silencio y la paz que su alma necesitaba. En estos casos ir al desierto significaba ir en búsqueda de Dios, ya que el desierto no es sólo un lugar físico sino, principalmente, un tiempo privilegiado para el encuentro con Dios.
Los judíos asignaban al tiempo una característica cualitativa, había un tiempo para cada cosa, lo llamaban un "tiempo propicio", en este sentido el desierto es el tiempo propicio para escuchar a Dios, lo que significa una interrupción de la vida cotidiana, para retirarse por un momento para la contemplación y la escucha de lo que Dios nos quiere decir.
Como tiempo para Dios implica una actitud del corazón, capaz de llevarse a la práctica aún en medio del devenir cotidiano, en disposición de búsqueda, escucha y silencio, es una situación personal, es un espacio singular para romper con las ataduras del mundo y adentrarnos en la órbita de lo sagrado, quitándonos las sandalias para acercarnos al Señor. Es también tiempo de gracia porque es don gratuito a Dios, le ofrecemos y entregamos un momento de nuestra vida para que El disponga. Por esta razón el silencio y la desconexión con el mundo que se encuentra en el desierto es un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. En el desierto se purifica uno de la esclavitud de tantos ídolos modernos como el dinero, el poder, la fama, el sexo, etc., y se prepara para llegar al oasis de la tierra prometida.
En el Antiguo Testamento la figura del desierto es recurrente, todos los grandes profetas como Elías, Jeremías, Oseas, Isaías, Moisés, etc.., conocieron el desierto y ahí encontraron a Dios. Mas tarde Juan el Bautista y el mismo Jesús también hicieron del desierto el principio de su ministerio. El pueblo de Israel forjo su temperamento y templo su alma en el desierto, el recuerdo de aquella experiencia quedó profundamente grabado en sus mentes, como enseñanza imborrable para su vida posterior. Son muchos los que consideran que el lugar de nacimiento, de Israel, como Pueblo de Dios, fue en el desierto; Allí habría adquirido una identidad mucho más fuerte que ningún otro pueblo de la tierra, ello en virtud de la elección gratuita de que fue objeto por parte de Yahvé. Se perderían, con el tiempo, algunos detalles, pero los hechos funda mentales, particularmente el Pacto de la Alianza en el Sinaí, así como la actitud rebelde del pueblo y la justicia misericordiosa de Yahvé, serían objeto de reflexión constante e identidad para Israel, lo que llevaría a que en diversos momentos de su historia afloraría la nostalgia del desierto.
Los profetas considerarían la época del desierto como la edad de oro de Israel: "Posesión santa era entonces Israel para Yahvé, primicia de su cosecha" (Jeremías 2,3). El mismo Jeremías comparará aquella época feliz con la de los desposorios, cantando la primera fidelidad de Israel a su Dios: "Recuerdo a tu favor el afecto de tus mocedades, el amor de la época de tus desposorios, cómo me seguiste por e] desierto, por países donde no se siembra" (Jeremias 2,2). Lo que sigue es que el Señor mismo caminará al frente de su pueblo para conducirlo a la Jerusalén nueva. El desierto quebrado se allanará y no será ya más un camino de prueba, sembrado de dificultades. Ya lo señalaba el profeta Isaías "Una voz grita en el desierto: despejad el camino de Yahvé. Enderezad en la estepa una calzada para nuestro Dios.Todo valle se alzará y toda montaña y colina se hundirá, y lo quebrado se convertirá en terreno llano y los cerros en vega. Ciertamente la gloria de Yahvé se manifestará" (Isaías 40,3-5).
También el evangelista Marcos comenzaba su pregón de la buena nueva con la sentencia "Voz de uno que dama en el desierto: preparad el camino del Señor", en referencia a las palabras del vaticinio de Isaías anteriormente citadas4 . Mas adelante agrega "Y se presentó Juan Bautista en el desierto predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados". Y salían todos al desierto para ser bautizados por Juan en el río Jordán. Una vez más la salvación se iniciaba en el desierto. El mismo Jesús después de ser bautizado por Juan se retiro al desierto donde ayuno por 40 días. Periodo que nos recuerda los cuarenta años de travesía de Israel por el desierto. En los dos casos, el desierto serviría como escenario elegido por Dios para la prueba a la que ambos iban a ser sometidos. El autor del libro del Deuteronomio es claro por lo que respecta a Israel: "Recordarás todo el camino que Yahvé, tu Dios, te ha hecho andar estos cuarenta años por el desierto a fin de humillarte, probarte y saber lo que encierra tu corazón..." (Deuteronomio 8,2). Y los tres evangelistas sinópticos son unánimes en afirmar que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás. Podemos, pues, decir que, en toda la tradición bíblica, el desierto tiene un doble sentido que se complementa: Uno, como lugar de elección y otro como medio de purificación, constituyendo ambos la preparación inmediata a la entrada en la Tierra Prometida, en el Reino de Dios.
El desierto es un camino señalado por Dios, por eso quien quiere ser discípulo debe seguir a Dios hacia el desierto, que es donde se revela y muestra tal como es.
La experiencia de Elías nos muestra que la ida al desierto no es fácil ni sencilla. Dios lo prepara pues "el camino será largo para ti" (1 Re. 19, 7). En el desierto Dios no nos abandona, por el contrario nos cuida, nos protege y nos alimenta.
El mismo Jesús atraviesa por esta experiencia. El evangelio de Marcos utiliza una palabra provocadora para revelar la profundidad de esta experiencia:"El Espíritu lo empujó al desierto" (Marcos 1, 12). La vida pública de Jesús nos muestra muchos momentos en los cuales él se retira a lugares desolados, o de madrugada (cuando todos duermen y hay silencio), o a lo alto del monte, para orar y estar a solas con Dios. Tan importante es esta actividad para Jesús que lleva a sus discípulos a participar de esta experiencia. Les enseña a "hacer desierto" en sus vidas.
El desierto es la experiencia que nos hace y re-hace discípulos del Señor. En ella nos dejamos conducir y empujar por su Espíritu, para encontrarnos en la soledad del silencio ante Dios, para que El tenga la iniciativa y nos vuelva a seducir… para que nos hable al corazón y nos infunda su Espíritu para vivir su proyecto5 . Todos podemos hacer un tiempo diario de desierto. Se trata de encontrar un momento para poder hacer silencio interior, olvidar nuestras preocupaciones y alegrías, silenciar nuestra voz para dejarnos acariciar por la presencia del Dios que está junto a nosotros. Basta con buscarse un momento en el día, de mañana bien temprano o cuando todos duermen y durante 10 o mas minutos, silenciarse y repasar todo lo que se has vivido durante el día, dar gracias, pedir fuerzas, ofrecer lo que esta fuera de nuestro control o simplemente caer en un estado de contemplación. Así con el ruido interior silenciado la voz de Dios hablará a nuestro corazón.Después de esto se puede leer el evangelio y orar con la Palabra de Dios.

1 Gálatas 5:23

2 2 Timoteo 1:7

3 Job 42:1-6

4 Marcos 1,3; Isais 40,3

5 Éxodo 36, 26-27.