BELLAS ARTES Y TRINCHERAS CREATIVAS

BELLAS ARTES Y TRINCHERAS CREATIVAS

José Luis Crespo Fajardo. Coordinador (CV)
Universidad de Cuenca (Ecuador)

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Estética y política en el teatro contemporáneo desde Ecuador: Isidro Luna

Cecilia Suárez Moreno

Resumen:
Una nueva incursión del ecuatoriano Isidro Luna (Cuenca, 1950) en la dramaturgia,  denominada con el provocador y controvertido título de “Teatro político” reúne cuatro piezas escritas entre 2011 y 2012, cuyos títulos son: “El gran animal”, “La silla vacía”, “El último presidente” y “Un pueblo llamado desesperación”. Las obras que analizaremos en este texto revelan una voluntad estética por construir deliberada y conscientemente la forma dramática en el teatro tanto como la compleja unidad del hecho estético y el acto político,  en el teatro producido desde el Ecuador actual.

Palabras clave: Ecuador, Isidro Luna, teatro político, estética, política.

* * * * *

1.         2013, julio … septiembre:

            Jóvenes de largas cabelleras, con pantalones rotos de mezclilla, capuchas negras de algodón al estilo del grafitero Banksy;  sus miradas nos interrogan y escrutan hasta la línea de horizonte; chicas vestidas a la moda Street, con uñas pintadas de diversos colores cada una (magenta, azul prusiano, negro, bermellón, etc.) , mini faldas y medias nylon que imitan el tejido de la telaraña; casi todos llevan un tatuaje o varios piercings, ya seaen los párpados o en la nariz; algunos incluso lucen con orgullo un enorme arete de bambú, inserto en los  lóbulos de sus orejas, imitando a los ornamentos de los waoranis o de otros pueblos no contactados de la Amazonia; también asisten algunos profesores, el decano y el propio dramaturgo que, en esta vez, son el mismo; esperamos con ansiedad  la apertura de las puertas de la sala de teatro de la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca, para asistir a la puesta en escena del Ángel Exterminador II de Isidro Luna. (Luna, Teatro, 2010).

            Hace un frío impresionante; es julio; el viento no silba entre los últimos árboles que nos han dejado los depredadores sino que parece que echará al suelo la alambrada que cerca del Campus universitario; pese ello,  el público ha llegado, como lo hace siempre que se pone en escena una obra de teatro en los espacios de la ciudad. Son los habitués de una época especial del teatro en Ecuador, en Cuenca particularmente; son los miembros de una tribu nómada que no faltan a ninguna función o evento; van y vienen, unas veces solos; otras, en manada. Van y vienen del Festival internacional de cine a la Bienal de Cuenca, del Festival de Poesía al de Teatro “Escenarios del Mundo”, o de un concierto de música rock en la Plaza del  Otorongo o en la Plaza del Herrero.

            Los actores que pondrán en escena la obra de Isidro Luna, El Ángel Exterminador II, están a punto de entrar en trance en los camerinos; es un momento de gran  tensión, cada uno de ellos debe interiorizar el papel del personaje que representarán y,  por más soltura que posean, experiencia o pasión por el oficio, aún hay algo de temor: y “si pierdo la memoria en plena obra”, “si el público no llega”, “si soy presa de un súbito calambre”, podrían ser algunas de sus angustias en estos instantes terriblemente eternos (. . .)

            Junto a los camerinos hay un silencio profundo; afuera junto al Cafetino aletea en torno de una lámpara de neón una solitaria mariposa; adentro, aún, no pasa nada.  Sin embargo, alguien baja las gradas, cruza por el pasillo con un gesto de desdén, casi atropella a quienes esperaban de pie en las gradas y se marcha a prisa en su automóvil.

            Antes del inicio, en el vestíbulo,  logramos conversar con el autor de la obra, hablamos sobre la vida y la muerte   –ha fallecido en estos días un gran amigo común: Pepe Serrano, hombre de muchas lecturas, erudito y humanista;  la charla con el dramaturgo bordea los inmensos territorios  del teatro, la literatura, la política y la solidaridad; la influencia que han tenido sobre su vida y su pensamiento las obras de Simone Weil y  Gyorg Lukács.

            Isidro Luna dice que él no lee nada sobre teatro, que sólo “escribe, escribe y escribe”. Sin embargo, alguna explicación requiere su prolífica producción, nutrida por sólidas y  potentes  teorías estéticas y políticas. No encuentro otra que no sea el trato cercano, íntimo, fraterno que mantiene con su alter,  quien es uno de los mejores lectores que conocemos, uno de los mayores  pensadores de estos tiempos y estos márgenes,  que es de aquellos que publican con la seriedad, responsabilidad y prisa, como si el mundo estuviera al borde de la catástrofe o a punto de desaparecer. 

            Es probable que en esto tampoco se equivoque el alter de Isidro Luna,  por lo que no sólo invierte todo el tiempo posible en la tarea que le hace más feliz,  sino que se ha tornado en un referente vivo de todos aquellos que se interesan por la estética, la curaduría, el pensamiento crítico, las nuevas corrientes filosóficas, la epistemología, la ética y la política o lo que queda de ellas; por lo que estoy  segura que le transmite a Luna todo ese rico bagaje que se trans-forma estéticamente en cada uno de sus bellos textos dramáticos. 

            Por fin, luego de una larga espera,  se abren las puertas de la sala y el público compite por hacerse de un asiento y aunque la contienda fue feroz, hubo gente que finalmente contempló la función sentada en el suelo o de pie, apoyada en las paredes.
 
2.         2011-2012, La importancia de la(s) forma(s):

            Esta nueva incursión de Isidro Luna en la dramaturgia,  denominada con el provocador y controvertido título de “Teatro político” reúne cuatro piezas escritas entre 2011 y 2012, cuyos títulos son: “El gran animal”, “La silla vacía”, “El último presidente” y “Un pueblo llamado desesperación”, que dejan una marca evidente de su voluntad estética por construir deliberada y consciente de la forma dramática en el teatro.

            Esta decisión supone un trabajo inmenso en la estructuración de las escenas, la construcción de los personajes, los diálogos, los espacios y tiempos, los actos, las acotaciones, etc. para que generen en el espectador un determinado efecto estético, por ejemplo: que las obras lleguen,  cada una de ellas y todas, con la máxima  claridad y calidad, que se creen atmósferas, que se produzcan empatías con ciertos personajes o una antipatía con otros; todo ello  implica una voluntad de dar forma a una materia informe: el caos, atravesarlo, aunque fuese por breves instantes y ordenarlo;  precisamente de esto se trata el trabajo artístico: dar forma artística a las sensaciones que tenemos de la vida y el mundo, trans-formarlas en arte, en nuevas sensaciones que, a su vez,  enciendan otras emociones que, por su parte también, provoquen  reacciones, reflexiones, relaciones, etc. entre los seres, y lo decían Deleuze y Guattari, en ese lúcido texto escrito a cuatro manos “¿Qué es la filosofía?”

            Los personajes del teatro político de Isidro Luna presentan y representan géneros: hombres/mujeres; clases sociales: burócratas/ profesores universitarios/ lustrabotas/ vendedoras informales/ profesionales/; grupos de poder:  ministros: de Gobierno, Seguridad, del Clima, de la Paz; sus dramas se desarrollan en escenarios simples, con recursos mínimos en cuanto al  vestuario y la escenografía, es decir, sin ningún alarde ni parafernalia; por el contrario, la voluntad estética del dramaturgo es que sean mínimas, sugestivas, sugerentes, jamás grandilocuentes.

            De entre todos los personajes, destaca la Multitud,  como el mismo dramaturgo lo dice en el texto que comentamos: “la multitud como tal es el actor principal” (Luna, Teatro político, 2013)lo que se repite varias veces en diferentes partes de las obras contenidas en el presente volumen.Retomaremos luego, en otro apartado de este mismo texto, esta expresión de una voluntad estética para tratar de explicarla.

            A nuestro juicio,  los textos dramáticos que ahora se publican bajo el título de “Teatro político” constituyen alegorías de un presente dramático,  cuando todo se descompone hasta la desesperación y de un futuro incierto que ni siquiera sabemos si existirá, menos cómo será, pero del que aún atesoramos una cierta esperanza, antes de morir.

            Desde el Romanticismo que provocó un socavamiento de las viejas formas estéticas y propuso nuevas formas de sentir, pensar y crear, pasando por las Vanguardias que combatieron contra todas las formas estables y convencionales del arte y la cultura,  hasta la postmodernidad  que las des-configuró a todas, casi por completo, hemos vivido una larga etapa de relajamiento de las formas en todas las áreas del saber, como ya lo constató Jean François Lyotard en “La posmodernidad, explicada a los niños”. (Lyotard, 1999). 

            La mayoría de las instituciones religiosas, políticas, civiles, militares, públicas y privadas, la familia, la educación, el arte, etc. se han des-figurado en el capitalismo tardío al punto de que, de muchas de ellas, sólo queda su nombre o, lo que es lo mismo, un pálido reflejo de lo que fueron. Algunas se de-formaron tanto que abandonaron su sustantividad, su concepto de res-publicae  para trans-formarse  en feudo del señor de turno que demostraba la propiedad de  “su” territorio,  intentando posicionar su nombre para las próximas elecciones con el presupuesto de la comunidad, lo que comprueba el aserto de Jean Baudrillard en “Memorias cool”, donde dice: “Las democracia occidentales padecen su menopausia”, es decir, ha cesado su capacidad reproductiva. (Baudrillard, 1986).

            Aunque la postmodernidad dure cien o doscientos años más, ya no es sostenible el relajamiento de las formas en el arte, la ética y la política; en el mundo del arte han sido  pulverizadas en nombre del facilismo que las desconoce a todas, de modo que “todo vale”;  en lo segundo,  el relativismo elude definir y distinguir aquello que es bueno y lo que es malo; y por fin, el mundo de la política ha sido colonizado por el marketing,  vaciándolo de contenido, al punto de que su éxito electoral está en proporción directa a la cuantía de las inversiones y al uso levemente creativo de unos cuantos gags que calen en el sentimiento de las masas, “educadas”  por las industrias del espectáculo que insisten en que el pueblo puede consumir cualquier producto sensible, sin importar su calidad estética.

            El polaco Wladyslaw Tatarkiewicz,  uno de los más rigurosos historiadores de las ideas estéticas sostiene que :“Pocos términos han sido tan duraderos como el de forma”,  (Tatarkiewicz, 2010); sin embargo, desde un buen tiempo a esta parte,  ha sido olvidado, descuidado, arrinconado por ciertas corrientes artísticas, con grandes y graves consecuencias para la recepción estética.  

            El origen del término “forma” es  pitagórico -dice el mismo Tatarkiewicz-   probablemente fue desarrollado desde el siglo V a.d.e, cuando se pensaba que la belleza consiste en la proporción simple y bien definida de las partes. Lo corrobora Aristóteles tanto en su “Poética” cuanto en su “Metafísica”, donde escribe: “Entiendo por forma la esencia de cada cosa”;  lo hace también Epicuro en su “Epístola a Herodoto”;                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      la defendió Platón; la forma está presente también en las reflexiones de los estoicos, en las de Cicerón, Vitrubio y Plotino.

            San Agustín desarrolla una antigua idea helénica, dice Tatarkiewicz, cuando sostiene que  “no hay ninguna cosa ordenada que no sea bella” (De vera religione, XLI, 77). El concepto “forma” sobrevivió mil años y se resumió en la Summa Alexandri: “una cosa es bella en el mundo cuando contiene medida, figura y orden (Quaracchi, ed.. II, 103).

            En el siglo XVIII, la supremacía de la forma, entendida como  “la disposición clara y simple de las partes que puede definirse por números” decayó por la influencia del romanticismo. (Tatarkiewicz: 260). No obstante, volvió a surgir con el neoclasicismo de finales de siglo, cuando la Estética es concebida como “la ciencia de la forma”, esto es, de las interrelaciones de los elementos.

            Y, por fin en el siglo XX, concluye Tatarkiewicz, fue Charles Jeanneret, Le Corbusier, quien  vuelve al concepto de forma, aunque utilice una terminología diferente; en vez de aquella,  pensó y escribió sobre “las invariantes”.

            Para no continuar con estas enumeraciones que pueden resultar fatigosas para el lector no interesado en la historia de las ideas estéticas, conviene decir en este punto que, cuando hablamos de una construcción deliberada de la forma en la presente obra de Isidro Luna,  nos referimos a una de las cuestiones medulares de la estética,  de toda obra de arte, en este caso concreto de un drama, porque si éstos carecen de forma, que es lo más frecuente en esta Edad del Relajamiento,  la consecuencia es que la obra no alcanza a captar la atención del espectador o del público, es decir, “no tienen impacto estético” (Tatarkiewicz: 261). Ernest Cassirer está de acuerdo con esta tesis y también la escribió en su momento: “las formas no pueden simplemente imprimirse en nuestras mentes, debemos elaborarlas para poder sentir su belleza.” (El subrayado es nuestro.)

            En las teorías recientes,  el concepto de forma se expresa más bien en el de estructura, tal como lo vemos en los desarrollos teóricos de Umberto Eco, los formalistas rusos, Louis Hjmeslev, especialmente en sus “Prolegómenos a una teoría del Lenguaje”, y más recientemente en la obra de Pierre Bourdieu, obviamente con diferencias, pero este no es el espacio para desarrollarlas.

            En algunas de estas teorías, la forma es un concepto que implica una “estructura estructurante”, en Bourdieu, por ejemplo. Cuando hablamos de formas o estructuras, pensamos en obras de pintura, escultura, drama, poesía, etc.  que se construyen con una determinada estética, que persiguen determinados fines,  pero al mismo tiempo son “estructurantes porque son las estructuras a partir de las cuales se producen los pensamientos, percepciones y acciones del agente”. 

            Las obras dramáticas no están fuera de estas consideraciones, por el contrario,  también requieren de una forma, de una estructura estructurante,  para que lleguen al público y lo  con-muevan; se trata de construir  una forma artística que además sea política, en tanto ingresa en el campo de batalla del reparto de lo sensible, como lo diría Rancière, (Rancière, 2010) para competir por la participación del espectador y que lo alcance hasta el punto de lograr su emancipación, fuera la finalidad estética que fuere: arte por el arte, arte político, arte religioso, etc.

            En las obras que nos ocupan ahora, si no existiese un drama debidamente estructurado,  no habría la posibilidad  de alcanzar la atención del  espectador, de conquistarle para el reparto y disfrute de lo sensible, para su contemplación y hasta para su implicación en la resistencia política, con una voluntad deliberada de romper, aunque fuese por un tiempo limitado, el continuum de la lógica del capital y convertir esta experiencia estética en un “exceso de vida”.

            Isidro Luna lo consigue, al construir con denuedo formas claras, nítidas, “clásicas” –en el sentido hegeliano de las “Lecciones de Estética”-, es decir, al lograr que la forma se corresponda nítidamente con la idea; no hay expresión alguna,  menos el predominio de una subjetividad egocéntrica o  narcisista en las obras que analizamos; más bien, estas  desaparecen por completo para dejar hablar o, aunque solo fueses soñar, a la multitud.

            La construcción de personajes, escenarios, diálogos, situaciones, conflictos, dramas, etc. recibe un tratamiento artístico y político a la vez, que les dota de una forma; su belleza radica en vernos representados a nosotros mismos, en esta época de incertidumbre cuando, por ejemplo, tenemos una “silla vacía” para ocuparla y sin embargo nadie se atreve a hacerlo, pese a que sobran las razones.

            De modo que el espectador emancipado que busca crear la dramaturgia de Isidro Luna podría preguntarse: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no la usamos?  Este es uno de nuestros dramas más profundos, como cuando luchábamos por la libertad y cuando la conseguimos ya no sabíamos qué hacer con ella… o, lo que es peor, nos provocó miedo ejercerla.

3.         1996,  El actor,  la multitud:

            Antes de que concluyera el siglo XIX, Nietzsche ya había escrito sobre la muerte de Dios, con lo que dejó grabado para siempre el malestar de una civilización y una época que padecían el fin de la metafísica y vivían la crisis del racionalismo occidental que  había alcanzado una de sus mayores cotas.

            Más tarde, con las guerras mundiales y uno de los peores momentos de descomposición de la condición humana -simbolizado en los hornos de cremación de los campos de concentración- las cartas de defunción se extendieron al hombre y, por supuesto, una de sus consecuencias fue la muerte del autor.

            Paralelamente al desarrollo de procesos  tan significativos que coagularon en la caída del muro de Berlín, la disolución de la URSS, las guerras civiles en algunas de las “democracias”  de Europa del Este, la desconfianza completa en los caminos autoritarios que impusieron  los socialismos reales, la existencia del partido único,  la vanguardia proletaria de la revolución, etc.  surgió un discurso que anunció el fin de la historia, de las ideologías, de la lucha de clases,  de la dialéctica, de la superación de las diferencias ideológicas entre derechas e izquierdas,  la muerte del sujeto, etc.

            Un generalizado nihilismo y escepticismo bloquearon las respuestas políticas, éticas y estéticas que se silenciaron hasta bastante entrado el siglo XXI.

             De modo que nos preguntábamos entonces ¿Quién puede ser el nuevo sujeto revolucionario? ¿Dónde está el sujeto? Imposible olvidar  a Francis Fukuyama y todo el tsunami político que provocó su discurso desde finales de los años ochenta incluso hasta nuestros días. Ergo, el proletariado, como sujeto de la historia, ya no existe más; se había convertido en una acomodada  burocracia del estado socialista real o tomó otra características como fruto del tránsito del modelo fordista al postfordista. Después de esto, solo el apocalipsis;  nada puede esperar la humanidad que no sea un capitalismo tardío, eterno, triunfante y además globalizado.

            Sin embargo, no todo es tan sórdido; se han alzado voces de la resistencia como la de Toni Negri que  ha valorizado el potencial político de la multitud  -donde estamos todos los dominados por el sistema-  en el escenario del imperio global del capital, que con su sola presencia en la calle o en las redes es un auténtico desafío al orden impuesto, al bio poder que nos domina con formas extremas de pautaje,  gestión de la población y el territorio que no dejan intersticio libre a su control total.

            Isidro Luna recrea artísticamente  esta tesis sobre el poder político de la multitud en el presente texto y hace de ella el personaje por excelencia, el sujeto de quien se debe y se puede esperar algo, si aún esperamos algo.

            De suerte que en este contexto solo la multitud, anónima, múltiple, diversa, de la que todos somos parte, puede convertirse, en momentos especiales, en acontecimientos deslumbrantes, la única capaz de enfrentar al monstruo poderoso;  ella –la multitud- puede librar batallas contra el gran animal del capital y ojalá en una mañana maravillosa,  llena de sol, todos declararemos, como en Fuente Ovejuna, todos a una: “se cayó el sistema”.

            En esta dimensión de la obra de Luna,  es importante destacar también su actitud ética,  vivazmente esperanzadora; ese día tiene que llegar, está llegando; no es posible que el ser humano desaparezca sin haberse liberado, parece decirnos entre líneas, en gesto gnóstico.

4.         2001 Estética y política:

Las últimas décadas son testigos de la  gran revolución científico-técnica que ha transformado la vida humana sobre la tierra; el uso masificado de la tecnologías no ha tenido solo aplicaciones positivas, lo que tuvo que  haber ocurrido para liberar tiempo humano y permitir el acceso de todos a la contemplación, al disfrute y al ocio creativo;  desgraciadamente, ha ocurrido todo lo contrario, a despecho del proyecto emancipador de Marx que pensó que la finalidad de ese tiempo libre debía ser el ejercicio del ocio creativo, lo que liberará al hombre de su alienación y potenciará sus mejores valores y virtudes, como lo escribió en sus Manuscritos económico- filosóficos de 1844.

            De modo que no sólo  que no se liberó ese tiempo humano sino que la tecnología ha sido utilizada por el poder para ejercer controlsobre la población y el territorio, -desde el aparentemente simple ingreso/salida del personal a su jornada de  trabajo hasta el empleo de las cámaras de vigilancia en hospitales, aulas, vías, vehículos etc. que sirven tanto para el control de la delincuencia como de la “eficacia” del trabajador, lo que nos convierte a todos en habitantes del  nuevo Auswicz, ya que  en nombre del control de la delincuencia ahora se justifica la “gestión del talento humano”.

            Guy Debord sostiene que “la aparición de la dominación espectacular constituye una transformación social tan profunda que ha cambiado radicalmente el arte de gobernar” (Debord: 107). En la sociedad del espectáculo una parte fundamental de la dominación se ejerce desde las industrias del espectáculo: televisión, cine, edición, producción discográfica, que se han convertido junto con la Mafia en  “las empresas comerciales (más) avanzadas” (Debord, 1990).

            Estamos pues en la Edad del “discurso global del espectáculo” que se extiende por todos los confines del planeta; goza de unos poderes inéditos y totales, al punto de que modela conciencias, gustos, lenguajes, verbales, no verbales y hasta artísticos.

            ¿En este escenario existe alguna forma de resistir (se)? ¿Hay alguna forma estética que podría enfrentar ese discurso global del espectáculo, si aún queda alguna? ¿Qué posibilidad tienen hoy las artes de abrir una grieta –por delgada que fuese- no para derrotar al poder total, omnímodo, invisible, ubicuo  -porque ello es imposible desde el arte-  sino tan solo para intentar confrontar a la condición humana consigo misma? 

            Isidro Luna elige escribir su obra dramática desde una estética que potencia los “excesos de vida” que se convierten en acontecimientos poderosos capaces de producir esas fisuras en las porosas mallas del poder.  Colocar a la vida humana frente a su propia imagen,  cada vez más sórdida, absurda, y, por todo ello, increíble. ¿Es posible oponer a la falacia la verdad? ¿Al engaño y al desengaño, alguna  esperanza? ¿Existe alguna posibilidad emancipadora que quiebre la impostura, el desconcierto y el miedo? ¿Puede el drama tornarse en una suerte de espejo cóncavo que nos permita apreciar la hondura de nuestra estupidez, el abismo de la infinita banalidad a la que hemos descendido? ¿Qué forma estética puede ser esa? ¿Por qué el drama puede ofrecernos este momento estético y político a la vez?

            Quizás el mayor legado que recibimos de  Deleuze y Foucault fueron los dos últimos textos que escribieron antes de morir y que paradójicamente trabajan el concepto de vida. Tanto ellos como a partir de ellos: Antonio Negri, Slavoj Zizek o Giorgio Agamben se han preguntado  “¿Cómo deshacer los mecanismos de inscripción y control de lo vivo, cómo resistir a ese poder que, reclamándose defensor de los cuerpos y las poblaciones, los sujeta a mecanismo violentamente normalizadores, los codifica bajo el signo del capital y la productividad, legitimando así las violencias y los genocidios más atroces?” (Deleuze, Foucault, Negri, Zizek, Agamben, 2007)

            Lejos, muy lejos de la función didáctica del teatro, bien sea la que promueven un Bertolt Brecht o algunos autos sacramentales del Siglo de Oro español, el teatro político de Isidro Luna desafía al poder con la creación de espacios dramáticos  excedentarios que, al resistir y resistirse a la lógica del capital porque nos afirman  como seres sensibles, sintientes, capaces de mirar la realidad de otra forma, contrapuntear con el consenso que nos impone la falaz sociedad del espectáculo o la sociedad del simulacro;  por tanto, para Luna se trata de enfrentarse en el mismo terreno –el del espectáculo- y producir otras formas estéticas, capaces de convocar a unas prácticas de autonomía para sentir, pensar, actuar y crear otros formas de vida, distintas de la actual, acercándose al drama presente, no para ignorarlo sino para mirarlo de manera crítica.

            Se trata de una batalla en el mismo campo, con las mismas armas, pero con fines radicalmente opuestos, o, como lo escribe Roca Jusmet a partir de su lectura de Jacques Rancière:

“Las prácticas artísticas son maneras de hacer  la política del arte  y consiste en romper los consensos en la construcción de paisajes sensibles y maneras de percibir. Se trata de construir cosas nuevas, de romper el consenso y abrir nuevas posibilidades y capacidades desde la igualdad. Rancière analiza el cine, la fotografía, el teatro y el video a través de ejemplos concretos que nos permiten visualizar su discurso, muy denso conceptualmente y con una retórica a veces difícil. Reivindica una vez más el desacuerdo, ya que el consenso introduce una manera falsa de solucionar antagonismos irresolubles a partir de la negociación y el arbitraje. Al mismo tiempo homogeneiza discursos que son radicalmente heterogéneos. Ahora bien, plantea Rancière, hay dos cosas que no debemos olvidar. La primera es que no podemos intentar llevar al arte al mundo real, porque éste sencillamente no existe. Nos movemos, en el arte y fuera de él, en construcciones en el espacio, con unos cuerpos que ven, sienten y actúan de una determinada manera.” (Jusmet, 2013)

            ¿Qué es entonces la política hoy? ¿Qué relación mantiene con la estética? ¿Es posible una política de la estética? Queda demostrado no sólo su posibilidad sino su construcción deliberada y lograda en la en la obra de Isidro Luna; hoy, más que nunca, es necesaria una estética política que además se la ejerza desde una posición ética. El mismo Jacques Rancière en la primera de sus 11 tesis sobre la política sostiene que: 

“La política no es el ejercicio del poder. Debe ser definida por sí misma, como una modalidad específica de la acción, llevada a la práctica por un tipo particular de sujeto, y derivando de una clase de racionalidad específica. Es la relación política la que hace posible concebir al sujeto político, no a la inversa” (Rancière, 2010)

Trabajos citados:

Baudrillard, J. (1986). Memorias cool. Barcelona: Anagrama.
Debord, G. (1990). Comentarios sobre la sociedad del espectàculo. Barcelona: Anagrama.
Deleuze, Foucault, Negri, Zizek, Agamben. (2007). Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires: Paidós.
Jusmet, R. (15 de septiembre de 2013). rebelion.org. Obtenido de erbelion.org: http://www.rebelion.org
Luna, I. (2010). Teatro. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Luna, I. (2013). Teatro político. Cuenca: Universidad de Cuenca.
Luna, I. (2013). Teatro polìtico. Cuenca: Universidad de Cuenca.
Lyotard, J. F. (1999). La postmodernidad (explicada a los niños). Barcelona: Gedisa.
Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial.
Tatarkiewicz, W. (2010). Historia de seis ideas: arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética. Madrid: Tecnos/Alianza.