CUESTIONES

Francisco Javier Contreras H.

CUANDO LLEGÓ UN NUEVO PARTIDO AL PODER…

Cuando llegó un nuevo partido al poder, allá en el rancho, todos estábamos muy contentos porque creíamos que muchas cosas se iban a componer. La ilusión nos hacía verlos hasta más bonitos. Pero luego luego nos dimos cuenta que ellos no sabían que éramos un pueblo de leyes y que en una sociedad moderna son muy importantes las instituciones; ellos creían, tal vez honestamente, que sólo era necesario tener buenas intenciones y que con eso el rancho caminaría bien. Y sí, en algunos ranchos vecinos algunas cosas mejoraron notablemente, sobretodo en los menos poblados.
Pero donde primero empezaron a enseñar el cobre los recién llegados, fue en las altas burocracias estatales. Si, como les cuento. Se metieron en la jugada una bola de ilusos que soñaban que eran la alta nobleza del reino. Que desde pequeños habían oído que sus familias eran de lo “más distinguido” de aquella sociedad, que ellos eran “la gente decente”, y que los otros, sus sirvientas, sus trabajadores y la inmensa mayoría de la población, eran unos pobres desvalidos que necesitaban urgentemente de su salvador auxilio, que sin ellos, que eran la “gente buena”,  aquellos pobres estarían perdidos.
Y ahí tienen pues, que se nos fueron colando en los altos puestos toda esta caterva de hombres de notable linaje, que habían estudiado en encumbradas escuelas, y que sabían todo, menos que ya éramos una república, que nos regíamos por leyes y que teníamos instituciones sociales, que aunque de caminar defectuoso, nos dejaban mejor parados en la vida con ellas que sin ellas. Resultó pues de repente, que tuvimos jefes que aunque al tomar el alto puesto “protestaron cumplir y hacer cumplir la Constitución y todas las leyes que de ella emanen”, en su fuero interno, creían que aquello de las leyes sólo se aplicaba para los otros, que era de a mentiritas, como cuando los niños juegan a ser adultos; como cuando dicen: “que yo te mataba ¿eh?” y “que te morías ¿eh?”.
Si pues. Ni se molestaron en conocer la ley que habían “protestado” cumplir y hacer cumplir. Como que dijeron: para qué, con que yo gobierne bien es suficiente,  Y ¿qué era bien? Pues como yo piense que está bien, ¿qué preguntitas…?
Y así, tuvimos ministros que ni siquiera podían distinguir una ceremonia, de una reunión de trabajo. Así merito como les estoy platicando. Tuvimos más de un ministro estatal que vino a la región en una visita largamente anunciada, en la que se convocó a presidentes municipales y toda la plana mayor de las distintas burocracias, y todos se trajeron su montón de papeles bajo el brazo con miles de peticiones para que el “señor” supiera de sus necesidades, y le trajeron montón de regalitos con lo mejor de las  artesanías de su lugar, con aquella vana ilusión del débil de ganarse la buena voluntad del poderoso y que le remediara “sus necesidades”
Y ahí tienen pues que la gente viene a una reunión de trabajo donde darán a conocer y se solucionará lo que falta en su área, y el señorón, que viene flotando en una nube de halagos y que vienen con la ilusión de que le besen la mano y le hagan caravanas. Por principio de cuentas, aquel trae un jefe de protocolo que cuida todos los detalles de la pomposa ceremonia. Que si flores aquí y más allá y precisamente de esta o aquella forma. Que si acomodados los lugares en el presídium en este preciso orden. Que si se invitó a las cabezas estatales de tales y tales dependencias. Que si va a haber un maestro de ceremonias bien peinadito. ¡Ah¡,  y que haya una buena banda de guerra para los honores a la bandera, y ni que hablar de la escolta, que sea de las buenas, bien uniformados y parejitos en su caminar, ¿eh?.
¡Y empezaron los discursos! Y todos tenían que decir cosas de enorme trascendencia histórica, como que ¡qué bien hace usted las cosas, señor ministro! ¡Si no hubiera sido por su afortunada llegada al poder, ya se nos hubiera ladeado la carreta! Y cosas así por el estilo de sesudas. Para cuando les llegó el turno a los presidentes municipales de leer sus “peticiones”, ya todo mundo estaba hasta las cachas de oír tarugadas, pero leyeron puntuales sus pergaminos, porque a eso venían. Y por fin remata el alto jerarca respondiendo con una sola respuesta válida para todos: que él ya sabía lo que les faltaba porque su eficientísimo servicio burocrático tenía al día la información, sólo que no lo había solucionado porque no ajustaba el presupuesto.
En aquel momento todos se dan un golpe en la frente y se preguntan: ¿y entonces, para qué fue la reunión? ¿Para qué descuidar sus municipios? ¿Para qué gastar un día de trabajo del presidente, uno o más regidores y dos o tres funcionarios locales, y ello de cada municipio, y todo ello para ir a informar algo que ya se sabía y todo ello para no conseguir ninguna respuesta?
Si contamos los gastos propios de la ceremonia, como comida, flores y detallitos, si contamos el número de “altos” funcionarios, entre estatales y municipales que estuvieron presentes; si sumamos sus sueldos, si tomamos en cuenta que a todos se les pagó el día, más viáticos y gasolinas; si tomamos en cuenta que todos debería haber estado en sus respectivas oficinas atendiendo urgentes asuntos que los requerían y que ese día ya no se atendieron; si contamos el tiempo que infinidad de ciudadanos perdieron en visitas a oficinas que lo único que lograron con su día perdido fue la respuesta “que no se puede resolver su asunto porque el jefe no está y es el único que puede firmar” y ¿todo ello porqué? Porque el jefecito estatal quería darse una vuelta por sus dominios, quería que le besaran la mano, que le hicieran caravanas y le dijeran “salve oh gran Señor”, quería que le dijeran discursos, que “qué bonito está usted”.
Y todo eso pasó porque este tonto de capirote no sabía que él era un servidor de hombres libres, la cabeza de una república, y que lo habían puesto esperanzados en que compusiera las cosas. Todo porque éste no sabía que su puesto era más semejante al de un gerente o un director de orquesta. Que tenía resultados que dar ante la sociedad. Que tenía que hacer que funcionara la maquinaria administrativa para aplicar la ley. Que él no era un reyecito sino un ejecutivo. Que tenía el volante del vehículo en la mano y que todos esperaban que lo condujera sabiamente hacia un mejor destino y no de cualquier modo sino de uno claramente especificado de antemano en la ley. Y el tipo que soñó que ganó el puesto de “reina de la primavera”… pa estar nomás de adorno… y pa que le aplaudieran al pasar.
¡Y tantas esperanzas que tuvimos con el cambio de partido en el poder! ¡Y pensar que la ilusión sólo nos duró lo que tardó en pasar la campaña! ¡Y tanto que pensamos que ahora si íbamos a mejorar! ¡Y pensar que ni siquiera sabían de qué se trataba eso de gobernar¡

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