UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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4.6. LAS TEORÍAS ECONÓMICAS INSTITUCIONALES

El complejo juego de interrelación entre el stock de conocimiento, las instituciones y los factores demográficos es lo que da forma al proceso de cambio económico (North, 2005).
Tanto las teorías que exponemos a continuación como la del siguiente apartado (del capital social), son grupos de teorías que otorgan especial relevancia a las instituciones en uno u otro grado, como se irá describiendo en adelante. En puridad, se consideran teorías institucionales aquellas que coinciden en destacar la importancia de las instituciones para explicar el desempeño de toda economía (Caballero, 2004).
La definición citada plantea inmediatamente la necesidad de otra: qué son instituciones en sentido económico. Las instituciones constituyen un ámbito en el que se desenvuelven las conductas sociales, y por ende la economía, como construcción social que es. Toda actividad humana implica una estructura que define “cómo se juega ese juego”, sea un deporte o el funcionamiento de una economía. Esta estructura está compuesta de instituciones (reglas formales, normas informales, y las características de su aplicabilidad) (North, 2005). Para otros autores, además de lo anterior, las instituciones son también aquellas organizaciones que generan esas reglas de comportamiento, que inducen procesos de socialización e influyen en el conjunto de creencias que incide en las transacciones (Greif, 2001). Las instituciones son así, para unos, “interacciones regularizadas”, las “reglas del juego en una sociedad”, las “condiciones diseñadas por las personas humanas que dan forma a la interacción humana” (North, 1993 b); pero además, para otros autores son las estructuras de gobierno que controlan a los jugadores (Nelson y Sampat, 2001). Las definiciones oscilan, pues, entre dos extremos. Por un lado, se encuentran las posiciones que podríamos más “amplias”, que definen las instituciones como creencias y también como estructuras (o sea, formas organizadas que muchas veces adquieren incluso personalidad jurídica propia, como por ejemplo un ayuntamiento), y que existen precisamente para asegurar que las reglas sean obedecidas por todos (Hayek, (1945) cit. por Lozano, 1999). Por otro lado, existen aquellas otras posturas que en una línea mas “normativa”, las conciben exclusivamente como normas o reglas del juego. Para North (1993b), es inaceptable no hacer la distinción entre instituciones y organismos (públicos, económicos, sociales y educativos), y defiende que si bien actúan en una fuerte interacción (los organismos son en su visión precisamente los agentes del cambio institucional), se trata de dos cosas clarmente diferentes. En cambio, para la escuela del Análisis Institucional Histórico y Comparativo (AIHC), las instituciones son restricciones no tecnológicas de la interacción humana, formadas por dos elementos interrelacionados: las creencias culturales y las organizaciones (Greif, 1994). Para Aoki no es correcta la forma que tienen autores cono North de entender las instituciones únicamente como reglas del juego y dar importancia secundaria a instituciones de orden privado como las formas organizacionales (Aoki, 1996, cit. por Caballero, 2004). Entrando en un debate diferente, otros distinguen entre instituciones públicas y privadas (Brousseau et al., 2004).    
La diversidad de matices conduce a algunos a pensar que estamos atascados con el término, que se encuentra, según quien lo use, a profundidades causales diferentes (...), como una pauta estandarizada de comportamiento, como reglas, normas o estructuras de gobierno particulares que parecen regular ese comportamiento, y otros más las definen como el contexto social y cultural más amplio en donde las reglas y formas organizativas particulares toman forma. Si bien es evidente que el mismo término se usa para definir diferentes clases de cosas, lo cual da lugar a un cierto problema de coherencia, parece razonable aceptar el consejo de los autores cuando recomiendan que si los economistas y otros científicos sociales usamos el término, entendemos el problema y definimos las instituciones en forma coherente y clara en un análisis particular, no hay razón para que la diversidad de usos sea un problema grave (Nelson y Sampat, 2001).         
Aceptando este consejo, en este libro utilizo de manera habitual el término instituciones definido, de forma flexible, como “las reglas sociales que regulan las interacciones económicas, y sus estructuras organizativas, tanto públicas como privadas”. Por ello, me servirá indistintamente para hablar de normas o convenciones y para hablar de fundaciones, aunque intentaré precisar en aquellos casos en que pudiese causar confusión a qué tipo de institución me refiero. Creo que es más honesto y práctico proceder así, y mejor que optar por una definición de un autor concreto que limitaría el desarrollo de este tema por razones puramente semánticas.
El término “economía institucional” fue acuñado por Walton Hamilton en una reunión de la American Economic Association en 1918. El institucionalismo dominó la teoría económica norteamericana hasta los años 1940, y entre esa fecha y 1975, la doctrina mayoritaria rechazó el estudio de las instituciones. En general, las teorías institucionales se caracterizan por los siguientes aspectos (Hodgson, 2008):

  • son teorías que no se definen en términos de propuesta de políticas económicas,
  • usan extensamente ideas y datos de otras disciplinas tales como la psicología, la antropología o la sociología, para lograr desarrollar un análisis más rico acerca de las instituciones y el comportamiento humano;  
  • las instituciones son el elemento central de la economía, y por ello es fundamental el estudio de su preservación y de su transformación;
  • la economía es un sistema abierto y evolutivo, situado en un entorno natural, afectado por cambios tecnológicos, e incrustado en un conjunto más amplio de relaciones sociales, culturales y políticas;
  • la idea de agentes individuales que maximizan su utilidad se contempla como inadecuada o errónea. Los individuos están afectados por sus situaciones institucionales y culturales. Como dice Samuel Bowles, los modelos económicos cuyas dramatis personae son simplemente individuos idénticos que se ajustan a los axiomas del egoísmo del Homo economicus son poco clarificadores. Los modelos adecuados deben tener en cuenta que (...) las personas son heterogéneas y versátiles, y como resultado de ello pequeñas diferencias en las instituciones pueden producir grandes diferencias en los resultados (Bowles, 2004).     

Es necesario distinguir entre las diferentes teorías económicas institucionales. Todas ellas se alejan de la corriente predominante (neoclásica), reivindican el aspecto histórico de la economía, e intentan enriquecer o alejarse de las austeras presunciones acerca del comportamiento humano que se contienen en las interpretaciones neoclásicas estándar (Nelson, 2005). Existen lo que podrían llamarse “institucionalistas neoclásicos”, como Eggertsson, que intentan avanzar sobre la comprensión de la acción humana en una lectura avanzada del pensamiento neoclásico; otros que defienden que los sistemas de creencias y las preferencias deben explicarse, no simplemente darlos por hechos, como Hodgson; hay institucionalismo de “elección racional”, de tipo más “historicista”, la corriente de la “nueva economía institucional”, y como hemos visto, los que interpretan  las instituciones más como reglas del juego, como Coase, otros como estructuras de gobernanza, como Williamson, o que centran su interés en las estructuras que inducen y gobiernan la toma de decisiones colectiva, como Hall y Taylor. Esta diversidad origina en que existe una clara variedad de diferentes tradiciones de análisis institucional en economía, posicionadas bien en torno a la americana tradicional de Commons, o bien alrededor de la austriaca clásica de Veblen o Hayek (Nelson, 2005).       
Para resultar más efectivos, podemos afirmar que se distinguen fundamentalmente tres escuelas en la actualidad (Caballero, 2004), a las que podemos sumar, como veremos, la corriente socioeconómica.
A. El institucionalismo económico tradicional, la teoría económica evolutiva, y la escuela austríaca moderna: tienen un enfoque holista o sistémico de la economía, y la conciben como un sistema abierto y dinámico, donde la noción de proceso es más importante que la de equilibrio (rechazan la cláusula de ceteris paribus), incluyendo dos grandes líneas de investigación: una asociada a Veblen y Ayres, que subraya el papel de las instituciones y la tecnología; y otra segunda a Commons, con énfasis en la ley, la propiedad privada y las organizaciones. Ha dado lugar a muchas variantes, representadas por autores como Galbraith o Myrdal. Entre las corrientes contemporáneas más relevantes que beben en estas fuentes se encuentran la escuela austriaca (Hayek), los autores que dan mucha importancia a los aportes de las demás ciencias sociales y a las relaciones de poder (Polanyi), y la economía evolutiva, que recoge el legado de Schumpeter e intenta aplicar principios de la biología evolutiva al análisis económico, y es posiblemente la variante, junto con la escuela austriaca, actualmente más en boga.
Antes de que las teorías neoclásicas ganasen su posición preponderante en la ciencia económica, una parte importante del análisis económico era evolutivo e institucional, y así se comprueba en los escritos de Smith, Marx o Marshall (Nelson, 2002). Veblen fue uno de los primeros en importar al interior de las ciencias sociales los principios evolutivos de Charles Darwin. Las ideas evolucionarias serían luego desarrolladas por Schumpeter, Hayek y otros. El renacimiento de la economía evolutiva en el último cuarto del S. XX se ha basado en buena parte en el trabajo de Richard Nelson y de Sidney Winter (Hodgson, 2007), y ha sido continuado por autores como Storper (Barnes, 1999).
Como es previsible, a pesar de ser prima hermana de la teoría económica neoinstitucional, la teoría económica evolutiva señala las limitaciones de aquella: la explicación de la emergencia de las instituciones sobre la base de un grupo de individuos individuales que operan inicialmente en un entorno sin instituciones parece a los evolutivos incompleta, en especial en lo que se refiere a la conceptualización misma de ese cierto estado natural a-institucional del que se supone que emergen las instituciones. Para ellos se requiere una teoría de un proceso, de desarrollo y de aprendizaje, en un proyecto institucionalista reformulado que presta especial atención a la evolución de las instituciones (Hodgson, 2007).
En lo que afecta a su visión del desarrollo, la percepción de muchos institucionalistas evolutivos es que la competitividad de una región reside en su habilidad de mejorar su base económica, creando nuevas actividades para contrarrestar los procesos de destrucción de  actividades, que son procesos inevitables, históricamente registrados. Las regiones acumulan diferentes entornos institucionales a lo largo de los años, que actúan como mecanismos de incentivo y de selección. Las instituciones no sólo afectan a las relaciones entre los agentes económicos, sino que condicionan la propia capacidad de esa región para mejorar, transformar o reestructurar las propias instituciones específicas, en la forma requerida para el desarrollo de nuevas actividades económicas (Boschma, 2004). Para algunos autores, la línea seguida por Hodgson y Mirowski es la que más fielmente ha seguido el camino trazado por Veblen (Barnes, 1999).
La escuela austríaca es actualmente uno de los bloques de pensamiento diferenciados del enfoque neoclásico más consistentes desde el punto de vista teórico. Existe un  gran número de elementos que diferencian esencialmente ambos enfoques, y que para no desbordar los márgenes de este libro se reflejan en oposiciones, refiridas a los paradigmas esenciales que componen estas dos grandes escuelas:
Será fácil apreciar la influencia del pensamiento de la escuela austriaca en el marco teórico que utilizo en esta investigación, tanto en lo referido a elementos constitutivos, como a su forma de proceso, alejada de los modelos de equilibrio de inspiración neoclásica.  
B. La nueva economía institucional (NEI): su visión es más afín con la escuela neoclásica que con la del primer institucionalismo (Toboso, 1997, cit por Caballero, 2004). La NEI modifica algunos supuestos de la doctrina neoclásica, conservando los de escasez y competencia, acoge el método de la microeconomía, con otra concepción de racionalidad, y añade la dimensión del tiempo (North, 1994). El marco teórico de la NEI combina la noción de Coase acerca de los costos de transacción con la de North acerca de las instituciones. Este último autor, especialmente en su obra de 1990 Institutions, institutional change and economic performance (North, 1993b), desarrolla la noción de dependencia de la trayectoria: en el proceso de cambio institucional halla rendimientos crecientes y mercados imperfectos con altos costos de transacción. En estas circunstancias, las externalidades de red, los procesos de aprendizaje y los modelos mentales subjetivos de los agentes - cuya evolución depende de la historia - refuerzan la dirección de la  trayectoria. En los últimos tiempos, la NEI tiende a acercarse a las explicaciones evolutivas del cambio institucional, en particular al primer institucionalismo y a la economía evolutiva (Caballero, 2004). Una parte importante de mis argumentos teóricos en torno al papel de las instituciones en el desarrollo económico se construyen sobre la base de la obra de Douglass North, por lo que no me extenderé mucho más en este punto.
La NEI y las teorías evolutivas tienen fuentes diversas, y su orientación focal también es diferente: la primera está centrada en los factores que moldean la interacción humana, dentro de las organizaciones y entre ellas; las segundas están bastante focalizadas en los procesos de avance tecnológico. Con todo, los últimos avances parece que están acercando ambas corrientes, y autores como North están progresivamente adoptando una perspectiva más evolutiva acerca de la creación y cambio de las instituciones. Además, ambos campos comparten opinión en lo esencial: que la acción y la interacción humanas deberían entenderse como el resultado de hábitos compartidos de actuación y pensamiento (Nelson, 2002). En esta misma línea de partida se sitúa la tercera vertiente de las actuales teorías institucionales.       
C. El Análisis Institucional Histórico y Comparativo (AIHC), liderado por autores como Masahiko Aoki y Avner Greif, rechaza el enfoque deductivo neoclásico y recurre en el estudio de las instituciones a la teoría de juegos, a la comparación de situaciones institucionales y al estudio paralelo de contextos históricos distintos, intentando construir modelos explícitos que capten la esencia de los problemas (Caballero, 2004). Incluye dos líneas de trabajo principales que estudian el efecto del aprendizaje y la internalización a través del proceso evolutivo sobre las reglas relevantes, y por otro lado el impacto de las interacciones estratégicas y de los rasgos culturales endógenos y exógenos sobre las reglas generales (Caballero, 2004).
Este programa de investigación, nucleado fundamentalmente en la Universidad de Stanford, es histórico porque intenta explicar el papel de la historia en la aparición y evolución de las instituciones; comparativo, porque intenta extraer lecciones a través de estudios comparativos en el tiempo y el espacio. Es, finalmente, analítico porque recurre a modelos micro específicos al contexto para el análisis empírico (Greif, 1998, cit. por Caballero, 2004). El AIHC concibe a las instituciones como restricciones no tecnológicas de la interacción humana, formadas por dos elementos: las creencias culturales y las organizaciones (Greif, 1994). Da especial importancia a los modelos teóricos de la realidad económica, y una condición indispensable de los mismos es una base empírica consistente y minuciosa. Este énfasis en los modelos y en el rigor empírico-histórico lo diferencia de la NEI que, sin descuidarlos, no destaca estos dos aspectos. 
D. La Sociología Económica: Ésta es una variante más del institucionalismo contemporáneo, a veces llamada también teorías socioeconómicas, que han experimentado desde principios de los años 1980 un verdadero renacimiento. Un catalizador esencial de ello fue el trabajo de Granovetter (1985) sobre “social embeddedness” o imbricación social, una idea que adquirió de Polanyi, que en su libro The great transformation defendió que las economías a lo largo de la historia y hasta el capitalismo se han visto embebidas en una estructura social y cultural. A partir del capitalismo, el mercado se habría desimbricado de tal estructura creando todo tipo de problemas. Gravenotter defiende que toda acción (también económica) ocurre incrustada en un sistema dinámico de relaciones y redes sociales: por lo tanto, se rechaza el comportamiento humano movido esencialmente por la racionalidad, dado el peso de la tradición, los precedentes históricos, los intereses de clase y de género, y otros factores sociales. Igual que la acción humana está embebida  o incrustada en un marco institucional, también lo están los mercados (Barnes, 1999); este hecho abriría las puertas a una posible manipulación institucional que permitiría conseguir determinados objetivos sociales o geográficos.