UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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CAPÍTULO 3. REDES Y CREACIÓN DE EMPRESAS

3.1. REDES Y AGRUPAMIENTOS DE EMPRESAS. TEORÍA DE REDES Y DE LA COMPLEJIDAD

En el contexto explicado en el capítulo anterior, una red es “el sistema de relaciones y/o contactos que vinculan a las empresas y actores entre sí, cuyo contenido puede referirse a bienes materiales, información o tecnología (...) con los rasgos siguientes:
- En primer lugar, una red hace referencia a transacciones dentro de un contexto de reciprocidad.
- En segundo lugar, se trataría de relaciones de interdependencia entre los actores o empresas.
- Además, la red se refiere a un sistema de inter-conexiones múltiples y de respuestas y reacciones de las empresas y actores.
- La red se caracteriza por un conjunto de vínculos débiles cuya interrelación imprime fortaleza a la red apoyándose en el acceso a la información, el aprendizaje interactivo y la difusión de la innovación.
- Por último, las relaciones entre las empresas y actores pueden ser asimétricas, de carácter jerárquico, convirtiéndose el poder en un elemento del funcionamiento de la red.” (Vázquez, 1999).
Desde la perspectiva territorial del desarrollo, las redes empresariales están “formadas por actores (las empresas, localizadas en un territorio), por los recursos (humanos, naturales, las infraestructuras), por actividades económicas (de carácter productivo, comercial, técnico, financiero, asistencial) y sus relaciones (interdependencia e intercambios)” (Brunet y Böcker, 2007).
Si aceptamos que las empresas, y otras organizaciones públicas y privadas, son agentes principales del desarrollo económico local como generadoras de riqueza y empleo, es fundamental para nosotros determinar cuál es el papel de las redes, en su función de canales por los que fluyen el conocimiento y la innovación, favoreciendo la creación, el crecimiento y la competitividad de las empresas, y estudiar más adelante cómo influyen las instituciones en la dinámica de estos flujos.   
Como aclaración previa, es importante mencionar que concentraré la atención en las redes físicas y virtuales (incluyendo las sociales) que sirven para transportar información, si bien soy plenamente consciente, y merece la pena reivindicarlo aquí, de la relevancia de las redes de transporte y comunicación destinadas al tráfico de personas y mercancías. Estas redes primarias han posibilitado en ciertos momentos históricos, junto con las tecnologías adecuadas y un entorno institucional favorable (incluido el financiero), los mayores avances registrados por el hombre y por su sistema económico desde el inicio de los tiempos modernos, también en la antigüedad, y siguen constituyendo infraestructuras esenciales para el desarrollo local en la actualidad. Pero quiero, en este capítulo, incidir en aquellas otras redes de nuevo cuño y/o de carácter intangible (que podríamos llamar infoestructuras, adaptando lo inventado por Cornellá (1999)) redes que de forma complementaria a las redes de transporte de elementos tangibles, empiezan a evidenciarse también en la doctrina económica como elementos cruciales para crear condiciones favorables para el desenvolvimiento económico.    

3.1.1. REDES, CLUSTERS, DISTRITOS Y AGRUPAMIENTOS, Y SU VALOR ECONÓMICO

Las empresas y las demás organizaciones se enfrentan, como veíamos al comienzo de este trabajo, a un nuevo entorno globalizado (crecientemente interdependiente e interrelacionado) y dominado por la rapidez, en el que el valor está cada vez más basado en el conocimiento y la información, y donde las economías de escala se producen esencialmente del lado de la demanda. El nacimiento, competitividad y supervivencia de una organización dependen de su capacidad de adaptación y de sacar partido de las peculiaridades de el nuevo (tercer) entorno, tanto como de los (dos) entornos tradicionales. De la misma forma, los territorios sienten la necesidad de desarrollarse en los tres entornos, y para hacerlo deben tanto ayudar a crear nuevas empresas e instituciones, como ayudar a consolidar la competitividad de éstas y de las ya existentes. Parece que las redes constituyen una herramienta fundamental en estos empeños, como voy a intentar demostrar.
Como se afirma por la OCDE (1996), los determinantes del éxito de las empresas, y de las economías nacionales como un conjunto, están cada vez más relacionados con su eficacia acumulando y utilizando el conocimiento. El know-how estratégico y las capacidades se desarrollan interactivamente y se comparten en grupos y redes, en los que este know-how es valioso. La economía se está convirtiendo en una estructura de redes, impulsadas por la aceleración del ritmo de cambio y del ritmo de aprendizaje. Lo que resulta es una sociedad retificada, en la que la oportunidad y la capacidad de acumular conocimiento y relaciones que permiten un aprendizaje intensivo determinan la posición socio-económica de los individuos y de las empresas (OCDE, 1996).
La importancia de estas relaciones proviene de que el conocimiento es una creación humana que no aparece de manera espontánea fuera de un contexto organizado, sino que requiere necesariamente un proceso de generación y de diseminación. El conocimiento (digamos C) se crea y se recrea continuadamente en una evolución espiral que convierte el conocimiento tácito en explícito y de nuevo en tácito atravesando la organización a través de todos sus niveles: primero cara a cara (socialización), después colega a colega (externalización, el C se hace explícito), en tercer lugar de grupo a grupo (combinación), para terminar de nuevo convirtiéndose en C tácito mediante un proceso de internalización, incorporándose en las acciones, rutinas, procesos o estrategias de personas y organizaciones (Nonaka, 1998). Esta espiral de procesos de generación y transmisión del conocimiento no es posible si la circulación de esta materia (el C) de persona a persona, dentro del círculo de colegas, de grupo a grupo, no dispusiera de sitios, canales o vías físicas o virtuales que no son de tipo lineal, sino espacios (o “Ba”, en palabras de Nonaka) que tienen normalmente forma de red, especialmente a partir de la aparición de las tecnologías propias del tercer entorno.  
Hay otro valor importante implícito en en funcionamiento de las redes, y es que la red se basa en la confianza entre los que la componen. El sistema de relaciones económicas dentro de la red se basa en el conocimiento que unos actores tienen de los otros, en la confianza mutua que existe entre ellos. La confianza es una variable no económica, que aunque difícilmente entra en el cálculo de las empresas, es estratégica en las relaciones económicas (Vázquez, 1999). Cuando Hedberg (2000) analiza el ejemplo de Skandia AFS, cuenta como Carendi, el Presidente de esta organización, la describía como una organización de voluntarios. Cada uno de los que está aquí tiene que ser un “trustee” (o persona de confianza) que merece la confianza de los demás y que tiene confianza en sus colaboradores. Esta confianza tiene una vertiente más emocional y subjetiva, y otra de tipo objetivo y cognitivo, cuando se hace un énfasis especial en la experiencia o el conocimiento profesional de las personas que participan en la red.
Dentro del análisis de la importancia de las redes para el desarrollo local, merece una mención especial el valor añadido que aportan las que se conocen como clusters, distritos o agrupamientos industriales. Aunque se puede matizar bastante al emplear estos términos, a nuestros efectos los utilizaré, en principio, como sinónimos.
El verdadero valor de los agrupamientos reside en su capacidad de mejorar la competitividad de las organizaciones y las zonas que integran, propiciando su desarrollo económico. Y ello, mediante tres vías principales:
a. incrementando la productividad de las empresas basadas en ese área;
b. estableciendo la dirección y el ritmo de innovación, que condiciona el futuro crecimiento de la productividad;
c. estimulando la creación de nuevas empresas, lo que de por sí expande y consolida al agrupamiento.
Cada una de las empresas opera con una función propia de producción e intenta mejorar su comportamiento en el mercado, pero al mejorar la calidad de los recursos humanos o invertir en I+D se produce un efecto de derrame en el entorno que beneficia a sus competidores. Vázquez Barquero defiende que los distritos industriales se componen de un sistema de redes internas en los que se dan relaciones de cooperación y de competitividad entre las empresas. El eje de su funcionamiento lo constituye la organización del sistema productivo formando una red de empresas que facilita la formación de externalidades a través de un multiplicidad de mercados internos y de puntos de encuentro, en los que se establecen las relaciones entre las empresas, los proveedores y los clientes. En consecuencia, la función de producción general incorpora rendimientos de escala crecientes:
“La técnica de introducir rendimientos de escala crecientes a nivel agregado la propuso Alfred Marshall (1809), como una respuesta a la visión pesimista de Malthus y Ricardo. La noción de economías externas a las empresas, pero internas al distrito industrial, permite mantener los instrumentos analíticos de las curvas de oferta y demanda en condiciones de rendimentos crecientes. Las empresas continúan aceptando los precios del mercado, y se mantienen las condiciones de equilibrio general del sistema” (Vázquez, 1999).    
Los distritos permanecen gracias a la fuerte relación que se establece entre empresa, cultura y territorio. Vázquez sigue a Fuà (1998) en la idea de que los distritos industriales surgen y se desarrollan en áreas caracterizadas por un entorno sociocultural específico (ética del trabajo, movilidad social, capacidad emprendedora). Las razones primitivas por las que se forma un cluster o agrupamiento industrial no están completamente claras, posiblemente porque no existe un solo tipo de agrupamiento y porque las causas varían a lo largo de la historia. Tradicionalmente, una de las razones fundamentales han sido las condiciones físicas del territorio, tales como la presencia de determinadas materias primas y vías de transporte y de comunicación. La transformación de estas materias primas evolucionaba con innovaciones, y el aprendizaje derivado del ejercicio de esa industria producía, como hemos visto antes, un efecto de especialización, innovación y competitividad potenciadas.
La otra explicación tradicional del asentamiento de industrias ha sido el patrocinio de una corte. En estos casos, la afluencia de artesanos y de profesionales cualificados se veía explicada por la presencia de clientes ricos y exigentes, y sobre la cuestión de cómo estos inmigrantes aprendieron su oficio, la explicación es que sus ancestros se beneficiaron sin duda de las artes tradicionales de civilizaciones anteriores orientales y de las riberas del Mediterráneo: pues casi todo el conocimiento importante tiene largas y profundas raíces que se hunden hasta tiempos remotos (Marshall, 1920). En este segundo caso, el conocimiento no se genera de manera endógena, sino que se traslada con las personas que lo poseen y lo transmiten. Materia prima, conocimiento y trabajo aplicado a las mismas son factores de idéntica importancia que originan las concentraciones de industrias.
La aparición del tercer entorno y la globalización del conocimiento que posibilita, así como el aumento progresivo del valor de ese conocimiento y la pérdida proporcional del valor de las materias primas, colocan a las organizaciones ante nuevos retos. Los agrupamientos industriales entran en una fase distinta a lo largo del siglo XX, adecuada a la rapidez de los cambios, generando nuevas dinámicas en busca de la competitividad: una vez que se forma un agrupamiento, la totalidad del grupo de sectores se presta apoyo mutuo. Los beneficios fluyen hacia delante, hacia atrás y horizontalmente. La rivalidad agresiva en un sector tiende a propagarse a otros del agrupamiento, mediante el ejercicio del poder de negociación, de las derivaciones y de las diversificaciones conexas por parte de empresas establecidas. Las incorporaciones de otros sectores al agrupamiento espolea el perfeccionamiento al estimular de diversidad en los enfoques de I+D y facilitar los medios para la introducción de nuevas estrategias y técnicas. La información fluye libremente y las innovaciones se difunden rápidamente a través de los canales proveedores o compradores que tienen contactos con múltiples competidores. Las interconexiones dentro del agrupamiento, frecuentemente imprevistas, llevan a la percepción de nuevas formas de competir y de oportunidades completamente nuevas. Las personas y las ideas se combinan de nuevas formas. Silicon Valley nos brinda un buen ejemplo” (Porter, 1991).
Aunque las dinámicas del cluster son en buena parte las mismas que describía Marshall casi cien años antes, la coompetición o cooperación competitiva subyacente en el agrupamiento debe adecuarse a las características de la realidad cambiante, y las nuevas tecnologías han acelerado tales dinámicas en los últimos años.

3.1.2. REDES GLOBALES DE VALOR, Y ORGANIZACIONES, REDES Y MERCADOS VIRTUALES

Los expertos reunidos por la Comisión Europea describen el panorama actual de la siguiente manera: las economías avanzadas están experimentando oleadas sucesivas (una re-ingeniería continua) sobre sus cadenas de valor y sus sistemas de producción. (...) La estrategia de negocio se refiere hoy cada vez menos a la competencia entre empresas. Los “polvos mágicos” son ahora la competencia entre cadenas del valor y la personalización en masa. El concepto de la cadena de valor está cediendo el puesto a las redes globales de valor, de forma que es el capital de conocimiento de la red en su conjunto lo que le posibilita combinar fuentes de conocimiento interno y externo para explotar oportunidades de negocio” (Comisión Europea, 2000).
El concepto de las “redes globales de valor” (Means y Schneider, 2000) me parece extremadamente interesante por varias razones. Por un lado, integra lo mejor de las aportaciones anteriores, como la cadena de valor, pero aceptando las novedades fundamentales surgidas en el tercer entorno, y nos permite vislumbrar una realidad ya no en dos dimensiones, por sí decirlo, sino en “3D”, pasar de una percepción lineal a otra de red. Por otra parte, al hablar de redes ”globales”, refuerza la noción de las empresas en su entorno glocalizado, conctadas mediante relaciones físicas y mediante relaciones virtuales, como un todo integrado (si bien a las relaciones virtuales quiero prestar una atención especial a continuación porque son las que adquieren más relieve recientemente, con el nacimiento del tercer entorno). Finalmente, el concepto incide en la importancia del sentido último de la incorporación y la dirección del conocimiento en la empresa: la creación de valor. El objetivo de una empresa no debe ser la competitividad en sí misma, sino que ésta debe servir como medio para alcanzar el fin último de agregar y retener en mayor valor posible.
Las organizaciones son cada vez más conscientes de la necesidad de crear espacios virtuales y físicos en los que se pueda organizar y distribuir adecuadamente el conocimiento. Este espacio o “Ba”, en la terminología japonesa de Nonaka, de creación e intercambio del conocimiento, se compone de grupos de individuos lógicamente organizados por intereses o experiencias comunes. Al hacerse una estructuración de carácter lógico y no jerárquico, se derivan dos consecuencias: una, que la forma normal de organizar esta colaboración es la forma de red y no el organigrama lineal y vertical; dos, que la red así creada desborda muchas veces la frontera de la organización y la trasciende, creando un campo abonado para una fructífera colaboración inter-organizacional. Es importante mantener una perspectiva colectiva de la colaboración inter-organizacional, porque en la colaboración contemporánea las fronteras entre las organizaciones colaboradoras se difuminan progresivamente, dando lugar a la aparición de nuevas formas de organización en red. Estas son las organizaciones virtuales (Hedberg, 2000). Otros nombres que están recibiendo estas nuevas redes son los de organización imaginaria, empresa extendida, alianza estratégica u organizaciones temporales.
Para evitar la confusión que muchas veces enfrenta de manera equivocada los conceptos “real” y “virtual”, parece importante recordar en este punto que una red es en muchos casos una realidad virtual o intangible (en el sentido definido más arriba y que empleamos en el presente trabajo, e independientemente de que relacione a organizaciones o a personas presentes en un mismo espacio físico, o en uno virtual). No hablamos aquí de redes de telecomunicaciones sino de redes del conocimiento, del canal por el que se produce la relación, sea en persona o sea mediante Internet. De esta forma, la empresa, organización o red virtual no se contrapone, sino que se superpone, a la empresa física o jurídica, pero no es por ello menos real, sino que simplemente existe, a diferencia de la empresa física, en dos dimensiones o entornos a la vez: el físico y el virtual (a este último que venimos llamando tercer entorno).    
Hedberg (2000) define la empresa u organización virtual de la siguiente manera: son aquellas donde procesos importantes, actores y recursos aparecen tanto dentro como fuera de la unidad legal de la empresa, dentro y fuera de los sistemas contables y de los mapas organizativos. Los mercados y las jerarquías se interconectan mediante redes de personas que colaboran y tecnologías de la información que facilitan la coordinación.
Las organizaciones virtuales o físicas pueden constituir, inter-relacionándose, mercados virtuales y metamercados. Means y Schneider (2000) parten de la idea de que, en el tercer entorno caracterizado por el consumo y por la demanda de personalización en masa, las empresas se están transformando, y dejan de ser industrias tradicionales concentradas en los factores de producción para irse convirtiendo en empresas detentadoras de marcas con relativamente poco capital físico y relativamente pocos trabajadores. Con esas empresas detentadoras o propietarias de marcas, que dedican su energía a satisfacer la demanda del cliente y a la innovación continua del producto, se alían otras empresas que concentran sus esfuerzos en puntos concretos de la cadena de suministros y de demanda. Y han acuñado el término de Comunidades de Valor Añadido o VACs (value-added communities) para definir redes externas de empresas propietarias de marcas. Estas comunidades de negocios (que son mercados virtuales) hacen posible la optimización de las redes de empresas, de la misma manera que software como los sistemas ERP han hecho posible la optimización de las empresas individuales, e incluyen:
- las cuestiones relacionadas con las cadenas de aprovisionamiento necesarias para producir y distribuir productos;
- el suministro de los servicios compartidos y procesos internos externalizados (outsourcing);
- la creación de interfaces a lo largo de toda la cadena de valor, incluyendo tanto a la propia empresa propietaria de la marca como a sus clientes;
- finalmente, las VAC incluirían el suministro de información industrial específica.
Las VAC se organizan como comunidades verticales (integran procesos específicos de una industria) o bien horizontales (procesos funcionales multisectoriales). La creación de las VAC es consecuencia de la búsqueda de posibilidades de optimización de una serie de variables, que se convierten en siete elementos de creación de valor para las empresas participantes en la comunidad:
- reforzamiento del poder de compra agregando demanda;
- mejora de la eficiencia en los procesos y excelencia operativa;
- integración de la cadena de proveedores;
- agregación de conocimiento en la red que conforma la comunidad;
- mayor eficiencia de mercado;
- crecimiento acelerado de la cuota de mercado y del control del cliente;
- colaboración reforzada, por ejemplo, para realizar la planificación de la producción.
Cuando las Comunidades de Valor Añadido se unen para ofrecer una serie de servicios integrados a los clientes en apoyo de las empresas propietarias de marcas, aparece lo que Means y Schneider llaman un Metamercado, construido sobre una plataforma tecnológica conjunta, que utiliza una serie de protocolos y de tecnologías que le dan operatividad y que conectan entre sí a las VACs y las empresas propietarias de marca. En estas exigentes uniones dinámicas los efectos de escala y de red aumentan permanentemente el coste de conexión al Metamercado, lo cual produce un efecto de optimización en las VACs, que deben continuamente mejorar sus procesos a todos los niveles, sea mediante ajustes internos, sea expulsando a algunas de las empresas que participan en ellas y sustituyéndolas por otras capaces de alcanzar un nivel mayor de optimización y rendimiento. El mensaje final de estos autores es claro: “en la Nueva Economía, las redes serán los negocios” (Means y Schneider, 2000).

3.1.3. LA AUTO-ORGANIZACIÓN Y LA ECONOMÍA

“La Meca del economista reside más en la biología económica que en las dinámicas económicas” (A. Marshall, 1920)
El análisis de la realidad cotidiana en los lugares físicos y virtuales donde se producen los intercambios económicos plantea cuestiones fundamentales que están en la base misma de nuestra comprensión de las condiciones y las causas a partir de las cuales surgen estos intercambios: cómo y porqué se concentran y se acrecientan en un determinado espacio y/o momento; cómo y porqué aumenta en un cierto espacio o momento el número de actores económicos que realizan estos intercambios ... son procesos todos ellos determinantes del desarrollo económico en un territorio.
Si aceptamos que, como dice Marshall, la economía es una ciencia que constituye parte del estudio del hombre, que es una ciencia social, no debiera ser difícil aceptar también que las maneras en que decide, se organiza y se comporta el hombre como especie social seguramente influirán en los fenómenos económicos.
En la literatura comienza a aparecer regularmente desde hace unos años el término emergencia, que puede referirse a:

  • Una situación producida por un desastre, o brotar o salir del agua otro líquido, en la terminología del Diccionario de la R.A.E. (1992), definiciones que no vienen aquí al caso.
  • Emergencia como método por el cual la mente surge del cerebro.
  • Emergencia como el proceso de aparición de estructuras complejas a partir de reglas simples.

Estas dos últimas definiciones corresponden a la Wikipedia, y son un neologismo derivado directamente de una mezcla de la noción de “acción y efecto de emerger” definida por la R.A.E., y del término inglés emergence, que se define como el proceso de aparición de estructuras complejas a partir de reglas simples; o también como lo que ocurre cuando un sistema de elementos relativamente simples se organiza espontáneamente, y sin leyes explícitas, hasta dar lugar a un comportamiento inteligente (Johnson, 2003).
Esta cuestión fue abordada inicialmente en un artículo científico clásico de Warren Weaver en 1948, escrito al abandonar la dirección del departamento de ciencias naturales de la Fundación Rockefeller, y que es algo así como el texto fundador de la teoría de la complejidad, basado a su vez en el trabajo pionero de Alan Turing sobre morfogénesis, o el comienzo de la forma. Weaver estableció en este artículo una clara distinción entre tres categorías de problemas: los problemas simples, que incluyen un par de variables; los problemas complejos o de complejidad desorganizada, con un elevadísimo número (millones o miles de millones) de variables, y que se pueden abordar con métodos estadísticos; y los problemas de complejidad organizada, que define así: son aquellos en que el número de variables es muy elevado pero cuantificable, y en donde cada una de estas variables tiene un comportamiento individualmente errático, o quizás completamente desconocido. Sin embargo, y a pesar de este comportamiento irregular o desconocido de todas las variables individuales, el sistema como un todo posee ciertas propiedades medias organizadas y analizables(Weaver, 1948).
Para Weaver estos problemas que implican tratar simultáneamente con un número limitado de factores que están interrelacionados en un todo orgánico, constituyen una categoría separada, y propone para ellos el nombre de problemas de complejidad organizada.  Este autor detecta que estos problemas se dan tanto en el campo de la biología molecular, como en la genética, la física, la informática, la teoría de la información y hasta en las ciencias sociales. Defiende que, como nunca hasta entonces, los métodos experimentales cuantitativos y los métodos de análisis matemático de las ciencias físicas o naturales se están aplicando a otras ciencias, entre ellas las sociales, con gran éxito. Y dice:
“¿De qué depende el precio del cereal? Éste es también un problema de complejidad organizada. Aquí están implicadas un número muy sustancial de variables relevantes, y están todas interrelacionadas de una manera complicada, pero desde luego no desorganizada. ¿Cómo puede estabilizarse una divisa sabia y efectivamente? ¿Es seguro depender del juego libre entre las fuerzas de la oferta y la demanda? ¿Hasta qué punto deben emplearse sistemas de control económico para prevenir bandazos de la prosperidad a la depresión? Éstos son obviamente problemas complejos, y suponen analizar sistemas orgánicos, compuestos de partes íntimamente inter-relacionadas. ¿Cómo puede explicarse el patrón organizativo de un grupo organizado de personas como un sindicato, un grupo de manufactureros, o una minoría racial? Hay claramente muchos factores que están en juego, pero es igualmente obvio que también aquí se necesita algo más que las matemáticas estadísticas. Tampoco se pueden resolver estos problemas con las técnicas decimonónicas que servían para resolver problemas de simplicidad con dos, tres, o cuatro variables” (Weaver, 1948).
La línea de pensamiento que arranca con la acuñación de la noción de complejidad organizada, define estas realidades también con otros términos, muchas veces el de “emergencia”, ya señalado más arriba, o en el ámbito de la economía, de “auto-organización” o de “organización espontánea” de la economía, que son los que utiliza Paul Krugman, y que emplearé como definición que entiendo más apropiada y adaptada al lenguaje de las ciencias sociales y de la economía en particular.
Ya a finales del S. XIX, Freidrich Engels apuntaba en su obra acerca de las condiciones de la clase obrera en Inglaterra cómo se producían fenómenos de auto-organización, y cómo la ciudad se distribuía en barrios correspondientes a las diferentes clases sociales y a su nivel de riqueza. Por ejemplo, en el caso de Manchester, observa que la ciudad no parece estar construida de acuerdo con un plan, siguiendo regulaciones oficiales, sino que parece más bien el desarrollo de un accidente(Engels, 1845).
El análisis de las ciudades merece una atención especial, ya que son no sólo una forma muy avanzada de organización humana y económica, sino también un motor del desarrollo económico, como es ya bien sabido. Frente a interpretaciones que conciben la ciudad como producto de la planificación y la intervención pública, existen autores que se alinean con Jane Jacobs en su concepción de las ciudades como orden creado de forma espontánea, donde la seguridad y la confianza están basadas en buena parte en la estructura de los espacios públicos, y en las que las relaciones que emergen espontáneamente de un sólido fundamento de confianza son el sustrato de procesos auto-organizados de descubrimiento y crecimiento económico (Ikeda, 2004). En general, Jacobs cree que el desarrollo económico que tiene éxito debe ser abierto y no finalista, y se tiene que construir a sí mismo empírica y oportunamente a medida que va  avanzando (Jacobs, 1985).
Cuando se estudia recientemente la construcción de nuevo conocimiento a partir de la experimentación, en la línea que mostraba ya Senge en “La quinta disciplina”, aparece también el hecho de que los experimentos pueden planificarse, pero también pueden ocurrir espontáneamente como “errores” o perturbaciones” (Vicari el al., 1996, citado por Coleman, 1999). 
Definirlos como “accidentes, errores o perturbaciones” son las explicaciones que dan a veces los economistas cuando al analizar la realidad, constatan estas peculiares desviaciones de la norma o de lo planificado en que consisten los fenómenos de complejidad organizada, auto-organización u organización espontánea.  Otras veces hablan de “combustión espontánea” o “masa crítica”, como Garreau en su libro Edge City (1992). En muchos casos, para explicar este tipo de comportamiento los expertos han acudido a lo largo de la historia a metáforas descriptivas: no podemos olvidar cómo Adam Smith escribió que el mercado conduce a los que participan en él como una “mano invisible” hacia un resultado que nadie individualmente perseguía; o cómo Marshall expresaba que un accidente u otro puede haber determinado que una industria particular haya florecido en una determinada ciudad(Marshall, 1920).
En resumen, podemos constatar que, de manera recurrente, los economistas se tropiezan en la observación de la realidad que estudian con estos fenómenos, y acuden normalmente a figuras retóricas, a veces incluso poéticas, para darle una salida a su argumentación. Paul Krugman defiende que, en general, cuantos intentaron desde una perspectiva económica seria explicar los fenómenos de auto-organización se vieron tradicionalmente ninguneados u olvidados, y nos dice con sorna: en tanto que colectivo de profesionales, (los economistas) somos absolutamente conscientes de que comprender las ciudades y la economía del espacio pasa necesariamente por abordar cuestiones de auto-organización, y de que, en lugar de afrontar temas que se nos antojan espinosos, optamos por apartar la vista(Krugman, 1996).
Y una última cuestión preliminar, citando también a Krugman (Op. Cit.) para acabar con la introducción a este tema; acudimos a los modelos de auto-organización para ayudar a explicar la realidad y solucionar un problema económico, y no por razones éticas o ideológicas, ni por un juicio de valor: la autoorganización no tiene por qué ser necesariamente algo bueno, ni siquiera presuntamente (...) es algo que se da y que tratamos de entender, pero no es necesariamente algo deseable”.

3.1.3.1. Auto-organización, Organizaciones y Agrupamientos Industriales

Es ya lugar común aceptar la realidad actual como un proceso de globalización de la economía, en el que la progresiva y creciente interconexión e interacción aceleran los cambios, aumentan la complejidad, y acrecientan el valor del conocimiento como factor creador de riqueza en el mundo globalizado por medio de la innovación (Drucker, P.F., 1993, citado por Coleman, 1999). Esto plantea a las organizaciones, provenientes en muchos casos de la revolución industrial, y dotadas por lo tanto con modos y culturas organizativas de tipo mecánico y burocrático, el reto de afrontar tales cambios y complejidad crecientes mediante fórmulas que les permitan sobrevivir y competir con éxito en mercados crecientemente dinámicos. Desde una perspectiva más global, lo dicho se aplica en la misma medida a los sectores industriales que a los territorios y las ciudades. Ahora hablaremos de organizaciones y de sectores, dejando para el punto siguiente el análisis de las relaciones de las comunidades con los fenómenos de auto-organización.
     En respuesta a la propia estructura actual de los mercados, las organizaciones tienden a adoptar una forma y modo de actuación similares, basados también en los principios de la complejidad. Ya hemos mencionado que se convierten progresivamente en sistemas complejos adaptativos - complex adaptive systems o CAS en terminología de Kelly y Allison (1998) (cit. por Stevenson y Hamilton, 2001), que co-evolucionan con su entorno (Coleman, 1999). Dada la naturaleza dinámica de la realidad, las organizaciones deben trabajar para construir sistemas dinámicos para la creación y utilización del conocimiento (DKCU), que generan y utilizan rutinas creativas que están generalmente incrustadas dentro del conocimiento tácito individual. Las rutinas creativas son patrones dinámicos de actuación que promueven la innovación creando y utilizando diariamente conocimiento auténtico.
     Los sistemas organizativos dinámicos son más que la agregación de las rutinas creativas de los miembros de la organización. Los sistemas DKCU integran contextos cambiantes con rutinas creativas. No se debe olvidar que el sentido literal de la palabra de origen latino “contexto” es unir, entretejer. Los contextos generan relaciones o significados. Consecuentemente, el Conocimiento es información contextualizada. Los contextos se acompasan con los recursos suministrados por condiciones y circunstancias continuamente cambiantes de lo anterior y lo posterior (contexto diacrónico) y de lo actual (contexto sincrónico). Los procesos de acción y conocimiento se yuxtaponen en contextos. Contextos diferentes definen las acciones y el conocimiento, igual que la interdependencia contextual de sensaciones acústicas y visuales influencian la percepción humana de conjuntos. Si se quiere utilizar conocimiento contextual y aprovechar las oportunidades, las rutinas estáticas no son efectivas. Las organizaciones necesitan rutinas creativas dinámicas para visualizar los cambios y crear, ensayar y desarrollar nuevas ideas: “Los contextos compartidos en movimiento (Ba) son las plataformas para la creación y la utilización de conocimiento.” (Nonaka y Reinmoeller, 2000).
     En esta misma línea de pensamiento se mueve la teoría de la Autopoiesis, que concibe a las organizaciones como sistemas que mantienen su estructura en constante re-definición, sobreviviendo a perturbaciones del entorno y al cambio estructural, regenerando en el transcurso de sus procesos sus propios componentes (Coleman, 1999). El concepto proviene del griego αυτο-, auto, "sí mismo", y ποιησις, poiesis, "creación" o "producción", fue expuesta por primera vez por los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, y se define muy ligeramente como la capacidad de los sistemas de producirse a sí mismos. En este supuesto, la auto-organización de una organización se produce a raíz de un intercambio de energía con el entorno, y permite mantener la identidad de la organización a través de diversas interacciones. Semejante concepción abre paso a dos dimensiones que son casi filosóficas: por un lado, el reconocimiento de que las interacciones tienen necesariamente una dimensión cognitiva; por el otro, que la auto-organización, al basarse en la percepción de oportunidades y amenazas en el entorno, tiene relación directa con una cierta capacidad de “emprendimiento espontáneo” de la organización. 
Otra aproximación a esta misma problemática, pero desde una idéntica concepción dinámica de la realidad, se produce desde la teoría de los procesos: Whitehead (1956, cit.) describió la naturaleza como una entidad compuesta de estructuras activas, “entidades u ocasiones actuales individuales”, más o menos complejas, que interactúan con otras estructuras activas, cada una de las cuales construye su identidad a partir de las relaciones con los demás. Cada organismo es un haz de relaciones (una red de nodos) que se perpetúan interactuando con las otras relaciones que componen su entorno. Gracias a esta interacción el organismo “registra” continuamente los cambios del contexto y modifica constantemente su acción para adaptarse a la corriente de actividad del mismo, lo que implica, también para este autor, que “cada organismo manifestaría cierto grado de intencionalidad” (Bossi, 2008).
Desde este punto de vista, los distritos industriales y los clusters o agrupamientos de empresas son una de las formas conocidas más características de auto-organización. Michael E. Porter, al describir el surgimiento y evolución de un sector competitivo, nos habla en un tono que resulta ya familiar: “La simiente de un sector competitivo puede haber sido plantada por casualidad. A partir de ahí, sin embargo, el proceso de creación de un sector competitivo adquiere un impulso propio. Este impulso, activado por la ampliación y autorreforzamiento de los determinantes, arrastra al sector hacia ventajas más amplias y robustas” (Porter, 1990)
Hay algo especialmente impactante en los distritos industriales: que su comportamiento macroscópico reúne elementos o características que las firmas que lo componen no tienen individualmente, y que derivan de la propia estructura de interacciones entre las sociedades componentes. De esta forma, el distrito se comporta de una manera que no es la simple suma de los comportamientos de las empresas que engloba.
En muchas ocasiones, las formas auto-organizadas están basadas en un determinado circuito que permite el flujo de información. Por ejemplo, la memoria en el cerebro humano, o incluso en las redes neuronales artificiales, está basado en circuitos de información. Si comparamos esta forma de funcionar con la de un distrito industrial  podremos empezar a concebir cada distrito como un sistema autoorganizado que dispone de formas específicas y únicas de organización de los flujos de información, formas que le permiten reaccionar a determinados patrones de demanda o a determinadas tecnologías (Fioretti, 2001). Como distrito, sería capaz de tener un comportamiento colectivo, basado en estos circuitos de información, y del que las empresas que lo componen pueden no ser siquiera conscientes, ya que cada una persigue su interés individual.
Analizando el distrito industrial italiano de Prato, que se caracteriza por ser uno de los más estudiados y mencionados en la literatura sobre agrupamientos, Guido Fioretti concluye que en lo que se refiere a la tecnología y a las novedades de diseño, Prato es un sistema auto-organizado; pero, en lo que se refiere a la producción, toda vez que aparece claramente dirigida por los intermediarios (dotados de capacidades empresariales y relaciones de las que carecen los demás), no está auto-organizado. Si la auto-organización requiere capacidades y poder distribuidos de manera equitativa entre los componentes simples e interactivos que conforman la comunidad, el distrito o el agrupamiento, se plantea claramente la existencia de un principio paradójico pero conocido en el ámbito de la emergencia: cuanto más inteligentes los componentes, menos inteligente es el conjunto. Este argumento establece posiblemente una distinción entre agrupamientos de organizaciones y organizaciones compactas, pero además afecta directamente también a la capacidad de auto-organización de las comunidades locales.  

3.1.3.2. Auto-organización, Comunidades e Instituciones

     Parece necesario adoptar una definición de comunidad que permita seguir argumentando acerca de su relación con los fenómenos de auto-organización. Según el Diccionario de la R.A.E., el origen etimológico de comunidad (del latín comunitas, atis) la relaciona con las ideas de pertenencia o extensión a varios, como congregación de personas unidas bajo ciertas constituciones o reglas (o instituciones, diríamos en términos de la teoría económica institucional). Esta definición implica, por lo tanto, la presencia de instituciones en toda comunidad, al menos en el sentido en que las define North, como imposiciones creadas por los humanos que estructuran y limitan sus interacciones; se componen de imposiciones formales (por ejemplo, reglas, leyes, constituciones), informales (por ejemplo, normas de comportamiento, convenciones, códigos de conducta auto-impuestos) y sus respectivas características impositivas. En conjunto, definen la estructura de incentivos de las sociedades, y específicamente de las economías (North, 1993). Parece ser que las instituciones emergen de la comunidad, en la forma que se detalla un poco más adelante.
La definición de comunidad implica también, como rasgo distintivo de las comunidades de personas, que tiene caracteres holónicos en el sentido que le dio Koestler (1978) a este neologismo. El concepto de “holon” se refiere a un “sistema completo compuesto de otros sistemas completos” (Wilber (1997) cit. por Stevenson y Hamilton, 2001); o sea, algo que es a la vez un todo y una parte, y bebe de una tradición de pensamiento científica holística que en la segunda mitad del S. XX se inició con las teorías de sistemas. Estas teorías defienden que las partes componentes de un sistema actuarán de manera diferente, si se les aísla de su entorno o de otras partes del sistema. Las teorías de sistemas nacen como oposición a las interpretaciones reduccionistas basadas en Descartes, y anteriormente aún originan en la idea aristotélica, expuesta en su Metafísica, de que “el todo es más que la suma de las partes”. Concebir una comunidad de personas como un sistema compuesto de sistemas completos no es difícil, y además puede abrir un camino a la resolución del problema que planteaba Fioretti en el caso del distrito de Prato: la existencia de fenómenos de emergencia diversos en el caso de comunidades (una comunidad de negocios o distrito industrial, en este caso) compuestas de personas inteligentes.
Muchos autores han reflexionado acerca de la construcción de las comunidades desde muy diversos puntos de vista. Reduciendo la comunidad a su mínima expresión, a la relación entre dos personas, Goertzel y Goertzel (1962) identifican cuatro elementos básicos: dos personas, una relación entre ellas, y, siguiendo a Carl Jung, un cuarto elemento que es el patrón que emerge de la red de relaciones que soportan y sostienen el uno al otro, de forma que el todo es más que la suma de las partes (cit. por Stevenson y Hamilton, 2001). Así, la comunidad, vista como una red de relaciones o interacciones, es de hecho un sistema auto-sostenido, y tiene un comportamiento sistémico que puede analizarse con los métodos de la teoría de la complejidad. Reconociendo la intimidad de la vinculación, o incluso identidad que existe entre la comunidad y las relaciones, podemos imaginarnos mejor la naturaleza emergente o auto-organizativa de las comunidades. Y, de la misma forma, nos permite imaginar también la naturaleza y el grado de desarrollo específicos de una comunidad dada, como por ejemplo una comunidad que aprende, tal como la define Senge, y que muchos autores sitúan en el estadio más perfecto que puede alcanzar una comunidad formada por personas.           
Las interacciones o relaciones entre las personas que producen los fenómenos emergentes y constituyen la comunidad, son estabilizadas y reguladas, en forma de patrones de interacción, por instituciones, que podemos llamar instituciones comunitarias. De esta forma, las instituciones permiten que las interacciones sean más duraderas y predecibles. En el Capítulo 5 argumentaré cómo las instituciones pueden convertirse en el corazón de un modelo de desarrollo local innovador. Ahora voy a concentrarme en las explicaciones acerca de su origen.
Los individuos que forman las comunidades humanas no son nunca iguales entre sí. Como nos decía Fioretti, el poder de los intermediarios (que están dotados, recordemos, de capacidades empresariales y relaciones de las que carecen los demás) produce, al menos en apariencia, una disrupción en la capacidad de auto-organización de la producción en el distrito industrial de Prato. Más allá de sus habilidades físicas o cognitivas, los individuos se distinguen por su posición en la red de interacciones sociales (Jost, 2005). En la visión de Schumpeter, por ejemplo, el empresario es un líder que desarrolla una clase especial de función social, que conduce los medios de producción por nuevos caminos (Schumpeter, 1944). Esta posición en la red de interacciones sociales, que podríamos denominar “status social”, es diferente para cada individuo, y lleva necesariamente a asimetrías en tales interacciones, que de manera colectiva se corrigen regulando el acceso a bienes o servicios escasos por medio de un consenso colectivo.
De esta forma, el reconocimento del status por parte de la comunidad lleva a la eliminación de la recompensa inmediata, y a su distribución a lo largo del tiempo. Las instituciones, así, surgirían en el tiempo originando en relaciones primarias muy básicas, reguladas por reglas simples, y mediante un proceso de coordinación de conductas que podría considerarse emergente en el sentido que venimos utilizando. La coordinación de conductas individuales se convierte con el paso del tiempo en una conducta colectiva o metaconducta beneficiosa para el grupo y, a una escala temporal mayor, también para el individuo. La evolución de las sociedades generaría así, mediante un proceso progresivo, cambio, adaptación y emergencia de nuevas instituciones que cumplen el requisito de utilidad tanto para la comunidad como para sus componentes a lo largo del tiempo (Jost, 2005). 
De alguna manera, no estamos con estos argumentos muy lejos de los razonamientos de Adam Smith acerca de cómo, por ejemplo, los precios corrigen los desajustes entre oferta y demanda, de cómo estos ajustes continuos de capital, tierra y trabajo crean un orden autoorganizado a partir de acumulaciones confusas, descoordinadas y volátiles de un sinnúmero de empresas e individuos, cada uno persiguiendo oportunidades y el logro de su propio interés. Smith fue un visionario en su tiempo que identificó el fenómeno que ahora llamamos auto-organización, e ilustró su comportamiento en un sistema dinámico y no organizado en jerarquías rígidas (Jacobs, 2000).
El estudio de fuentes muy diversas en torno a esta cuestión nos puede ayudar a explicar mejor los fenómenos, a veces difíciles de entender, que se encuentran en la base de las dinámicas interactivas que constituyen los procesos de desarrollo económico. También puede arrojar luz sobre la forma en que aparecen las instituciones que cobijan y dan la necesaria estabilidad a las relaciones con trascendencia económica. Ésta parece, también, una vía adecuada para estudiar el capital social que, como veremos y de acuerdo con ciertas formas de pensar, es un importante elemento que está en la base de los procesos de desarrollo económico; y finalmente, para mejorar nuestra comprensión acerca de los fenómenos de auto-organización espacial, o incluso los de auto-organización temporal que constituyen los ciclos económicos... En definitiva, citando de nuevo a Krugman (1996), compartimos su convicción de que las ideas de la teoría de la auto-organización pueden modificar sustancialmente nuestra manera de concebir la economía.