UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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CAPÍTULO 2. CONOCIMIENTO E INNOVACIÓN

“El Conocimiento es nuestra más poderosa máquina de producción” (A. Marshall, Principles of Economics)

2.1. CONTEXTUALIZACIÓN DEL CAPÍTULO Y JUSTIFICACIÓN DEL ENFOQUE

Parece oportuno explicar el sentido de este capítulo, del 3 y del 5, dedicados a ciertos elementos, factores o procesos que parecen tener especial relación con el desarrollo económico local: el Conocimiento, la Innovación, las Redes, la Creación de Empresas y las Instituciones. Algunos autores en los que se asientan las bases teóricas del modelo que propongo para un desarrollo local innovador (señaladamente Vázquez Barquero, en buena medida Porter) utilizan todos estos elementos, directa o indirectamente, con mayor o menor intensidad, cuando explican el funcionamiento del macroproceso del desarrollo económico. En concreto, Vázquez Barquero (2005) los considera “fuerzas del desarrollo” o mecanismos que están detrás de la función de producción, y Porter (1991, 1998) los menciona como factores sustanciales de ventaja competitiva. A las instituciones, y a una serie de dinámicas que tienen que ver con el desarrollo urbano del territorio (los otros dos tipos de fuerzas de Vázquez Barquero), les presto atención específica en el Capítulo 5, por ser la antesala que me permite introducir coherentemente el modelo de desarrollo local innovador. Al conocimiento, la innovación, las redes, y la creación de empresas, se consagran los Capítulos 2 y 3.
Complementariamente a esta razón principal, existen otras dos causas para realizar esta selección de temas: por un lado, al revisar la literatura más reciente acerca del desarrollo (escuelas y tendencias contemporáneas que se ven con detenimiento en el Capítulo 4), se encuentran referencias sobre todos estos elementos de forma recurrente, si bien conectados entre sí de forma diferente según el autor. Un segundo motivo pertenece a la parte más intuitiva de esta investigación: el análisis y conocimiento directo de diversas políticas (fundamentalmente públicas) de apoyo al desarrollo en España y otras partes del mundo, y mi propia experiencia práctica en el campo del desarrollo local, evidencian que estos factores siempre aparecen con intensidad en los territorios desarrollados. Formulado a la inversa, parece a primera vista que nunca faltan todos estos elementos en las partes actualmente más avanzadas del mundo, encontrándose además siempre cada uno de ellos con un grado de presencia y de dinamismo muy notables. Estas evidencias (inevitablemente subjetivas) me llevan a conjeturar que los factores mencionados pueden tener especial valor como “fuerzas” en la función del desarrollo económico. El estudio de estas fuerzas del desarrollo permitirá avanzar en la construcción de una serie de ideas que, articuladas en forma de mapas conceptuales y de un marco teórico, servirán a su vez para formular un modelo de desarrollo innovador. 

2.2. LA IMPORTANCIA ECONÓMICA DEL CONOCIMIENTO EN UN MUNDO RÁPIDAMENTE CAMBIANTE

El papel del conocimiento en el desarrollo económico a escala local es un argumento que se utiliza cada vez más profusamente en el diseño de políticas económicas, en las que se parte de que el conocimiento acumulado a través de la inversión en investigación, desarrollo e innovación (I+D e i) y en educación y formación, es el motor fundamental del crecimiento sostenido a largo plazo (Comisión Europea, 2005). Ya hemos visto más arriba que es lugar común que la sociedad humana contemporánea es una “sociedad del conocimiento” (Drucker, 1969).
Las empresas basadas en conocimiento son fundamentales para la revitalización de muchas regiones; son organizaciones que generan un amplio abanico de efectos positivos en el desarrollo económico; las empresas basadas en nuevo conocimiento y tecnología suelen ser el principal mecanismo del crecimiento acelerado de los clusters industriales de alta tecnología (Gómez et al., 2007).
Inicialmente, parece importante definir qué entendemos por conocimiento, y también cómo se crea y se recrea el mismo en los actuales entornos o contextos complejos y rápidamente cambiantes.

2.2.1 CONCEPTO Y TIPOLOGÍAS DE CONOCIMIENTO

La concepción del conocimiento como elemento con un rol importante en la economía no es nueva. Encuentra sus raíces en Adam Smith y Alfred Marshall, y pasa a través de Schumpeter y de Solow, hasta llegar a la llamada “Nueva teoría del crecimiento”, defendida por autores como Romer o Grossman y Helpman, donde llega a su cima. Esta teoría propugna la revisión de los modelos clásicos de equilibrio, basados en la producción, intercambio y uso de mercaderías o materias primas, que tienen en cuenta para explicar el crecimiento sólo los factores tierra, trabajo y capital, consideran que la tecnología y el conocimiento son elementos externos que influyen la producción, y se basan en la ley de rendimientos decrecientes. En el Capítulo 4 se realiza de forma más prolija una exposición sobre esta nueva teoría del crecimiento.
No ofrece ninguna duda que el conocimiento es más que simple información. El American Heritage Dictionary define “knowledge” como la familiaridad, entendimiento o comprensión obtenidos a través de la experiencia o el estudio. Desde un punto de vista más técnico, conocimiento es la mezcla fluida de experiencia estructurada, información contextual y visión experta que suministra un marco para evaluar e incorporar nuevas experiencias e información, y es útil para la acción (Davenport y Prussak, 1998). Desde un punto de vista estratégico, el conocimiento se refiere a la visión, a los recursos intangibles y a las capacidades tanto de naturaleza humana, tecnológica, organizativa, como relacional cuya fuente son las personas, los sistemas, los procesos y agentes externos a la organización (Bueno y Salmador, 2003).
Una de las definiciones más sólidas y compactas del conocimiento es la del filósofo clásico Platón en su Theatetus: es una convicción cierta y justificada. El problema de la certeza tiene, naturalmente, una dimensión filosófica, que transciende ampliamente nuestro trabajo, pero ha ocupado a economistas destacados, como Loasby (1999) que nos recuerda que las categorías, procedimientos y criterios que usamos, en todas nuestras actividades, sólo pueden ser representaciones de la realidad que creemos que existe: simplifican, se aproximan y omiten .... y se remite Loasby a la cita del Premio Nobel, Robert Lucas, que nos decía que en casos de incertidumbre, el razonamiento económico no tendrá valor alguno.
Empezaremos, pues, por distinguir información de conocimiento. Existe una cierta identificación de ambos términos con la genérica de “saber”, pero está claro que no se puede comparar, por ejemplo, el “saber qué”, y el “saber dónde” con el “saber cómo”. Los dos primeros se perciben como información, el segundo como conocimiento (Martins, 2001).
Un elemento importante para distinguir información de conocimiento es, como dicen Davenport y Prussak (1998), que el segundo es útil para la acción. Para que el conocimiento cree valor, las personas deben querer obtenerlo y deben saber cómo usarlo. Las empresas que son buenas usando su conocimiento para mejorar sus resultados hacen que sus empleados mejoren sus resultados. Para ello, deben localizar el mejor conocimiento disponible dentro o fuera de la organización. Si no existe una cultura de resultados, la gente estará inundada por información para la que no encuentran ninguna utilidad (Foote, et al., 2001).
Un segundo elemento, que a la vista de las definiciones dadas, aleja al conocimiento y lo cualifica frente a la simple información, es la presencia de la experiencia subjetiva del sujeto. Para recibir información, la persona no necesita experiencia. Para crear o recibir o transmitir conocimiento, hay que aportar experiencia a la información. A diferencia de la información, el conocimiento enraíza en las personas. El conocimiento es superior a la información en el sentido de que es más complejo, está estructurado, tiene más dimensiones que la información. La información es inerte y estática; sin embargo el conocimiento, al estar ligado al individuo, contiene elementos subjetivos (Rodríguez y Araujo, 2001). La información consiste de una pura acumulación de datos, ordenados de forma semántica. El conocimiento es información contextualizada y vinculada, o al menos abocada, a una práctica que constituye experiencia para los poseedores de ese conocimiento (Auer, 2003).
Otra perspectiva que ayuda a comprender mejor cómo se define el conocimiento es la histórica. Wiig (2000) distingue entre las raíces intelectuales de la cuestión del conocimiento:
- religión y filosofía para entender el rol y la naturaleza del conocimiento y la autoridad del individuo de pensar por sí mismo;
- psicología para entender el rol del conocimiento en el comportamiento humano;
- la economía y otras ciencias sociales para entender el papel del conocimiento en la sociedad;
- las teorías sobre empresas para entender el trabajo y su organización;
- y, más recientemente, a lo largo del S. XX:
1. el taylorismo, la gestión de la calidad y las ciencias de la gestión de empresas para aumentar la eficacia;
2. la psicología, las ciencias cognitivas, la inteligencia artificial y las organizaciones que aprenden, para aprender antes que la competencia, y establecer las bases para que la gente sea más eficaz.
La relevancia del conocimiento para los problemas económicos de la sociedad ha sido una cuestión largamente estudiada. Fue perfectamente definida por Freidrich Hayek (1945): partiendo de que la economía es el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos (Samuelson y Nordhaus, 1993), en el lenguaje ordinario describimos como “planificación” el complejo de decisiones interrelacionadas acerca de la asignación de nuestros recursos disponibles. Toda actividad económica es en este sentido planificación; y en toda sociedad en la que colaboran muchas personas, esta planificación, la realice quien la realice, deberá estar basada en alguna medida en conocimiento que, en una primera instancia, no es dado al planificador sino a otros, y que de alguna manera debe ser trasladado al planificador. Las maneras diversas en que el conocimiento sobre el que las personas basan sus planes les es comunicado a estas personas es el problema crucial de cualquier teoría explicando el proceso económico, y el problema de cual es la mejor forma de utilizar este conocimiento, disperso inicialmente entre todas la personas, es cuanto menos uno de los principales problemas de la política económica (Hayek,1945).
Tiene razón Hayek cuando considera que una cuestión fundamental, previa a la resolución del problema planteado, es la de la importancia relativa de los diferentes tipos de conocimiento. Este autor distingue entre el que está a disposición de los individuos particulares, y aquel que esperamos encontrar en posesión de la autoridad de los expertos (que él llama el conocimiento científico). Esta distinción tiene mucho que ver con la bien conocida de Polanyi (1967), que menciona que sabemos más de lo que sabemos que sabemos, y define así el conocimiento tácito como opuesto al explícito, el primero de carácter subjetivo, personal, desarticulado y difícilmente transferible, el segundo objetivo, codificado y sistemático.
En esta misma línea de pensamiento, más propia del enfoque de la dirección estratégica de la empresa, se mueve Bueno (2003), que realiza una propuesta integradora definida como el ascenso cognitivo-semántico de la dimensión epistemológica del conocimiento, analizando la evolución que dicha dimensión ha tenido por destacados filósofos o científicos a lo largo del tiempo, desde Aristóteles, pasando por Kant, hasta llegar al siglo pasado, en el que se redefine el papel del conocimiento desde una perspectiva institucional o propia de la economía de las organizaciones. Basándonos en el esquema de Bueno, integraremos la distinción de Hayek acerca de los tipos de conocimiento de la siguiente forma:
Esta clasificación básica de tipos de conocimiento no pretende olvidar que existe una literatura muy amplia sobre los tipos de conocimiento. Por ejemplo, encontramos el metaconocimiento de Earl y Carayannis, las diferentes formas de manifestación del conocimiento (productos, rutinas y procesos) de Hedlund y Snowden, o las categorías de Blackler (que reproducimos en el inglés original porque su traducción complica mucho el lenguaje:) embrained, embodied, encultured, embedded y encoded knowledge (Despres y Chauvel, 2000). Sin embargo, aparte de estar poco consolidadas doctrinalmente, la mayoría de estas distinciones son reductibles en último extremo a la diferenciación básica establecida más arriba, y que hasta cierto punto coincide también con la oposición entre el conocimiento individual o personal (tácito) y el colectivo u organizativo (explícito) que establece la separación entre los campos de estudio propios de la psicología y la sociología.  
Cuando hablamos de conocimiento desde una perspectiva económica más próxima al campo de la gestión financiera de la empresa, desde la visión del conocimiento como inventario o activos de Van Buren o de Edvinsson, se puede afirmar que en la actualidad la mayoría de los autores que trabaja en esta línea lo identifica con la noción de “intangibles” o de “capital intelectual”, términos que a estos efectos podemos considerar sinónimos. La composición de estos intangibles sí es más discutida. El modelo conceptual de creación, medición y gestión de intangibles distingue cuatro elementos fundamentales del capital intelectual: capital humano, capital organizativo, capital tecnológico y capital relacional (Bueno, 2003, Modelo Intelect).
Para otros, el capital intelectual engloba solamente el capital humano, el capital estructural (que incluye el organizativo y el tecnológico) y el capital relacional (Cabiñano et al., 2002, y Proyecto Meritum). Estos últimos autores establecen también una clasificación muy interesante entre Recursos intangibles y Actividades intangibles, según se trate de intangibles estáticos o dinámicos. Los primeros pueden ser considerados activos en un sentido amplio, y por lo tanto ser medidos sin grandes dificultades; las Actividades intangibles son aquellas generadas por la organización para adquirir o producir internamente recursos intangibles, para mantener y mejorar los que ya existen y para medirlos y controlarlos. Por ello, estas actividades intangibles implican una asignación de recursos que no pueden siempre expresarse en términos financieros, esto es, que pueden o no figurar en los estados financieros de la empresa.    
A estos modelos viene a sumarse el de Viedma (2003), que preconiza el del ICBS (Intellectual Capital Benchmarking System), que tiene en su base un planteamiento estratégico, pero con pautas y criterios propios de la Teoría de los recursos y capacidades. Viedma elabora a partir de aquí un sistema de mejora de las operaciones de negocio (OICBS) y otro de innovación (IICBS), y concluye que las competencias esenciales son el único conjunto de activos intangibles a gestionar.
Por su carácter integrador, cabe reseñar el interés del modelo THALEC de gestión interna del conocimiento en las organizaciones (Moreno y Vargas, 2004). Las siglas hacen referencia a Tecnología, política de recursos Humanos, Ambiente de trabajo, Liderazgo, Estructura organizativa y Cultura). Está basado en la confluencia de tres enfoques complementarios: humano, tecnológico y organizacional, junto con herramientas y elementos facilitadores específicos.
Otras visiones recientes apuestan, en una nueva perspectiva de la teoría de la firma,  por distinguir dos tipos básicos de activos intangibles: por un lado el capital social, como red de relaciones basada en el conocimiento y reconocimiento mutuo, o como activo incrustado en las relaciones sociales y en redes (Leana y Van Buren, 1999), y el capital intelectual por el otro, definido como el conocimiento y capacidad de conocimiento de que dispone una colectividad, organización o gremio (Nahapiet y Ghoshal, 1998). Esta visión tiene similitud con otra muy interesante que distingue, con una visión muy próxima a la informática, entre conocimiento de componentes (temas materiales de la organización) y conocimiento de arquitectura (temas relacionales y organizativos) (Balogun y Jenkins, 2003).
A los efectos de este trabajo, asumiré como válida la distinción entre conocimiento explícito y tácito (objetivo y subjetivo) como punto de partida para analizar si se puede distinguir un conocimiento tácito contextual y relevante, o conocimiento de relevancia profesional y empresarial, relacionado con las circunstancias del momento, (conocimiento relevante en mi propia terminología) específicamente distinto del conocimiento humano general.

2.2.2. EL CONOCIMIENTO RELEVANTE

Volviendo a Hayek, este autor defiende que las tautologías en las que consistía el análisis formal del equilibrio sólo podían explicarse aclarando cómo el conocimiento era adquirido y comunicado por los individuos. Para él era prioritario identificar cuál era la característica esencial que diferencia un sistema de organización económica centralizado de uno descentralizado. El resultado de su indagación fue la generalización de la conocida idea de mano invisible con el concepto de orden espontáneo, inspirado en gran parte en sus estudios neurofísicos de la mente (…). Para Hayek el problema es explicar cómo un sistema decentralizado puede concebirse como un proceso de interacción social coordinado (Lozano, 1999). Sobre la cuestión del orden espontáneo en la economía, hablaremos más extensamente en el Capítulo siguiente. Aquí prestamos atención específica al rol del conocimiento. 
Hayek muestra su preocupación por el hecho de que el conocimiento (C) científico (explícito en nuestra lectura) ocupe un lugar tan preeminente en el imaginario colectivo que tendemos a olvidar que no es la única clase de conocimiento relevante. La tendencia a minimizar la importancia del conocimiento de las circunstancias de tiempo y lugar (el C práctico, o tácito en nuestra clasificación), tiene que ver con la escasa importancia que se concede a los cambios. Si se pudieran establecer planes económicos detallados por períodos largos con antelación, y se pudiesen mantener, no sería necesario más que aplicar el conocimiento científico. Pero ocurre que los problemas económicos siempre y sólo se producen como consecuencia del cambio (…) Si podemos estar de acuerdo en que el problema económico principal de la sociedad es básicamente el de la adaptación rápida a los cambios dentro de las circunstancias específicas de tiempo y espacio dadas, parece lógico que las decisiones se dejen en manos de las personas que conocen estas circunstancias, que conocen directamente los cambios relevantes y los recursos disponibles de manera inmediata para afrontar estos cambios. No podemos esperar resolver este problema comunicando todo este conocimiento a un consejo central que, después de integrar todo conocimiento, emita órdenes. Debemos resolverlo mediante una descentralización. Pero esto responde sólo una parte del problema. El que se encuentra “al pie del cañón” no puede decidir solamente sobre la base de su conocimiento, íntimo pero limitado, de los hechos de su entorno inmediato. Persiste el problema de comunicarle aquella información (científica) que necesita para ajustar sus decisiones dentro de los patrones de cambio del sistema económico en su integridad. ¿Cuánto conocimiento necesita para hacerlo? ¿Qué acontecimientos de los que ocurren más allá de su ámbito inmediato de conocimiento son relevantes para su decisión inmediata, y cuánto necesita saber de ellos? (Hayek, 1945).
Para Hayek (1945) es siempre cuestión de la importancia relativa de los elementos particulares que afectan al individuo, y las causas que alteran esta importancia relativa no tienen para este individuo interés más allá del efecto que producen sobre las cosas concretas de su propio entorno. El problema se resuelve en su interpretación, finalmente, mediante el sistema de precios. En un sistema en el que el conocimiento de los hechos relevantes está disperso entre muchas personas, los precios pueden actuar para coordinar las acciones separadas de personas diferentes de la misma forma en que los valores subjetivos ayudan al individuo a coordinar las partes de su plan. Pero en este punto no nos interesa tanto la solución al problema como el problema en sí. De lo dicho, podemos concluir que las decisiones económicas se fundamentan en el conocimiento del que disponen los actores. Éste, parcialmente pertenece al ámbito del conocimiento práctico, que tiene valor en cuanto deriva de y se refiere a las circunstancias de tiempo y espacio del individuo o de la organización (es contextual); no es ello sin embargo suficiente, y debe intervenir también el conocimiento científico que se le comunica al individuo (y esto es lo que también me importa destacar) inevitablemente no de manera completa, sino únicamente en la proporción en que es relevante para tomar esa concreta decisión de contenido económico. Obviamente, no se puede trasmitir a nadie la totalidad del conocimiento científico, explícito u objetivo, que es inabarcable y crece día a día. Hayek sigue en este línea a Marshall:
“Podemos usar el término “habilidad genérica” para describir aquellas facultades y aquél conocimiento general e inteligencia que se encuentran en grado variable en todos los grados superiores de la industria; pero la destreza manual, y la relación especial con materiales y procesos requeridos para los propósitos específicos de cada sector, se pueden describir como habilidades especializadas” (Marshall, 1920).
Ya Adam Smith reconocía que la división del trabajo implicaba la división del conocimiento. La composición del conocimiento individual u organizativo varía en cada momento; pero frente a la realidad cambiante que constantemente impone tomar decisiones, se utiliza de manera selectiva, de entre todo el conocimiento disponible, sólo aquél que es específicamente relevante en el momento preciso para la resolución del problema abordado y para tomar una decisión, aquél generado y seleccionado de manera contextual en el espacio y tiempo concretos. Usando la terminología de Nonaka y Takeuchi, podemos decir que se utiliza a la vez el conocimiento tácito y el explícito, con la importante matización de que la persona o la organización, como parte del sistema económico, toman sus decisiones sustentándolas en aquel conocimiento tácito o práctico y en el conocimiento explícito o científico relevantes para el problema concreto. Para que el hombre no haga más mal que bien en sus esfuerzos por mejorar el orden social, deberá aprender que aquí, como en todos los demás campos donde prevalece la complejidad esencial organizada, no puede adquirir todo el conocimiento que permitirá el dominio de los acontecimientos. En consecuencia, tendrá que usar el conocimiento que pueda alcanzar, no para moldear los resultados como el artesano moldea sus obras, sino para cultivar el crecimiento mediante la provisión del ambiente adecuado, a la manera en que el jardinero actúa con sus plantas (Hayek, 1978).
Según la posición relativa que ocupe en cada momento la persona o la organización en la empresa, el sistema o el mercado, el conocimiento relevante tendrá una naturaleza más empresarial (si las decisiones se refieren a la posición competitiva del actor en el mercado), más profesional (si se refieren a una cuestión relacionada con el desempeño del propio oficio), o más relacionada con el consumo (cuando las decisiones son relativas al puro consumo individual o familiar). Es difícil concebir algún tipo de decisión de entidad económica que no se sustente en este tipo de conocimiento relevante y dinámico, y probablemente individual, o como mucho grupal, que responde a la realidad permanentemente cambiante, y que aquí llamamos conocimiento relevante (usamos este término por resumir con lo que Hayek llama “conocimiento de los hechos relevantes”). Este conocimiento relevante no es distinto, pero sí está más definido y acotado, que lo que podríamos denominar conocimiento humano tal y como lo entendemos normalmente y lo define, por ejemplo, Machlup (1980). 
En resumen, la razón por la llamo la atención sobre este conocimiento relevante para la actividad económica es práctica: por un lado, el conocimiento utilizado para tomar decisiones de índole económica está contextualizado dentro de un entorno determinado (o ambiente, como dice Hayek), en un cierto nicho de un cierto ecosistema relevante para el individuo o la organización (ecología del conocimiento). Por otro lado, está integrado en cada momento por elementos relevantes que sirven de base a una decisión de contenido económico. En consecuencia, merece la pena prestar especial atención a las condiciones sociales e institucionales en las que se crea conocimiento diferenciado de naturaleza económica, empresarial o profesional, porque este tipo de conocimiento tiene, a diferencia del conocimiento humano en general, una relación directa con la creación de valor y en consecuencia con el desarrollo económico. El entorno en el que viven y trabajan las personas y las organizaciones tiene gran incidencia sobre la creación de empresas y la mejora de su capacidad competitiva, especialmente en una economía globalizada en que los mercados son cada vez más abiertos, complejos y accesibles.
En buena medida, intento enlazar con la idea expresada por Adam Smith cuando se refirió al conocimiento productivo o al talento. La diversificación que se produce en el proceso de división del trabajo engendra el aumento del conocimiento productivo, que al crecer se diferencia en diversos conocimientos específicos (Loasby, 2001), parte de los cuales se incorporan como conocimiento tácito en las personas y organizaciones en un proceso evolutivo. Smith deja claro que la diferencia entre los que disponen o no de ese conocimiento específico parece surgir no tanto de la naturaleza propia de cada hombre, como del hábito, la costumbre y la educación (Smith (1776 -1994-). 
Desde un punto de vista epistemológico, creo que presta también soporte teórico a contrario para defender la existencia de este tipo de conocimiento específico o relevante (que puede ser tácito o explícito), el trabajo de Boulding (1966). Este autor realiza un concienzudo análisis de la que llama econosfera (o el sistema económico) como parte de la sociosfera, que caracteriza por el fenómeno del intercambio, y se pregunta por el impacto del conocimiento económico sobre los procesos dinámicos que ocurren en la econosfera. El conocimiento afecta un sistema social a través de su impacto sobre las decisiones. Mas, en un mercado con compras y ventas, parece que el conocimiento económico convencional no sirve de mucho al que lo posee. Incluso Ricardo y Keynes hicieron sus mayores contribuciones a la ciencia después y no antes de hacerse ricos en mercados especulativos: el conocimiento económico del que habla Boulding, el que está en las mentes de los economistas profesionales, es el conocimiento científico, explícito, que parece claramente insuficiente para posibilitar un desempeño acertado como actor económico, si no están presentes elementos no científicos relativos al contexto y relevantes para la ocasión. 
En un mundo en constante cambio, los sistemas de que disponen las comunidades, las organizaciones y las personas, para generar conocimiento útil a fin de tomar decisiones acertadas, deben ser también dinámicos y evolutivos. El propio conocimiento debe construirse de manera dinámica constantemente: todo fluye, y el conocimiento también debe fluir a fin de mantenerse vivo, enriquecerse, y constituirse en una herramienta útil y relevante. Cuando observamos la realidad y los tres entornos en que la hemos descompuesto conceptualmente en el Capítulo 1, entendemos que posiblemente su propia naturaleza crecientemente compleja, cada vez más rápidamente cambiante, es el gran reto que deben afrontar el hombre, y sus organizaciones y comunidades, para utilizar adecuadamente los escasos recursos disponibles. La difusión del conocimiento en la red de empresas genera economías inducidas, de carácter indirecto, sobre cada una de las empresas que se relacionan con empresas dinámicas e innovadoras. El conocimiento pasa de unas a otras a través de los intercambios de bienes y servicios, del aprendizaje interactivo entre clientes y proveedores, del flujo de mano de obra entre las empresas y del conjunto de demandas y demás relaciones que se establecen entre ellas (Vázquez, 2005).  
     Como veremos más detenidamente en el Capítulo 3 al hablar de auto-organización, las organizaciones tienden a adoptar una forma y modo de actuación similares a la realidad que les circunda, basados también en los principios de la complejidad. Las empresas y otras organizaciones no son entidades fijas o determinadas, sino que están siempre en un estado de convertirse en otra cosa (Benson, 1977). Se convierten progresivamente en sistemas complejos adaptativos o con capacidad de adaptación (llamados en inglés complex adaptive systems, CAS”), que co-evolucionan con su entorno (Coleman, 1999). Y, como dicen Nonaka y Reinmoeller (2000):Las empresas que desarrollan sistemas dinámicos para definir rutinas creativas están continuamente explotando y originando los vendavales de la creación destructiva que mencionaba Schumpeter.
Por estas razones, defendemos la necesidad de vincular íntimamente, como lo hacen Hayek, Nonaka y Reinmoeller, el conocimiento con el contexto o entorno cambiante de la organización o del individuo portadores del mismo, a fin de disponer de conocimiento relevante, que sea útil para tomar de decisiones que produzcan acciones y transformaciones, y que generen para los decisores, y para la economía en general, resultados favorables. Como dice North, el cambio económico es un proceso ubicuo, progresivo e incremental que es consecuencia de las decisiones que, de manera individual, toman día a día los actores y empresarios de organizaciones. Mientras que la gran mayoría de esas decisiones son de rutina, algunas traen consigo la alteración de “contratos” existentes entre individuos y organizaciones. Es por medio de estas decisiones de los actores que las instituciones padecen alteraciones (North, 1993). Una visión estática, simple, descontextualizada y demasiado general del conocimiento que está en la base de las decisiones y las acciones de orden económico no parece adecuada para explicar el cambio evolutivo en que consiste el desarrollo económico.

2.2.3. CONOCIMIENTO Y APRENDIZAJE

Peter Senge (2002) cita una frase de Arie de Geus: “La capacidad de aprender con mayor rapidez que los competidores quizá sea la única ventaja competitiva sostenible”. North (1993) nos dice que la fuente de cambio más fundamental en el largo plazo es el aprendizaje de los individuos y los empresarios de organizaciones, y afirma que el proceso de aprendizaje humano es un proceso cognitivo que consiste en el desarrollo de una estructura a través de la cual se interpretan las diversas señales recibidas por los sentidos. La configuración inicial de la estructura es genética, pero su crecimiento subsiguiente es un resultado de las experiencias del individuo, que provienen tanto del entorno físico como del entorno socio-cultural (North, 1994).
La mayoría de las teorías sobre aprendizaje organizativo se derivan del terreno de la psicología cognitiva, están basadas en modelos de estímulo-respuesta, y asumen que las organizaciones aprenden por medio de los individuos que las componen, que se estructuran en grupos, departamentos filiales, o comunidades de otro tipo (redes internas); si bien se señala que, aunque son las personas las que propiamente aprenden, las organizaciones disponen de una especie de “memoria” propia que forma parte de su patrimonio exclusivo y sirve de base a su desarrollo futuro (Vázquez, 1999). Éste es el llamado capital organizativo (Bueno, 2003).
El aprendizaje se concibe en la mayoría de los casos en términos individuales y cognitivos, y la sociología del aprendizaje se ha centrado tradicionalmente en las condiciones externas de éste, tomando de forma muy tangencial la dimensión social del proceso de aprendizaje. Sin embargo, existe en la actualidad una extensa literatura sobre esta segunda dimensión, la social. Como explica North (2005), el proceso de aprendizaje es único para cada individuo, pero una estructura institucional/educativa común resultará en creencias y percepciones compartidas. Desde esta perspectiva social, el aprendizaje no es concebido como una forma de conocer el mundo, sino como una manera de formar parte de él. La perspectiva social del aprendizaje organizativo centra su atención en los procesos de participación e interacción, en lugar de en los procesos de información y modificación de la estructura cognitiva (Chiva y Camisón, 2002). Esta perspectiva es también válida para explicar cómo aprenden el empresario o el empleado: mucha de la experiencia de los hombres está frecuentemente tan íntimamente asociada con un conjunto particular de circunstancias externas, que una gran parte de los servicios más valiosos que puede ofrecer un profesional puede que esté solamente disponible bajo estas precisas circunstancias. Por ello, muchos de los servicios productivos creados por un incremento de conocimiento que ocurre como resultado de la experiencia acumulada por obra del total funcionamiento de la empresa a lo largo del tiempo, quedarán sin ser utilizados si la empresa no crece (Penrose, 1959). Esto genera una interesante dinámica: el aprendizaje conduce de manera natural a la expansión de la organización, si la misma aprovecha los recursos de conocimiento de los que dispone. Pero la expansión implica que los servicios productivos de la empresa cambian en este proceso. Para Edith Penrose esto es algo que los emprendedores y empresarios tienen muy claro: cuanto más saben acerca de sus recursos (la empresa no deja de ser un “conjunto de recursos”), y acerca de su negocio, mayores son sus posibilidades de éxito empresarial.
La mayoría de las teorías contemporáneas sobre el aprendizaje organizativo proponen  modelos que explican la interacción entre las organizaciones y su entorno (relaciones y redes externas). Las organizaciones reaccionan a las condiciones organizativas, pero también intentan activar condiciones externas favorables. Ciclos repetidos de interacción forman la base para aprender, y para programar y reforzar lo aprendido. Observar, reflexionar y actuar son los procesos básicos del verdadero ciclo del aprendizaje. Pero conviene apuntar que el aprendizaje se produce en las organizaciones también por medio de la imitación. El ciclo estímulo-respuesta implica que el aprendizaje requiere tanto cambio como estabilidad en las relaciones entre las empresas y sus entornos, defiende Bo Hedberg (2000). Si recordamos que una de las características destacadas del tercer entorno es la rapidez, podemos concluir que las empresas disponen hoy de medios para aprender con una celeridad antes inimaginable.      
Las empresas tienden en la actualidad a potenciar sus capacidades a través del aprendizaje directo de los clientes y proveedores, usando nuevas tecnologías y, en general, utilizando los conocimientos de las empresas con las que se relacionan, defiende Vázquez Barquero. Coincide con Lundvall en que el aprendizaje interactivo tiene tres dimensiones: aprendizaje técnico, comunicativo y social. El aprendizaje técnico toma formas diferentes para los usuarios y para los productores. Los usuarios, por un lado, primero tienen que conocer las oportunidades tecnológicas, después entender su utilidad potencial, y posteriormente desarrollar su propio saber-hacer. Los productores, a su vez, han de conocer las necesidades de los usuarios, cómo pueden satisfacerlas mediante una tecnología específica y, por último, cómo pueden aprender de los problemas que al usuario le presenta la utilización de la tecnología.
La empresa es más “sabia” y más competitiva cuanto más aprende, tanto a través de redes virtuales, mucha veces diseñadas para esta sola función, como a través de sus redes de relaciones y contactos locales formales y informales: un entorno local (o milieu, en la terminología del GREMI, Groupe de Recherche Européen sur les Milieux Innovateurs) contiene procesos de aprendizaje colectivo que le permiten responder a los cambios del entorno a través de la movilidad del trabajo en el mercado local, los intercambios de tecnología de producto, proceso, organización y comercialización, la provisión de servicios especializados, los flujos informales de información de todo tipo o las estrategias de los actores. La lógica de organización permite al entorno local cooperar para innovar y para competir (Vázquez Barquero, 1999).
Por ello, aprendizaje, entorno e innovación van íntimamente unidos. Las empresas se benefician no sólo de su capacidad de evolucionar apoyándose en las redes existentes, sino que pueden cambiar de manera fundamental sus estructuras de red y sus procesos para afrontar las demandas de aprendizaje planteadas por los cambios en los mercados y en la competencia (Benson-Rea, y Wilson, 2003).