UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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CAPÍTULO 1. EL ENTORNO ACTUAL: GLOBALIZACIÓN, SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO Y COMPLEJIDAD

“La economía política o economía es un estudio de la humanidad en su normal actividad de vivir; examina aquella parte de la acción individual y social que está conectada más directamente con la consecución y con el uso de los requisitos materiales del bienestar. Por ello, es por un lado un estudio de la riqueza; y por el otro lado, aún más importante, una parte del estudio del hombre ”  (A. Marshall, Principles of Economics)

1.1. EL ENTORNO ACTUAL: LOS ENTORNOS TRADICIONALES Y EL TERCER ENTORNO

Un estudio sobre el desarrollo local puede comenzar contextualizando las circunstancias en las que se localizan su acción y sus actores. Instituciones, organizaciones, y territorios están hoy enteramente subsumidos en un océano de fuerzas globales de naturaleza y dimensiones inauditas. Mi intento de comprender y relatar adecuadamente las dinámicas del desarrollo local pasará por analizar, aunque sea en términos generales, este escenario. Ascenderemos luego en un proceso inductivo desde elementos particulares constitutivos de este escenario (Caps. 2 y 3) hacia explicaciones teóricas del proceso de desarrollo económico (Cap. 4), y más adelante hasta la elaboración de un marco sistémico (Caps 5, 6 y 7) que permita describir la manera en la que interactúan las instituciones con las fuerzas tradicionales y con las nuevas fuerzas del desarrollo (Vázquez Barquero, 2005).
En el fondo, este libro es, como dice Marshall, un estudio de la riqueza y del hombre, desde una perspectiva dinámica, entendiendo el cambio económico como el cambio en el bienestar material y físico de las personas concebido de una forma amplia: aquel que puede ser cuantificado con mediciones físicas, pero también con otros aspectos del bienestar humano menos precisamente mensurables, pero importantes, incorporados en la actividad económica ajena al mercado (North, D.C., 2005) .            
Desde mediados de los años 1980 se están estudiando de manera intensiva los efectos que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) tienen sobre la empresa y sobre las sociedades humanas. Desde mediados de los años 1990, y en buena parte en directa relación con el amplio desarrollo de las TIC, se ha generalizado también el análisis de la importancia del conocimiento en las organizaciones. Existe un número importante de fuertes corrientes contemporáneas, reconocidas a la vez por las mejores prácticas y por estudios de prospectiva, que plantean serios retos a las empresas en el futuro inmediato: cómo abordar la creación de redes, la personalización en masa, la creación ágil de prototipos, la dirección del conocimiento ( 1), o la automatización antropocéntrica de procesos y otros ámbitos de modernización (Comisión Europea, 2001). En los años 1960 surgió la teoría de la complejidad, aunque es en los 1980 cuando alcanza su consolidación. Todos estos elementos son nuevas condiciones para el desarrollo económico, definidas genéricamente a finales del S. XX como “Globalización”. A este término acompañan  contemporáneamente otros muy utilizados en las últimas décadas: “Sociedad de la información”, “Nueva economía” y “Sociedad del conocimiento”.
Evidentemente, no existe una definición única para esta situación, sino casi tantas como autores la han estudiado. La globalización contemporánea se define como la caída constante en los costes de transporte y comunicación, y la reducción de las barreras creadas por los seres humanos frente al flujo de bienes, servicios y capitales (Stiglitz, 2002); un sistema global en el que las diferentes economías nacionales son subsumidas y re-articuladas por medio de procesos y transacciones internacionales (Hirst y Thompson, 1996); un sistema económico mundial condicionado por dos grandes factores recientes (el tecnológico y el institucional), en el que existe posibilidad prácticamente instantánea de comunicaciones y transferencias económicas y amplia liberalización de las operaciones privadas con ausencia de control sobre ellas (Sampedro, 2006); una economía basada en el conocimiento, en la información, en factores intangibles (como la imagen y las conexiones) (...), en la cultura de la innovación, en la cultura del riesgo, la cultura de las expectativas (...) en trabajadores autoprogramables (..), donde los mercados financieros se han convertido en una especie de autómata, con movimientos repentinos que no responden a una lógica económica estricta, sino a una lógica de complejidad caótica, resultado de la interacción entre millones de decisiones que reaccionan en tiempo real, en un ámbito global, ante turbulencias de información de origen diverso” (Castells, 2001).      
Éstos y otros muchos estudiosos han analizado estas circunstancias, llegando a definir una especie de nuevo entorno, nueva dimensión, o nueva economía, con reglas propias y distintivas de la realidad existente antes de la irrupción de estos procesos y tecnologías globalizadores. Javier Echeverría (1999) defiende la existencia de un “tercer entorno” que otros estudiosos han definido con nombres y desde perspectivas muy diversos: aldea global (McLuhan), tercera ola o frontera electrónica (Toffler), espacio de flujos: flujos de capital, de información, de tecnología, de interacción organizativa, de imágenes, sonidos y símbolos (Castells), mente interconectada (De Kerckhove), nöosfera o red de determinado conocimiento humano (Teilhard de Chardin) mundo digital (Negroponte), ciberespacio, sociedad de la información o sociedad del conocimiento. Este tercer entorno lo caracteriza Echeverría por medio de una serie de oposiciones frente al primer y al segundo entornos, que corresponden respectivamente al medio ambiente natural el primero, y a un entorno artificial, cultural y social el segundo, definido como entorno urbano o sobrenaturaleza, siguiendo a Ortega y Gasset, resultante de adaptar la naturaleza a las necesidades del hombre. 
En buena parte, además, esta “nueva sociedad” o “nueva economía” es promovida activamente, por un lado, por las administraciones públicas: la Unión Europea con la Estrategia de Lisboa (Unión Europea, 2000), el Estado central (con el Plan Siglo XXI), las administraciones autonómicas y locales... Por otro lado, por organizaciones muy diversas, que coinciden de manera general en que es necesario estimular la demanda de tal manera que pueda existir la suficiente masa crítica de usuarios que aprovechen las ventajas de las nuevas tecnologías y servicios disponibles, al mismo tiempo que se debe estimular la oferta en materia de contenidos y aplicaciones (CEOE, 2002).
Como aclaración previa, es importante señalar que en el presente trabajo parto del convencimiento de que, frente a la forma más corriente de hablar, ésta que vivimos no sería realmente una “nueva economía” sino un “nuevo entorno”, superpuesto sin eliminarlos a los entornos tradicionalmente reconocidos (el primero o natural y el segundo o urbano, siguiendo a Echeverría), y con características propias. Haciendo una analogía simplista, constituiría una especie de nuevo software que corre sobre el hardware tradicional; siendo ambos elementos fundamentalmente interrelacionados, estarían a la vez fundamentalmente diferenciados. De esta manera, la Sociedad de la Información se contempla como el efecto de un cambio o desplazamiento de paradigma en las estructuras económicas y en las relaciones sociales, tal como la llamada “revolución industrial” modificó (sin suprimirlas inmediatamente), en el ultimo cuarto del siglo XIX, a las sociedades de fundamento esencialmente agrario (Castells, 1998). Lo que si es posible es que este nuevo entorno propicie nuevas formas de entender la economía, como iremos viendo a lo largo de los siguientes capítulos, y se hace cada vez más patente a medida que nos adentramos en el S. XXI.  
El impacto generado por el mundo digital es equivalente al de la revolución industrial; no mayor, pero sí similar. La diferencia, que magnifica la situación actual, es que el industrialismo se desarrolló durante muchas generaciones, mientras que el cambio digital se está llevando a cabo en sólo una generación y media o dos (Gates, 2002). Con todo, debemos recordar que no conviene exagerar el impacto económico y social de la difusión de las TIC: los flujos financieros y de mano de obra, la creación de nuevos productos de consumo y de bienes de inversión y el grado global de innovación fueron todos ellos (aún) más elevados durante el período anterior de globalización, que se produjo entre 1870 y 1914 (Vázquez Barquero, 2005).   
Lo radicalmente nuevo en la “Nueva Economía” derivada de la generalización de las TIC, se concretaría en dos aspectos: por un lado, las TIC serían Tecnologías de Uso General (GPT en inglés), con capacidad de influenciar profundamente todos los sectores de la economía simultáneamente. Por otra parte, los productos mismos de estas tecnologías no sólo contendrían conocimiento, sino que se comportarían enteramente como conocimiento, tendrían su misma naturaleza de bienes no-espaciales y no-rivales (Quah, 2001). Otras aproximaciones de tipo más filosófico, relacionadas con el cuestionamiento general de los paradigmas neoclásicos que sustentan la teoría económica más ortodoxa, se analizarán en el capítulo 4: para algunas corrientes contemporáneas, como la New Economics Foundation (NEF), la nueva economía se basaría en una nueva definición de la riqueza, que va más allá del P.I.B., y tiene muy en cuenta aspectos medioambientales, sociales y los relativos al bienestar de las personas.   
Un efecto muy importante (y muy interesante) de la nueva economía, cualquiera que sea la teoría a la que se adscriba, es que se repone a la persona en el centro de atención. En el pasado, el centro lo ocupaban la máquina de vapor, el horno de la fundición y la cadena de montaje. Estas máquinas eran abastecidas por humanos, personas que eran más o menos intercambiables. En cambio, el ordenador es la primera máquina que depende de la particularidad de cada persona que la manipula y que le proporciona contenido. Esta dependencia del contenido, con todos sus matices y necesidad de contexto, pone a la persona y no a la máquina en el verdadero centro de la nueva economía. De alguna manera, pareciera que hayamos cerrado un círculo y hemos vuelto al momento anterior a la revolución industrial, cuando las personas eran básicamente independientes de las máquinas. (Hales, 2000).
Para el Banco Mundial, los cuatro pilares de la economía del Conocimiento son (Viedma, 2003):

  • una base humana experta y educada para crear y compartir el conocimiento;
  • una red de centros de investigación, universidades, “think tanks”, empresas privadas y asociaciones que aprovechen el creciente stock de conocimiento global, lo asimilen y lo adapten;
  • un entorno económico y legislativo que facilite los flujos de conocimiento, que apoye la inversión en TICs, y que estimule el espíritu emprendedor;
  • una infraestructura dinámica de información que facilite la comunicación, la difusión y el proceso de la información.   

El Grupo de Alto Nivel de Expertos sobre la Economía Intangible de la Comisión Europea, dirigido por Clark Eustace, nos alerta cerca de la rapidez de las transformaciones, y afirma que si bien las economías de todo el mundo están sin duda experimentando una era de cambios más rápidos que jamás antes en la historia, los principios económicos fundamentales siguen en pie. La “nueva economía” es, más que una serie de rupturas irreversibles, un cambio de visión relacionado con la creación y la extracción de valor (tanto en el mundo tangible como en el intangible). La verdadera ruptura residiría en nuestros sistemas de medida de las empresas y de la economía, que siguen midiendo (aunque su precisión sea cada vez mayor) una porción cada vez más pequeña de la economía real (Comisión Europea, 2000).
Este cambio de paradigma afectaría también a la forma en que se perciben y se organizan las empresas. Progresivamente, empresas con éxito no se ven a sí mismas como unidades económicas que producen valor y beneficios para los empresarios y accionistas, sino como sistemas vivientes compuestos, a su vez, por otros sistemas vivientes: las personas que trabajan para ellas y que pertenecen a ellas (De Geus, 1997). Pero si bien es muy claro que las nuevas tecnologías modifican las organizaciones, no se han llegado a determinar relaciones causa-efecto generalizables, por lo que no existe consenso sobre cómo están evolucionando las empresas en respuesta a la tecnología cambiante. En muchas ocasiones se encuentran incluso abiertas contradicciones entre estudios que analizan el impacto de las TIC sobre las dimensiones organizativas (Del Águila, Bruque y Padilla, 2003).
El “tercer entorno” de Echeverría es, pues, un “nuevo espacio-tiempo social” posibilitado por una serie de tecnologías muy recientes: el teléfono, la radio, la televisión, el dinero electrónico, las redes telemáticas, los sistemas multimedio, y el hipertexto. Son varias las “oposiciones”, como las llama este autor, que lo diferencian frente al primer y al segundo entorno, y me concentraré en referir seis de ellas, que entiendo especialmente relevantes.
1. Recintualidad versus reticularidad: frente a la tradicional importancia del emplazamiento físico, en una estructura reticular lo importante es tener acceso a alguno de los nodos de la red: a partir de ello, las acciones posibles en la red son factibles independientemente del lugar geográfico en donde uno esté (Echeverría, 1999). La idea que hay detrás del nacimiento de Internet refleja bien el carácter del nuevo espacio-tiempo social: es el sueño de un espacio común en el que podemos comunicarnos compartiendo información. La universalidad es su primer carácter esencial: el hecho de que un enlace de hipertexto puede apuntar hacia cualquier cosa, sea personal, local o global, sea un borrador o un contenido sumamente elaborado. La segunda parte del sueño es que la Red se use de manera tan general que se convierta en un espejo realista de la forma en que trabajamos, jugamos y socializamos (Berners-Lee, 1997).
En este contexto, el futuro de las empresas, grandes o pequeñas, depende de su capacidad de transformar sus procesos de negocio a fin de explotar las nuevas oportunidades que ofrece la ubicuidad que permiten la Red y los avances en las TIC. Las organizaciones deben expandir su capacidad de crear redesy a la vez su habilidad para integrar la gestión de sus relaciones, sus procesos y sus transacciones a lo largo de la cadena de valor (Ginige, Murugesan y Kazanis, 2001).
La gestión de procesos y de relaciones alcanza también plenamente al ámbito de lo público: los mecanismos de e-gobierno asumen una especial importancia en términos de desarrollar estrategias de gobernanza que estén orientadas a la sostenibilidad de las instituciones públicas (Raposo et al, 2006).
Tanto si son reales como si son virtuales, las redes presentan una característica económica fundamental: las externalidades de red. Un producto presenta esta característica cuando su valor para un usuario depende de cuántas personas más usen ese producto. Las externalidades o efectos de red no son un invento de los años noventa. Todo lo contrario, han sido reconocidas desde hace mucho tiempo como de suma importancia en el sector del transporte y de las comunicaciones, donde las compañías compiten por extender el alcance de sus redes y donde una red puede aumentar notablemente su valor interconectándose con otras redes, como dicen Shapiro y Varian (2000). Internet debe su verdadero éxito y su valor al principio de interconexión, a su universalidad, y a la libertad de acceso y de tráfico dentro del sistema -asunto que, por cierto, plantea la difícil cuestión de su tarificación, ya que la Red concentra las verdaderas funcionalidades en sus extremos, relegando la mayor parte a un papel de canal tonto (Odlyzko, 2004).    
2. Circulación lenta vs. circulación rápida: rapidez del cambio. En el tercer entorno el concepto de velocidad cambia por completo, porque la movilidad es electrónica. Lo que circula a gran velocidad es información, es decir bits, y la propia definición de la velocidad cambia. En el tercer entorno se desplazan paquetes de bits, y el incremento de la capacidad de transmisión (ancho de banda) y de la velocidad son objetivos prioritarios. Echeverría cita a Paul Virilio, para el que el poder es históricamente inseparable de la riqueza, y la riqueza es inseparable de la velocidad. La historia del ascenso de los Rothschild ayuda a entender esta afirmación: cuando Napoleón y Wellington están a punto de enfrentarse en su batalla final, cae la Bolsa de Londres en medio del pesimismo por el desenlace. La Casa de los Rothschild, que había situado a un espía en Waterloo, conoce horas antes que nadie el desenlace del enfrentamiento y compra copiosamente a la baja. Dos días después, el triunfo de las armas británicas había multiplicado su fortuna: la información veloz y privilegiada les permitió jugar con ventaja.
Un estudio sobre la sociedad de la información en España (Telefónica, S.A., 2001) recoge esta reflexión de la obra “Autopistas inteligentes”, de Julio Linares y otros autores, editada por FUNDESCO en 1995: “Las sociedades de la información se caracterizan por basarse en el conocimiento, y en los esfuerzos por convertir la información en conocimiento. Cuanto mayor es la cantidad de información generada por una sociedad, mayor es la necesidad de convertirla en conocimiento. Una dimensión de tales sociedades es la velocidad con la que tal información se genera, transmite y procesa. En la actualidad, la información puede obtenerse de manera prácticamente instantánea y, muchas veces, a partir de la misma fuente que la produce, sin distinción de lugar”.
La tecnología digital en las sociedades actuales tiene una implicación esencial: el efecto de transformación permanente de la realidad que supone la disponibilidad en tiempo real, instantánea, sin limitación geográfica, aquella limitación física que en la sociedad pre-informacional era también siempre también una limitación temporal.
La consecuente rapidez implica para las empresas el reto de adaptarse a los velocísimos cambios producidos en la demanda y en la tecnología disponible para realizar sus procesos. La forma tradicional de organización del trabajo, basado en las ideas de la producción industrial en masa, se cuestiona actualmente, y se produce un desplazamiento desde sistemas fijos de producción hacia un proceso flexible y adaptativo de desarrollo organizativo (Van Leeuwen, 2002). La globalización está redefiniendo el paisaje competitivo. Está creando rapidísimamente nuevas tecnologías, mercados e industrias. Acelera los ciclos y el ritmo al que las empresas deben desarrollar nuevas tecnologías y productos y servicios a escala global para mantenerse competitivos (Barkema, Baum y Mannix, 2002).       
3. Localidad vs. globalidad. Aunque Echeverría comienza este punto afirmando que podría decirse que el primer y el segundo entornos son territoriales, mientras que el tercero es un entorno desterritorializado, matiza sus palabras con una cita de Beck “Que la globalización no sólo significa des-localización, sino que además presupone una re-localización, es algo que se desprende de la propia lógica económica. Nadie puede producir globalmente -tomada esta palabra literalmente-. Así, las empresas que producen y comercializan sus productos globalmente deben desarrollar relaciones locales”. Y puede añadirse perfectamente lo contrario: las empresas locales que piensan globalmente tienen mayores posibilidades de competir con posibilidades de éxito.
Estas realidades están en la base del funcionamiento de los distritos o agrupamientos industriales, como veremos más adelante. El entorno empresarial local funciona como un contexto social que no solo produce economías de escala por medio de las relaciones externas, y ofrece una división eficiente del trabajo; también posibilita ahorros en costes de transacción, y promueve emprendimiento, innovaciones, y el desarrollo de externalidades dinámicas de aprendizaje y de derramamientos tecnológicos (Malecki, 2000).   
Paradójicamente, la globalización refuerza la territorialización, entre otras cosas porque, como dice Boisier (1998), el territorio se ha convertido en un elemento importante en la defensa individual contra la alienación y la homogeneización que viene de la mano de la globalización.
Echeverría completa su razonamiento afirmando que, sin embargo, puede haber empresas creadas en el tercer entorno y que elaboran productos para el tercer entorno. La organización productiva de ese tipo de empresas, a las que llamaremos tele-empresas, no tiene por qué basarse en materias primas ni tampoco en trabajadores localmente vecinos, sus productos no se distribuyen a través de territorios ni se venden en los comercios clásicos, sino que son accesibles y adquiribles a través de la propia red.
Se pone en evidencia cómo se diluyen las fronteras entre las dimensiones, la física y la virtual, la local y la global, con la aplicación de las nuevas tecnologías, al punto de que varios autores y las Naciones Unidas utilizan corrientemente el neologismo “glocalización”, palabra formada por la yuxtaposición de los términos “globalización” y “localización”. Este término acuñado por Robertson en 1995 sugiere que lo global y lo local interactúan, que existe una doble tendencia simultánea de universalizar y a la vez particularizar los procesos de globalización.
La globalización como proceso tiene, a su vez, una doble dimensión derivada del efecto de los nuevos medios de transmisión de la información. En el plano geográfico, lo global entendido como la superficie del globo terráqueo hace el espacio cada vez más pequeño y a veces irrelevante por causa de los avances técnicos. En el plano social, lo global como tercer entorno es a la vez amenaza y oportunidad para lo local en sus dimensiones cultural y económica: se ve amenazado o reforzado en tanto en cuanto está o no capacitado (=dispone del conocimiento suficiente) para estar presente y sacar partido de este nuevo entorno. El proceso de la globalización en la economía del conocimiento ha tomado esta doble dimensión dado que la dispersión global de la tecnología (lo que Archibugi, Howells y Michie llaman Tecnoglobalismo) coexiste con su creación y desarrollo a nivel local (Belis-Bergouignan y Carrincazeaux, 2004).             
4. Autosuficiencia vs. interdependencia. Las acciones del tercer entorno dependen ante todo del buen funcionamiento de la tecnología, y por ende de un artificio construido y mantenido por múltiples agentes. La interdependencia aumenta exponencialmente y, en particular, desborda los límites de las comunidades locales. La interdependencia hombre/máquina es una de las características más acusadas del tercer entorno, aunque en el segundo entorno ya se había dado, sobre todo en las sociedades industriales; lo que ocurre ahora es que esa interdependencia pasa a ser general en el tercer entorno, hasta el punto de convertirse en una nota distintiva de su estructura como espacio social (Echeverría, op.cit.). La interdependencia tiene además un segundo sentido, el de la que se establece persona/persona o empresa/empresa, como afirma la Comisión Europea (2003): la mayor complejidad de los procesos de producción requiere diversas aportaciones especializadas.
La popularización de las nuevas tecnologías desarrolladas en los últimos años del siglo XX ha propiciado una transformación radical en el entorno de las empresas,  ofreciendo a la vez enormes oportunidades para un cambio industrial de enorme calado. La evolución que ha seguido la integración de las TIC en las organizaciones la podemos dividir en cuatro etapas, según el uso que se ha realizado de la tecnología (Arias y Gene, 2003): proceso de datos, en los años 50 y 60; informatización, en los 70 y 80; uso estratégico, a finales de los 80; integración, uniendo, con la consolidación de las redes desde principios de los 90, las tres etapas anteriores en una única arquitectura integrada.
Algunos autores, como Negroponte (1999), hablan de un futuro en que la interdependencia se producirá máquina/máquina, o sistema/sistema, de manera masiva (de hecho, electrodomésticos empiezan ya a incorporar sistemas automáticos de inventario y de comunicación con los servidores de los supermercados). La interdependencia genera sistemas complejos donde participan personas y máquinas (que realizan funciones fabriles, de proceso de información, de telecomunicación), sistemas que están dotados de un “sistema central” en las organizaciones inteligentes. La visión de la organización se asemeja así a la de un ser vivo y complejo, con un sistema nervioso, que desarrolla las funciones de sentir y aprender, comunicación interna y externa, coordinación, y memoria donde se almacena el conocimiento (Comisión Europea, 2000b). 
5. Producción versus consumo: bienes aespaciales y arrivales. En las economías del segundo entorno tanto la producción como el consumo desempeñan una función económica vital. La novedad estriba en que la riqueza económica y los capitales se generan en gran medida a partir de los actos de consumo, y en concreto de los actos de consumo masivo (Echeverría, op.cit.).
Andrés Font (2003) cita a Danny Quah, defendiendo que el aspecto más relevante de la economía basada en el conocimiento no sería tanto el hecho de la creciente utilización de ese conocimiento como factor de producción y su efecto en la productividad, sino más bien que, gracias a la digitalización y a Internet, gran parte de los productos y servicios de la nueva economía (software, video, música, etc.) son distribuidos y usados como productos y servicios dotados de las características propias del conocimiento: su “aespacialidad” y ser “no-rivales”, es decir, casi infinitamente usables y reproducibles (expandibilidad infinita la llaman algunos teóricos, como veremos más adelante, al analizar la nueva Teoría del Crecimiento). Es decir, son productos y servicios especialmente adecuados para una clientela masiva. Cornellá (2000) defiende también la importancia del cliente: las empresas deben entender que ésta no es la era de Internet, sino que es la era del cliente. El consumidor tiene, como hemos dicho, acceso a más información que nunca, puede agruparse con otros consumidores con el fin de conseguir mejores precios en el mercado, o incluso para forzar el desarrollo de nuevos productos que mejoren la oferta estándar de sus proveedores.
La información como herramienta y como soporte de productos se convierte para las empresas en un arma de doble filo que deben aprender a manejar. Como afirma en su informe el Grupo de Alto Nivel de Expertos sobre la Economía Intangible (HLEG) que asesora a la Comisión Europea, el impacto del conocimiento y los intangibles será mayor para las empresas con años de existencia que están basados en tecnologías tradicionales que para las empresas de la nueva economía. Frente a la globalización creciente, las industrias europeas maduras están peleando por gestionar el agotamiento del viejo modelo de producción en masa, y a la vez se ven obligadas a dar respuesta a la demanda masiva de personalización por parte de consumidores cuyas necesidades de productos básicos están básicamente satisfechas. Cuando usamos el término personalización en masa estamos definiendo un fenómeno que se ha considerado una paradoja hasta hace poco. La producción en masa requería grandes existencias de bienes homogéneos para explotar las economías de escala, mientras que la personalización masiva implica la capacidad de satisfacer específicamente las necesidades de cada individuo. Juntar ambos términos se consideraba imposible con los modelos anteriores de producción industrial. El énfasis se pone ahora en la gestión de la cadena del valor y en sistemas de producción orientados a suministrar una solución única para las necesidades de cada cliente individual - justo lo contrario del mantra de marketing de Henry Ford -. La segmentación del mercado y la personalización en masa son la misma cosa (excepto que la segunda implica afinar más), y el elemento clave reside en la infraestructura que la hace posible.
6. Naturalidad vs. Artificialidad: el papel del conocimiento. Las materias primas han sido históricamente la base de la economía, hasta el punto de que se ha llegado a entender por producción la manipulación, elaboración y manufacturación de dichas materias primas. Esto cambia significativamente en el tercer entorno, porque el objeto a explotar ahora es el conocimiento humano: por eso cabe hablar de una sociedad del conocimiento. Se entiende con ello que la materia prima a explotar primordialmente ya no es natural, sino artificial, en concreto el conocimiento acumulado por los seres humanos. Así como la civilización industrial del segundo entorno explotaba los recursos naturales del primero, la sociedad del conocimiento del tercer entorno explota ante todo los conocimientos disponibles en el segundo, transfiriéndolos y adaptándolos a este tercer entorno (Echeverría, 1999). El concepto adquiere carta de naturaleza a partir de un informe de la OECD (1996) en que se dice que “el término economía basada en el conocimiento resulta de un reconocimiento más pleno del rol del conocimiento y la tecnología en el crecimiento económico (...) Las economías de la OECD dependen hoy con mucha más intensidad de la producción, la distribución y el uso del conocimiento que nunca en el pasado”.
Parece que el conocimiento se convierte a la vez en una nueva materia prima, y en un factor fundamental para la producción y la explotación de esa materia prima. La nueva sociedad sería una sociedad del conocimiento (C), en la que el conocimiento es el recurso clave, y los trabajadores del C el grupo dominante de entre todos los trabajadores (Drucker, 2001). Sus tres características principales serían:

  • inexistencia de fronteras, porque el conocimiento viaja con enorme facilidad;
  • movilidad social hacia arriba, disponible para cualquiera por medio de la educación;
  • potencial de fracaso igual que de éxito: todos pueden adquirir los medios de producción (el conocimiento necesario para desarrollar una tarea), pero no todos pueden ganar.

Para Drucker, estas tres características convierten a la sociedad del C en una sociedad muy competitiva, tanto para personas como para organizaciones.
Alfons Cornellá (2000) afirma que las ideas parecen haber sustituido al capital en su función de principal generador de riqueza. La explotación inteligente de la información, su conversión en conocimientos, puede que sea la única fuente de competitividad sostenible. Y defiende el valor de lo que llama activos informacionales (intangibles), criticando que según la ortodoxia económica actual, seguimos valorando una empresa en función de su valor en el peor de los casos, es decir, qué obtendríamos de ella en caso de quiebra, o sea, fundamentalmente activos tangibles. Para otros autores, el conocimiento puede ser en la actualidad la mayor ventaja competitiva de la empresa (Davenport y Prussak, 1998). Las organizaciones, a fin de aumentar su capacidad competitiva, intentan aumentar permanentemente el nivel de singularidad de su capital humano ajustando o adaptando sus habilidades. Esa permanente adaptación mediante el entrenamiento no sólo ayuda a combatir la pérdida de valor del capital humano (el conocimiento pierde valor si no se actualiza), sino que, al producirse en el contexto de una organización con determinada idiosincrasia, capacidades y recursos, puede ayudar a mantener la singularidad del capital humano, haciendo difícil que pueda imitarlo la competencia (Lepak y Snell, 1999). Sí es cierto que el capital clásico es cada vez más una commodity, y el conocimiento parece convertirse progresivamente en un bien más valioso y diferenciado.  
No podemos olvidar que la vez que la problemática de la competitividad, se plantea la de la solidaridad (o, como prefiero conceptualizarla a lo largo de este trabajo, de la cooperación). Lo que distingue a los pobres de los ricos –sean personas o países- es no sólo que tienen menos capital, sino también menos información y/o conocimientos. El conocimiento se asemeja a la luz. Su ingravidez e intangibilidad le permiten llegar teóricamente sin dificultad a todos los confines e iluminar la vida de los seres humanos de todo el mundo (Banco Mundial, 1999). Sin embargo, plantea retos fabulosos cuando se globaliza y se distribuye a través de redes como Internet: la nube de smog binario, la cuestión de la identidad, anomias y perversiones, desigualdad, democracia y control social (Baigorri, 2000).

1.2. COMPLEJIDAD Y GLOBALIZACIÓN

Resumiendo lo expuesto más arriba, se define una de las características que mejor describen la realidad actual: la complejidad. Una primera descripción del nuevo entorno social y económico en que operan las empresas y las demás organizaciones permitiría, pues, caracterizarlo como mínimo así:    
- progresivamente interconectado en forma reticular,
- en el que la rapidez es crucial,
- glocalizado (es decir, globalizado aunque no deslocalizado),
- crecientemente interdependiente,
- donde el consumo en masa define la producción,
- y en que el valor está cada vez más basado en el conocimiento y la información.
La existencia de este nuevo entorno de la información y el conocimiento, que se superpone a los ya existentes para los que disponemos de medidas geográficas (local, regional, nacional e internacional), supone nuevas oportunidades para las organizaciones, que deben ya operar tanto en el entorno virtual como en el tangible o físico, y les impone nuevos retos competitivos y de gestión. En una sociedad humana globalizada, la capacidad competitiva se construye más que nunca en función de la velocidad del cambio y del contexto histórico.
Y lo importante, paradójicamente, no es ya la velocidad absoluta de aprendizaje e innovación, sino el ritmo de su desarrollo en comparación con el de los rivales. Como resultado de esta paradoja, una empresa puede quedar retrasada incluso realizando rápidos cambios innovadores. Es el llamado efecto de la Reina Roja, en homenaje al personaje de Lewis Carroll en su novela “Alicia a través del espejo”. Este fenómeno co-evolucionario resulta cuando el crecimiento del aprendizaje e innovación de la empresa, en respuesta a su competencia, producen como resultado un incremento aún mayor de la competitividad. Formulado por Barnett y Hansen en 1996, ha sido también estudiado por Bergstrom y Lachmann (2003). Como explican estos últimos: si entendemos el proceso de co-evolución como una negociación amplia en la que el riesgo de ruptura de la cooperación sirve como una amenaza que una especie impone a otra, resulta  que una evolución más rápida no permite a una especie adelantar a la especie asociada. Este efecto se produce de forma tanto bilateral como multilateral. Y abona, en un mundo interconectado, interdependiente y fundamentado en el conocimiento (un bien, recordemos, a-espacial y no-rival), el terreno para la colaboración competitiva o coompetition.    
El entorno social y económico contemporáneo es decididamente complejo. Constituye un sistema, de acuerdo con definiciones ortodoxas, formado por un conjunto elevado de elementos, los cuales guardan muchas y distintas relaciones entre sí (Waldrop, 1992, citado por Chiva y Camisón, 2002). La teoría o ciencia de la complejidad se ha consolidado a lo largo del Siglo XX a lo largo de tres fases sucesivas y diferenciadas (Simon, 1996):   

  • el interés por el holismo y las teorías de la gestalt, después de la primera guerra mundial, que ya van estableciendo que el todo no es sólo la suma de sus partes, sino que tiene propiedades diferentes de las de sus componentes, y por lo tanto un sistema se puede explicar sólo como una totalidad.
  • Después de la segunda guerra mundial aparecen la cibernética, nuevos desarrollos de la termodinámica, y la teoría general de sistemas. La teoría de sistemas establece que un sistema está compuesto de subsistemas o componentes interrelacionados, y que esto es válido para sistemas mecánicos, físicos, biológicos y sociales. La termodinámica, por su parte, es capaz de explicar la complejidad organizada en términos de una reducción del desorden interno que se logra cuando el sistema absorbe energía del exterior, logrando de esta forma resultados mediante un proceso de adaptación a un entorno cambiante. Al contrario de lo que ocurre en mecánica, cualquier situación de un sistema termodinámico no constituye un estado de ese sistema, sino muy al contrario, y ello se debe a que la difusión del calor es un proceso intrínsecamente irreversible. La entropía constituye una función de estado de un sistema. En un sistema aislado, que no intercambia nada con el medio, el flujo de entropía es, por definición, nulo. Sólo subsiste el término de producción y la entropía del sistema no puede sino aumentar o permanecer constante. (...) El crecimiento de la entropía muestra un evolución espontánea del sistema (Prigonine y Stengers, 1983).

La entropía llega así a ser así un indicador de evolución, y traduce la existencia de una “flecha del tiempo”: para todo sistema aislado, y mediante un proceso natural, el futuro está en la dirección en la cual la entropía aumenta, y lleva al sistema al equilibrio, que es el punto en que la entropía es máxima. Desde esta perspectiva, se deduce que el único sistema aislado en sentido estricto es el Universo entero, que es un sistema compuesto de infinidad de subsistemas. La consecuencia directa de esta teoría es que dado que los sistemas termodinámicos están sometidos a procesos irreversibles, (a diferencia de la física clásica, en la que la reversibilidad permite actuar sobre un sistema físico simple), el sistema no es realmente controlable: sólo pueden establecerse sus condiciones iniciales y sus condiciones de contorno. Todo ello, como veremos, tiene serias implicaciones sobre la economía, como describe singularmente Georgescu-Roegen (1971).   

  • La tercera fase de la teoría de la complejidad nace de una nueva percepción del equilibrio, con la generación de mecanismos y herramientas para crear, mantener y analizar la complejidad, que empieza a relacionarse desde los años 1960 con la teoría del caos, con los sistemas no lineales, y con los sistemas complejos adaptativos o con capacidad de adaptación, es decir, aquellos que aprenden y evolucionan de la misma forma que los seres humanos, y que están implicados en procesos como el origen de la vida, la evolución biológicos, el aprendizaje, los procesos mentales, la evolución de las sociedades animales y humanas o el comportamiento de los inversores en los mercados financieros.(Gell-Mann, 1994, citado por Chiva y Camisón, 2002). Los sistemas complejos con capacidad de adaptación están constituidos por agentes heterogéneos que se relacionan entre sí y con su entorno de forma no lineal a través del tiempo, son capaces de adaptar su comportamiento de forma ilimitada sobre la base de la experiencia, y todas sus características pueden ser consideradas emergentes. Para ciertos autores, en especial los defensores de la escuela de la economía de la complejidad (o complexity economics, con centros de referencia como el Santa Fe Institute), la economía es uno de estos sistemas complejos. Volveremos sobre estas cuestiones aplicadas al desarrollo local y a la economía en general más adelante.

La complejidad contemporánea y la globalización del entorno económico y social plantean nuevos retos. En especial, las pequeñas y medianas empresas (PYME) se enfrentan a un gran número de ellos que tienen que ver con los cambios que ocurren dentro y fuera de la empresa, tanto en el mercado local como en el global, y tanto en la economía tradicional como en la digital (Fariselli, 1999). En este dinámico paisaje competitivo, los retos para la gestión de las organizaciones, en la consecución de sus fines, son diversos (Barkema et al., 2002):

  • adaptar las prácticas de búsqueda del conocimiento al entorno de cada proceso de negocio y de cada empresa y su entorno: diferentes procesos pueden tener ritmos diferentes;
  • sincronización entre procesos y equipos;
  • acompasar los ciclos de la organización a los de su sector;
  • responsabilidad social con las generaciones siguientes: reciprocidad y sostenibilidad;
  • creación de semi-estructuras dinámicas internas;
  • atención a los meso-cambios (ni incrementales ni radicales);
  • gestión de la diversidad;
  • gobernanza de la organización y esquemas de incentivos;
  • combinación de perspectivas y métodos teóricos;
  • generar y dinamizar redes de comunicación y de colaboración.

En un escenario marcado por el protagonismo de los mercados financieros sobre la economía productiva, y con el objetivo de crear valor para el accionista,  las empresas se han dotado de diversas políticas de gestión (Rodríguez, 2004):

  • las fusiones y adquisiciones, que han comportado un aumento de la cotización de las empresas. La creación de valor se obtiene explotando sinergias entre las empresas fusionadas, en buena parte mediante mejoras de la productividad, y aprovechando las economías de escala.
  • El retorno a las actividades básicas de la empresa, es decir, aquellas en las que posee ventajas competitivas, como estrategia de creación de valor.
  • La reingeniería de procesos, que permite concentrar la empresa en los segmentos más rentables, externalizando la producción de bienes y servicios (con lo que el perímetro de actuación que queda fuera de la empresa soporta frecuentemente peores condiciones de trabajo que sus procesos esenciales).
  • La reducción de capital, o más concretamente de títulos de propiedad del mismo,  con lo que se puede remunerar mejor cada uno de los mismos. 

La tercera globalización, en la que ahora nos encontramos, hunde sus raíces en los años 1970. Antes, en la primera globalización se constituyó en lo que Wallerstein (1979) denomina “economía-mundo” o “sistema-mundo”, surgido a principios del S.XVI por la expansión comercial europea y el dominio colonial, y que dio comienzo al capitalismo. La segunda globalización, surgida del proceso industrializador del S.XIX y el incremento del volumen del comercio internacional, ocurre a finales de este siglo y a principios del S. XX con la internacionalización del capital-dinero y del capital-productivo, y se vio abortada por la Gran Depresión y las dos Guerras Mundiales. En la tercera globalización económica, después de un período inicial de crecimiento de los mercados interiores tras la Segunda Guerra Mundial, se ha ido produciendo una creciente internacionalización acompañada de la eliminación de controles restrictivos al movimiento de mercancías y de capitales. La globalización que vivimos supone un cambio radical en la forma y organización del capitalismo, que se fundamenta hoy en la confianza en el principio neoclásico de asignación eficiente del mecanismo de mercado, que no es ya tanto un capitalismo industrial y material como un capitalismo financiero, virtual e inmaterial, y que se caracteriza por los siguientes rasgos complejos (Brunet y Böcker, 2007):

  • la globalización de las finanzas, especialmente gracias a la interconexión electrónica en tiempo real, y que ha llevado a lo que Chesnais y Philon (2003, cit. por Brunet y Böcker, 2007) han denominado nuevo régimen de acumulación global dirigido por lo financiero;
  • un nuevo paradigma tecnoeconómico, cuya materia prima es la información, que supone la globalización de la innovación, aceptar el valor estratégico del capital humano y la gestión del conocimiento, y la configuración de nuevos modelos de organización industrial con división espacial del trabajo;
  • las redes de empresas y las empresas-red, entendidas estas últimas como la rearticulación, aumento de la complejidad, y génesis de una nueva forma organizativa, no clasificable únicamente como mercado ni como organización verticalmente integrada, que supone la superación del modelo de empresa fordista;
  • las estrategias de producción just-in-time, relacionadas con la gestión de la calidad total;
  • y las transformaciones del trabajo, originadas por la producción en tiempo real, las posibilidades de autoprogramación, la liofilización organizativa a la que llevan la desconcentración y la subcontratación, el desarrollo de las redes de comunicación física y de datos, y el deterioro de los sistemas de garantía para los trabajadores fijos.

A estos elementos debemos sumar la importancia que, a pesar de la primacía de lo financiero, sigue teniendo el comercio. El rol de los intercambios es doble (Moran y Ghoshal, 1999): por un lado, facilita la continua recolocación de recursos en usos más productivos -como nos dicen Hayek (1945) y North y Thomas (1975)-; por otra parte, por medio de la recombinación que facilitan de los recursos de los que cada individuo dispone, los intercambios comerciales transforman y restablecen las prioridades de los servicios que son posibles o interesantes para cada una de las partes del juego, y estimulan la percepción de nuevas combinaciones posibles. Los intercambios nos permiten explotar mejor el conocimiento disponible e inducen a la migración continua de recursos a usos mejores.   
En este contexto sumamente complejo es donde se localiza el objeto concreto de este libro: la incidencia de las instituciones, y en particular de sus formas organizadas con base territorial, las llamadas instituciones comunitarias, en el desarrollo local con un enfoque innovador. Para comenzar a analizar este problema, continuaremos prestando especial atención a una serie de componentes especialmente relevantes de la actual realidad económica mundial globalizada, comenzando por el conocimiento y la innovación. 

1       Prefiero utilizar la terminología “Dirección del conocimiento”, acuñada por Eduardo Bueno, a “Gestión del conocimiento”, que aunque mucho más extendida, entendemos resultante de una menos satisfactoria traducción del original inglés knowledge management.