UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

UN NUEVO MODELO DE DESARROLLO LOCAL

Alejandro Hernández Renner (CV)

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4.9. EL DESARROLLO SOSTENIBLE

Para terminar este análisis teórico, efectuamos un somero repaso de las teorías que  parten del otro paradigma que, junto con el expuesto en el punto anterior, parece destinado a sustentar los planteamientos más innovadores en el ámbito de la economía del crecimiento y del desarrollo: recordar la existencia de límites al desarrollo; es decir, aceptar que en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles, como dicen los informes al Club de Roma (Meadows, et al., 2006). El desarrollo debe entenderse necesariamente, para esta corriente teórica, y ante la constatación de los limitados recursos disponibles en nuestro planeta, como desarrollo sostenible, término acuñado por el llamado Informe Brundtland (O.N.U., 1987), y que supone un proceso de reconciliación de tres imperativos: (1) el imperativo ecológico de vivir dentro de una capacidad biofísica global de sostenimiento y mantener la biodiversidad; (2) el imperativo social de asegurar el desarrollo de sistemas globales de gobernanza para propagar y mantener de manera efectiva los valores conforme a los cuales las personas quieren vivir; y (3) el imperativo económico de asegurar que las necesidades básicas son cubiertas en todo el planeta. Un acceso equitativo a estos tres recursos (ecológicos, sociales y económicos) es fundamental para lograrlo (Dale y y Onyx, 2005). A esta línea de pensamiento, en sus líneas más puras, se les denomina economistas ecológicos o economistas biofísicos.
Desde el punto de vista de los defensores del desarrollo sostenible, es necesario romper la identidad absoluta que a veces parece establecerse entre P.I.B, y riqueza, entre crecimiento y desarrollo. Por un lado, esto comienza por utilizar nuevas unidades de medida e indicadores, y se desarrollan sistemas de medición del progreso como el Index of Sustainable Economic Welfare (ISEW) de Cobb y Daly, o el indicador “Felicidad Nacional Bruta” en el Reino de Bután, como respuesta al P.N.B.. Estas tendencias a medir de forma distinta adquieren gran auge recientemente, y las organizaciones internacionales y los estados empiezan a dotarles de carácter oficial. En España y desde 2010, el Observatorio de la Sostenibilidad en España, la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno (OEP), el INE y el Capítulo Español del Club de Roma constituyen el grupo coordinador de la “Iniciativa Española del Proyecto Internacional de la OCDE sobre la medición y promoción del progreso de las sociedades”. En Francia se creó en 2008 la “Comisión para la medida del desempeño económico y el progreso social”, que ha entregado su informe final al gobierno francés en 2009. Este informe, que es más conocido por los nombres de las tres figuras más destacadas que han intervenido en su elaboración, Joseph E. Stiglitz, Amartya K. Sen, y Jean-Paul Fitoussi ( 1), ha supuesto un hito a escala internacional. El Gobierno de David Cameron en el Reino Unido ha trabajado en la elaboración de un “happiness index” desde 2005, que ha sido presentado por primera vez por la Ofinica Nacional de Estadísticas en 2011, y está destinado, como en el caso francés, a ayudar en la programación de políticas públicas.
El segundo aspecto sobre el que trabaja con intensidad una amplia rama de los teóricos del desarrollo sostenible son los propios fundamentos del paradigma científico actual. Frente a los que defienden que una progresiva desmaterialización de la economía puede llevar a un crecimiento infinito del P.I.B. sin chocar con límites físicos, prefieren distinguir el crecimiento (expansión cuantitativa) del desarrollo (mejora cualitativa), y urgir a desarrollarnos los más posible, pero dejando de crecer, una vez saturadas las capacidades regenerativas y de absorción del ecosistema (desarrollo sostenible) (Daly,  H. E., 1996). Existen dos versiones de estas teorías: una más radical, los partidarios del decrecimiento, que se sitían ideológicamente en el polo opuesto al liberalismo, y cuentan entre sus filas a autores como Jacques Grinevald, Serge Latouche o Carlos Taibo; otra versión es la de los teóricos de la economía de estado estacionario normativo o deseable de equilibrio dinámico, fundamentalmente Herman E. Daly (Kerschner, 2008). Algunos autores conocidos por el gran público han realizado interpretaciones divulgativas de estas ideas, como Jeremy Rifkin (1980). Pero todos ellos beben de una fuente común, la obra de Nicholas Georgescu-Roegen (1971), acerca de la ley de la entropía aplicada a la ciencia económica. Este autor, que podría encontrar su antecedente en Schumpeter, (quien fue su maestro, y que parece haberse referido (2 ) al estado estacionario como “circulación” que podría terminar colapasando al capitalismo), parte de la convicción de que el modelo económico neoclásico ignora la segunda ley de la termodinámica. Georgescu-Roegen considera que los neoclásicos no toman en consideración la degradación de la materia y de la energía (el aumento de la entropía). Toda actividad económica implicaría un aumento de la entropía en nuestro planeta, y la consiguiente degradación y agotamiento de recursos útiles que no son renovables. Se trataría de economías no sostenibles en el tiempo.
Siguiendo esta línea argumental, Keneth Arrow y un grupo de otros diez importantes economistas y ecologistas publicaron un artículo en la revista Science (Arrow, K et al. 1995), en el que afirman: 1. la base de recursos (del ecosistema) es finita; 2. existen límites en la capacidad de carga del planeta; y 3. el crecimiento económico no es la panacea para resolver el problema de la calidad de nuestro medio ambiente. Establecen que la solución de la degradación ambiental reside en reformas institucionales que obliguen a los usuarios privados de los recursos medioambientales a hacerse cargo de los costes sociales de sus actos.
Herman E. Daly (1996) nos recuerda que los límites biofísicos al crecimiento provienen de la interrelación de tres condiciones: finitud, entropía, e interdependencia ecológica. En su interpretación, el error fundamental de la doctrina neoclásica, que considera las implicaciones ambientales como simples externalidades, reside en un paradigma (en el más puro sentido de Kuhn (1962)) o “visión preanalítica” equivocada: la macroeconomía se contempla como un sistema aislado, sin relación de intercambio de energía o de materia con su entorno físico/ambiental. Los análisis subsiguientes no pueden aportar lo que el paradigma (o acto cognitivo preanalítico) omite; por ello, las cuestiones que se refieren al entorno físico, a los recursos naturales, a su agotamiento y a su polución no se mencionan en los tratados de macroeconomía al uso. La economía, concebida desde un punto de vista más amplio, debería incluír el estudio de los intercambios físicos que cruzan la frontera entre el sistema ecológico en su integridad y el subsistema económico. 
También se percibe la confluencia en Daly que veíamos con anterioridad entre las ideas ecologistas y las de la nueva economía de la felicidad, cuando afirma que el valor del crecimiento se ve limitado por sus efectos auto-canceladores del bienestar (…) en la actualidad el crecimiento agregado produce menos felicidad que cuando el rendimiento marginal se dedicaba sobre todo a las satisfacción de deseos absolutos, y no relativos, como ocurre en la actual sociedad de consumo. Daly critica con fuerza a los que llama “free marketeers” por no aceptar límites al crecimiento de los mercados (y de las extrenalidades negativas derivadas del mismo), y en especial por alegrarse de un proceso de aumento del P.I.B. que resulta en que bienes, que en origen son públicos y gratuitos, se conviertan en escasos y con precio (…); esto es indicio de coste, más que de beneficio, como ya reconocía el economista clásico Lauderdale en 1819.   

Es digna de mencionar la reciente aportación del concepto de la “economía azul”, que iría un paso más allá de la llamada “economía verde” en la primera década de este siglo. Se tratará de emular la eficacia funcional y material de los ecosistemas y los hábitats naturales incorporando tecnologías y conocimiento avanzados, en especial en materia de física y bioquímica, para lograr eliminar el concepto de desecho y reciclar los nutrientes y la energía, transformando el actual ciclo económico descendente en uno basado en la lógica ecosistémica, que estaría en condiciones de generar gran cantidad de empleo (Pauli, 2011).

1      http://www.stiglitz-sen-fitoussi.fr

2 en su libro “Capitalismo, Socialismo, y Democracia” de 1942