POBLACIÓN, DESARROLLO Y GÉNERO

POBLACIÓN, DESARROLLO Y GÉNERO

Gloria Valle Rodríguez (CV)
Universidad Autónoma de Zacatecas

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CAPÍTULO III: INCIDENCIA DIFERENCIAL POR GÉNERO DE LOS PROCESOS DE EMPOBRECIMIENTO.

Para continuar mostrando la pertinencia de enfocar las relaciones entre población y desarrollo desde una perspectiva de género, se aborda aquí otro de sus ejes articuladores, el de la pobreza, y en relación a ella, la debatida cuestión de la feminización de la pobreza, que para muchos especialistas está estrechamente relacionada con la feminización de la participación de la población en la actividad económica. La feminización del trabajo y de la pobreza son conceptos que ponen en evidencia el estilo de vida de muchas mujeres que deben asumir sobrecargas de trabajo sin poder de decisión y sin las condiciones apropiadas.

III.1 POBREZA Y GÉNERO. UN VÍNCULO NECESARIO.

Casi todo el mundo tiene una percepción más o menos clara de lo que es la pobreza. Los unos porque la padecen, otros porque le temen, la tienen como objeto de estudio, tal vez otros, porque ven en la sensibilidad social del fenómeno un elemento de oportunidad a tomar en cuenta en cualquier propuesta política. Desde cada una de estas percepciones se ha abonado a su definición, explicación de sus causas y determinación de sus consecuencias. Hay en particular una abundante literatura que da cobertura a todo tipo de propuestas de enfoque y medición.

Cierto es que la noción de pobreza es mucho más rica que cualquier algoritmo desarrollado para su medición. Al problematizar el fenómeno e intentar dar respuesta a la interrogante ¿qué es la pobreza? podemos apreciar que este problema transita desde la condición de “bien estructurado”, esto es, cuando se tiene un algoritmo para su determinación, “débilmente estructurado”, cuando se combinan aspectos cuantificables, medibles y que se pueden reflejar en un algoritmo, con otros de naturaleza cualitativa, hasta la condición de “mal estructurado”, cuando no se dispone de un algoritmo tal. ¿Qué tan pobres son los pobres desde su propia percepción? Difícilmente esto podría ser resuelto a través de un algoritmo, y no se trata de descalificar los diferentes intentos que se han producido para medir la pobreza, sino de fijar el alcance de los mismos para argumentar la condición de pobreza de personas, familias, comunidades, etnias, etc., en situaciones sociohistóricas concretas y en diferentes geografías. El concepto de pobreza tiene dimensiones económicas, culturales, espirituales, etc. e implicaciones de diferente naturaleza, esto es, lo económico que suele ser determinante, interactúa con otros factores.

Vale decir que los enfoques como el de ingresos satisfacen la necesidad de los estudios comparativos entre países y regiones, y ello impone realizar simplificaciones y reducir la medición a unos pocos parámetros, perdiéndose con ello otras dimensiones del fenómeno. Pensaríamos la pobreza en tanto objeto de estudio, como una construcción que sirve de entorno de referencia a múltiples elementos y relaciones entre ellos de diferente naturaleza, que deben ser cuidadosamente seleccionados en función del alcance de una investigación determinada. Para unos fines la aplicación de algún enfoque presentará limitaciones, para otros, enfoques más abarcadores pudieran no resistir la cuantificación y medición, al menos con los instrumentos desarrollados hasta el presente. Se trata de la naturaleza misma de los fenómenos sociales.

En ese tenor, pudiera decirse que la pobreza no sólo refiere a la carencia de recursos monetarios para acceder a bienes y servicios en un mercado, sino también a una suerte de factores como la dificultad para ganarse la vida, la dependencia, la falta de poder y de voz, la ignorancia, el desempleo, la enfermedad, la tristeza, la humildad, la desnutrición, la mendicidad, la angustia, la falta de oportunidades, la pereza y el conformismo. Y mirando hacia los múltiples esfuerzos por definirla, la pobreza se vincula a todas estas carencias sociales e individuales (educación, salud, trabajo) que dicen relación con la vulnerabilidad y susceptibilidad de los pobres ante los riesgos. Arriagada nos precisa todo esto con el comentario de que Se ha llegado a cierto consenso que considera a la pobreza como la privación de activos y oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los seres humanos. La pobreza está relacionada con el acceso desigual y limitado a los recursos productivos y con la escasa participación en las instituciones sociales y políticas. La pobreza deriva de un acceso restrictivo a la propiedad, de un ingreso y consumo bajo, de limitadas oportunidades sociales, políticas y laborales, de bajos logros en materia educativa, en salud, en nutrición y del acceso, del uso y control sobre los recursos naturales y en otras áreas del desarrollo”. 1 Parece, por lo tanto, que hay que introducir una gama más amplia de factores en el enfoque del fenómeno. La investigación sobre la pobreza es entonces, intrínsecamente interdisciplinaria.

El fenómeno de la pobreza, es a todas luces consustancial a un sistema dramáticamente concentrador de bienes, servicios, capacidades y opciones, en un segmento relativamente angosto de la población a cambio de que una masa considerablemente amplia de la misma esté desprovista, o en su caso, subdotada de tales satisfactores.

Independientemente de cuál sea el concepto de pobreza que se adopte, existe consenso en situar sus raíces en la desigual distribución de la riqueza, el reparto inequitativo de las oportunidades y en el acceso socialmente diferenciado a los frutos del progreso.

Así pues, el nuevo papel del Estado, la crisis de la deuda, los efectos de los programas de ajuste y la caída en el gasto social, han tenido consecuencias a largo plazo que se expresan en el plano social y de género, en creciente pobreza, desempleo estructural y coyuntural, concentrado en mujeres y jóvenes, y en el aumento de las ocupaciones precarias y atípicas, donde las mujeres se ubican en las áreas menos remuneradas de las cadenas productivas y de subcontratación. También se ha producido una disminución del empleo público que ha afectado diferencialmente a las mujeres, en su doble calidad de usuarias y empleadas del sector público. Los países que han implementado paquetes de ajustes estructurales han tenido dificultades para arreglárselas con la persistente pobreza y los efectos de la austeridad sobre el mercado de trabajo”.2

Por otra parte, resulta conveniente distinguir entre pobreza absoluta y pobreza relativa. La primera tiene que ver con el hecho de que los seres humanos requerimos un mínimo para sobrevivir y se refiere a los hogares o a las personas que no pueden satisfacer las necesidades alimentarias mínimas para subsistir, cualquiera sea el contexto en el que vivan. La pobreza relativa alude a la posición de personas o familias en comparación o relación con otras de una misma comunidad. La formulación de las dimensiones absoluta y relativa de la pobreza es relevante para una perspectiva de género.3 Bajo el enfoque de la pobreza absoluta se puede argumentar que como hay un núcleo de necesidades que son irreductibles a determinadas comparaciones, hombres y mujeres tienen necesidades comunes que no pueden ser relativizadas por el hecho de compartir las calidades propias de los humanos. Desde el punto de vista de la pobreza relativa, el razonamiento puede ir en línea con el hecho de que la pobreza de las mujeres implica la insatisfacción de necesidades que le son específicas, y que no son compartidas por los hombres.

Para muchos especialistas la feminización de la pobreza es un concepto que se relaciona con la feminización del trabajo, es decir, con la costumbre y naturalización de una vida llena de sobrecargas y miserias sin la posibilidad remota de visualización o planificación de un cambio. La feminización del trabajo y de la pobreza son conceptos que ponen en evidencia el estilo de vida de muchas mujeres que deben asumir sobre cargas de trabajo sin el poder de decisión y sin las condiciones apropiadas. Las mujeres, por ser mujeres, reciben un sueldo menor que el de los hombres, que en muchos casos ni siquiera alcanza para adquirir la canasta básica de alimentación.

Después de un período de optimismo a partir de lo que había ocurrido con la situación social y económica en la región, la CEPAL ha reconocido que “la situación económica de América Latina y el Caribe se está volviendo cada vez más compleja. Desde 2012 –afirma el Organismo- se registran tasas de crecimiento económico descendentes y se han repetido ajustes hacia la baja de las proyecciones de crecimiento. En la revisión más reciente, la proyección de la evolución del producto regional de 2015 se redujo a una contracción del 0,3%. Si bien hay diferentes velocidades, la gran mayoría de los países de la región están en un proceso de desaceleración del crecimiento. Esta tendencia regional es preocupante, entre otras razones porque se reducen los espacios para avanzar en la disminución de la pobreza y de la desigualdad —dos importantes logros de la región a partir de inicios de la década pasada— y se esperan impactos negativos en varias dimensiones de los mercados laborales”. 4
En un documento reciente preparado por la CEPAL para la Conferencia Regional sobre Desarrollo Social de América Latina y el Caribe (Lima, 2 a 4 de noviembre de 2015) se reitera a la desigualdad como característica histórica y estructural de las sociedades latinoamericanas, que tiene como manifestación más elocuente la distribución del ingreso, causa y efecto a su vez, de otras desigualdades en ámbitos tales como la educación y el mercado de trabajo. Dicha desigualdad, además de estar fuertemente condicionada por la estructura productiva, lo es también por los determinantes de género. 5

No obstante los avances logrados en la reducción de la pobreza y de la desigualdad de ingresos, se mantienen profundas disparidades entre distintos segmentos de la población y áreas geográficas de los países. “La pobreza, la indigencia y la vulnerabilidad están fuertemente marcadas por los determinantes de género, raza y etnia, así como por determinados momentos del ciclo de vida, como la infancia, la juventud y la vejez”. 6

Otro estudio afirma con razón que la igualdad de género es crucial para la reducción de la pobreza, ya que mayores oportunidades económicas para las mujeres pueden generar mejoras en la productividad y ampliar las perspectivas económicas de los hogares. Si bien es cierto que desde los años 80 América Latina ha sido la región que registra el mayor incremento del porcentaje de mujeres en la fuerza laboral (más de 70 millones de mujeres ingresaron en el mercado laboral), aparentemente los pobres crónicos no se beneficiaron en la misma medida de tal tendencia. En el 2012, la participación femenina en la fuerza de trabajo se encontraba seriamente rezagada en casi todos los países entre los hogares crónicamente pobres, 16 puntos porcentuales por debajo de los no pobres.7

La CEPAL reconoce que “pese a las mínimas variaciones observadas en términos de tasas, las nuevas estimaciones permiten establecer que la pobreza extrema ha alcanzado valores similares a los de 2011, lo que representa un retroceso respecto de los logros alcanzados en años precedentes. Las estimaciones regionales muestran que la tendencia a la baja de las tasas de pobreza y pobreza extrema se ha desacelerado e incluso revertido en los primeros años de la presente década, hecho que, asociado al crecimiento demográfico, deja como saldo un mayor número de personas en situación de pobreza extrema en 2013”.8 (Ver Gráfico 4)
En general se relaciona el aumento de los ingresos laborales en los hogares pobres con la disminución de la pobreza que se ha experimentado en la región. Las transferencias (tanto públicas como privadas) y el resto de los ingresos contribuyeron, pero en menor grado, a este descenso. 
En otro orden cosas, en el Informe Panorama Laboral, 2012 de la OIT, se expone que: “la participación de las mujeres en el mercado laboral viene experimentando un acelerado  crecimiento desde las década de los 70’s. Se observa un gradual cierre de las diferencias de participación entre hombres y mujeres en la fuerza de trabajo. La tasa de participación femenina en la región latinoamericana a 2012 fue de 49.8%, la de ocupación de 40.2% y la de desempleo 7.7%; mientras que la masculina presentó una tasa de participación de 71.4%, de ocupación de 59.8% y de desempleo de 5.6%”.9

 Con todo, se da por lo general el hecho de que las mujeres que no participan en la actividad económica, buscan trabajo remunerado, pero la capacidad de respuesta del  mercado laboral no es suficiente antes los reclamos constantes, lo cual se manifiesta en que el empleo informal cada vez sea mayor y por otra parte las tasas de desempleo femenino cada vez sean mayores a la de los hombres.

En lo que respecta a la distribución del ingreso, en el  2012 se incrementó levemente el grado de concentración en algunos países, pero se ratifica la tendencia a la baja que se registra hace un decenio. No obstante lo señalado anteriormente,  la elevada desigualdad sigue caracterizando a la región en el contexto internacional.         

Como se desprende de lo dicho más arriba, cuando examinamos las diferentes propuestas encaminadas a definir y/o medir la pobreza, podemos apreciar que más que ser alternativas excluyentes, unas y otras se complementan para entregarnos una visión más integral del fenómeno y su medición. No obstante, hay una dimensión del problema que es necesario especificar y que corresponde, justamente, a las características genéricas que asume el fenómeno, independientemente de cómo se le defina.

Ya en el año 2001, un documento de la CEPAL recoge el consenso de la aceptación de que la pobreza tiene una dimensión de género, en tanto que la igualdad entre los géneros deviene en factor que tiene una importancia concreta para erradicar la pobreza, particularmente en lo que respecta a la feminización de la pobreza. Efectivamente, si bien la pobreza afecta a segmentos importantes de la población, independientemente de su composición por sexo y edades, el fenómeno es experimentado de forma diferencial en función de la posición de parentesco, las propias características demográficas, y la etnia, entre otras. Por sus condiciones particulares, que se asocian a sus características biológicas (embarazos, lactancia, etc.), a sus roles de género (cónyuge, madre, etc.) y a una subordinación culturalmente construida, las mujeres suelen enfrentar condiciones desventajosas que se acumulan con otros efectos de la pobreza misma.10

Es decir, una de las cuestiones analíticas clave que debe plantearse es que si bien la pobreza es un problema social que la viven hombres y mujeres, requiere que se tenga en consideración que no la viven bajo las mismas condiciones, y que en consecuencia, para analizar el empobrecimiento de las mujeres es necesario reconocer las desigualdades de género existentes, como lo es la responsabilidad de la doble o triple jornada de trabajo.

Las investigaciones confirman que una de las cuestiones que se omiten en las mediciones tradicionales de la pobreza es que contrariamente a un supuesto generalizado en las mismas, la distribución de ingresos y gastos del hogar no es homogénea, lo cual constituye una seria limitación para el abordaje de este fenómeno. En otro orden de cosas, no se suelen tomar en cuenta los obstáculos que enfrentan las mujeres para tener acceso en igualdad de oportunidades a recursos materiales, sociales y simbólicos que pudieran darles la posibilidad de superar muchas de las carencias que califican la situación de pobreza de una parte significativa de la población. La omisión de cuestiones semejantes puede introducir sesgos de consideración en cualquier política dirigida a contribuir a la erradicación de la pobreza.

Naila Kabeer en un libro imprescindible, ofrece una valiosa visión de lo que es la pobreza femenina, argumentando que esta no puede ser comprendida bajo el mismo enfoque conceptual que el de la pobreza masculina. Según Kebeer, “las causas de la pobreza no son simplemente cuestión de una concesión inadecuada de derechos, sino también de desigualdades en la distribución reproducidas estructuralmente… las relaciones sociales de género son al menos tan significativas como las de pobreza y clase en la generación de desigualdades en la concesión de derechos”. 11

Detrás de esta postura subyace una cuestión de fundamentación: la composición de la pobreza trasciende ampliamente la cuestión de la adquisición de los bienes y servicios que se asocian a la reproducción humana. La especialista nos convence de que existen formas intangibles de pobreza, como el aislamiento social, la vulnerabilidad, la inseguridad y las relaciones de dependencia y subordinación en la satisfacción de las necesidades básicas, las cuales pueden ser vistas como mecanismos a través de los cuales la pobreza se reproduce. Según Kabeer, la forma en que la mujer experimenta la pobreza es diferente como resultado de los “contratos implícitos” de las relaciones intradomésticas, inmersos en un contexto social de obligaciones asociadas al matrimonio y la familia.

Viene al caso recuperar el razonamiento de Arriagada, en el sentido de que cuando se enfoca la pobreza desde la perspectiva de género se aprecia “que las mujeres son pobres por razones de discriminación de género. El carácter subordinado de la participación de las mujeres en la sociedad, por ejemplo, les resta la posibilidad de acceder a la propiedad y al control de los recursos económicos, sociales y políticos, su recurso económico fundamental es el trabajo remunerado, al cual acceden en condiciones de elevada desigualdad dada la actual división del trabajo por género y la persistencia de las formas tradicionales y nuevas de discriminación para el ingreso y permanencia de las mujeres en el mercado laboral. Si bien la situación en la región latinoamericana no es similar para el conjunto de mujeres, en ningún país se logra el ingreso por igual trabajo, en la medida que hay una gran segmentación ocupacional por la cual las mujeres no ocupan los mismos puestos de trabajo que los hombres. A ello, se yuxtaponen visiones esencialistas que atribuyen características que colocan a las mujeres en situación de inferioridad en relación con los hombres, ligando su potencial reproductivo con la atribución de las tareas reproductivas”. 12

Para algunos investigadores como Rosario Aguirre “la pobreza puede ser comprendida como parte de un proceso de exclusión vinculado a la pérdida o reducción de derechos”.13 Mirar la pobreza desde la perspectiva de género implica adentrarse en el importante tema de la esfera familiar y el trabajo “invisible” de las mujeres. La ciudadanía social de las mujeres está afectada tanto por las desigualdades sociales y las discriminaciones de género en el trabajo, como por una insuficiente atención a las necesidades de la esfera reproductiva, sobre todo en las nuevas condiciones impuestas por la globalización y el modelo económico imperante.

Reiteramos que el reconocimiento de la situación tradicional de pobreza que ha vivido una proporción considerable de las mujeres, unida a la llamada «nueva pobreza», ha llevado a que se hable cada vez con mayor frecuencia de la «feminización de la pobreza». Este concepto pretende reflejar la envergadura y los contenidos inherentes a los estados de vulnerabilidad y privación que son específicos de las mujeres. Las diferentes interpretaciones de la feminización de la pobreza tienen en común suponer que las mujeres son más numerosas que los hombres en el volumen total de los pobres, y que es un fenómeno ascendente en su magnitud y en el tiempo.

Estudios como los realizados por el Fondo de Población de las Naciones Unidas llegan a la conclusión de que las mujeres están desproporcionadamente representadas entre los pobres. 14 Vale decir que para algunos analistas existen ciertas reservas a propósito de esta conclusión, debido a que por lo general los estudios se hacen tomando como unidad de análisis al hogar, lo cual, se argumenta, hace difícil conocer la intensidad de la pobreza entre individuos distinguidos por sexo y/o edad.

Así y todo se reconoce como una hipótesis plausible el que efectivamente se da un proceso de feminización de la pobreza, que en un caso como el de México se argumenta a partir del reconocimiento de que las mujeres cargan el peso de la pobreza de una forma diferente a los hombres, al destinar más horas al trabajo tanto extradoméstico como doméstico.15

Por doquier se reitera, y así lo reconoce el Informe sobre “Desarrollo social inclusivo”, que las desigualdades de género están asentadas en una división sexual del trabajo que asigna a las mujeres la responsabilidad primaria del mantenimiento del hogar y el cuidado de los hijos y otros dependientes, limitando su tiempo y oportunidades para participar en el trabajo remunerado, acceder a los beneficios de protección social relacionados con el empleo y alcanzar la autonomía económica. A partir de esta situación se tiene documentado que las mujeres experimentan todo un conjunto de desventajas, donde se destacan, una muy desigual carga de trabajo doméstico no remunerado, tasas de desempleo e informalidad más elevadas, discriminación salarial y desigualdades en el acceso, uso y control de los recursos productivos. 16 (Ver Gráfico 5)
El trabajo doméstico no remunerado incide en las múltiples expresiones de la pobreza de las mujeres al impedirles acceder al trabajo remunerado y obtener autonomía económica. Aquellas que desarrollan simultáneamente jornadas de trabajo remunerado en el mercado y no remunerado en el ámbito doméstico enfrentan la alta carga que esto significa y, en consecuencia, disponen de menos tiempo que los hombres para el descanso, la recreación y otras dimensiones significativas de la vida. 17

Las mujeres dedicadas a los quehaceres domésticos son también altamente vulnerables a la pobreza, al tener menor experiencia laboral acreditable, y carecen por lo general de seguridad y protección social o no son titulares de los seguros asociados. La ausencia de ingresos se agrava en caso de separación o viudez, ya que usualmente es el cónyuge quien percibe la mayor parte de los ingresos del hogar. Las mujeres sin autonomía económica son también más proclives a sufrir violencia de género.18

En conclusión, se reitera que la feminización de la pobreza pasa necesariamente por un elemento mediador como es la cuestión de la utilización productiva y remunerada de la fuerza de trabajo, al tiempo que hay que insistir en que las mujeres se vinculan mayormente al sector informal de la economía. Y vale reiterar en que en América Latina persiste el proceso de informalización del empleo y precarización laboral. “en la actualidad, la proporción de mujeres ocupadas en sectores de baja productividad es del 52,5%, frente al 44,1% entre los hombres, lo que refleja una marcada distancia entre ambos sexos y también por niveles de ingreso: el 82% de las mujeres ocupadas del quintil más pobre de la población se encuentra en esa situación, proporción que en el quintil de mayores ingresos se reduce a cerca del 33%. Esto demuestra que la fuerza de trabajo sigue caracterizándose por una fuerte segmentación, tanto por factores socioeconómicos como de género”.19

1 Irma Arriagada: Dimensiones de la pobreza y políticas de género. DOCUMENTO DEL PRIGEPP-FLACSO, Buenos Aires, Argentina, 2003, Pág. 1.

2 Lourdes Beneria: Shifting the risk: New employment patterns, informalizacion, and women’s work. PRIGEPP-FLACSO, Buenos Aires, Argentina, 2002. Pág. 10

3 Vania Salles y Rodolfo Tuirán (2003): ¿Cargan las Mujeres con el Peso de la Pobreza?: Puntos de vista de un debate. Cuadernos de Desarrollo Humano; 2002-7. PNUD, Guatemala, 2003. Pág. 13

4 CEPAL/OIT: Coyuntura laboral en América Latina y el Caribe. La evolución del empleo  en las empresas de menor tamaño  entre 2003 y 2013: mejoras y desafíos. Octubre de 2015 Número 13. Publicación de las Naciones Unidas. Santiago de Chile. Pág. 6

5 CEPAL: Desarrollo social inclusivo Una nueva generación de políticas para superar la pobreza y reducir la desigualdad en América Latina y el Caribe. Conferencia Regional  sobre Desarrollo Social de América Latina y el Caribe Lima, 2 a 4 de noviembre de 2015. Santiago de Chile, octubre 2015. Pág. 22

6 CEPAL, Ob. Cit. Pág. 25

7 Renos Vakis, Jamele Rigolini y Leonardo Lucchetti: Los olvidados. Pobreza crónica en América Latina y el Caribe. Washington, DC: Banco Mundial, 2015. Pág. 19-20

8 CEPAL: Panorama Social de América Latina, 2014. Santiago de Chile, 2014. Pág. 15

9 Organización Internacional del Trabajo (OIT): “Informe Panorama Laboral”. 2012. Ginebra.

10 CEPAL 2001: “Género y pobreza”. Los mandatos internacionales y regionales. DOCUMENTO DEL PRIGEPP- FLACSO, Buenos Aires, Argentina. Pág. 3

11 Naila Kabeer: Realidades trastocadas. 1998. Pág. 6

12 Irma Arriagada: Dimensiones de la pobreza y políticas de género. Documentos de PRIGEEP-FLACSO, 2003. Buenos Aires, Argentina. Pág. 4

13 Rosario Aguirre: Una mirada sobre las desigualdades de género. Uruguay, 2003. Pág. 3

14 UNFPA: El estado de la población mundial 2002. Población, pobreza y oportunidades. New York, 2002. Pág. 6

15 INMUJERES: Pobreza, género y uso del tiempo. Instituto Nacional de las Mujeres. México. 2005. Pág. 1

16 CEPAL: Desarrollo social inclusivo Una nueva generación de políticas para superar la pobreza y reducir la desigualdad en América Latina y el Caribe. Conferencia Regional  sobre Desarrollo Social de América Latina y el Caribe. Lima, 2 a 4 de noviembre de 2015. Pág. 25

17 CEPAL, Ob. Cit. Pág. 25

18 CEPAL, Ob. Cit. Pág. 25

19 CEPAL, Ob. Cit. Pág. 44. Ver también, CEPAL: América Latina y el Caribe: una mirada al futuro desde los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Informe regional de monitoreo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en América Latina y el Caribe, 2015. Naciones Unidas, Santiago de Chile 2015. Pág. 16