POBREZA, DESARROLLO Y POLÍTICA SOCIAL EN MÉXICO

Hilario Barcelata Chávez

EL CAMPO NO AGUANTA MÁS

Fox se desdice un día después y, al hacerlo, aunque reconoce la gravedad de la pobreza rural, la minimiza, desmintiendo a la Sedesol y a su Comité Técnico, como veremos con cierto detalle hoy. Mientras tanto, he establecido un diálogo sobre las causas de la pobreza campesina con dos destacados personajes. Por una parte, con Manuel Díaz, de la FAO, en Santiago de Chile, cuyas observaciones iniciales a Economía Moral del 24 de enero cité con cierta amplitud en la entrega del 31 de enero. Por otra parte, José Blanco, economista, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM, en su colaboración del 4 de febrero en La Jornada, hace una crítica constructiva a mi columna del 31 de enero, lo que mucho agradezco. Hoy abordo preliminarmente esta polémica.
Fox señalo el martes que no había crisis en el campo, argumentando que la agricultura había crecido más rápido que la economía en su conjunto en lo que va de su gobierno, lo cual resulta una comparación sarcástica ante una economía prácticamente estancada. Pero el miércoles se desdijo, y señaló que el "primero y más hondo de los problemas humanos que hay en el país se encuentra en las comunidades rurales, donde 30 por ciento de las familias vive bajo la línea de pobreza". Según la versión de algunos diarios, añadió: "una de cada tres familias". Fox reconoció que la apertura comercial de los productos agropecuarios se dio sin que "los productores mexicanos contaran con mecanismos que les permitieran enfrentar la competencia que implicaban los acuerdos con otros países". Después intentó esbozar una tipología de productores agropecuarios, distinguiendo "formas empresariales, productor medio y campo de subsistencia". Para este último dibujó una política social, más que de fomento productivo (aunque incluyó proyectos productivos), consecuente con las tesis de Santiago Levy y otros neoliberales que consideran que estos productores no tienen futuro como tales. Pero como las palabras del Presidente siempre son de circunstancia, no debemos prestarles mucha atención. Sin embargo, lo que sí merece atención es el manejo que hizo el Presidente de las cifras de la pobreza.
Aunque 30 por ciento no es lo mismo que "una de cada tres familias", podemos suponer que para el Presidente ambas son iguales y que, por tanto, la cifra que quiso dar estaba más cerca de 33.3 por ciento. Esta se acerca bastante a 34.1 por ciento de hogares en pobreza que, con la línea 1 (a la que el gobierno llamaría pobreza alimentaria) el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza obtuvo en el medio rural, definido como el conjunto de localidades de menos de 15 mil habitantes. En primer lugar debe notarse que 34.1 por ciento de los hogares se traduce en 42.4 por ciento de la población, ya que los hogares pobres son más numerosos que los no pobres. En segundo lugar, debe notarse que el Presidente eligió la línea de pobreza más baja del comité (y de la Sedesol), minimizando así la imagen de la pobreza rural. Veamos los niveles de pobreza con las otras líneas de pobreza aceptadas oficialmente por la Sedesol y por el comité y añadamos algunas adicionales (cuadro 1).
Como puede apreciarse, 42.4 por ciento de la población, que casi corresponde al tercio de los hogares pobres señalados por Fox, es el dato más bajo de todos los oficiales. Es la línea de pobreza 1 del comité, que fue adoptada por el gobierno federal y bautizada por éste como "línea de pobreza alimentaria". Como he indicado en ocasiones anteriores, el propio comité descalifica esta línea de pobreza (que sólo considera la necesidad de alimentación y que, además, conlleva el absurdo supuesto de que los hogares dedican 100 por ciento de su ingreso a la alimentación) cuando señala que: "el ser humano, para vivir en sociedad, necesita satisfacer otras necesidades además de las alimentarias" (pp.66-67, véase referencia bibliográfica en el cuadro). La línea intermedia del gobierno, la 2, refleja el mismo absurdo, pero añadiendo salud y educación a la necesidad alimentaria, por lo cual el 50 por ciento de pobreza rural resultante no tiene tampoco mayor significado. En la línea 3 de la Sedesol, que corresponde a la línea 2 del comité, el absurdo se matiza un poco pues se añadieron otras necesidades: vivienda, vestido, transporte, dejando fuera cuestiones tan elementales como artículos de limpieza, combustible para cocinar.
La única línea de pobreza consistente, por tanto, sería la línea 3 del comité, que el
gobierno excluyó. Con ella, 78 por ciento de las personas del medio rural son pobres según los cálculos del propio comité. Sin embargo, en su cálculo se cometió un grave error que consiste en haber identificado incorrectamente el grupo de referencia cuyo porcentaje observado de gasto en alimentos sirve para pasar del costo de la canasta alimentaria a la línea de pobreza (para una explicación de este error, consúltese Economía Moral del 20/09/02). Cuando se identifica correctamente el grupo de referencia, la proporción de pobres aumenta hasta 82.9 por ciento en el medio rural, como se muestra en la última columna del cuadro. Este resultado tiene el mismo orden de magnitud que el de la primera columna del cuadro. En ésta, la pobreza se calcula comparando directamente el gasto alimentario de cada hogar con el costo de la canasta de alimentos. Este procedimiento y la línea 3 del comité, bien aplicada, son los procedimientos correctos para calcular la pobreza alimentaria, cuyo orden de magnitud en el medio rural mexicano está, por tanto, alrededor de 85 por ciento y no de 42.4 por ciento que se obtiene con la línea 1, mal llamada alimentaria, por parte del gobierno federal. Las cifras oficiales, por tanto, reducen a la mitad la pobreza alimentaria en el medio rural.
Las necesidades humanas no se reducen a los alimentos. La pobreza multidimensional puede apreciarse en la segunda columna, en la cual se presentan datos calculados de acuerdo con el Método de Medición Integrada de la Pobreza (MMIP). La pobreza rural se eleva a 93.5 por ciento, más del triple del 30 por ciento "reconocido" por Fox.
Cambiando al segundo tema que anuncié al principio, José Blanco sintetiza así los argumentos de mi columna de la semana pasada: "Los campesinos son pobres porque tendrían que pagar el costo anual de reproducción de su fuerza de trabajo y el precio de su producción no lo cubre, mientras que la agricultura capitalista sólo paga los salarios durante el tiempo en que utiliza la fuerza de trabajo. A efecto de aislar el fenómeno, Boltvinik supone una economía cerrada y el uso de la misma tecnología en la economía capitalista y en la economía campesina. En tales condiciones está claro que el agricultor capitalista paga una masa salarial que está por debajo del costo de reproducción de la fuerza de trabajo campesina. Falta aún el punto clave: ambos tipos de productores concurren al mismo mercado y, debido a la 'lógica capitalista', el precio de mercado lo determina el productor capitalista, que no cubre el costo de reproducción de la fuerza de trabajo campesina. Así, los campesinos empobrecen y quedan presos de esa 'lógica'". Hasta aquí el resumen de Blanco, correcto en términos generales.
Su desacuerdo aparece cuando señala que "la lógica capitalista consiste justamente en la maximización de la ganancia. De ahí que, en el caso de la formación de los precios agrícolas -bajo el supuesto de una economía cerrada- éstos vienen determinados por las unidades de producción más pobres, tanto en lo que hace a la calidad de la tierra como en el uso de las tecnologías, dado el carácter finito, limitado, de la tierra fértil. De ahí el origen de la "renta diferencial", las mayores ganancias, de las unidades mejor dotadas de tierra y de tecnología". Este es el desacuerdo de Blanco. Es importante tratar de ubicar el punto exacto del mismo. Mientras yo sostengo que -haciendo abstracción por el momento de toda diferencia tecnológica (y debí agregar de calidad del suelo) de tal manera que los rendimientos por hectárea fuesen idénticos- la lógica de la producción capitalista es la que determina la formación de precios, Blanco sostiene que es al revés, que los capitalistas se aprovechan de los mayores costos laborales de la economía campesina para llevar la formación de los precios al nivel de los costos campesinos.
En el ejemplo numérico que presenté en mi columna de la semana pasada, la producción de cada hectárea, tanto capitalista como campesina, según Blanco, se vendería (si no hubiese restricciones de demanda que lo impidiesen) en 220, es decir al nivel de los costos de las unidades campesinas. Las unidades capitalistas obtendrían una ganancia de 120. Mi postura es que el precio de venta (también para ambos tipos de unidades) sería de 110 (el nivel de costos más margen de ganancia de 10 de las unidades capitalistas). La ganancia capitalista sería de sólo 10. La conclusión de Blanco se deriva de un conjunto de supuestos distintos al mío. El introduce diferencias de tecnologías y de calidad de la tierra, que es lo que yo supuse fijo. Bajo estas condiciones, no se necesita estar comparando unidades campesinas con unidades capitalistas, ya que lo mismo ocurriría entre unidades capitalistas con diferencias tecnológicas y de calidad de la tierra.
La teoría neoclásica convencional sostiene que la oferta agregada (por ejemplo, de maíz) es la suma de las ofertas de cada uno de los productores. La curva de oferta de cada productor es su curva de costos marginales. Dado que el predominio del capitalismo es no sólo económico sino cultural, me gustaría argumentar que los propios productores campesinos incluirán entre sus costos laborales sólo los días efectivamente trabajados y no su costo de reproducción por todo el año. Una manera en la que esta imposición cultural ocurre es, por ejemplo, mediante el crédito bancario. Al otorgarles un crédito a los campesinos, la banca (pública o privada) calculará los costos del cultivo de la misma manera que lo hace tratándose de una unidad capitalista. Esta aceptación de la imposición cultural del modo de producción capitalista explica que los campesinos estén dispuestos a producir y vender si recuperan los costos de los insumos y de la mano de obra efectivamente trabajada. Internalizan, por decirlo de alguna manera, uno de los factores de su propia pobreza.
Ojalá este dialogo pueda continuar y ampliarse. Faltan por explorarse muchos aspectos, lidiar con las teorías vigentes y alternativas, y encontrar bases más sólidas para una respuesta. Por falta de espacio no pude referirme hoy a los nuevos y valiosos comentarios que he recibido de Manuel Díaz.

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