NATURALEZA DE LA PLANEACIÓN ECONÓMICA. RECUENTO DE LA PLANEACIÓN ECONÓMICA EN MÉXICO Y EL MUNDO.

Rodrigo Hernández Gamboa

Liberal

La conceptualización liberal de las relaciones humanas se extiende a muchas ramas de la ciencia y de la sociedad. Se puede hablar de una sociedad liberal cuando, por ejemplo, ésta se desprender de las tradiciones dogmaticas o los ritos religiosos, que se piensa están superados, consientes de la permutación de otros valores éticos en la misma sociedad. Se puede hablar de espectro político liberal cuando nos referimos a partidarios emanados de los supuestos de las revoluciones burguesas que igualmente superan los arcaicos valores morales del absolutismo monárquico, -no en la sociedad en su conjunto-, sino en la esfera estatal, donde se reflejan los nuevos intereses que permiten que estos igualmente nuevos valores éticos se constituyan como pilares del entendimiento de las relaciones sociales y económicas. Estos otros nuevos valores establecidos se describen teniendo en cuenta otros propósitos como; proteger la vida, la libertad y la propiedad de las personas.

En la economía surge algo parecido; reflejo del reacomodo de valores económicos trasformados en las revoluciones burguesas, se decantan por un nuevo sistema económico -el capitalismo- que sin duda les es más favorable a sus intereses clase hegemónica. En todos los aspectos de esta ideología liberal está presente el valor de la libertad como el preponderante. En lo social, con leyes que favorecen esta cuestión subjetiva en los órdenes cívicos, en lo político, con normatividades que sugieren una participación sin ninguna atadura en los aspectos que atañen a la lucha por el poder, y en lo económico con una libertad en la interacción de los individuos que concurren al mercado a ofertar o demandar.

El padre de la economía liberal es Adam Smith, especialmente después de publicar su libro La riqueza de las naciones. Es en esta publicación que aborda los factores que determinan el progreso económico de las naciones y las medidas que favorecen a este estadio. Inicia señalando que la tasa de crecimiento depende de la “aptitud, destreza y sensatez con que generalmente se ejercita el trabajo.” Del mismo modo atribuía la riqueza de los diferentes países y de la productividad en su conjunto a la división del trabajo. Para que esta división redituara en acumulación de capital es esencial que exista capital precedente y un mercado efectivo. Por estas mismas razones se opone a las restricciones del comercio en su conjunto, señalando los efectos desfavorables a la producción. En contraste, el comercio libre y abierto estimulará las fuerzas productivas y por consiguiente aumentará la riqueza y la renta efectiva de la sociedad. Lo que también se convierte en obstáculo para la acumulación de capital es un entorno legal y político intervencionista en el mercado. “Todo hombre, con tal que no viole las leyes de la justicia, debe quedar en perfecta libertad para perseguir su propio interés como le plazca, dirigiendo su actividad e invirtiendo sus capitales en concurrencia con cualquier otro individuo o categoría de personas.” Es así que la acción espontánea del mercado tendrá la posibilidad de asignar adecuadamente los recursos maximizando el bienestar de la sociedad entera, siendo este no un razonamiento perseguido por los individuos. Asintiendo que cualquier medio de planificar requerirá por fuerza mayores conocimientos que los puede disponer cualquier ser humano. “El gobernante que intente dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni a una sola persona, ni aun senado o consejo, y nunca sería más peligroso ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de tal cometido.” (Cole, 1995: 3-10)  

Estos planteamientos son sólo el preludio para la buena interpretación de los teóricos liberales que ahondan mayormente en la planeación, mas no tiene ningún desperdicio conocer el razonamiento de los incipientes economistas liberales que se concordaron con el sistema económico pujante de las primeras etapas de establecimiento y maduración del modo de producción. Este sistema que tiene como engranaje de sus funcionalidades la libertad de comerció, de transito, de concurrencia al mercado y de la inalcanzable búsqueda de más y más mercados para colocar mercancías; plantea como requisito indispensable la noción de un Estado mínimo1, adonde las libertades del individuo prevalezcan ante las injerencia del Estado, y sea éste, el mercado, quien cicatrice cualquier disconformidad en la sociedad.
  
Me parece que la simple teorización de una barrera que interprete y regule los ciclos del mercado -como es la planificación- podría suponer dentro de estos teóricos liberales una desestabilización de las factibilidades del sistema económico, volviéndose poco probable que pueda ser analizado este tema sin la demostración de pasiones evidentes y aversiones mayúsculas. Como creó, es el caso de Friedrich Hayek2 en su libro Camino de servidumbre, (Hayek, 1976: 29 y passim) que es por mucho el mayor teórico liberal que expone el caso de la planificación como una degeneración de las sociedades liberales; y concibe este fenómeno como una desgracia de las organizaciones sociales, que se ven subordinadas a “técnicas de la ingeniería de las sociedades” que la encaminan al envilecimiento y a la esclavitud de los hombres.

En este libro el autor empieza por exponer lo que muchos hasta hace poco tiempo colocaban como circunstancias unísonas, emparentándolas como dos fenómenos siameses que era imposible separar; explicando al socialismo como la nacionalización de los medios de producción y a la planificación de la economía como una situación equiparada, de inseparable correlación; sin embargo, el autor observa que este fenómeno se desprende, y ahora la planificación no es sinónimo de socialismo, pues naciones enteramente capitalistas han adquirido este instrumento con entusiasmo. Esto se debe a que el socialismo, según el autor, se ha convertido en la repartición de las rentas, en una especie de Estado Benefactor, que se asemeja mucho a las nuevas intenciones de estos países capitalistas, que para atacar la miseria han implementado políticas de redistribución del ingreso que se asocian con la planificación. Es importante resaltar, antes de adentráramos más allá en esta exhibición de argumentos que expone Hayek, que él no ve al instrumento económico de la planificación, como tal, como un simple instrumento de la economía para mejorarla y extender su desarrollo, sino que lo ve como una fuerza que se aleja del espectro económico y se imbuye en las tendencias políticas-ideológicas de los regímenes totalitarios, adonde la implementación de estas armas sentencian a la humanidad a abandonar las esperanzas de libertad, por sociedades premeditadas y sin ningún tiento de libre albedrio (Hayek, 1976; 29-35).

El autor piensa que el camino se ha abandonado, ese camino que era tan intrigante por los intelectuales y animoso para los jóvenes se ha cedido; el camino del liberalismo que despertaba a las masas en las épocas de las monarquías absolutas y que provocaba las grandes revoluciones burguesas, se ha entregado. Este sendero que con tanto esmero fue creado por los liberales de antaño, que propugnaban ideales sin duda legítimos, es ahora ocupado por el comunismo y el fascismo; y el liberalismo, que era anteriormente el camino progresivo de la sociedad, es ahora considerado como el arcaico conservador, y los progresistas son los mismo que se adhieren al comunismo (Hayek, 1976: 35-36). Esta añoranza de mejores tiempos para el liberalismo, es harto mayor justificable, pues entendamos que las luchas por las libertades civiles y políticas de los siglos XVI, XVII y XVIII, fueron en su mayoría contra monarquías que no detentaban mayor legitimidad que las que las creencias religiosas les concedían, pero el despertar de la sociedad a nuevas búsquedas de organizar las relaciones políticas, también acarrearon nuevas formas económicas que despertaban a las ciudades como centros industriales del capitalismo incipiente.

El autor hace una crítica al sistema capitalista, al señalar que este sistema económico, sólo promueve una determinada potencialidad en los individuos, dejando al subdesarrollo otras virtudes de los individuos, hasta llegar a sobreexplotar estas cualidades bien identificadas, provocando con ello una especialización (Hayek, 1976: 45).

Este era el modelo capitalista hasta antes del siglo XIX llevado con gran eficacia, dice el autor, pero había personas que pensaban sólo en las desventajas del sistema, que son el seno donde se surgen las tendencias totalitarias comunistas. Estas personas son producto de dos factores, por un lado el sentimiento de ambición de las clases menos favorecidas, y por otro lado, del descredito del liberalismo por sólo apoyar algunas determinadas potencialidades individuales. Y es ahí donde radica la benignidad del liberalismo, en descubrir y utilizar las fuerzas espontaneas del individuo para evitar la cohesión (sinónimo de represión por el autor) en la sociedad, cosa que no se puede lograr en un sistema de economía planificada, porque las fuerzas espontaneas no se desarrollan, ya que el plan se esfuerza por reprimir estas virtudes que desarrolla el sujeto es su individualidad (Hayek, 1976: 47).

Una de las afirmaciones más valerosas de Hayek se resume en señalar que el surgimiento de las tendencias socialistas, totalitarias, autoritarias y antidemocráticas, están emparentadas con el fascismo europeo. En gran medida esta igualación es producto de la planificación económica, pero el autor adhiere más enunciados de su similitud. Señala que la libertad y la democracia son incompatibles con el socialismo, en conclusión el socialismo democrático es una gran utopía, al igual que su primo; el modelo fascista (Hayek, 1976: 55-57).

Hayek menciona que el método de los socialistas es el reemplazo de la propiedad privada por propiedad social, en un modelo de economía planificada. Esta es la verdadera crítica que hace sobre los países del Este, adonde se intercambia el modelo de economía privada por un capitalismo de Estado. El autor hace hincapié al decir que no toda la planificación es mala, por ejemplo, una planificación para combatir monopolios resulta ventajosa, el verdadero problema se encuentra en que la planificación es total y absolutamente centralizada y ésta conlleva a una dirección que maneja toda la actividad económica de la población (Hayek, 1976: 61-63).

Él por su parte propone que se aplique un plan, para que el mercado trabaje de mejor manera, aunque este plan sólo sea una figura jurídica que sirva para combatir los monopolios y que no afecte en nada el modelo económico liberal. Pero el plan no se debe centrar en manejar toda la economía y su desarrollo, esto solo es obra de los socialistas que se han apropiado de la planificación en cuanto a su dirección y organización, y esto conlleva a una centralización de toda la actividad económica. Su argumentación se centraliza en que el liberalismo es el único sistema social que garantiza la libertad en todos los aspectos para cada individuo; es el único en el que se tiene la posibilidad de tomar el camino que se prefiera, sin que nadie ni nada lo prohíba. Es en resumen, la libertad y funcionamiento en lo económico lo que se necesita para que se desarrollen las sociedades modernas (Hayek, 1976: 70-71).

En otro de los capítulos del texto, el autor apunta sobre la exageración que los teóricos de occidente le han otorgado a la planificación. Piensa que la propia existencia de monopolios que tanto han servido para hacer critica del liberalismo, se acentuarían con la existencia de la planificación centralizada, que su única propensión es la de generar mayores monopolios. Un argumento que destaca en este capítulo contra la planificación hace mención a que las sociedades modernas se vuelven tan complejas y hay tantos factores que intervienen en las mismas que no se pueden saber y mucho menos crear mecanismo de control que garanticen un crecimiento sostenido y equilibrado de la economía, el único sistema confiable en las economías capitalistas es el sistema de precios, organizado desde el mercado conforme a la oferta y la demanda (Hayek, 1976: 72-76).

Hayek hace una crítica sobre la forma en como los planificadores, que son los encargados de elaborar el plan, se colocan metas y objetivos a corto y a largo plazo con mecanismos inaplicables. Estos planificadores, especialistas en ciertas ramas de la economía, que implementa y desarrollan el plan, tienen un primer problema de origen , y es que ellos están tan imbuidos en sus prácticas dogmáticas de la solución a los problemas, que piensan que lo que ellos deciden es sólo lo correcto e indiscutible para desarrollar esa rama de producción, pero el problema es que nadie puede oponerse a esa visión de las cosas y el sólo opinar se vuelve una tarea inservible, pues, según Hayek, se vuelve por parte de los planificadores una arbitraría forma de dirigir a la economía (Hayek, 1986: 79-88).

Sólo en las sociedades totalitarias, dice Hayek, a donde los modelos colectivistas son los privilegiados, es donde se aplican la planificación como forma de organizar a la economía. El plan emanado de estas sociedades comienza a formar valores que se afincan en la sociedad y se aplican jerárquicamente, dándole prioridad a algunos valores sobre otros, como el colectivo por encima del individuo, o la igualdad superior a la libertad. Es de esta forma que con el plan el Estado tiende a dominar el mercado y el código ético de toda la sociedad (Hayek, 1976: 89).

El autor, como hemos venido observando, distingue dos panoramas claramente, uno a donde los que manejan las cuestiones de toda índole son los planificadores totalitarios, y otro en el que los interesados son los que eligen, o sea el liberalismo político, con su faceta económica que él tanto encomia. Razona que el modelo liberal no se ha dañado, ni se dañará por la existencia de desigualdades e inequidades en oportunidades, advirtiendo que esto es regulado por la libre competencia que selecciona a los más aptos. Para solucionar el problema de las desigualdades hay que pensar en una forma para resarcir este mal menor, sin cambiar drásticamente el espíritu de la libre empresa (Hayek, 1976: 94-96 y passim).

Aún así, entiende que una persona pobre tiene muchas más desventajas frente a una persona que vive confortablemente, pero esto es mucho mejor, según Hayek. Es mejor un pobre en una sociedad de libre competencia, que un pobre en un régimen en el que se esté bajo el yugo de un poderoso. Piensa que quienes no tienen propiedad tienen que pelear por el respeto a la propiedad privada, por lo que surge en ellos la posibilidad que algún día ellos sean también poseedores de propiedades, y así también se respete la suya. Sugiere a largo de este capítulo que es mejor un rico que tiene poco poder que ya ejerce, a un funcionario burocrático, que se hace de este nuevo poder de un día para otro, y que por lo general se vuelve despótico en su forma de gobernar. Advirtiendo que una constante en todos sus postulados, es la mala imagen que tiene en la población del sistema empresarial actualmente, esto es algo que se debe intentar modificar dice él (Hayek, 1976: 99).

Asegura que siempre existirá la insatisfacción de las desigualdades provocadas por el sistema productivo y que se reflejan en los hombres dentro de la sociedad, sin embargo lo más fácil, asegura el autor, es echarle la culpa a otro de sus desventuras.

Retoma la critica a la planificación, que por otro lado nunca abandona, y dice que al meterse a planificar la economía es sencillo imbuirse en problemas políticos, pues se va a tener que decidir como es que se tendrá que hacer la repartición de los recursos, una fácil manera de enturbiar las cosas, pues las personas nunca estarán de acuerdo y protestarán por la injusta repartición de los bienes en todos los casos. En el sistema de planificación siempre se focalizan los problemas y lo mejor para todo el mundo es dejar que el mercado los resuelva por si sólo estos inconvenientes (Hayek, 1976: 105).

En uno de sus últimos capítulos desarrolla el problema de la seguridad en las sociedades contemporáneas, y enfatiza que la mayoría de las personas aspiran y buscan conseguir cierta seguridad; pero más allá de ello hay que hacer una diferenciación entre los tipos de seguridad que ponen en riesgo el poder mercado y los que no lo ponen. Pues hay quien pone en riego éste poder, y se vuelven muy peligrosos como es el caso de la planificación. Si bien dice Hayek, hay que tratar de que exista un mínimo de seguridad en la sociedad, hay que asegurarse de que este mínimo no afecte la seguridad del mercado (Hayek, 1976: 156).

Finalmente, en el último capítulo de su libro aborda el tema de los mandos que tienen los países socialistas. Analiza la malaventura de estos, pues piensa que los aventureros y los que son escasos en escrúpulos son lo que se ponen a la cabeza de los países, pues son los únicos que tienen la posibilidad de imponer sus postulados a la totalidad sin esperar recibir reclamo alguno por lo mismo. Además, continúa argumentando que los planificadores cambiaran ellos solos la económica con valores totalitarios, al dirigir todo el país con poderes dictatoriales que tristemente fracasaran. Es de suponer, dice Hayek, que los sistemas colectivistas y la planificación tienda a la dictadura, asegurando que maniatan a la economía a un poder tiránico (Hayek, 1976: 201).

Hace una reflexión muy sobresaliente, al asegurar que los regímenes parlamentarios son los culpables de la debacle de las democracias liberales, pues estos frenan los programas para desarrollas a las clases más desprotegidas. Esto es causa de las discusiones constantes dentro de las cámaras, concluyendo en no solucionar los problemas que derivan en una confrontación social. Esta deficiencia promueve la necesidad de un líder, además de personas que estén dispuestas a subordinarse, utilizando para estos fines la fuerza coercitiva en toda la sociedad. Esto es un ejemplo de porqué los hombres sin escrúpulos llegan a dirigir países. Mas puede ser resuelta esta problemática educando y preparando a las personas, para que así no se dejen convencer por lideres, pues las personas asegura el autor, sin educación son las más tendientes a ser influenciadas, sirviendo a los sistemas totalitarios (Hayek, 1976: 203).

Por último, asegura que en una sociedad planificada, se guía a las personas a la irremediable esclavitud, contraponiendo a ésta, el sistema de libre competencia en donde no existe ese poder inmódico tendiente a desaparecer. El que actúa en una sociedad colectivistas, asegura Hayek, esta inmerso en la lógica de que el fin justifica los medios, estando en gran peligro la sociedad por este pensamiento omnipresente. Su critica se hace inclemente a los dirigentes de los gobiernos con económica planificada, y los trata como personas detestables y sin escrúpulos (Hayek, 1976: 203 y passim).

Milton y Rose Friedman abordan el tema de la planificación en su libro Libertad de Elegir de manera soslayada, otorgándole un par de páginas en total pero desarrollando la crítica a la planificación en todo el libro. Inician con incredulidad, al no poder concebir cómo es que en los países desarrollados intenten aplicar una economía planificada sin tener mayores resultados por ello, en cambio, desprecien la libre competencia, escudándose para ello en las propiedades livianas de las estructuras económicas propias de sus países, y deliberando que con un sistema mayormente liberal sus economías se derrumbarían. Aseguran en cambio, que en los lugares adonde la libertad de los individuos es asociada con la libertad económica, es allí donde la economía es pujante y las desigualdades son menores; en cambio, en donde el Estado es el organizador de la economía con instrumentos como la planificación centralizada, es en estos lugares donde las libertades políticas decaen y se tiene un nivel de vida bajísimo, exponiendo con esta argumentaciones los autores que sólo el Estado mantiene dócil y razonablemente productiva a la economía acorde a sus fines políticos (Friedman, 1983: 84-97). 
 
Hace toda una comparación entre los países que utilizan este método de desarrollo y los que mejor optan por un mercado sin regulaciones, comparando por ejemplo, a Alemania Oriental con Alemania Occidental, dos paradigmas, en el que los autores suponen una mejoría en las condiciones de vida de los capitalistas, en cambio quienes utilizan las instrumentaciones de una economía planificada, no sólo sufren en la ámbito económico, sino que el campo social y político se ve mermado por estos controles sobre la libertad. Así, utiliza también de ejemplo a Japón y a la India, y plantea el papel del mercado como regulador de la economía, más ventajosa que la del Estado como regulador o impositor de las economías.

Finalmente, afirma que en los Estados Unidos existió la posibilidad de echar todo el progreso económico que había acumulado en estos últimos dos siglos por la borda, asumiendo el hecho aberrante con la implementación de la planificación por cerca de medio siglo. Esta intervención ocasionó muchos costos al país, además se amenazó a la libertad económica con que gozan los estadunidenses, añadiéndole un coste político que se puede cuantificar en una considerable limitación de la libertad humana (Friedman, 1983: 84-97 y passim).


1 La noción de Estado mínimo no es obra de cavilaciones sin sustento, puesto que la necesidad del Estado pequeño en las buenas relaciones comerciales, se subordinan a los siglos en donde las monarquías con sus grandes administraciones burocráticas y sus imperativos impuestos complicaban a las sociedades comerciales y disminuían la ganancia de los burgueses que hace varios siglos se organizaban, afectando así la acumulación primaria de capital. Mas estas necesidades se trasmutan en la contemporaneidad, y se refuerza la concepción del achicamiento del Estado para gozar de mayores libertades ahora en un mundo globalizado.

2 Este teórico desarrolla su teoría en la época en que más escéptico el mundo observaba al liberalismo económico. Pues después de la gran depresión y con las calamidades que ésta provocó en la población, pocos tenían la valentía de desarrollar modelos o criticas económicas y sociales con base en paradigmas liberales, entendiendo que la mayoría de los pensadores creían desfasadas por su estrepitosa caída, y adosándosele a esta caída, la fuerza con la que surgió el Estado de Bienestar propugnado por Keynes que apareció como estandarte de la contraposición del capitalismo al fantasma del socialismo soviético que se veía con factibilidad después del derrumbe de las nociones liberales a ultranza.

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