BIBLIOTECA VIRTUAL DE DERECHO, ECONOMíA, CIENCIAS SOCIALES Y TESIS DOCTORALES


POLÍTICA Y DERECHO. ESTUDIOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA DIVERSIDAD DEMOCRÁTICA

Autores e infomación del libro

Mario Jesús Aguilar Camacho

macamach@prodigy.net.mx


Al igual que en otros tiempos, hay quienes pretenden “sacralizar” las palabras y con su simple invocación aspiran a transformar la realidad. Los liberales de los siglos XVII y XIX pronunciaban la palabra libertad, y la misma era utilizada como una panacea con la cual pretendían terminar con todas las desigualdades y conjurar los abusos del Ancient Régimen y de la Humanidad misma.
En la actualidad, uno de los vocablos de sobra proferido es: tolerancia. Cuando esta palabra es pronunciada, la generalidad de las personas la relacionan con el concepto planteado por el liberalismo -capitalista y contractualista- para el cual, en este ilusorio mundo globalizado, adquiere tintes irrefutables: la tolerancia es la palabra mágica que resuelve todos los males ocasionados por el fanatismo, la intransigencia y el fundamentalismo.
El tolerante de esta época, legatario de la ideología liberal, se encierra; es el individualista que se confina en una especie de círculo privado y autónomo -su propia esfera jurídica- donde puede ejercitar (plena-mente) su libertad, mientras su actuar no afecte los círculos particulares de sus vecinos, de sus semejantes (sería algo así como la plasmación de la alegoría del “puedes suicidarte, si quieres, pero no me manches la alfombra”).
Julián Marías nos advierte sobre esta actitud hermetista y de cerrazón, y ve en ella al principal enemigo de la verdadera tolerancia. En muchos de los casos este talante se vuelve reduccionista y se desentiende de los contextos; en otras ocasiones se convierte al fundamentalismo rígido o al dogmatismo fanático, y por ende  se extiende al extremo de no aceptar lo que acontece en el mundo real. En estos casos, cuando no se acepta que las personas que nos acompañan, en las distintas organizaciones a las cuales pertenecemos, son diferentes, se les desconoce, se les ignora o se les niega; ante lo cual, el sujeto que pre-juzga no solo pierde la libertad, sino que se convierte en vasallo de la discordia, de la incapacidad de convivir conservando todas las diferencias y las discrepancias accidentales y ocasionales; muchas de las veces se niega a cohabitar, si no en armonía, por lo menos en tolerancia según la versión de Arthur Schopenhauer en la parábola del puerco espín.
En este sentido, el llamado buen burgués, prototipo de la mentalidad capitalista, vive inmerso en su autonomía privada. La extensión, mayor o menor, de su círculo de acción, está marcada por su capacidad individualista, la cual no será más amplia que la circunferencia de ese ámbito personal de autonomía. A su moral le basta saber que no hace daño directo a sus semejantes, claro que tampoco apoya -a través del principio de solidaridad-, a aquellos que están a su lado, a sus próximos, sus prójimos que requieren del mutuo flujo de aportaciones para construir una cultura objetiva y una sociedad ordenada, en suma del conjunto de las diversidades y de las verdaderas libertades.
Esta introspección en el cerrado campo de la autonomía privada, lleva a enclaustrarse a este buen hombre en su propia subjetividad, planeando como fórmula máxima de convivencia. “déjame vivir como yo quiera, dentro de este ámbito de mi propia libertad y de mis propiedades, y prometo respetar también tus peculiares maneras de vivir dentro de tus particulares autonomías”.
Nada más contrario al carácter abierto de la tolerancia. Quien vive en las indiferencias se ha cerrado a los demás, vive para sí mismo, se convierte en intransigente. Nos dice Juan de la Borbolla que, a veces, la cerrazón se debe a la escasez de inteligencia, a la incapacidad de reflexionar y contrastar sobre lo que se ha leído u oído.
Esta blanda manera de defender el coto obstruido de la autonomía personal, muchas de las veces se manifiesta a través de un silogismo como el siguiente: “respeta mi manera de ser y de vivir, así como yo tolero lo que hagas dentro del ámbito de tu libertad”. La podríamos citar como la indiferencia del individuo idiote, como la persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa -señalada por Savater-y que en la antigua y clásica Atenas se abstenía de participar y contribuir con el bien común, pues se encontraba muy a gusto en su zona de confort; entendida ésta como ese estado mental donde nos encontramos cómodos con nuestra vida actual, con nuestras aspiraciones cubiertas y sin presiones; en pocas palabras: para que queremos superarnos, si luego nos vamos a complicar la vida; entonces así estamos bien.
Incluso los países pueden estar en zona de confort. Sin profundizar en el tema, México es un país que a lo largo de su historia ha permanecido en su zona de confort. Para muchos, no ha “necesitado” producir riqueza, pues su fuente de riqueza ha sido y es el petróleo.

 


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