BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

ESTUDIO ETNOHISTÓRICO SOBRE UNA UNIVERSIDAD NEW AGE, SUS PROCESOS DE EDUCACIÓN, SEDUCCIÓN, CONFUSIÓN E INICIACIÓN Y SU RELACIÓN CON EL CONTEXTO

José Luis Montero Badillo



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La historia de Ema

Ésta es la historia de una chica que llegó a la universidad en el año 2004, cuando contaba con veinte años de edad y actualmente cursa la Licenciatura en Pedagogía en la modalidad sabatina. Ella vive con su familia -padre, madre y dos hermanas menores- en la colonia San Isidro, del municipio de Nicolás Romero, Estado de México. Su padre es originario de Guadalajara y su madre de la misma localidad en donde actualmente viven.

Los primeros catorce años en la vida de Ema, los vivieron en la ciudad de Guadalajara, pero debido a problemas económicos, por un lado, y de dipsomanía por parte de su padre, por otro lado, optaron por mudarse de residencia a Nicolás Romero desde hace unos años. Ema no lo recuerda con precisión, pero ubica el momento en que comenzaron a ir a la Iglesia Cristiana “Manantiales”, ubicada en la colonia Barrón, ciudad Nicolás Romero, casi desde que se mudaron, porque por esos mismos tiempos su padre dejó de beber y desde entonces ella ha tenido que ir, cada domingo, -y lo dice con pesar- a esta iglesia.

La mudanza esperó hasta que ella terminara sus estudios de nivel secundaria y en cuanto llegaron al lugar en donde ahora viven, entró a cursar el bachillerato a una escuela pública de poco prestigio que en la zona la conocen con el nombre de “prepa Gavillero”, y es en donde han estudiado varias de las personas que asisten a la universidad. La ubican como una escuela para rechazados de otras escuelas. Ella dice que, mientras estudiaba ahí, trabajaba de asistente en un consultorio dental y desde entonces quiso ser odontóloga. Al terminar sus estudios de bachillerato, presentó examen de admisión en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), luego en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y finalmente en la UNAM, pero de las tres fue rechazada y por eso es que dejó de estudiar durante tres años, pero dice que la presión ejercida hacia su padre por parte de los integrantes de la iglesia cristiana fue demasiada, al grado de que le planteó dos opciones: o se casaba con el hijo del pastor que la estaba solicitando en matrimonio, o se ponía a estudiar de maestra, que era lo que su padre deseaba que fuera, porque era, según él, la carrera ideal para que la mujer pudiera trabajar, casarse y además con tiempo para atender a sus hijos.

En conversación personal, ella cuenta que “en su casa la relación es demasiado ‘machista’ porque su padre toma las decisiones de todos sin preguntar, y como él es el único hombre, ni quién le diga nada, además de que su madre siempre se queda callada y no las defiende”. No se trata de algún tipo de violencia o de abuso, sino que parece que su padre se fue de un extremo a otro, primero siendo dipsómano y desatendiendo sus responsabilidades en casa, y luego, al convertirse del catolicismo al cristianismo -adonde se llevó a toda la familia de por medio sin haberles preguntado-, totalmente abstemio, queriendo dirigir las vidas de los demás, situación que representó un cambio radical en el sentido de que además cambió de residencia, como para dejar el pasado atrás y hasta poner tierra de por medio. Y de las dos opciones que le planteó, ella considera que a su padre le hubiera gustado más que se decidiera por la primera, porque hasta la fecha, frecuentemente invita a comer, al menos una vez al mes, al pastor acompañado de su hijo.

El asunto de la “conversión” le resulta a ella un tanto falso y poco grato porque cree que su padre se va “a escondidas” a tomar por ahí, donde nadie lo vea, y que, además, en la iglesia los “convencen” para que la mujer sólo se dedique a dos cosas: a Dios y a su esposo. Cuando, finalmente, optó por la opción de ser maestra, su padre le dijo que no quería que se fuera a estudiar hasta la Ciudad de México, sino que la quería por ahí cerca.

Fue su madre la que la llevó a la universidad y cuenta ella que, al verla, no le pareció tan mala la idea de estudiar allí. No hubo opción de escoger licenciatura, porque simplemente llegaron, les dieron un recorrido por las instalaciones y su madre pagó inscripción y un semestre por anticipado.

En lo económico, ella cuenta que no les va mal. De hecho, cree que su padre les niega muchas cosas porque podrían estar mejor. Él se dedica a vender tacos y birria “estilo Jalisco” en un puesto que se halla afuera de un lugar llamado Rodeo Santa Fe, que es una especie de bar ubicado en Tlalnepantla de Baz, Estado de México, a la altura del bulevar Adolfo López Mateos, y trabaja sobre todo en horario nocturno.

En los dos años que lleva cursados en la Licenciatura en Pedagogía, no ha dejado su postura de que está ahí porque la llevan, no por gusto. Pese a su corta edad, porque es la persona más joven de su grupo, y a su actitud de rechazo ante el estudio, en conversaciones personales expresa, literalmente, que “los de la universidad son de una religión”.

Es una de las pocas personas que parece que se da cuenta de lo que sucede en la universidad y con el sistema religioso. Incluso comenta que en dos ocasiones, uno de los profesores de Desarrollo Humano se ha acercado a ella para darle consejos sobre su situación familiar y de paso para hacerle alguna invitación para que asista a alguna de sus reuniones, pero eso lo percibe como que la quieren acercar a su “religión”.

Sus “sospechas” no resultan tan descabelladas si pensamos, primero, en que para los profesores de Desarrollo Humano, que se dan cuenta de los problemas que tienen los alumnos a través de sus “técnicas grupales”, ella puede ser una joven vulnerable por la situación de crisis que vive en casa, y por otro lado, físicamente Ema es una joven bien parecida, de tez morena clara, ojos claros y muy grandes, cabello rizado, delgada y mide un metro setenta y un centímetros, según dice. Es decir, podría ser una “adepta en potencia”, pero por alguna razón, quizá por el hecho de haber vivido la “conversión” de su padre y por “arrastrarla” también a ella en esa conversión, parece que desde que eso sucedió, sus creencias religiosas se debilitaron al grado de que, actualmente, al preguntarle qué opina cuando en las clases le hablan de dios, dice que “le entra por un oído y le sale por el otro”. Y puede ser que, en efecto, eso suceda, pero sin embargo es de las pocas personas que se dan cuenta de que sí hay “algo más”, que no sólo se trata de estudios de licenciatura como podrían ser en cualquier otra institución de educación superior.

En el mismo grupo de Ema hay otra alumna de treinta y dos años de edad que también es cristiana y que asiste a la misma Iglesia “Manantiales” porque vive en la misma colonia. En el caso de esta otra chica, la situación en casa es un tanto más precaria que en la de Ema, que se nota incluso en el vestir. En el caso de Ema, su ropa habitual es pantalón de mezclilla ajustado, blusa y chamarra encima, por lo frío del ambiente en la zona. En el caso de esta otra chica, su ropa habitual es falda larga, casi hasta el tobillo, de color oscuro -gris, negro o azul marino-, y suéter. Y en su caso, al preguntarle acerca de las clases de Desarrollo Humano y qué pasa cuando les mencionan a dios, ella dice que “ése es su Dios” (refiriéndose al dios de los profesores), pero que ella tiene a su propio Dios, que es el que le enseñaron en la iglesia cristiana a la que asiste tres días a la semana, porque participa en el grupo de danza formado por los jóvenes de la comunidad, además de la misa dominical. Ella tampoco ejercita ninguna de las prácticas que les sugieren en la clase de Desarrollo Humano, pero a diferencia de Ema, esta otra chica dice que con gusto se casaría con el hijo del pastor. Entre ellas no hay una relación que vaya más allá de lo que sucede en el salón de clases. Es decir, se conocen, se ven los domingos en la misa, pero nada más.

En cuanto a los ritos de paso y a las prácticas novoeristas, parece que ambas simplemente cumplen con lo que la escuela les pide, pero fuera de eso, ni dejan de comer carne, ni se bañan con agua fría, ni evitan tomar café. No pasan indiferentes ante lo que sucede, porque se dan cuenta de que hay “algo más”, pero parece que su actitud es, aunque los casos no son iguales, de escuchar sin creer o de creer pero sin identificarse.

En el caso específico de Ema, quizá sea una actitud de rechazo no sólo a la New Age, sino a la religión en general. Aún así, podríamos plantearnos una pregunta: ¿serán los cristianos “inmunes” a la Nueva Era? ¿O será que los católicos son demasiado susceptibles de convertirse a otra religión o de integrar nuevas creencias a la suya debido a la baja eficacia simbólica del catolicismo romano?


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