PLURICULTURALIDAD Y EDUCACIÓN. Tomo III
Gunther Dietz y otros
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Uno de los aspectos que desde estas instituciones pueden abordarse para incentivar la mejora de condiciones de vida de la región, donde ya se ha establecido la Universidad, es la vinculación con el entorno. Las relaciones que la Universidad establezca con las autoridades y representantes legítimos de las comunidades vecinas son fundamentales para que se conozcan las necesidades y carencias más urgentes. Esta tarea se complementaría con el diagnóstico participativo para, a partir de esta información, elaborar un plan de desarrollo como anteriormente mencioné.
Casillas y Santini (2006) consideran que en las Universidades Interculturales la vinculación con la comunidad se establece al reconocer y reconstruir conocimientos y espacios, distribuidos entre actores sociales que conforman la comunidad, en oportunidades de proyectos de desarrollo social y productivo para el desarrollo local y regional (Casillas y Santini, 2006: 153). Sin embargo, considero que la vinculación no se limita, necesariamente, al reconocimiento de actores sociales portadores de conocimientos y a la formulación de proyectos, sino que puede ser más inclusiva y proponer transformaciones reales, en acuerdo a situaciones concretas.
Es común que se asocien a las labores de vinculación la ejecución de manifestaciones artísticas de la cultura, y se deje de lado la discusión sobre procesos organizativos profundos, que representan una preocupación entre la población. Como ya sabemos, la realidad va más delante de la sistematización de información y conocimientos, por lo que se requieren acercamientos continuos con el entorno para formular propuestas creadas con la gente y las comunidades de la región. Esto ayudará a garantizar una práctica intercultural, ya que como menciona Dietz (2004) no es pertinente una interculturalidad sin vinculación.
La labor de vinculación no está exenta de visiones esencialistas, etnocentristas y conservadoras de las prácticas comunitarias, es decir, se requiere una perspectiva crítica de lo propio y lo ajeno. Esto puede provocar suspicacias, ya que no es muy común escuchar que se hable de cambios en las comunidades, y tiene relación con posiciones idílicas de la vida comunitaria. Sin embargo, al interior de estas existen prácticas, valores y costumbres que no siempre permiten el desarrollo pleno de las personas y limitan sus capacidades. Es por tanto importante conocer, en su profundidad e historicidad, aquellas prácticas que puedan considerarse poco benéficas y evaluar su funcionamiento, sentido y lugar en la estructura comunitaria, en conjunto con las personas que la conforman. Este proceso podrá facilitar la toma de decisiones y la presentación de propuestas que se enfoquen en el desarrollo de valores y prácticas de beneficio colectivo. Como acertadamente anota Muñoz, los centros formadores interculturales son sitios claves para la formación de “una cultura de capacidad que fomente procesos de subjetividad emancipatoria e identidad grupal, cuya cohesión no dependa de la homogeneización ni la exclusión de las diferencias” (Muñoz, 2006: 282-3). Se pretende, entonces, ir más allá de una educación compensatoria, que rebase ese límite y hacer propuestas que involucren a la comunidad universitaria con las problemáticas reales del entorno y especialmente, con aquellas que vive la comunidad anfitriona de estas Universidades.
Para finalizar, mencionaré que hay que estar atentos ante la posibilidad de que estos términos y sus contenidos sean incorporados, como afirma Williams (1980), a la cultura hegemónica, y sean entonces neutralizados por el discurso del poder y la dominación.