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DODECAFONISMO: UNA “ESTÉTICA” DEL “CONCEPTO”. BIFURCACIONES AFORÍSTICAS

Edgardo Adrián López




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Invaginaciones

Cuando se convierte una escritura en “[...] doctrina [cristalizada ...,]la doctrina [...] tiende a establecerse como [...] oficial [... y en] consecuencia, [se] pierde la libertad [...] de volver [...] a una obra [...]”

Carlos Parra y Eva Tabakian

En algún momento de octubre de 2009, mientras me hallaba de licencia por carpeta médica (que es plausible que se extienda hasta setiembre de 2011), a través y al través, de un correo electrónico “proveniente” de Brasil (como si fuera tan simple ubicar un espacio geográfico, en tanto “origen” de lo que vaga por un no lugar como Internet...), fue enviado a mis manos un palimpsesto marxiano (editado al parecer, en Alemania), con el desafío, la propuesta de que no únicamente lo “ojeara”, sino que le efectuara una crítica. La intención inicial era glosar el parsimonioso y agotador curso del “lusitano”, mas, como éste alude a un hojaldre de Mészáros, se volvió impostergable realizar un desmantelamiento del citado autor, el que se concreta a partir de un breve texto suyo, que arribó a mis cansados ojos, por el mismo sendero que la obra del doctor que orquestó el curso. De allí entonces, que el palimpsesto se escanda en sus “habituales” tres Secciones.

En la Primera, se inserta la obra de Chasin. En la Segunda, el texto de Mészáros. En la última, se aglutinan mis apreciaciones en “ditirambos” aforísticos -aunque no apriorísticos...

Au fond, lo que sucedió fue que al igual que casi siempre que se me encomienda una misión de tal factura (cf. más “atrás”), sea de un amigo generoso, como el Dr. Paulo Alves de Lima Filhio, sea de un casual Jefe de Cátedra que me asigna un libro para sintetizarlo, las apostillas principiaron a salirse de “caja”, a derramarse y lo que “debiera” haber poseído la escala de unas limitadas notas, se convirtió en unos “axiomas” casi interminables, a pesar de las pocas o exiguas páginas que las glosas ocupan en comparación con la obra entera, gran parte de la cual está integrada por el hojaldre del “lusitano”, texto al que me atrevo osadamente, a injertar, invaginar en apenas un “liquen”, que son los aforismos ordenados por número, incapaz de sostener cualquier injerto, demasiado pesado para el grisverdeazul de los raros “vegetales” que crecen en el frío solitario de la tundra o en los bosques helados de coníferas, similares a los que conocí cuando tenía quince y me hallaba internado en un colegio salesiano, de orientación técnico/agrícola, en Río Grande, en la fría Tierra del Fuego.

Debo confesar, aunque lo reitere en el cuerpo de una obra que procura validar el ninguneado dodecafonismo y abismarse en una suerte de “estética” minimalista de las nociones, que no domino más que mi lengua, el español mestizado de las Américas (y a veces, muy mal –precisamente, a raíz de mi obsesión por el estilo y por las correcciones infinitas...), que no es entonces, mi lengua, sino la que se impuso en los distintos niveles de enseñanza, que se ocuparon durante más de 500 años, de propagar celosamente, el universo simbólico del Opresor. Pero si no hablase la lengua del Amo, si no empleara la lengua de los que masacraron cerca de 90 de millones de hermanos indios (que tampoco son “indios”, así de sencillo, sin los interminables “prolegómenos” que no podemos ejecutar ahora), continuaría siendo un colonizado, un subalterno, aunque sin las ventajas de un arma, como el de la escritura, que me posibilitara luchar contra el Opresor (incluido el que me aplasta por “dentro”), a pesar de situarme en análogo topoi simbólico. A los avasallados, a los hostigados, a los colonizados, no nos queda otra estrategia que la deconstrucción con las herramientas que nos circuncidaron, previo incluso, a que naciéramos, dado que nuestros padres y demás ancestros, ya estaban igualmente castrados por la lengua del Amo, por su monolingüismo, que es el mío, pero con otro carácter, con otros fines; los del dichoso anarcomunismo que nos susurró poéticamente, en tomos como El capital, ese a quien regalé 21 largos años de mi delgada vida, para que observemos centellear el horizonte allende el Nombre-del-Padre, aunque no fuera más que luego de muertos.


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