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OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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LOS VIAJES EN EL MEDIOEVO

LOS PRIMEROS SIGLOS MEDIEVALES: LA EDAD OSCURA

La larga decadencia del Imperio Romano de Occidente, las invasiones y el abandono de la vida urbana configuraron nuevas condiciones para el traslado de bienes e individuos. Hacia los inicios del Medioevo, los intercambios entre las comunidades occidentales habían disminuido drásticamente, a causa de una disminución general de los viajes.

No existe claramente una única causa o factor que determine el adormecimiento del viaje durante los primeros siglos medievales. Para encontrarlas, hay que indagar en cuestiones de orden político, económico, demográfico y comunicacionales. La fragmentación política -y los continuos conflictos entre los distintos reinos romano-germánicos-, el pésimo estado de los caminos, las enfermedades y el bandolerismo produjeron que el viaje se transformase en una empresa sumamente dificultosa. Pero no debe dejar de tomarse en cuenta el gran papel jugado por el descenso de la curva demográfica: falta de densidad y repartición de la población desigual fueron sus consecuencias manifiestas.

Los contactos humanos y el viaje sufrieron obviamente las consecuencias de éstos hechos. Los desórdenes medievales dieron lugar a agrupamientos: en estos, los hombres vivían en estrecho contacto entre sí, pero dichos núcleos se encontraban separados por vacíos múltiples. El viaje que se llevaba a cabo en el interior de éstos mundos aislados era frecuente, pero los intercambios con otras tierras, mínimos: alrededor de aquellos núcleos se encontraba la tierra cultivable, siendo aquellos campos no más que breves y provisionales conquistas sobre los baldíos. Y luego el vacío. Es así que los desplazamientos se vieron perjudicados al constituirse mundos de carácter casi cerrado: el modo de vida occidental contribuía notablemente a una mínima propensión al viaje hacia aquellos otros mundos desconocidos.

El viaje circular se ha transformado en una empresa insegura y que únicamente se lleva a cabo durante situaciones excepcionales. Las antiguas casas de campo y costeras, que fueran lugares de descanso y de goce aristocráticos durante los siglos de esplendor de Roma y su Imperio, acabaron por desaparecer, viéndose transformadas tanto en sitios fortificados para hacer frente a las invasiones -o bien reutilizadas con otros fines-, como abandonadas.

La mayoría de los hombres medievales tienen por horizonte, quizá durante toda la vida, la orilla de un bosque. No obstante, el Medioevo no fue un período inmóvil en cuanto al viaje. No debe considerarse al sedentarismo como una característica predominantemente medieval. El hombre nunca deja de viajar, sea para trasladarse desde el lugar de producción del alimento a su morada, o para ir hacia el mercado, o por cualquier otro tipo de cuestión. El individuo que vivía dentro de los pequeños recintos del Medievo, dentro de la ciudad episcopal, viajaba por el interior de la ciudad y, ocasionalmente y según la función que debiera cumplir, se trasladaba hacia otras tierras.

Pero no debe dejar de remarcarse que los viajes circulares de carácter preturístico entre sociedades, disminuyeron al mínimo por una razón fundamental: el mundo del primer Medioevo es marcadamente rural. Y la ruralidad de la sociedad conspira para la realización de ciertos tipos de viajes, como éstos a los que se hace referencia. El tipo de producción tiene una influencia determinante sobre la propensión al viaje en los individuos de una sociedad histórica dada. La síntesis que representó el sistema de producción feudal de dos sistemas de la antigüedad, el esclavista romano y el primitivo germánico, ejerció una influencia claramente negativa a la movilidad voluntaria de los individuos. Aún más si se toma en cuenta que los viajes de placer o de descanso prácticamente dejan de existir. Es por demás importante observar el cambio socio-cultural que se observa con respecto a lo que sucedía durante el apogeo de la Roma clásica, en donde el viaje era una necesidad propia de una clase social. Para esta época, hacia los inicios del Medioevo, no forma parte de la cultura de la Europa occidental.

Transitando los caminos de la Europa Occidental, no faltaban gentes de todos los estamentos sociales. Las gentes humildes viajaban por ellos por varios tipos de razones, pudiendo ser de carácter migratorio permanente o desplazamientos temporales. Así se observaban: fugitivos que habían sido expulsados por la guerra o el hambre; aventureros que eran mitad soldados y mitad bandidos; campesinos que se trasladaban buscando una existencia mejor; y, sumados a ellos, peregrinos.

Miembros de la iglesia católica-occidental también podían verse viajando por las vías de circulación. En la vida clerical, varios motivos favorecían el nomadismo y el movimiento de sus miembros: el carácter internacional de la iglesia, el uso del latín como lengua común entre sacerdotes o monjes instruidos, las afiliaciones entre monasterios, la dispersión de sus patrimonios territoriales y, finalmente, las reformas que, sacudiendo periódicamente al cuerpo eclesiástico, hacían, a su vez, de los lugares elegidos por el nuevo espíritu, lugares de llamada, a donde se acudía desde todas partes en la búsqueda de la buena regla, y centros de dispersión, desde los cuales los zelotes se lanzaban a la conquista de la cristiandad. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar la existencia de situaciones de discordia contra el movimiento de los miembros de la iglesia, como la hostilidad presente en la ley benedictina contra los monjes que incesantemente “vagabundean en redondo”, en referencia a los giróvagos.

Los nobles, por su parte, no emprendían los viajes solos. Viajaban junto a la compañía indispensable que significaban tanto el condestable y el mariscal, que entonces eran el responsable de las caballerizas y criado de los caballos (comes stabuli; maris kalk).

El viaje que puede englobarse dentro de la categoría de educativo decayó casi completamente durante los primeros siglos de la Edad Media. Pero nunca acabó por desaparecer por completo, observándose determinados viajes que tranquilamente pueden ser considerados aquí. Los grandes aristócratas enviaban a sus hijos hacia la corte de Neustria o de Austrasia, con el fin de educarlos para que aprendiesen aquellas responsabilidades que deberían ejercer en el futuro en las ciudades y en los campos. Sin embargo, este tipo de viaje no es de carácter circular, pues los jóvenes enviados a las cortes (llamados “criados”, nutriti), pasaban años allí, y “en definitiva eran mantenidos bajo su mismo techo por un padre adoptivo, que era en lo que se convertía el rey” .

Si se estudian las interrelaciones entre mujer, viaje circular y Medioevo, no puede soslayarse el hecho de que la mujer pierde importancia social y política dentro de las sociedades occidentales, en comparación con lo que sucedía durante la antigüedad clásica romana. Un historiador de la vida privada medieval llegará a afirmar que “… a la mujer no se la tomaba en consideración más que en su condición de madre” , y que “para muchos, la mujer seguía siendo un misterio, tan pronto benéfico como maléfico, fuente de dicha y de desgracia, pureza terrorífica pero también impureza destructiva” .

Como consecuencia, la mujer no participó activamente de los relativamente pocos viajes que se llevaron a cabo durante el transcurso de la época. No obstante, respecto a este último tema, bien cabe una aclaración. En un primer momento, existía un número de mujeres que peregrinaban del mismo modo que lo hacían los hombres. Pero esta situación experimentó un cambio a partir de la decisión de la iglesia de prohibir a las mujeres peregrinar, tomando como fuente para tal decisión a las dificultades que engendraba el viaje en aquellos tiempos.

El desarrollo del concepto de hospitalidad tuvo como objeto el alivianar las penurias del viaje, ofreciendo alojamiento al viajero o al peregrino. Sin embargo, el desarrollo de la hospitalidad y su sentido religioso no debe engañarnos. En realidad, existía una oscilación entre la acogida del extranjero y el rechazo profundo a este. Si bien existían iniciativas legales que buscaban la protección del viajero proporcionándole hospitalidad, como contrapartida también existía un rechazo hacia el otro desconocido, que se manifestaba, incluso, en los monasterios. Una frase del rey merovingio Clodoveo, permite observar la situación incómoda y hostil en que se encontraba un viajero en territorio extranjero: “¡Ay de mi, que he quedado como un viajero entre los extranjeros y ya no tengo parientes que puedan socorrerme en la adversidad!”.

En síntesis, el viaje preturístico no experimentó mayor desarrollo durante el transcurso de los primeros siglos medievales, observándose una continuidad con respecto a lo que sucedía durante el período del Bajo Imperio. Habrá que esperar a que el renacimiento de la vida urbana y del comercio permitiese una nueva dimensión de los viajes.


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