BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

OCIO Y VIAJES EN LA HISTORIA: ANTIGÜEDAD Y MEDIOEVO

Mauro Beltrami




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Los juegos y el entretenimiento

Formalmente hablando, los juegos en Roma siempre existieron; no obstante, su carácter fue cambiando con el transcurrir del tiempo. En origen, fueron ceremonias destinadas a “divertir” a los dioses, siguiéndose para ello un rito meticulosamente establecido. Los humanos eran admitidos en la celebración, pero el espectáculo no se encontraba dirigido a ellos. Con el transcurrir del tiempo, los juegos fueron perdiendo su objetivo originario, y se transformaron en el medio para la diversión de la plebe. Es decir, evolucionaron para acabar por dirigirse al humano. Lo mismo, según puede observarse, sucedió con las representaciones teatrales y con otros eventos cívicos.

Como consecuencia del modo de producción económico romano -que edificaba una parte importante sobre el trabajo esclavo-, una gran parte de los ciudadanos romanos quedaba exento de la necesidad de trabajar. Una masa de ciudadanos que formaban la plebe se encontraba ociosa, y buscaba formas de emplear su tiempo. Los juegos significaron el medio que les proporcionó un modo agradable de ver pasar el día. Los magistrados se encargaban de organizar espectáculos nuevos, que satisfacieran las necesidades recreativas de la plebe.

Uno de los juegos más antiguos que se llevaban a cabo en Roma eran las carreras de caballos, organizadas en el Gran Circo. Se remontaría su existencia al período monárquico. Como se ha mencionado respecto a los juegos, el objetivo de las carreras, en un primer momento, se encontraba vinculado a cuestiones religiosas. Tras algunas carreras, al caballo vencedor se lo sacrificaba, utilizándose su sangre en un ritual que tenía como objeto garantizar la fecundidad de la tierra y del pueblo. El espectáculo se realizaba para seleccionar al caballo que más eficazmente podía servir a la comunidad en el sacrificio, pudiendo evaluar en la carrera el vigor del animal.

Formando parte también de la diversión con animales, existían los llamados espectáculos de fieras. Este tipo de evento aparece a principios del siglo II a. c., tratándose de luchas entre animales de la misma o de distinta especie. Por ejemplo, podían luchar león contra león, león contra toro, etc. Pronto, el hombre también participaría, enfrentando a las bestias en la forma de grandes cazas. Como dato, respecto a la creciente búsqueda de aumentar las diversiones, podría mencionarse que Sila hizo matar 100 leones, Pompeyo 325 y César acabó por subir hasta 400.

Otros juegos que se celebraron en la Roma antigua, fueron los juegos fúnebres. Estos eran juegos escénicos, organizados por ricos particulares, con ocasión del funeral de algún miembro de la familia. Al igual que los juegos públicos –como se ha referido-, este tipo particular de juegos eran actividades religiosas.

Es de remarcar el hecho que fue con ocasión de los juegos fúnebres cuando se introdujeron en Roma los combates de gladiadores. Aparentemente, habrían comenzado practicándose en Campania, aunque tampoco se descarta una influencia etrusca en este sentido. Los combates de gladiadores aparecen en los juegos públicos a partir del año 105 a. c. Los gladiadores se reclutaban tanto entre delincuentes condenados a una sentencia capital, como también entre voluntarios –que podían ser esclavos fugitivos que querían evadirse de sus amos, hombres arruinados, etc.-. Un gladiador que ha sido vencido por su oponente, pero que, a consideración del público, ha luchado valientemente, puede ser indultado por un público que gustara del aspecto más deportivo del combate. A los gladiadores los mantenían los empresarios del espectáculo, llamados lanistae, quiénes los alquilaban a los magistrados facultados de establecer los juegos. Puede afirmarse que en Roma el atleta símbolo del juego griego se vio reemplazado por el gladiador romano. El aumento de los espectáculos de este tipo, fueron motivo de crítica por parte de algunos sectores de la sociedad que los consideraban sanguinarios y viles. Así, Séneca menciona que “ya no hay juegos, esto es verdadera matanza (…). Por la mañana, se expone a los hombres a los leones y a los osos; a mediodía se presentan a los espectadores los que han dado muerte a fieras de éstas, y se les hace combatir entre sí. Cuando uno derriba a su contrario, se lo detiene para que otro lo derribe a él. La lucha termina por el hierro o por el fuego, y la suerte de los combatientes es siempre la muerte”.

Si se hace referencia a las fiestas presentes en el calendario, debe decirse que estas se llevaban a cabo en días fijos o móviles. Los pontífices se encargaban de establecer el calendario; constituyendo los juegos el episodio principal –y, en determinadas ocasiones, único- de las festividades en que se incluyen. Cada uno de los juegos presentan cuestiones “con frecuencia espinosas: la fecha de su aparición como juegos extraordinarios, después la de su institución como juegos regulares; su ritual primitivo y su evolución; el origen y el significado de los elementos arcaicos de este ritual”.

Fueron principalmente los miembros de las clases más humildes quiénes gustaban de los espectáculos exóticos o sangrientos. Este tipo de entretenimiento estaba específicamente dirigido a satisfacer el placer de la plebe. En contrapartida, los romanos de las capas altas de la sociedad asistían a estos espectáculos sólo por sentirse en el deber de ir, ya fuera por obligaciones sociales o políticas. Ciertamente, Séneca recomendaba huir de las multitudes y de los espectáculos multitudinarios, por considerarlos perjudiciales: “cuanto mayor es la multitud a que nos mezclamos, más grande es el peligro. Pero nada es tan perjudicial a las buenas costumbres como detenerse mucho tiempo en los espectáculos públicos porque el placer que se experimenta en ellos hace que se insinúe con mayor facilidad el vicio”. Las necesidades sociales y las condiciones políticas fueron de la mano con el aumento de las diversiones. Las clases dirigentes se vieron en un esfuerzo constante para multiplicar los espectáculos, buscando novedades que permitan luchar contra el tedio de la plebe. Julio César, mientras ejercía como edil curul, contrajo deudas a partir de la organización de espectáculos públicos, en los que buscaba popularidad a partir de la magnificencia que estos presentaran.

Entre los entretenimientos predilectos de los romanos también se encontraba la caza. Hacia principios del siglo I a. c., surgieron cotos de caza sobre los alrededores de Roma. Entre los animales que se encontraban allí para ser cazados, vivían jabalíes, ciervos, gamos, liebres, ardillas y lirones, cuya carne era apreciada.

Hacia fines de la república y ya durante la época imperial los espectáculos aumentaron aún más, tanto cuantitativa como cualitativamente. Se observa un alargamiento en la duración de los juegos, además de la aparición de nuevas celebraciones. En tiempos de César, los juegos romanos duraban quince días; poco tiempo después, aparecieron los juegos plebeyos. Debemos sumarles, además, los juegos en honor de Apolo, Ceres, la Gran Madre y Flora. En la época de Augusto, alcanzaron esplendor los juegos seculares que tenían por fin abrir un nuevo siglo –aunque eran muchos y distintos los métodos de cálculo del tiempo.

El espacio público y el urbanismo

Sin lugar a dudas, el urbanismo ocupó una porción importante respecto al desarrollo de los espacios públicos, lo cual impactó en la organización del ocio y del entretenimiento en Roma. La preocupación teórico-urbanística ya se encontraba presente en algunos filósofos griegos. Ya las capitales del mundo helenístico habían aplicado principios de urbanismo, que influyeron sobre el Occidente. Incluso El Pireo había tenido una planificación.

Pero fue en Roma donde Vitrubio escribió su célebre tratado sobre la materia. El urbanismo ha tenido que buscar soluciones fundamentalmente cuando el número de los habitantes de Roma ha excedido el millón de habitantes; puesto que el espacio se fue haciendo insuficiente. La etapa imperial puede ser considerada como el triunfo del urbanismo. Los primeros emperadores buscaron no sólo soluciones prácticas a los problemas, sino también ejecutar obras que manifiesten la grandeza y el poder del princeps. Augusto mencionó a sus amigos que “Roma, a la que he recibido de ladrillos, os la dejo de mármol”. Se levantaron obras de interés público, tanto en el sentido comercial, como en lo referido al ocio. Se encuentran, así, almacenes de depósito, mercados, cuarteles, basílicas, circos, teatros, estadio, bibliotecas y museos. Junto a obras que tenían un fin a la vez ocioso y práctico a la vez, las cuales se relacionaban con la higiene del mismo modo que con la utilización del tiempo libre: baños, termas, jardines, sin olvidarnos de infraestructura complementaria como acueductos y fuentes. Gracias al desarrollo de la vida pública, a la que contribuyó plenamente el urbanismo, aquellos romanos que se encontraban hacinados en calles estrechas e insalubres, tomaron la costumbre de vivir fuera, de disfrutar en los espacios públicos.


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