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EVOLUCIÓN DE LOS VÍNCULOS COMERCIALES EN AMÉRICA DEL NORTE Y EL ESTE ASIÁTICO 1994-2004

Alfredo Sánchez Ortiz




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6.2.3 El TLCAN en Japón

La recepción del TLCAN en el Área Asia Pacífico debe entenderse dentro de las periódicas crisis que han afectado a la Región en las últimas décadas del siglo XX, y que obligaron, entre otras acciones, a la intervención del Fondo Monetario Internacional, por cierto sobre la base de un diagnóstico erróneo que trajo pésimas consecuencias a la economía regional. Ante las crisis, la primera reacción de los países asiáticos fue proponer, siguiendo una idea japonesa, la creación de un Fondo Monetario Asiático (FMA) y la adopción de una serie de medidas internas de protección para evitar, en la medida de lo posible, la recurrencia de la crisis y limitar su contagio regional.

En este contexto, el impacto del TLCAN en el Japón ha significado una revitalización del comercio entre este país y los miembros originales del Tratado. En cualquier caso, el control que ejerce EE.UU tanto sobre su comercio bilateral, como sobre los países que integran el TLCAN, y sobre la economía de la Región Asia Pacifico, obliga a Japón, hasta hace poco la mayor economía de la misma, a avanzar cautelosamente.

Desde hace unos seis años, existe una nueva perspectiva sobre el Área de Asia Pacífico que trata de crear nuevos organismos coordinadores. También es cierto que el despegue de China como una de las máximas economías del mundo, ha relegado a Japón a un segundo lugar en la zona.

Es muy posible que se desarrollen más acuerdos comerciales bilaterales de los que hasta el momento se han producido entre países de la zona, dentro de marcos más generales establecidos regionalmente para la potenciación del Área de Libre Comercio del Noreste de Asia, formada básicamente por Japón, China y Corea del Sur.

Todo ello tiene antecedentes en los años ochenta cuando se acrecentó una fricción económica debido al excesivo déficit en la balanza comercial Japón-EE.UU. a favor del lado japonés. Para remediar la situación, EE.UU. presionó políticamente a Japón consiguiendo, en primer lugar, que éste le abriera las puertas parcialmente a algunos productos agrícolas. Posteriormente, Japón "auto-controló" o redujo sus exportaciones, especialmente de vehículos motorizados, al mercado estadounidense. A pesar de este tipo de medidas, en 1985 la tercera parte del déficit comercial total de EE.UU. provenía de su comercio con Japón. En ese mismo año, EE.UU. dejó de ser país acreedor para convertirse en el mayor país deudor del mundo.

Al entrar a la segunda mitad de esa década, EE.UU. siguió presionando para liberalizar otras exportaciones japonesas, tales como productos siderúrgicos y semiconductores, finalmente aceptados condicionadamente por Japón. Asimismo, en la agenda bilateral de ambos países se discutía la cotización del yen, la estructura de la economía japonesa, y el aislamiento del mercado japonés. Sin embargo, el "auto-control" de las exportaciones japonesas hacia EE.UU., la apertura parcial de ciertos sectores del mercado japonés y las negociaciones entre ambos países no fueron suficientes para solucionar la fricción económica consecuente al déficit comercial.

Respecto a México, mientras la economía japonesa estaba en pleno auge con una participación de los bancos japoneses en la deuda externa mexicana estimada en el 10.5%, el gobierno de México anunció en 1982 que no podría continuar con el pago del servicio de su deuda. En América Latina y el Caribe, los bancos japoneses y estadounidenses poseían, respectivamente, una sexta y una tercera parte de la deuda externa (Stallings, 1990; 4). A pesar de esta diferencia, Japón dio apoyo financiero a América Latina por mediación del gobierno estadounidense. Como lo apunta un analista, ese paquete japonés de ayuda financiera se justificó en sus vínculos de poder con EE.UU. y no en sus relaciones con América Latina. México fue el primer país latino americano que negoció su deuda y recibió ayuda financiera de Japón merced a sus relaciones económicas con EE.UU. (Orr, 1990; 97-98).

El problema estaba en la compleja interdependencia de la primera y segunda potencias económicas mundiales de aquel tiempo, causa de sus incesantes fricciones económicas, que impidieron a Japón negociar o dialogar directamente con el gobierno estadounidense para disminuir su pretendida vulnerabilidad ante la desconfianza hacia un futuro TLC entre México y EE.UU.. En consecuencia, Japón buscó acercarse más a México, la parte débil del tratado.

Para fomentar esta nueva relación entre Japón y México, en 1990, ambos gobiernos crearon un mecanismo institucional llamado "Comisión México-Japón Siglo XXI". Dos meses después de su firma, las autoridades comerciales de México y EE.UU., en un comunicado conjunto, recomendaron a sus respectivos presidentes se iniciaran negociaciones formales para un TLC. Poco después, Canadá mostró interés por participar en lo que sería conocido como el TLCAN entre EE.UU., México y Canadá.

Con respecto a la relación bilateral que sería recomendable entre México y Japón, el informe final de la comisión mencionaba que: "(el TLCAN) tendrá un impacto importante en las relaciones mexicano-japonesas. La liberalización del movimiento de productos, capitales y servicios en la región de América del Norte hará necesario que México y Japón tomen en cuenta las influencias directas e indirectas que sus respectivos vínculos con EE.UU. y Canadá habrán de ejercer, tanto sobre sus propias economías como sobre su relación bilateral…La estrategia de México para relacionarse con sus vecinos del norte deberá considerar las relaciones entre Japón y el conjunto de la región norteamericana" (Solana, 1994; 273). No hubo inconvenientes para que esta relación bilateral fuera aceptada por ambos gobiernos.

La Federación Japonesa de Organizaciones Económicas (Keidanren) en 1992, hizo una solicitud a su gobierno para que los países miembros del futuro TLCAN recibieran una revisión del GATT. Después de tomar esta medida, el sector privado japonés confiaba que un cambio de gobierno en EE.UU. no afectara la ratificación del TLC. Para las empresas japonesas fue motivo de preocupación el "carácter discriminatorio" manifestado en la preferencia dada a determinados productos y países dentro del calendario del TCLAN para la reducción de barreras arancelarias, y la parcialidad en las reglas de origen que exigían el aumento del contenido local en el sector automotriz, entre otras razones.

La IED de Japón en México, tras dos años de baja seguidos, en 1997 se recupera con un monto sólo por debajo del registrado en 1994. Pero en 1998 experimenta una brusca bajada, mientras que en 1999 registró una cifra récord sobrepasando el total acumulado en el período 1994 -1998. Esto ubicó a Japón, en 1999, como el tercer inversionista en México después de EE.UU. y la Unión Europea. Al comparar el total acumulado de IED entre enero de 1994 y abril de 2000, las empresas con capital japonés han realizado inversiones equivalentes al 4,7% de la IED total materializada en ese lapso, mientras que EE.UU. posee el 60,6% y la UE el 21,2% de la misma (según datos de la SECOFI). Durante este período, la inversión japonesa se concentró en el sector manufacturero, y especialmente en el área automotriz.

En síntesis, la reacción del sector privado japonés no fue inmediata a la entrada en vigencia del TLCAN. Con respecto a la IED de Japón en México, se observó una fluctuación brusca durante los años noventa y un ascenso continuado a fines de la misma década.

Japón se ubicó como el tercer país inversionista después de EE.UU. y la Unión Europea. Por otro lado, aunque la relación comercial bilateral presentó cambios en la composición de las exportaciones mexicanas hacia Japón, este país sólo absorbió el 0,56% del total de las exportaciones de México en 2000.

La política de México hacia Japón ha buscado un incremento de las inversiones japonesas y las exportaciones mexicanas en Japón. Esto requiere una participación activa del sector privado japonés en México.

Visto desde la perspectiva mexicana, Japón ha tenido un papel preponderante en el desarrollo de los mercados emergentes de Asia y por ello tiene el potencial para aumentar sus inversiones en México e importar más productos mexicanos. Si el sector privado japonés tuviera una participación más activa en el mercado mexicano, Japón podría convertirse en un elemento que disminuyera la dependencia económica de México con respecto a EE.UU.. No obstante, alcanzar este objetivo no es tarea fácil, aun después de generarse una mayor iniciativa e interés dentro del sector privado japonés.


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