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RELACIONES DE PODER: UN ANÁLISIS CUALITATIVO A PARTIR DEL PROCESO DE ELECCIÓN DE MODALIDADES EN ESCUELAS PÚBLICAS DE RAFAELA EN EL MARCO DE LA REFORMA DE LOS '90

Gabriela Virginia Andretich


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7.3. El poder como relación.

Lo visto hasta aquí concentra la idea de que mientras algunos ven el poder como un recurso, esto es, como algo que uno posee, otros lo ven como una relación caracterizada por algún tipo de dependencia, es decir, como una influencia sobre algo o alguien. Esta podría ser la primera gran ruptura en el concepto de poder.

Bachrach y Baratz , por su parte argumentan en contra de la posición que sostiene que esta o aquella persona - o grupo -“tiene poder” y que –al igual que la riqueza- es una posesión que permite a su poseedor asegurarse algo de futuro bienestar aparente; o bien, que el poder es una simple propiedad... la cual puede pertenecer a una persona o grupo considerado en sí mismo. Por tres razones al menos, este uso es inaceptable. Primero, fracasa en distinguir claramente las diferencias entre el poder sobre la gente y el poder sobre la materia; “el poder en el sentido político (o económico, o social) no puede ser concebido como la habilidad de producir efectos deseados en general, sino solamente en relación con otras personas...” Segundo, la visión de que el poder de una persona se mide por el número total de deseos que alcanza es errónea; no se puede tener poder en solitario, sino solamente con relación a alguien más. Tercero, y lo más importante, la concepción común del fenómeno implica erróneamente que la posesión de (lo que aparenta ser) los instrumentos de poder equivale a la posesión del poder en sí mismo. Tal noción es falsa porque ignora el atributo relacional fundamental de que el poder no puede ser poseído; por el contrario, el ejercicio exitoso del mismo depende de la importancia relativa de los valores en conflicto en la mente del destinatario de la relación de poder.

En su ensayo, Burbules considera que el germen de la teoría relacional del poder se encuentra en Giddens y cita de él el siguiente párrafo: “… el poder, en el interior de los sistemas sociales, se puede tratar, entonces, considerando que implica relaciones reproducidas de autonomía y dependencia en la interacción social. Las relaciones de poder, por lo tanto, tienen siempre dos direcciones, aunque el poder de un actor o grupo en una relación social sea diminuto comparado con otro. Las relaciones de poder son relaciones de autonomía y dependencia, asimismo el agente más autónomo es, en algún grado, dependiente, y el actor o grupo más dependiente en una relación retiene alguna autonomía” .

Otro autor que aporta a este desarrollo es Steven Lukes . Su obra intenta agrupar distintas conceptualizaciones de poder en dos posturas: la unidimensional, la bidimensional a las que él agrega una tercera que considera superadora de las anteriores, la tridimensional.

La primera de ellas es la posición que sostiene que el poder está distribuido de manera pluralista. A tiene poder sobre B en la medida en que puede conseguir que B haga algo que, de otro modo, no haría; este concepto está tomado de Robert Dahl (1957). Esto implica una tentativa coronada por el éxito de parte de A de conseguir que B haga algo que de otra forma no haría. Desde esta perspectiva se intenta estudiar los resultados específicos con vistas a determinar quiénes prevalecen efectivamente en la adopción de una decisión en una comunidad. Se hace hincapié en el estudio del comportamiento concreto, observable. Este énfasis en el comportamiento visible mueve a los pluralistas a estudiar la adopción de decisiones como tarea central. Ellos sostienen, además, que las decisiones entrañan un conflicto directo, es decir observable.

De acuerdo con este enfoque, el conflicto es crucial por cuanto procura una verificación experimental de las atribuciones del poder: parece pensarse que sin él, el ejercicio del poder no se pondrá de manifiesto. El conflicto estaría dado entre preferencias que se supone son formuladas conscientemente y manifestadas a través de acciones y, por ende, susceptibles de ser descubiertas por observación del comportamiento de la gente. Rechazan cualquier sugerencia de que los intereses puedan ser inarticulados o inobservables.

El enfoque bidimensional sostiene que el poder tiene dos caras. La primera es la de la postura unidimensional por la cual el poder está enteramente incorporado y plenamente reflejado en las decisiones concretas o en la actividad directamente relacionada con conflicto de intereses. A esta perspectiva le agrega la “movilización de inclinaciones” ya que según esta posición, hay un conjunto de valores, creencias, rituales y procedimientos institucionales (reglas de juego) predominantes que actúan sistemáticamente y consecuentemente en beneficios de personas y grupos determinados a expensas de otros. Los beneficiarios están aventajados para defender y promover sus intereses establecidos.

Según Lukes esta postura bidimensional encierra, por un lado, el concepto de poder como control de éxito de A sobre B pero también incorpora la idea de coerción: A consigue la obediencia de B mediante la coerción. Se entiende por coerción cuando A consigue la obediencia de B mediante una amenaza de privación dondequiera que hay un conflicto en torno a los valores o al curso de la acción entre A y B.

Ante este concepto conviene precisar las nociones de autoridad, fuerza, manipulación, decisión y no decisión. Donde autoridad es cuando B obedece porque reconoce la orden de A, es decir, la legitimidad de la orden; manipulación es una subnoción de la fuerza (distinta a coerción, poder, influencia y autoridad), aquí la obediencia es posible al faltar por parte del que tiene que obedecer un conocimiento de la procedencia o la naturaleza exacta de lo que se le pide; fuerza es cuando A alcanza su objetivo frente a la no obediencia de B despojándole de la opción entre obediencia y no obediencia, con violencia; decisión es una elección entre varios modos de acción alternativos y no decisión una decisión que conduce a la supresión o frustración de un reto latente o manifiesto a los valores o intereses de quien adopta la decisión.

Específicamente la noción de no decisión es crucial en este segundo concepto de poder que es retomado en Lukes de Bachrach y Baratz. Mientras que en las concepción unidimensional del poder, en la adopción de decisiones el poder únicamente se revela allí donde hay conflictos ante una toma de decisión, en esta segunda (bidimensional) se supone que esto mismo ocurre en casos de adopción de no decisiones. Retomando a los iniciadores de este pensamiento, se sostiene que si no hay conflicto, abierto o encubierto, habrá que presumir que existe un consenso en cuanto a la distribución de valores imperante, en cuyo caso es imposible la adopción de decisiones, si es así, no será posible determinar empíricamente si ese consenso es genuino o, por el contrario, ha sido impuesto por la adopción de no decisión. Los autores agregan que no están seguros de si lo que quieren decir es que el poder de adopción de no decisiones no puede ser ejercido en ausencia de conflictos observables o que jamás podremos saber si lo ha sido. De cualquier manera, el conflicto que ellos creen necesario se da entre los intereses de quienes están implicados en la adopción de no decisiones dentro del sistema político. Para conocer los intereses de estos últimos, es necesario determinar si tales personas o grupos aparentemente desfavorecidos por la movilización de las inclinaciones tienen agravios abiertos o encubiertos.

Lukes concluye diciendo que el enfoque bidimensional del poder comporta un avance con respecto a la primera postura pero se limita a estudiar situaciones donde la movilización de las inclinaciones puede ser atribuida a decisiones de individuos, con el consiguiente efecto de impedir que los agravios observables –ya sean abiertos o encubiertos- se conviertan en problemas dentro del proceso político.

El autor propone, a su vez, un tercer enfoque que a su criterio es superador de los dos anteriores, se trata del Tridimensional. Dice que las posiciones anteriores siguen a Weber en cuanto a que el poder es la probabilidad de un individuo de realizar su voluntad pese a la resistencia de los otros, mientras que el poder de controlar el programa político y excluir problemas potenciales no puede ser adecuadamente analizado a menos que sea concebido como una función de fuerzas colectivas y conciertos sociales. Se habla de acción colectiva. Aparece también en esta perspectiva el conflicto latente, que estriba en la contradicción entre los intereses de aquellos que ejercen el poder y los intereses reales de aquellos a quienes se excluye.

Esta forma de poder se desarrolla fundamentalmente a través de procesos de aprendizaje social que inhiben el crecimiento de una cultura popular como campo de lucha por los derechos humanos y la justicia social y de una educación favorecedora de la formación de conciencia crítica de la sociedad. Por ejemplo, prevenir que la gente vea las injusticias a través de la conformación de sus percepciones, conocimientos y preferencias en tal sentido que acepten el orden existente de cosas ya sea porque ellos pueden no ver otra alternativa, o porque ellos ven este orden como natural e incambiable, o porque ellos evalúan la orden como divina y beneficiosa. Lo que se tiene aquí es un conflicto latente entre los intereses de aquellos que ejercen el poder y los intereses de los excluidos .

Gary Anderson aporta un análisis muy valioso a la hora de sintetizar los conceptos expuestos hasta aquí e incluso permite avanzar un poco más allá, introduciendo lo que podríamos denominar la segunda bisagra en el desarrollo del concepto de poder. Sostiene que la concepción de poder como conflicto de grupo de intereses (Dahl, unidimensional en Lukes) constituyó una crítica de las visiones de poder popular de la época, que Dahl consideraba demasiado ligadas a las élites de poder y demasiado carentes de rigor científico y por eso, este mismo autor, impulsó la operacionalización de una definición de poder pretendiendo observar y medir quién ejercía el poder y hasta dónde en una situación dada. De este modo uno podría explicar porqué se toman ciertas decisiones y quién detenta el poder en cada caso. A este primer avance en la conceptualización, se le suma la de otros cientistas políticos como Bachrach y Baratz que señalaron que el poder se ejerce no solamente mediante decisiones tomadas en ámbitos formales de toma de decisiones, sino también a través de esfuerzos de las élites para mantener las decisiones fuera de dichos ámbitos (no decisiones); ésta será la versión bidimensional de Lukes. Este último hace un esfuerzo de superación, critica las dos concepciones anteriores por considerar que en ambos casos el poder era ejercido ya sea para promover intereses propios o para evitar que prevalezcan intereses de otros, pero esto presupone que los actores sociales son siempre conscientes de cuáles son sus intereses: por lo tanto para Lukes, el fracaso de la acción puede provenir desde un rechazo a hablar desde la inahabilidad del actor para ver desde el inicio la necesidad de actuar.

Anderson dice que las dos posiciones, la de Dahl y la de Bachrach y Baratz se ubican en un conductismo que concebía las decisiones y no-decisiones como instancias abiertas y observables de ejercicio del poder, según él, sin embargo les falta hacer hincapié en las necesidades e intereses de los actores involucrados en la relación de poder.


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